MALDICIONES CHINAS

Nicolás Saraintaris

Argentina

Mucho frío. Tanto que los huesos se entumecían y los músculos se calaban. Y al revés. Todos lo sufrían, pero el Neo Clisto CXXXIII lo soportaba estoicamente. ¿O sería que el dolor había menguado sus capacidades sensibles? Igualmente ahí se hallaba el Neo Clisto. Erigido en medio de la Plaza Central. Espetado. Como todo Clisto. Espetado.

Había tenido un nombre. Había tenido una vida. Era respetado, así como se respetaba cada ciudadano de las Ciudades Reducto Occidentales. Respetado, pero ahora espetado, "el espetado". Maligno juego de palabras de lingüístas desocupados. Había traicionado, había mantenido relaciones con los orientales, con los chinos, con sus laterales líquidas e imposibilidad de pronunciar la "r". Así la justicia lo había castigado, negándole su sistema fonológico. Era antaño, como todos, respetado, "el respetado", pero ahora... ahora era "el lespetado", "el espetado"; las vibrantes múltiples desaparecían y las eles se confundían en unidad globalizada, proceso típicamente occidental, nada accidental.

Occidente tenía armas nucleares, Oriente (léase China superpotenciada por miles de millones de chinos) también. Oriente propuso el desarme, Occidente lo acató (aunque fueron guardadas algunas bombas por si acaso). Y el "si acaso" llegó, y llegó el ocaso con él. Oriente atacó con una bomba impensable, una bomba humana. Y la explosión demográfica voló el Occidentalismo por los aires.

Buenos Aires había resistido la ola expansiva, mantenía la sangre del Oeste corriendo por las venas abiertas de la esperanza. Pero era una era oscura, más oscura que el medioevo oscuro. La gente desesperaba, la religión resistía el peso del Buda. "Debería venir en nuestra ayuda un nuevo Redentor", argüían los eclesiásticos. Pero no venía. No podía esperárselo más. Fue entonces creado. El credo fue creado. Y así nació la figura de Neo Clisto, aquel que pagaría por los pecados de todos los Occidentales. Pero fue muerto luego de días de espetado. Y debió sobrevenirlo el Neo Clisto II. Después el III y luego...

Los Clistos se transformaron rápidamente en figuras sociales de importancia vital. Hombres que eran castigados por el gravísimo crimen de traición al hemisferio. Traicionar. Este verbo los hacía carne.

Clisto CXXXIII era especial. Había ya franqueado la barrera de los tres días de espetado, más de lo esperado. Podríamos aducir su fortaleza al frío glacial que azotó Buenos Aires en esa época, ralentizando la indefectible huida de la sangre del cuerpo del Cordero de Dios. Así y todo duraba.

El quinto día Clisto CXXXIII abrió sus ojos y contempló la Plaza. Gente rezando en derredor como pintura imperecedera de la Fe. Oraciones inteligibles y llantos compasivos completaban la escena. Le llamó la atención un niño que miraba fijamente su costado herido por una lanza inmemorial. El pequeño, al sentirse observado, le preguntó:


Ilustración: Saurio

—¿Te duele?

—Mucho. Es injusto... injusto lo que me hicieron. Nunca traicioné a nadie, pero no te sientas mal por... mal por mí. Yo ya estoy muerto.

—Mami dijo que resucitarías como todos los Clistos.

Al oír llamarse Clisto recordó la maldición de la "l" oriental, la primer maldición china, la maldición lateral. Una sola letra que cambiaba su status y lo homologaba al del enemigo, al del muerto social. Maldito Sol. Eso era, maldito sol. El sol había permitido las categorías de este y oeste, y ya sea ésta u otra razón debería echarse la culpa a algo o a alguien. Muy fácil echársela a uno de los bandos, y lo fácil no era lo suyo, su vida no era fácil.

—Decile a mami que deje... que deje de inventar pavadas. Me condenaron a la muerte, y muerto por siempre moriré. —Las palabras se arrastraban con la resignación de un poeta, acompasaban el doler de la sangre furtiva.

—Podría ayudarte a escapar —comentó con inocencia el niño.

Clisto CXXXIII comenzó a reír. Una risa anacrónica. El niño era un buen mitigante del dolor. Su inocencia era deliciosa.

—¿Cómo te llamás... pequeño? —preguntó ya un poco más endulzado, pero sin tener en cuenta la dulzura de sus heridas.

—Me dicen Pecas.

—Pecas eh. Entonces decime, Pecas. ¿Pensaste en... en algo para ayudarme?

—Mmmm... la verdad que no.

—Un par de cosas que te pida y podemos... podemos armar un buen plan... ¿qué te parece?

—No sé... si mi mami me deja...

Clisto CXXXIII no pudo más que maldecir silenciosamente la obediencia ciega del niño. Ningún adulto debería enterarse de que él se escaparía. Todos disfrutaban con estar seguros de que existía "el espetado" y que a través de él los pecados serían perdonados. Un espetado escapado sería mal augurio para la supervivencia de las westes del oeste.

—Mami te deja, Pecas. Además es... es fácil... tenés que traer... —Le costaba cada vez más pronunciar las palabras, su discurso se cortaba, su existencia se coartaba— tenés que traer algún amiguito que tenga fuerza... alguien que me lleve.

—Conozco al Gordo. Es muy fuerte y le gana peleando a todos.

—Decile... decile que venga.

Pero el Gordo no era una buena ayuda. El Gordo era hijo de un policía, un policía que guardaba las apariencias, su gorda y occidental apariencia, su burda gordura, su parecido al Buda, elemento de conquista religiosa que era celosamente negado en las Ciudades Reducto. Cuando Pecas le comentó su plan al Gordo, el padre se encontraba ahí vigilando, escuchándolos. Su reacción fue inmediata. Agarró a Pecas del cuello y alzándolo en el aire como quien sostiene algo pestilente lo llevó al medio de la Plaza, donde se hallaran el espetado y las multitudes fanáticas de la Continua Redención. Levantando la voz y al niño exclamó con fiereza:


Ilustración: E. y E. Castillo

—He aquí un traidor, un traidor a Occidente. He aquí un pequeño que cultiva el amor a lo Chino. Pretendía ayudar al Clisto, pretendía impedir nuestra Salvación. Con el poder que me otorga la segunda maldición china lo condeno a muerte.

La segunda maldición china. Todo niño es como la cera joven. Puede ser moldeado para adquirir belleza o vileza. Todo niño es puro potencial. Es esperanza. Pero aquellos que se malograran sucumbirían ante la segunda maldición china, lateral y duplicada. Eran esperanza. Se constituirían en "espelanza", y de ahí por duplicación silábica (la insondable superpoblación China daba como resultado odio a las cantidades multiplicadas) en "espelanlanza", y la lanza esperarían. Lanza que los espetara. Esperarían que se los espetara. Tanta, pero tanta creatividad lingüística chocaba con las prácticas occidentales de destrucción y asimilación de lenguas.

Clisto CXXXIII finalmente murió. Pero la muerte fue su salvación. El espectáculo del sufrir de Pecas no podía soportarse. Fluidos inmaduros goteando de una maldad increíble, incleíble, indeleble e indecible. Gemidos infantiles ante un tiempo oscuro, osculo, ósculo, besar del Diablo, y de un odio solar.



Nicolás Saraintaris

Nicolás Saraintaris, según su socialmente aceptado designio individual, ha nacido y vivido por y hasta ahora en Argentina. Tiene 20 años, es estudiante de letras en la Universidad de Buenos Aires y ha publicado el relato "Percepciones" en el libro de la colección breve de Nitecuento Número 6. En la Revista El Parnaso número 0 Especial ciencia ficción, fantasía y terror apareció su relato "Repista OPLE" y en la Revista El Parnaso Número 1 el cuento "El peregrino". Tiene una obra poética que espera publicar gracias a "un editor magnánimo que guste del ludismo lingüístico". Nicolás manifiesta sentir interés por la Literatura en general, con especial afición por la literatura Inglesa y la ficción especulativa mundial".


Axxón 142 - Septiembre de 2004