DIVULGACIÓN: ¿Qué significan estos hallazgos?

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Las huacas de Vilcabamba
por Marcelo Dos Santos (especial para Axxón)
www.mcds.com.ar

Hubo en un tiempo una civilización americana que puede compararse con éxito con el Imperio Romano.

Hubo un estado imperial que controlaba un territorio mayor que toda Europa, y que gobernaba bajo un benévolo despotismo a 45 millones de almas.

Hubo un país cuyo gobierno jamás permitió que ni siquiera uno solo de sus súbditos sufriera de hambre y de frío, y que era capaz de conquistar por la fuerza de las armas y del raciocinio a todos aquellos que pretendieron oponérsele.

Ese estado y ese imperio se llamaron Tahuantinsuyo, y los historiadores blancos los denominan Imperio Incaico. Acaso represente la más avanzada civilización humana de la Antigüedad, si exceptuamos a China, a Grecia y a Roma.


Escribe Hiram Bingham en su libro "Lost city of the Incas": "Pocos son los que se dan cabal cuenta de cuánto se debe a los peruanos. Escaso es también el número de las personas que aprecian debidamente el hecho de que nos dieran la papa, el maíz y drogas tan útiles como la quinina y la cocaína. Su civilización, que empleó miles de años para desarrollarse, se caracterizó por el genio inventivo, la destreza artística y un conocimiento de la agricultura que no ha sido igualado ni antes ni después. En la elaboración de hermosa cerámica y en el tejido de finas telas, igualaron lo mejor que Egipto y Grecia podían ofrecer".

Sin embargo, con su sutileza técnica y su perfección matemática, ingenieril y astronómica, los incas no poseyeron forma alguna de escritura, ni siquiera jeroglíficos primitivos, pictogramas ni petroglifos. Su único sistema de registro de datos fueron unas cuerdas de distintos colores, los quipus, anudadas con nudos de distintos tamaños y a distintas alturas, que probablemente representaban cálculos, contabilidades, listas de bienes y propiedades o anales reales.

Por este motivo, lo único que sabemos de esta incomparable cultura es lo que podemos ver con nuestros ojos o lo que escribieron los conquistadores españoles que se enfrentaron a ellos y en pocos años los exterminaron.


El principal documento histórico que conocemos acerca de los últimos tiempos del imperio es la "Crónica" de Pedro Sancho, secretario de Francisco Pizarro. Dice Sancho que, tan pronto como los españoles conquistaron Cuzco, en 1533, Pizarro eligió de entre los incas principales a un joven llamado Manco, a quien entronizó como soberano títere, con el nombre de Manco II, en reemplazo de Atahualpa, a quien el español acababa de asesinar.

Al principio, Manco agradeció a Pizarro su corona, pero pronto se dio cuenta de que sólo era un instrumento de los españoles para pacificar el país, lo que lo impulsó a organizar una gran revuelta. Títere y todo, su investidura real ponía a sus órdenes decenas de miles de feroces guerreros incas, completamente equipados y de perfecta disciplina y entrenamiento. Sólo olvidó considerar la "pequeña" diferencia tecnológica entre sus lanzas y flechas y los cañones y mosquetes españoles.

Tres años más tarde, en 1536, el derrengado y desmoralizado ejército de Manco se ponía en fuga desde Cuzco, y se dirigía, en ordenada retirada, hacia el valle del río Urubamba. Iban con él sus tres hijos, de los cuales el segundo, Titu Cusi, parece haber sido el preferido del emperador, a pesar de ser ilegítimo. Su madre no era la emperatriz, sino una de las concubinas oficiales de Manco.

Años después, Titu dictó a un mestizo, hijo de un soldado español, el relato completo de la vida, reinado y desventuras de su padre, el Inca Manco II. El libro fue revisado por el agustino Fray Marcos García, y enviado al Rey de España. Su título es "Relación de la Conquista del Perú y Hechos del Inca Manco II".

Titu cuenta que era sólo un niño de seis años cuando su padre abandonó Cuzco con él, y que, sabedor el Inca de que los españoles lo seguirían pronto, decidió refugiarse en el bajo valle del Urubamba, más allá de una cordillera que llama Vilcabamba. Titu Cusi reputa al sitio como "uno de los más inaccesibles de los Andes".



El Urubamba

Manco consiguió escapar, pero Titu, su madre y sus parientes fueron capturados y devueltos a Cuzco en triunfo por los españoles. Pizarro abandonó la persecución de Manco y regresó a la ciudad.

Dice Bingham: "Todo el que conozca la historia sabe cuán azarozo fue para Aníbal y Napoleón, en épocas diferentes, entrar sus ejércitos en Italia a través de los pasos de los Alpes, mucho más bajos que los de Perú. No es sorprendente que Pizarro encontrase imposible seguir al Inca Manco por pasos que son más elevados que la mismísima cima del Mont Blanc. En ninguna otra parte de los Andes hay tantos hermosos picos nevados. El Verónica (5899 m), el Salcanty (6272 m), el Soray (5928 m) y Soiroccocha (5550 m) son rasgos sorprendentes del paisaje. Algunos de ellos son visibles desde cientos de kilómetros. Nadie los ha escalado. En las laderas de esos montes hay glaciares rara vez visitados. Los valles que hay entre ellos sólo pueden alcanzarse a través de pasos de más de 4500 m de altura, donde el viajero se ve detenido por violentas tempestades de granizo y nieve".

Sabiendo esto, Manco II huyó de Pizarro sobre el paso de Panticalla, bajo el río Lucumayo, y cruzó el Urubamba por un sitio que Titu Cusi llama Chuquichaca. Sigue diciendo que entrando por uno de los afluentes del Urubamba —el Vilcabamba— llegaron a un lugar agradable y fértil, donde comprendieron que podrían cosechar sus alimentos y encontrar pastos para llamas y alpacas, sus 45 mil cabezas de ganado.

Manco llamó a ese lugar Vitcos (o posiblemente Uiticos), y mandó construir en él un gran palacio y una ciudad completa. Los escritores modernos llaman a ese alto valle Vilcabamba.


Desde su base en Vilcabamba, Manco y sus guerreros se convirtieron en un problema para Pizarro. Sus frecuentes incursiones contra los españoles y las sucesivas derrotas que éstos sufrieron a manos de los incas, decidieron a Pizarro a actuar en forma drástica: atacó a los incas con todo su ejército. El Inca, entonces, se retiró a través del paso de Panticalla, dejando a los europeos a merced del soroche, desagradable enfermedad provocada por la baja presión de oxígeno, que inexorablemente ataca a la gente del llano al sobrepasar los 4000 m de altura. Destruyendo puentes y caminos, Manco llegó a salvo a su fortaleza de Vitcos, desairando a Pizarro y haciéndolo desear haberse quedado en Lima.

Luego de una artera serie de engaños diplomáticos, sin embargo, en 1545 los españoles consiguieron que el emperador abandonase su desconocida ciudadela y se entregara a ellos para vivir como un rey destronado el resto de sus días. Manco accedió, mas tres días después fue asesinado por Gómez Pérez, adlátere de Diego de Almagro.


Así abandonaron los incas su último refugio montañés, y así pereció Manco, el último rey guerrero. Lo sucedió, ya entre españoles, su hijo mayor, Sayri Túpac, a la sazón un niño aún. Gobernó hasta 1560 como rey sometido a Pizarro, pero también fue asesinado.

El rey siguiente es el propio Titu Cusi Yupanqui, hermano menor de Sayri y narrador de la historia. Al revés que su predecesor, Titu regresó a la nunca descubierta fortaleza de Vitcos y allí gobernó con fuerte mano a los sobrevivientes de su cultura, invitando a algunos españoles a visitarlo. En especial, dos monjes agustinos, que pretendieron presentarse en Vilcabamba sin invitación imperial, sufrieron un intento —presumiblemente exitoso— de seducción a manos de varias bellas jovencitas incas (no las Vírgenes del Sol, por cierto) de modo de ser capturados e integrados sin dificultad. Bingham relata otros interesantes aspectos de la vida de los incas en Vilcabamba, vistos por los ojos de los conquistadores. Al cabo, los españoles consiguieron que Titu se convirtiese al cristianismo y tomara el nombre de Don Diego de Castro Titu Cusi Yupanqui, hasta morir, en apariencia, de una violenta neumonía.

Su sucesor, el hijo menor de Manco, Túpac Amaru, desoyó desde un principio las melíferas palabras de sus conquistadores y luchó contra ellos. Coronado en 1571, fue derrotado y ejecutado en 1572, junto con su esposa e hijos.

De este modo pereció la dinastía imperial de los incas, y así llegó a su fin esa civilización esplendente y elevada.


Mas el refugio prohibido de Vitcos o Vilcabamba nunca fue hallado por los europeos. El santuario, desaparecidos los incas, fue abandonado, se perdió su rastro, y finalmente desapareció de la memoria de ambos pueblos, peruanos y españoles.

Tanto el relato de Titu Cusi como el de un agustino español, Antonio de la Calancha, son superlativamente vagos con respecto a su ubicación exacta, y, además, nunca hubo motivos verdaderos para buscarlo seriamente.

Cayó, por tanto, en el olvido por casi tres siglos y medio, hasta que, en 1911, el arqueólogo y explorador norteamericano Hiram Bingham descubrió una ciudad abandonada, muy bien conservada, en las alturas de la cordillera de Vilcabamba, y comprendió que había encontrado Vitcos y el refugio de los últimos emperadores incas. Es lo que conocemos como Machu Picchu, por el nombre de la cadena montañosa en que se halla emplazada.

La historia azaroza y detectivesca del descubrimiento de Bingham, relatada con lujo de detalles en su libro, es de por sí interesantísima, y tan improbable, que los mismos plantadores del valle de Vilcabamba nunca habían visto ni visitado las ruinas. Pero no es este el tema de nuestro artículo. Nuestro interés son las huacas, las tumbas de Vilcabamba.


Los españoles pensaban que Manco había huido del Cuzco llevándose todos los tesoros imperiales de oro y plata, pero Bingham no lo creía así —en cualquier caso, el tesoro nunca ha sido encontrado—. Más allá de la impresionante arquitectura desplegada por los incas en Vilcabamba, su interés como arqueólogo se centraba en la cerámica y los contenidos de las huacas. Hemos de considerar que es probable que, en sus tiempos de esplendor, Vitcos-Vilcabamba-Machu Picchu albergase más de cien mil personas, por lo que los lugares de enterramiento debían ser numerosos y darían luz sobre la forma de vida de los últimos incas y su gente.



Puesto de vigilancia llegando a Vitcos

Mas primero había que encontrarlos. Luego de un minucioso examen de la ciudad, Bingham no obtuvo resultados. Pasó una semana entera con sus hombres, excavando en cada templo, en cada plaza y en cada casa de la ciudad, sin encontrar un solo cráneo ni un hueso humano. Exhumó, sí, numerosos fragmentos de cerámica, pero ningún cadáver. Escribe, angustiado: "Comenzaba a parecer como si nuestros esfuerzos para conocer algo más de la vida de los constructores de Machu Picchu que lo que se pudiera obtener mediante el estudio de su arquitectura y de pequeños fragmentos de cerámica, estuvieran destinados a fracasar". Es interesante ponerse en el lugar del hawaiano, acampado en medio de una enorme ciudad que albergaba decenas de miles de seres humanos, sin poder encontrar ni un solo cuerpo. Increíbles templos, ciclópeas ciudades, barrios enteros cuidadosamente diseñados, pero... ¿dónde estaba la gente? ¿Era acaso que los incas habían evacuado la ciudad completamente al enfrentar Túpac Amaru a los españoles por última vez?

Los incas educaban celosamente a una especialísima casta sacerdotal de mujeres, las ñustas o "Vírgenes del Sol". Las ñustas eran seleccionadas, entrenadas y puestas al exclusivo servicio del Dios Sol, Inti, del Inca y del Sumo Sacerdote. Se las reclutaba entre las mejores, más inteligentes y más bellas de las niñas de las familias más preclaras, y, con su virginidad y su honestidad rígidamente vigiladas por la Suma Sacerdotisa —la Mama-Cuna—, se las recluía para que sólo se dedicasen a sus deberes religiosos.

Bingham razonó que no era probable que las ñustas hubiesen sido entregadas a los españoles cuando Sayri Túpac fue convencido de abandonar Vitcos, y que tampoco Túpac Amaru iba a llevarlas a la guerra, acompañando al ejército en una campaña militar. Las Mujeres Escogidas eran, para los incas, demasiado importantes como para arriesgarlas, en caso de derrota, a la violación, al tormento, a la muerte o, aún peor, a un deshonroso futuro como concubinas o amantes de algún soldado español. Eran las Mujeres Escogidas, las Vírgenes del Sol, apartadas del hombre común por mano del Inca y por orden del Sol.



Una casa típica

No. Bingham estaba seguro de que las ñustas habían permanecido en Vitcos. Pero ¿dónde estaban sus tumbas? Acaso todos los hombres hubiesen muerto en batalla, allá abajo, pero ellas... Ellas debían estar aquí, en Machu Picchu.


Abundancia de cerámicas quebradas: la mayoría de los fragmentos fueron encontrados en una masa increíble, bajo las ventanas del Templo de las Tres Ventanas. El edificio es evidentemente un templo, porque una casa con tres ventanas de semejantes dimensiones no puede haber servido para habitación humana, habida cuenta del inclemente clima de Machu Picchu. "Por cierto que no parece probable que semejante masa de utensilios, en una terraza bajo tres ventanas ceremoniales, se



El Templo de las Tres Ventanas

pudiese formar sólo lanzando tiestos en buen estado", escribe el arqueólogo. "Posiblemente, estos utensilios representaban cerámicas quebradas en el curso de las fiestas religiosas o en las alcohólicas orgías que las seguían. Muchos de ellos yacían de dos a cuatro pies bajo la superficie. Debe haber sido costumbre durante siglos tirar los objetos de cerámica por las ventanas de este templo".

Ninguna tumba: los trabajadores indios de la expedición de Bingham, empleados de un patrón peruano llamado Mariano Ferro, manifestaron que los incas tenían la costumbre de enterrar a sus muertos en cavernas sepulcrales y no en tumbas a la manera europea. Bingham sabía que esto era cierto, porque había visto tales cuevas funerarias en otra localización inca, Choqquequirau.

"Les pedimos que nos ayudaran. Estaban, sin duda, muy familiarizados con todo el lado de la montaña, y les pedimos que excavasen en busca de sepulcros".

Los indios trabajaron sin descanso durante dos días, pero sin éxito. Los habitantes de Vilcabamba parecían haberse desvanecido en la nada. ¡Al menos Bingham tenía que encontrar a las Vírgenes del Sol! Decidió tomar una medida heroica: "Anunciamos que daríamos un sol de plata a quienquiera que nos informase de alguna caverna que contuviera un cráneo o que nos llevara hasta la sepultura exactamente como la había encontrado, dejándonos ver la calavera en su respectiva posición".

Al día siguiente, Hiram liberó a sus hombres de explorar el subsuelo de la ciudad para que ayudaran en la búsqueda de sepulturas. Si no las hallaban, Machu Picchu se convertiría en una insolube incógnita, La Ciudad Sin Gente. Tantos hombres buscando, con un aliciente económico, tenían que encontrar los cementerios...

No fue así. Al término de la jornada, los voluntarios regresaron, tristes y desalentados, sin esperanza de obtener sus recompensas.

Pero, más tarde, algunos de los indios locales tuvieron más suerte: por la noche, manifestaron alegremente que habían descubierto ocho cuevas sepulcrales... y que querían sus ocho soles de plata. Para cada uno de ellos representaban el salario de una semana en el duro trabajo de la plantación.

Y, en la primera que visitó Bingham, encontró a su primer inca, a quien pudo, por primera vez, mirar cara a cara. Escuchemos:



Casas en Vilcabamba

"Vimos los huesos de una mujer de unos treinta y cinco años, representante de la región costeña media del Perú y posiblemente una de aquellas atractivas damas que fueron enviadas por Titu Cusi para seducir a los padres agustinos que deseaban entrar a Vilcabamba...". En efecto, el Inca debe haber pensado que si no se podía exterminar a los españoles por la guerra ni por el peso de su mayor cultura, bien podía intentarse la vía sexual. "Juzgando por la posición de los huesos, se la había enterrado en la usual posición de las momias, con las piernas dobladas bajo la barbilla. Con ella fueron sepultados los restos de sus ollas y vasijas de alimentos".

En la segunda cueva, Bingham encontró dos cráneos de adultos de pequeña complexión, aunque no había nada de bronce ni de cerámica.

En la tercera caverna, hallaron, por fin, una pieza completa de cerámica, la primera que no estaba rota. Era una fuente de servir de dos agarraderas, bellamente decorada. Junto a ella, el cuerpo de una mujer de treinta a treinta y cinco años, de tipo montañés.

En los días siguientes, los trabajadores encontraron más de cincuenta cuevas bajo la dirección del Dr. Eaton, uno de los miembros de la expedición. Empero, ninguna de ellas contenía el oro tan buscado por los españoles del siglo XVI. En la mayoría de ellas había esqueletos en mejor o peor estado de conservación, dispuestos simplemente sobre el suelo. Habitualmente los acompañaban artefactos de cerámica y unas agujas de tejer, que las Vírgenes del Sol preparaban pulimentando huesos de llama. Había también instrumentos de bronce.

Bingham llamó a esta primera serie de cuevas Cementerio N° 1. Contuvo, al final del recuento, cincuenta cuerpos, de los cuales sólo cuatro eran de hombres.

La teoría del estadounidense comenzaba a mostrar ser verdadera. Cada vez se convencía más de que los incas habíanse entregado (en tiempos de Sayri Túpac) o habían ido a la guerra (como Titu Cusi y Túpac Amaru), pero nunca habían puesto a sus adorables ñustas al alcance de los ojos y de las manos de los españoles.

"Esto constituía un descubrimiento notable y significativo", escribe Bingham. "Al parecer, los últimos habitantes de Machu Picchu eran Mujeres Escogidas, las Vírgenes del Sol asociadas a los santuarios en que era adorado el astro".

En el Cementerio N° 2, ubicado por debajo de la zona oriental de la ciudad, los trabajadores descubrieron los restos de otros cincuenta individuos. De nuevo, sólo cinco eran varones.


En cierta oportunidad, el gran descubrimiento: la sepultura de una Mama-Cuna, la priora del convento de las Mujeres Escogidas. Yacía junto a sus efectos personales, su cerámica y el esqueleto de su perro... ¡increíblemente parecido al de un moderno collie! El cuerpo de la Suma Sacerdotisa llevaba dos grandes alfileres para sujetar el chal hechos en bronce, un par de pinzas del mismo material, dos agujas hechas de espinas vegetales y un cuchillo cuya cabeza, delicadamente labrada, representaba un pájaro en vuelo. Fragmentos de lana y fibras vegetales, dos hermosas jarras con rostros humanos y una olla con una serpiente representada en relieve completaban el ajuar funerario de la abadesa. El objeto más interesante era un espejo cóncavo de bronce, con el que las ñustas encendían fuego ante el pueblo, concentrando los rayos del sol, para recordarles a los incas cuán liberal era Inti en sus dádivas al ser humano.

La mujer, de cuerpo delicadamente formado y de posición muy especial en la sociedad imperial —ningún otro cadáver fue sepultado con sus artículos de tocador, cerámica tan fina ni mucho menos con su perro— murió desgraciadamente de sífilis. Como todas las demás, la tumba de la Mama-Cuna carecía de metales preciosos.

En otras tumbas del grupo 2 se encontraron diversos utensilios que, a juicio de Bingham, denotan la profesión o el carácter social del yacente: champis (especies de palancas de bronce, que los indios utilizaban para mover los ingentes bloques de piedra de los edificios), martillos de piedra —ambos en las escasas tumbas masculinas—, gran cantidad de vajilla en las de las mujeres, chales, moletas para mortero, y alimentos de variados tipos.



Objetos hallados en una tumba femenina

En la tumba de una joven Virgen del Sol, los exploradores hallaron una extraordinaria colección de huesos de diversos animales: una llama, un agutí, un pequeño ciervo y una liebre. ¿Qué hacían allí? Bingham especula que, dado que entre las ñustas era común la confección de sus propias herramientas de hilado y tejido, arte que se les enseñaba en la primera infancia, posiblemente la muchacha había coleccionado los huesecillos con la intención de tallarlos y pulirlos más adelante para hacer ruecas, husos y punzones. Luego, enfermó y murió, y los huesos fueron enterrados junto a ella, como lo fueron el resto de sus pertenencias.

Muchas otras huacas contenían objetos por el estilo, hasta que una gran sorpresa quitó el aliento a los estadounidenses.

En una de las cuevas, a una profundidad de un metro y medio, habían enterrado a dos hombres: uno de veinte años y el otro más viejo. Sus cuerpos eran delgados y pequeños, muy diferentes de los robustos arquitectos, ingenieros y albañiles que solían ser enterrados con sus champis y sus martillos. El más mozo tenía un collar elaboradamente tallado, hecho de cuentas de hueso y... ¡de vidrio! ¿De dónde obtuvo esta pieza, de obvio origen europeo? El cuerpo del viejo tenía unos adornos, pendientes provenientes de un collar y una colección de fichas de piedra, cortadas y pulimentadas hasta dejarlas muy finas, como fichas de póker. Lo más increíble es que, además de ello, junto a ellos había una jarra para contener chicha, bebida alcohólica de maíz, cuya confección y almacenamiento estaba a cargo de las ñustas, exclusivamente. Se trataba, pues, de una pieza que se hubiese esperado encontrar en una tumba de mujer, jamás en la de dos hombres.



Vasija para chicha, típica de las tumbas de las ñustas (original inca)

No se trataba de eunucos o mancebos de algún señor, pues la homosexualidad estaba muy mal vista en la sociedad inca de su tiempo, y, al igual que en Roma antes de Adriano, totalmente prohibida en la Corte. Los únicos hombres que convivían en cercanía con las Mujeres Escogidas eran el Inca, los sacerdotes y algunos nobles, además de los constructores e ingenieros. Sólo estos últimos están representados de cuerpo presente en las huacas de Vilcabamba. Entonces, ¿quiénes eran estos dos hombres, por qué fueron enterrados allí y por qué poseían vajilla femenina? ¿De dónde obtuvo el más joven sus cuentas de vidrio? ¿Se las dio algún español? ¿Por qué las llevó a Vilcabamba?

Lo primero que deducimos es que el muchacho llegó de Cuzco luego de la conquista española, ya que de otro modo no hubiese podido conseguir vidrio. Con respecto a los demás interrogantes, Bingham arriesga algunas teorías, a saber, que los dos hombres eran visitantes no deseados que fueron ejecutados al ser descubiertos, que se trataba de dos espías enviados por los españoles para averiguar el emplazamiento de la Ciudad Sagrada —en este caso, es obvio que nunca regresaron con los datos pedidos— o que se trataba de dos visitantes que, en tren de seducción de alguna Mujer Escogida, trataron de entrar clandestinamente en Vilcabamba, llevando regalos (el jarro y el collar de cuentas) para obtener los favores de alguna de ellas. Descubiertos, fueron muertos y enterrados con sus pertenencias porque así lo dictaban las costumbres. Acaso el enterrarlos con accesorios femeninos representó una cruel burla de sus verdugos, como el mal chiste de poner "Rey Judío" sobre la cabeza de Cristo en el Gólgota. "Quisieron dar estos objetos a las vírgenes, fueron muertos y ahora se los entierra con ellos, como mujeres", es tal vez, el sentido en que sus asesinos hubiesen deseado que leyésemos este episodio.

Por supuesto, ninguna de estas hipótesis satisface al investigador: "Este enterramiento se presenta como un enigma indescifrable", anota Bingham en su libro.


Antes de comenzar a buscar cuevas funerarias, también Bingham había descubierto objetos europeos en diversos templos y casas de Machu Picchu: una hebilla, dos tijeras, piezas de monturas españolas y tres arpas. ¿Quiere esto decir que los españoles habían visitado Machu Picchu? Decididamente no, pues muchos conquistadores sabían leer y escribir (todos los frailes y los oficiales, por ejemplo), y, de haber sido así, la ubicación de la ciudad hubiese sido registrada y notificada a Pizarro. Nos consta que el primer hombre blanco que conoció Vilcabamba fue el propio Bingham en 1911. ¿Entonces? Posiblemente esos implementos fueron traídos por los guerreros de Titu Cusi o de Túpac, luego de alguna incursión exitosa.

Tal extremo se confirma porque, luego de la prolija investigación de cien cavernas sepulcrales, sólo dos de ellas contenían objetos españoles (y una de ellas era la de los dos hombres que mencionamos). Para el caso, en una de las tumbas se encontró un hueso de vaca y dos carozos de durazno, lo que no prueba que un español se haya comido allí su almuerzo, sino sólo que un indio leal, que ocultaba a los españoles su conocimiento de Vitcos, se llevó con él su carne y su fruta y la comió por allí. Los incas desconocían el durazno y el ganado bovino.



Las murallas ciclópeas

En otra cueva se encontró una nueva colección de fichas de piedra, talladas con las siluetas de distintos animales. Junto al cuerpo había una hoja de cuchillo de hierro, metal desconocido por los incas. Es factible que un soldado inca, artesano por vocación en sus ratos libres, haya capturado el puñal luego de una escaramuza, y que lo haya utilizado el resto de su vida para hacer esos graciosos animalitos.

Los incas eran eximios trabajadores del metal, y en sus fundiciones utilizaban braseros de tres patas para calentar las fraguas. Entre todas las tumbas sólo se encontró un ejemplo de brasero. Tal vez los metalúrgicos eran considerados trabajadores de rango inferior, muy diferentes de los ingenieros, y no fueron admitidos en los lugares de enterramiento donde se sepultaban a las Mama-Cunas y a las Vírgenes del Sol. No olvidemos que asumimos que los útiles encontrados señalan la profesión del muerto, mas esto es sólo una presunción, de ningún modo una certeza, y no tenemos por aquí a una ñusta ni a un inca para preguntarle.


A mi juicio, los más enigmáticos de todos los hallazgos son las fichas de piedra pulidas y las siluetas de animales.

Al encontrarlas por primera vez, Bingham y sus trabajadores indios las confundieron con las piedrecillas llamadas por los incas calapurca, "suaves guijarros del río cuyo nombre quiere decir, en aymara, 'piedra del vientre', porque se colocan en la barriga de los cuyes". Esta frase de un libro del padre Cobo, jesuita, describe la cocción de uno de los platos favoritos de los incas. El cuy —que en la Argentina llamamos cuis— es un roedor del tamaño de un cerdito de Indias, que era el manjar más apreciado por los incas. Había dos variedades de cuises: una salvaje, de carne más fibrosa, y otra que los incas habían domesticado hacía milenios, de carne suave y sabrosa, que se dejaba vagar libremente en el interior de las viviendas. Ante un comensal inesperado o siempre que se deseaba un rápido tentempié, bastaba con alargar la mano y tomar uno de estos confiados animalitos, que no temen al ser humano, y ponerlo a cocinar. Las calapurcas se calentaban previamente, y se introducían en el abdomen del cuis para acelerar la cocción de las vísceras y que el tostado fuese parejo por dentro y por fuera.

Eaton y Bingham habían encontrado ya algunas calapurcas en tumbas femeninas (evidentemente, en la de alguna cocinera), y por eso confundieron las fichas pulimentadas.

Pero no era así: las calapurcas son piedras naturales, cantos rodados fluviales en forma de bola o cuenta, y las fichas se parecen a nuestra modernas fichas de marfil para jugar.

Bingham dice en su libro: "En lo alto de una cresta el señor Erdis y sus fieles trabajadores encontraron cantidades de pequeñas piezas de formas curiosas, de un tipo del cual hay pocos representantes en los museos. Varían grandemente de tamaño: algunas son de la forma de fichas para juego y otras talladas en cortes fantásticos. Aunque su uso es un problema, parecen haber servido como fichas o piedras para llevar cuentas".

No comulgo con esta afirmación del hawaiano: disponiendo los incas de sus quipus anudados, de manejo tan complejo como el de una moderna calculadora científica y de igual precisión en los resultados, ¿para qué necesitaban primitivos contadores de piedra pulimentada? En caso de necesitarlos —pongamos por caso, para enseñar a contar a los niños—, ¿por qué no les daban quipus adecuadamente simplificados, o simples piedrecillas recogidas por ahí? ¿Para qué pasar meses y meses puliendo piedras duras con primitivas herramientas de bronce? Al fin y al cabo, los quipus eran bastante buenos: no podemos olvidar que el cálculo estructural del Templo del Sol en Cuzco, que el cálculo de resistencia de suelos en la terraza donde se asienta el Templo de las Tres Ventanas de Vitcos o el cálculo tensorial de la estructura de los empinados muros de Machu Picchu fueron resueltos sin errores con esas cuerdas llenas de nudos... ¿Contadores de piedra? ¿Con qué objeto?

Las "piedras para contar" están trabajadas en esquistos micáceos verdes o en pizarra clorítica. En aquella cresta, Erdis descubrió ciento cincuenta y seis discos, y en las tumbas, sólo tres. ¿Qué significa esto? ¿Quq la matemática estaba prohibida para las Vírgenes del Sol, a pesar de que sabemos que eran educadas cuidadosamente en las artes y las ciencias? No puedo creerlo. Más abajo, Bingham afirma que los discos más grandes pudieron haber sido tapas de jarras. Cuesta creer que el ceramista hiciera los cacharros y confiara las tapas al duro trabajo de un cantero. ¿Por qué no hacerlas de cerámica, entonces? Si las grandes eran tapas de jarros, las pequeñas pudieron haberlo sido de frasquitos. En ese caso, se hubiesen encontrado multitud de ellas en las tumbas de las ñustas, ya que las mujeres tienden a usar pequeños frascos con afeites, ungüentos o perfumes. Sin embargo, no es así.



Una vista general de Vitcos (Machu Picchu). Al fondo, el Huayna Picchu

La cuestión obsesiona a Bingham, que sigue razonando: "Hay más discos pequeños que grandes, la mitad de ellos de una pulgada de diámetro más o menos". Insistiendo con la utilidad contable o matemática de los discos, asegura: "La gran porción de los pequeños se debe a la necesidad de procurarse unidades. El menor número de los medianos, a la necesidad también menor de fichas que representen diez y más. En el idioma del póker, necesitaban más fichas blancas que azules".

Primero: no tenemos certeza de que el sistema numeral de los incas fuese decimal. Muy bien pudo haber sido sexagesimal, octal, binario o cualquier otro, porque los quipus nos muestran cifras, pero no nos dicen a qué base pertenecen. Por otra parte, el mismo Bingham ha descubierto en Machu Picchu cubos de arcilla con marcas en cinco de sus caras, y discos penatgonales de arcilla, con sus caras marcadas con símbolos, que él dicen ser "para contar hasta cinco". Es difícil creer que una persona con cinco dedos en cada mano requiera de un contador del 1 al 5.



Un quipus

Como sea, creo que el secreto puede estribar en que algunos de los discos de esta primera colección estaban perforados. ¿Serían piezas destinadas a formar parte de pendientes o collares, en diversos estados de elaboración? Una frase de Hiram Bingham parece apoyar esta teoría: "Los dos discos de mayor tamaño están toscamente cortados, pulidos y tallados sólo en parte. Muchos de los discos grandes en realidad se encuentran burdamente hechos, pero unos pocos están hermosamente redondeados, tallados y pulidos para que alcanzaran una consistencia y espesor apropiados". ¿No parecen parte de las pertenencias de un orfebre o joyero inca, que murió antes de terminar de dar forma a su obra? "Sólo uno mostraba muescas", registra el explorador, "el más grande de la serie regular, que medía unas cinco pulgadas y media de diámetro. Tenía una sola cruz grabada, en un lado y en el centro del disco, y las barras de la cruz alcanzaban unas dos pulgadas de largo. Cuatro de los discos aparecían perforados, y los bordes de uno, calados con cuatro pequeñas incisiones".

Al hablar de las primeras que encontró, y otra vez al hacer su graciosa comparación con el póker, Bingham esté tal vez acercándose a la verdadera respuesta del problema: pueden haber sido sólo fichas de un juego de ingenio o de azar, como las nuestras que representan dinero en los casinos, o partes de algún juego infantil muy extendido.

Los discos más pequeños, llamados fichas, estaban pulidos y prolijamente trabajados, y algunos eran tan delgados que transmitían la luz.

Cerca de una gran piedra tallada con serpientes, Bingham descubrió dieciséis discos más pequeños, menores aún que los más pequeños de la colección anterior: todos estaban, según sus palabras, "extraordinariamente bien elaborados". La serie incluía un "pendiente de piedra de forma discoidal".

Es bastante razonable que nos preocupemos por las "fichas incas", ya que parecen haber tenido una universal aceptación entre la sociedad inca de Vitcos. Aparte de las mencionadas, de esquisto verde, Bingham desenterró una o dos de piedra arenisca, junto con dos o tres guijarros discoidales chatos. Pero no fue lo único:

"Reunimos cuarenta y dos fichas oblongas de esquisto verde. Casi todas con huellas de trabajo y de pulimento, pero ninguna con demostraciones de haber sido tallada. La mayor parte proviene de la región de la Piedra de las Serpientes y de la parte alta de la ciudad. La colección incluye también diecinueve fichas triangulares, encontradas por lo general en sitios donde también había otros tipos de piedras de contar. Ninguna proviene de cuevas sepulcrales". Como sabemos que prácticamente sólo se enterraban mujeres en esas cuevas, y que se lo hacía junto a sus pertenencias, fuese cual fuere el uso que los incas daban a las extraordinarias fichas, su objetivo no era ser manipuladas por las mujeres, o al menos no por las Vírgenes del Sol.



Copias modernas de las fichas

Pero, para asombro de Hiram, los descubrimientos continuaron: "Además de los discos, piezas oblongas y fichas triangulares, hay cierta cantidad de fichas de forma irregular, algunas de las cuales se encuentran dentadas, otras talladas de manera altamente problemática y que es imposible clasificar. En otra tumba se encontraron cuatro pequeñas fichas de piedra verde, cada una tallada para representar a un habitante de la selva". El problema es que las siluetas representan, con asombrosa fidelidad, un pecarí, un oso hormiguero, una nutria y un guacamayo, cuatro especies que sólo existen en las zonas bajas del Urubamba y que son desconocidas en Machu Picchu. ¿Se trata de la tumba de un viajero, artesano por añadidura, que quiso recordar su periplo a la selva llana representando en material imperecedero los extraños animales que vio allí?



Imitaciones de fichas triangulares usadas para un collar

Las sorpresas no concluyen aquí: una ficha representaba una pipa de arcilla. Otra, la cabeza y el lomo de un animal, y otra más tenía la forma de un huso de rueca. Varias eran las miniaturas de hachas y cuchillos de bronce, y Bingham especula con que pueden haber sido ofrendas a los dioses de la metalurgia. No me parece probable: si el operario hubiese deseado ofrendar al dios del bronces, lo lógico hubiese sido que hiciera pequeñas miniaturas de productos de bronce... en bronce.

Para culminar esta serie, Bingham halló dos fichas representando búmerangs australianos. Hasta el día de hoy no se ha descubierto ningún búmerang inca de escala real, y todo parece indicar que las únicas armas arrojadizas que conocieron fueron la lanza y las boleadoras: dos o tres bolas de piedra unidas con cuerdas, que se arrojan para enredar las patas de un ñandú o caballo en la Argentina. Los cronistas antiguos certifican que los incas usaban las boleadoras más grandes para cazar guanacos, y unas más pequeñas y delicadas para atrapar pájaros, y que lo hacían con tanta pericia que el ave siempre quedaba viva, y sin heridas ni huesos, alas, o patas quebrados. Por lo tanto: ¿qué hacían dos búmerangs, de forma tan única y característica, en una huaca inca?



Imitaciones modernas de fichas incas

Bingham anota que las piedras para contar han sido descubiertas en localizaciones preincaicas de Ecuador. Tal vez las culturas primitivas, que no habían adquirido los conocimientos necesarios para desarrollar los complejísimos y ultraprecisos quipus, efectivamente las usaron para contar. Eso, empero, no explica por qué las conservaron los avanzados incas, capaces de construir templos —que hacen palidecer a los egipcios— sin herramientas de hierro, sin conocer la rueda (y, por consiguiente, tampoco el engranaje ni la polea), sin bueyes, asnos, caballos ni ningún otro animal de carga de fuerzas superiores a la débil llama y cuyo único expediente para elevar hasta su sitio un dintel de piedra monolítico de treinta toneladas era empujarlo cuesta arriba por un terraplén de tierra. Un tal plano inclinado requiere de sofisticados conocimientos matemáticos y geométricos, porque si es demasiado corto, la pendiente será tan pronunciada que el hecho de elevar la carga devendrá imposible, y si es muy largo, el esfuerzo de empujarla será leve, pero la masa de terreno a desplazar para construir el plano inclinado será inmensa, y el costo de la obra se convertirá en prohibitivo —todo ello siempre que hubiese espacio suficiente, lo cual no es nunca el caso en las estrechas terrazas flanqueadas por precipicios de Machu Picchu—. Un ingeniero inca capaz de construir el Templo de las Tres Ventanas calculando la resistencia de las vigas con sus quipus, seguramente habría sonreído con conmiseración al pensar que Bingham creía que contaba con fichas y guijarros.

Pero: "Ninguna de estas piedras de contar se descubrió en otro sitio de esta región", nos dice el arqueólogo. Si bien es posible que la raza de indios preincaicos de Ecuador las haya traído hasta aquí, o que incas viajeros, funcionarios o conquistadores las hayan importado, aún queda sin explicar por qué sólo las llevaron a Vilcabamba, y a ningún otro sitio de su imperio, que abarcaba desde el Ecuador hasta el centro de Argentina y Chile... "Nuestras cuidadosas búsquedas y excavaciones en otros grupos de ruinas incaicas de la región, como Choqquequirau, Rosaspata y Patallacta, no arrojaron piedras similares, fichas ni discos. El hecho de que sólo unas pocas se encontraran aquí, hace fácil suponer que fueron traídas del Ecuador después de la conquista de esa región, en el último siglo del Imperio Inca". Bingham hace esa afirmación, sólo para reconocer después que el esquisto verde de que están hechas las fichas es común en Vilcabamba, pero no en Ecuador.

Por último, la expedición descubrió unas cuantas fichas similares, pero de arcilla cocida, extremadamente raras.

La función de las fichas de las huacas, después de tres siglos y medio, permanece oscura. Igualmente la identidad de sus creadores, así como el misterio de que no se haya hallado ninguna en una tumba de mujer. Seguramente nunca encontraremos la respuesta a estos interrogantes, pero tratar de explicarnos su naturaleza, fines y valor para los incas no deja de representar un interesante reto intelectual.


Finalmente, Bingham desenterró, en un hueco cercano a las puertas de la ciudad, veintinueve guijarros de obsidiana, y un trigésimo algo apartado de los otros. Eran ligeramente más grandes que las canicas o bolitas con que juegan los niños. Los guijarros de obsidiana son comunes en todas las culturas del mundo, desde Honduras a Arizona y de Austria a Azerbaiján.

La única pega es que la obsidiana es una piedra volcánica, y no hay ni ha habido nunca actividad volcánica en Machu Picchu. Enigma sobre enigma: ¿de dónde debemos suponer que han venido estas piedras? Hay quienes piensan que su origen puede ser extraterrestre, es decir, fruto de una lluvia de meteoritos. Si así ha sido, sería interesante, porque probaría que el cuerpo celeste de donde vinieron tiene una composición geológica similar a la de la Tierra, y que también está sujeto a la furia de los volcanes como nuestro planeta.


Piedras extrusivas en un lugar desprovisto de volcanes. Fichas de juego verdes que al parecer no cumplen ninguna función pero que son omnipresentes en las huacas de Vilcabamba... pero sólo allí y en ninguna otra parte del Tahuantinsuyo. Una gigantesca ciudad habitada sólo por mujeres vírgenes, cuyos gráciles cuerpos saturan los sepulcros. Un sitio al cual los hombres tenían vedado el acceso, pero donde algunos de los arquitectos fueron enterrados junto a las sacerdotisas principales... Y dos cuerpos de hombres, débiles y delgados, sepultados con ajuares femeninos en una sociedad que miraba con horror la sodomía...

Los incas fueron un pueblo increíble y sorprendente. Capaces de medir con precisión la duración del año astronómico, de construir conducciones de agua corriente que dejan pequeños a los acueductos romanos y templos más perfectos que cualquier edificación de la Antigüedad, con excepción de la pirámides egipcias... pero a casi 5000 metros de altura, los incas fueron también grandes ingenieros genéticos. Gran parte de nuestra alimentación actual se debe a su pericia. Por selección, de una mala hierba crearon el tomate, de un tubérculo del tamaño de un guisante lograron múltiples variedades de papas, de un cereal silvestre e incomible nos obsequiaron el maíz, y del salvaje y tímido guanaco obtuvieron tres especies domésticas y de importancia económica: la llama, la vicuña y la alpaca.

Los incas, sin caballos, eran capaces, con su sofisticado sistemas de postas y caminos pavimentados, de hacer conocer un decreto imperial en todo el reino (media América del Sur) en sólo veinticuatro horas. Los correos eran hombres a pie entrenados para correr grandes distancias.

Los incas, soberbios, educados como Platón, astrónomos expertos como Tycho y conquistadores como César o Alejandro, nos legaron muchos misterios para nuestra sorpresa, y nuestro gran problema es que fueron capaces de extraer tumores cerebrales, de cultivar hasta sus cimas montañas de 6000 metros, de predecir con exactitud los solsticios y de legarnos su idioma y parte de su cultura, pero nunca aprendieron los secretos de la escritura.

Si lo hubiesen logrado, tal vez nos explicaríamos lo de los hombres con collares y jarros, lo de los glóbulos de obsidiana y lo de las fichas para cuentas.

Pero acaso lamentaríamos, leyendo sus explicaciones, la pérdida del atractivo sabor de los misterios que Bingham exhumó de las huacas de Vilcabamba.


BIBLIOGRAFÍA:

Bingham, Hiram: "Lost city of the Incas", Yale University Press, 1916.

Bingham, Hiram: "Vitcos, the last Inca capital", en "Harper's Magazine", abril de 1913.

Rowe, John Howland: "Inca culture at the time of the Spanish conquest", en "Handbook of South American Indians", Vol. 2, Smithsonian Institution, Washington, 1946.

Yupanqui, Titu Cusi: "Relación de la Conquista del Perú y Hechos del Inca Manco II", editada por Horacio H. Urteaga y Carlos A Romero, Lima, 1916.


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