|
El
diario del Mariposón
(The Butterman Papers)
|
Autor:
Shougard Kane
303 páginas
Primera edición: Comicidal Press - New Orleans (2000)
Edición en español: Gil A. Cuadros - Barcelona
- España (2003)
|
|
En su despedida de soltero, el historietista
de Nueva Orleans Shougard Kane fue sometido por sus amigos
a la tradicional institución del Paseo Sin Ropa En Baúl
De Auto. Cuando al fin pudo salir, comprobó con sorpresa que el
vehículo (con él adentro) había sido abandonado en
las afueras de la localidad de Lapeloosa, Louisiana, a más de doscientos
kilómetros del punto de partida.
Así comienza la historia de
The Butterman Papers, narrada y dibujada por su propio protagonista,
que ha sido un gran éxito en los Estados Unidos y ahora llega a
los hispanoparlantes de la mano del editor español Gil Antúnez
con su casa especializada en cómics, Gil A. Cuadros.
La historieta está basada en
los testimonios y recolecciones que el propio Kane hizo tras pasar la
primer noche en la estación de policía del pueblo por exhibicionismo.
Allí mismo, su compañero de celda le habló del Mariposón
(Butterman), un ser sobrenatural que merodeaba el lugar desde hacía
años y al que muchos testigos describían como un hombre
de unas trescientas libras (penique más, penique menos) vestido
con ajustadas mallas de baile y alitas de tul, al que a veces se ve revolotear
en torno a las luces de la calle.
El misterio no era sólo aerodinámico.
El hecho de que este fenómeno se manifestara en un sitio cuya economía
se sustenta en la elaboración de azúcar de caña,
según el propio Kane, no era casual. Una mariposa tan grande
necesita quemar una gran cantidad de azúcar para mantenerse en
vuelo, dice en uno de los globos de diálogo a página
completa que medran a lo largo del volumen. Lo que sorprende es la estrategia
que, según se cuenta, utilizaba este ser para hacerse del energético
alimento: en lugar de tomar por asalto los camiones que con su dulce carga
transitan aún hoy por la ruta que atraviesa el pueblo, Butterman
prefería deslizarse por las ventanas abiertas en las noches de
verano. Una vez dentro, exigía a los ocupantes de la vivienda todo
el azúcar de que dispusieran, abundantemente espolvoreado sobre
rebanadas de pan con manteca. Todo esto acompañado, obviamente,
por varios baldes de leche tibiecita. Tras saciar su hambre bestial, e
inmediatamente antes de alejarse volando bajito del lugar, solía
hacer alguna profecía. Si alguna vez tales vaticinios se cumplieron
es difícil de decir, pues el Mariposón solía pronunciarlos
mientras aún masticaba el último pedazo de pan y rara vez
se le entendía algo.
Los monstruos suelen tener su leyenda,
y la de Butterman habla de la ira y la frustración de un
voluminoso ciudadano de Lapeloosa llamado Orson Purcell cuando a su hermana
Gwendolyn, por no cumplir con los requisitos de medidas corporales, se
le impidió participar en la elección de la Reina Nacional
del Azúcar, la cual se celebraba todos los años en aquella
localidad del sudeste norteamericano. El que jamás nadie hubiera
sabido antes de Gwendolyn, o que ésta fuese notablemente parecida
a su hermano con peluca, fueron hechos que pasaron a segundo plano luego
de que Orson se lanzara al vacío desde la torre del edificio del
ayuntamiento. Se cuenta que mientras caía, se lo oyó decir:
Ya verán, mi espíritu regresará ligero como
el de una marip..., y no dijo mucho más, porque la torre
del ayuntamiento de Lapeloosa no es muy alta.
Precisamente, Kane fue testigo de
la fatídica elección de la Reina del Azúcar de 1999,
al cumplirse treinta años de aquel episodio. Esa noche, cuando
todas las concursantes posaban sonrientes sobre el escenario armado a
la intemperie, aguardando impacientes la decisión del jurado, la
figura de Butterman se materializó en lo alto y vociferó:
¡Ja ja! Les dije que iba a vengarme. ¡Ahora verán!.
Y entonces... Bueno, si lo dijera aquí no tendría mucho
sentido leer la historieta.
Con un estilo gráfico sencillo
y sintético que recuerda por momentos al de mi primo Clemente cuando
juega al Pictionary, la historia se va construyendo sobre un crescendo
dramático que las continuas e interminables digresiones egocéntricas
del autor no logran sabotear por completo. Finalmente la tensión
que pese a todo logra acumularse termina por estallar en una conclusión
de visos escatológicos.
Sabía que estaba allí
por un motivo diría años más tarde Kane en
una entrevista. No habría podido abandonar Lapeloosa hasta
que documentara todo y resolviera el misterio. Que el misterio haya
quedado resuelto no está muy claro, pero lo cierto es que la publicación
de la historieta efectivamente le aportó a su autor dinero suficiente
para pagar el pasaje de regreso a Nueva Orleans y, de paso, vivir como
un rey el resto de su vida.
|