Las
Heroicrónicas
Segunda parte
Por Andrés
D.
De mi quehacer pendiente y enigmático
enterose alguien de dudosas dotes,
y llevome a sibila de bigotes
en gesto que antojóseme antipático.
Confusa hablome de viaje iniciático
y tras ungirme héroe de rebote,
de sueños un caudal crucé en un bote
que no me pareció fuese muy prático.
Sin escudo, sin espada y sin peto,
en el comienzo de un camino vime
plagado de titánicos esfuerzos.
Para el fin de mi primer mal soneto,
otra cosa no pude hallar que rime
que estos tres endecasílabos versos.
Sabrán disculparme los lectores que haya resumido
de esta manera la primera
parte , pero parece que tanto esperar el segundo volumen de El
Gaucho de los Anillos provoca abstinencia. Pero, por el momento, ya
estaba a punto de vivir mi propia epopeya.
Bah, en realidad no es que tuviera
muchas opciones. Ya casi había convencido al barquero Calderonte
de que me llevara de regreso, cuando se me ocurrió improvisar las
estrofas de más arriba. Entonces el hombre se negó en redondo
y, tras girar de idéntica manera, procedió a poner agua
entre mi inspiración y su barca (que era pequeña, pero constituía
su mayor bien). Ya no tenía otra que comenzar el viaje a los dominios
del Monje Negro.
En el atracadero me esperaban los
que habrían de escoltarme en el largo camino: el Paladini, el Bárbaro,
el Negro Monte y el Ladrón.
Salud, viajero. ¿Un pedacito
de salchichón fantasía?
¿Qué hacés,
turbina? ¿El viaje bien? ¡Qué bárbaro!
Bem-vindo! Voltamos a apresentar
As Heroicrônicas.
Yo soy el Ladrón, ¿eh?
¡No vayan a pensar que soy una doncella disfrazada para vengar la
muerte de mi familia!
No te preocupes, en ningún
momento se me ocurrió que pudieras ser una doncella.
¡Eh, pará, máquina!
¿Ése no fue un comentario chauvinista y misógino?
¿Esto no es una fantasía
medieval?
Retiro lo dicho.
No hay cuidado; no habemos aquí
ningunas doncellas que podamos ofendernos.
Esteee... Mejor echemos un
manto de piedad sobre el asunto y vayámonos de una vez.
Me tranquilizó un poco ver
que en aquel mundo ignoto y lleno de peligros inimaginables, algunas cosas
no eran tan distintas del lugar del que venía. Estos personajes,
por ejemplo: ya no estaban dibujados en naipes, pero seguían siendo
de cartón pintado.
Me mostraron un mapa con el camino
que habríamos de recorrer. Me resultó difícil entenderlo
hasta que me explicaron que el este lo tenía al norte, como era
convención entre los cartógrafos del Monte Tortícolis.
Son diez días de camino
hasta el Torreón del Monje dijo cualquiera de ellos.
Una vez allí, tendremos que vencer al Monje Negro y sus hoplitas
para rescatar a tu amiga Rosemary.
Por favor, me va a resultar
más fácil si no me acuerdo de por qué estoy haciendo
todo esto.
Y partimos nomás, siguiendo
la huella de los carretones en medio de los campos sembrados de pochoclo.
Una cosa bastante aburrida, la verdad. La monotonía sólo
se quebraba cuando nos cruzábamos con algún pastor o labriego.
Entonces el Ladrón sugería que le preguntáramos el
camino, y los demás respondíamos que éramos perfectamente
capaces de leer un mapa, por muy torcido y escrito en una lengua extraña
que estuviese. Así se nos fue todo el día.
Feo asunto. Esta noche tendremos
que dormir a la intemperie.
Y así fue: apenas anocheció
nos cruzamos con la intemperie y la dormimos, y ya pudimos pernoctar tranquilos
en un pueblito cercano. A la mañana siguiente nos procuramos algunas
provisiones y bártulos y los cargamos en un burro que trajo el
Ladrón. Una vez acabados los preparativos, partimos sin más
demora.
¿De dónde sacaste
el burro? ¿Lo robaste?
¡Insolente! ¿Cómo
piensas que una dama...ntino varón como yo puede rebajarse a ejercer
tan vil oficio? ¡Realmente, extranjero, pensé que eras de
mi condición!
Como todo ladrón.
Pero, ¿y entonces?
Abrí la puerta del establo
y el borriquito me siguió por su propia voluntad.
El aire calmo de la mañana
fue de pronto perturbado por un batir de poderosas alas coriáceas,
y enormes sombras planearon sobre nuestras cabezas. Entonces me enteré
de cierta curiosidad etimológica.
¡Oh, no! ¡Tragones!
¡Déjenme a mí,
que yo a éstos los corto en fetas!
Ahí nomás el Paladini
montó el burro y salió al galope tendido al encuentro de
las fieras flamígeras, con la espada en alto. No nos dio tiempo
de avisarle que era una espadita de plástico para copetín,
y se lo tragaron como a un cubito de mortadela.
Qué salame.
¡Ah, hermoso! ¡Encima
se llevan al burro de postre! Ahora vamos a tener que seguirlos.
¿Qué te pasa,
fiera? ¿Tomaste pintura? ¡Al pobre bicho no lo vamos a ver
más! Va a ser alargar el viaje al divino botón.
Ya sé, pero necesitamos
una excusa para desviarnos y explorar otros lugares de este mundo, ¿no?
Lo que quedaba del camino, fuese corto
o largo, habría de ser arduo y penoso. Con el burro se había
ido el más vital
de los suministros para una travesía a pie: la palangana para poner
las patas en remojo a la noche. ¡Qué dolor! ¡Y solamente
tenía un par de medias! Ahora entiendo por qué la gente
cambia después de un viajecito como éste.
En los días siguientes avanzamos
muchas leguas entre colinas y bosques; cruzamos puentes, diques y túneles
subfluviales; y conocimos paisajes de ensueño y criaturas portentosas
que no viene al caso describir aquí. Finalmente, una tarde detuvimos
la marcha al oír a lo lejos estridencias de tambores y redoble
de trompetas. Cuando nos acercamos, vimos banderas y pendones de muchos
colores que flameaban sobre carpas y carruajes.
¡Miren! ¡Un circo!
¿Nos quedamos a la función?
¡Pero si este circo es
una lágrima, fiera! Las carpas están llenas de remiendos,
los carromatos están rotos, los leones están flacos y no
quedan más payasos... Mirá aquel poste, le ataron un viejo
para apuntalarlo.
Por favor, ¡ayúdenme!
gritó el viejo. Soy un poderoso mago. Soy el gran Rann-Dhi.
Le deschavé todos los trucos al sumo sacerdote de los gnomos y
ahora me quieren quemar. ¡Si me ayudan, tendrán mi eterna
gratitud!
¡Ay, pobre hombre! Desatémoslo,
¿no?
Y dale. ¿Qué
puede pasar?
Lo que pasó fue que, apenas
lo desatamos, el poste se vino abajo. Y justo fue a caer sobre la carpa
donde los gnomos ensayaban su número musical.
¡Oh, no! ¡Ahí
vienen!
¡Uy, qué bárbaro,
una trifulca! Vamos, gente, démosles pa que tengan.
¡Alto! Yo deploro la
violencia. Estoy seguro de que este asunto puede resolverse con diplomacia.
Sí, yo les voy a partir
diplomáticamente la cabeza con mi hacha.
¡Insisto en que no
es necesario! Yo hablaré con ellos y apelaré a su bongnomía.
Y allá fui a parlamentar con
los gnomos. Resultaron ser unas criaturas muy pintorescas, de dos o tres
pies; y ninguno medía menos de dos metros y medio de altura.
¡Epa! ¡Qué
enanos altos!
De antiguo es sabido, extranjero,
que nada hay más saludable para la estatura de las gentes pequeñas
que una temporada de labor en el Gran Circo de los Hermanos Desventura.
¡Bien! Me alegro de
ver que son personas civilizadas, y no los ogros descerebrados y sedientos
de sangre que parecen. ¡Cómo engañan las apariencias!
Les recomiendo gentilmente que se bañen y se afeiten de vez en
cuando, que esa pinta de estercoleros con patas y este olor a carroña
no los benefician demasiado en su trato con otra gente. Háganme
caso, yo sé de diplomacia. Y ya que podemos conversar educadamente,
les haré una honrada proposición comercial de la que todos
saldremos beneficiados. Ya ven, estamos interesados en que el mago nos
acompañe, y... ¿no tendrán de casualidad una palangana?
Honrados estaríamos de
hacer negocios contigo, noble señor, pero nada tienes que podamos
querer, como no sea tu glándula pituitaria; y ésa podemos
obtenerla nosotros mismos sin más trámite que separar tu
cabeza de tu cuello.
No me convencía la dirección
que estaba tomando el regateo. Tragué saliva, como para no perder
la costumbre, y me volví caminando despacito a donde me esperaban
mis compañeros de viaje.
¿Qué decías
de la diplomacia, macho?
Los caminos de la negociación
están cerrados. Propongo intentar una huida decorosa...
No hubo tiempo. Los gnomos se nos
echaron encima, lanzando imprecaciones terroríficas y políticamente
incorrectas. Es sorprendente lo fácil que uno puede hallarse tratando
de matar ex-enanos a garrotazos.
¡Nos van a hacer pedacitos!
Che, vos, emisario oscuro, allá tenés unos túmulos.
¿Por qué no te levantás unos muertos para que nos
ayuden?
Não, eu prefiro levantar
esta garota.
¡Ay! ¡Te digo que
soy un ladrón!
¡Pero dale! ¿No
ves el paseo que nos están dando?
Está bem. Eu vou invocar
Pombagira.
Entonces la invocación
dio comienzo. El sol perdió parte de su brillo, y las sombras de
las cosas se agigantaron y adquirieron una semivida siniestra. Se detuvo
el fragor de la batalla y todos, aliados y adversarios por igual, observamos
con una mezcla de miedo, terror y espanto mientras el Negro Monte sacaba
una pandereta y se ponía a cantar y a danzar al son del samba
dos mortos.
La tierra tembló y los túmulos
se derrumbaron. Del polvo y el barro surgió entonces un pavoroso
ejército de cadáveres, animados por espíritus impuros.
De los sucios huesos colgaban aún jirones de carne verdosa; su
avance apenas se veía estorbado por la total ausencia de músculos
de la locomoción. Al verlos emerger del suelo de aquella manera,
los gnomos se pusieron nostálgicos de su lejana patria subterránea
y se fueron de copas con los finados.
¡Notable! El mago
saltaba en una pata. Está escrito que un día llegará
un extranjero con barba de una semana y callos plantales a liberarnos
de la tiranía del Monje Negro.
¿En serio? ¿Dónde
está escrito eso?
Aquí, en el poste. Lo
escribí con este clavo mientras ustedes peleaban.
Qué simpático.
Bueno, chau, hasta más ver.
¡No! Me has salvado la
vida y ahora estoy unido a ti por un lazo indisoluble, hasta que la muerte
nos separe. Te suplico que me permitas unirme a tu cruzada y aceptes como
presente estos artículos maravillosos que hallé en mis viajes:
esta alfombra mágica y estas botas de las siete leguas.
¡Ah, bueno! ¡Esto
ya tiene otro color!
Sí, yo mismo lo teñí.
Bueno, ya exploramos bastante.
Estas cosas que nos da el mago nos llevarán pronto a nuestro destino
y podremos terminar de una vez con esta gesta de porquería. ¡Andando!
No puedo decir que me haya engañado.
Los artículos funcionaron: la alfombra mágica hacía
desaparecer todo lo que barríamos debajo de ella, y las botas se
rompieron después de recorrer exactamente siete leguas teniéndolas
puestas. Pero por lo menos se había formado un grupo humano maravilloso.
Y así ocurrió que, luego de varios días de marcha,
nos hallamos por fin muy cerca del Torreón del Monje y de la culminación
de esta apasionante aventura.
Continuará...
|