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EL ASTEROIDEYelinna Pulliti Carrasco |
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Tengo una vida feliz. O al menos aparentemente feliz. Es decir: tengo todo para ser feliz. Voy a la oficina de nueve a cinco, tengo una esposa que jamás me niega un coito y una hija de cinco años a la que apenas conozco. O tal vez no quiero conocer. A la oficina después del desayuno que tan solícita me prepara mi amorosa Margaret, un beso a la extraña de cinco años y al trabajo. Ocho horas mirando hipnotizado al monitor. De vuelta a casa, sexo o masturbación, o a veces el noticiero de la noche. Margaret acuesta a la niña mientras leo una revista, casi siempre un número atrasado.
Hay que reparar la pintura del techo me dice Margaret antes de acostarme.
Hoy no tengo ánimo para tocarle los senos.
Es eso lo que sucede: Yo, en mi casa, con mi linda familia, mi bien remunerado trabajo... me estoy muriendo del aburrimiento. De joven tenía planes, sueños... pero todo cambió al casarme, al tener que pagar una casa y encima, mantener una niña. No hay esperanza, estoy atrapado.
No, no sufro de depresión, eso ya sería algo: el estar convencido de ser materia descompuesta por dentro, el creer ciegamente que algo va a aniquilarme, la inminencia de la muerte o la locura... ya sería algo contra lo cual luchar... Lo que yo tengo es aburrimiento.
A veces, en la noche, suelo imaginar que voy al cuarto de mi hija y, en la oscuridad, la estrangulo. Imagino la reacción de Margaret: sus gritos, su llanto. Imagino a la policía que llega y me arresta. Imagino el juicio, la cárcel, el patíbulo o el manicomio.
Eso ya sería algo.
Porque me estoy muriendo de aburrimiento.
¿Y si asesinara a Margaret?
No podría hacer eso, la amo, o al menos eso creo. Ella es como una muñeca, un títere o una muerta. Funciona como accionada por un mecanismo de cuerda. El mecanismo se pone en funcionamiento cada mañana para hacerme el desayuno. Y luego en la noche para mirarme sonriendo, pero vacía. Vacía de aburrimiento.
Era otra de esas noches de insomnio en las que miraba el techo. Podría predecir las siguientes veinticuatro horas, los siguientes siete días, todo el resto del año. Recuerdo que ese día al regresar del trabajo encontré a mi hija saltando en su cuarto; le pregunté a Margaret por qué chillaba tanto y ella me contestó:
Le compré un telescopio de juguete, me lo ha pedido durante semanas.
No le di importancia. Como toda novedad, el telescopio quedó relegado al olvido dos meses después.
Lo recordé la noche pasada, mientras miraba el cielo por la ventana, un cielo agonizante. Sentí deseos de hurgar en su negro vientre. Después del trabajo iré a robárselo a esa extraña que habita mi casa.
Siempre me interesó la astronomía, pero no demasiado, y nunca pude comprar un telescopio como debe ser. Pero con ese juguete (en realidad un largavista en lugar de un telescopio) podría aprovechar las noches de insomnio, distraerme de mi tedio.
Y ella juega dando saltos alrededor de la mesa mientras desayuno.
¿Qué le entusiasma tanto?, me pregunté. ¿Qué mano le da cuerda a esta muñeca ridícula?
Para evitar ahorcarla, esa noche subí el telescopio a la azotea y hurgué en el cielo unas dos horas sin descansar.
Camino a casa y es la misma gente. Podría sacar el auto y atropellar a unos cuantos. Luego los policías, el juicio, la cárcel, el patíbulo o el manicomio.
Ya sería algo.
Puede que sea por ello que mi vida ha empezado a girar en torno al telescopio.
Qué absurda existencia cuando lo único que importa es un telescopio de juguete.
Tal vez debería suicidarme, sería algo para la vida de mis estúpidas muñecas de cuerda.
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Y uno de los puntos brillantes empezó a moverse; primero no lo noté, era imperceptible, pero con el paso de los días, las semanas, ya era sensible el movimiento. Un punto en el cielo moviéndose, ¡joder! y yo aquí aguantando el aire frío.
Bajé hasta la cocina y bebí cerveza hasta emborracharme.
Tal vez estoy enloqueciendo, la idea me alegra. Hoy no he ido al trabajo; pasaré por la biblioteca, mañana le mentiré al jefe.
Sólo los asteroides se mueven de esa manera dije cerrando el libro; entonces he encontrado un asteroide.
Acabé la última cerveza y subí a la azotea. Margaret me reprocha que me haya distanciado, ya no la toco, además hoy le grité a la mocosa: me sacaron de quicio sus saltos alrededor de la mesa. La vi extraña, desconocida, como un raro animal. Margaret me insultó. Estoy de acuerdo con ella, soy un hijo de puta.
Esta noche se ve más brillante dije mascando un trozo de chicle, también robado a la mocosa. ¡Ja!, parece que viene directamente hacia aquí.
En ese momento me pareció absurdo, pero ahora que lo observo, más y más brillante, estoy seguro de ello: es un asteroide y se dirige hacia la Tierra.
¿Cuánto tiempo tardarán los científicos en darse cuenta? Si un aficionado como yo, con un telescopio de juguete ha localizado semejante cosa, entonces ellos también deben haberla visto.
Ayer llamé al observatorio después de buscar su teléfono durante una hora en la guía telefónica. Me confirmaron lo que sospechaba: ya lo habían visto, y además yo no era el único. Otros aficionados ya habían llamado y les habían dicho lo mismo que a mí: que guardara silencio. Sí, era un asteroide de más de 100 kilómetros de diámetro, se dirigía directamente a la Tierra y nada se podía hacer para evitarlo. Chocaría contra nosotros y todo se iría al diablo.
¿Sabe lo que ocurrirá si decide decir algo a alguien de lo que ha descubierto? me dijo la voz al otro lado del teléfono.
Pánico.
Así es, será el mayor caos social de la historia. Pánico colectivo, el fin del orden tal como lo conocemos.
Comprendo.
Me sorprende que se lo tome con tanta calma. Nadie va a salvarse, óigame bien.
No tengo nada que perder.
Colgué.
Le hice el amor a Margaret esa noche sólo para calmarla; tal vez sospecha que tengo una amante. La niña que vive con nosotros tampoco importa. Ni sus saltos, ni el desayuno, ni el auto, ni el trabajo, ni la gente, nada.
Yo estoy a cientos de kilómetros de donde todos ellos están, no saben lo que yo sé. Salvo algunos otros, nadie sabe nada. Han habido algunos suicidios en los noticieros, nada nuevo. La bolsa, los tiroteos, la política, todo ocurre mientras la muerte se cierne sobre nuestras cabezas. Porque nadie sabe nada.
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Y le seguiré tocando los senos a Margaret y fingiendo que voy al trabajo, ya que me la paso mirando el cielo, incluso de día.
No puedo evitar sonreír. Un asteroide cayendo del cielo y aniquilándolo todo.
Verlo llegar, después mi desesperada e inútil lucha por sobrevivir en una tierra convertida en infierno, y luego ser consciente de mi propia muerte. Va a ser la mayor aventura de mi vida, lo que siempre soñé: una aventura, la más grande y la última.
Ya faltan pocos días, ya no bebo, quiero estar completamente sobrio cuando llegue, cuando ya esté aquí.
YELINNA PULLITI CARRASCO
De Yelinna hemos publicado "Una tarea escolar" en Axxón 140. E insistimos con esta limeña que acaba de cumplir sus primeros 24 años porque nos sorprende descubrir que son ciertas sus palabras cuando dice que al escribir juega con los aspectos más viles y miserables de la naturaleza humana. Nació el 24 de septiembre de 1980, de modo que, aunque han transcurrido unos días, con esta nueva aparición en Axxón le decimos ¡feliz cumpleaños!
Axxón 143 - Octubre de 2004