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INFERENCIA PROBABILISTICAEnrique Castillo |
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La jornada se desarrollaba como había previsto.
Salió de la tienda y por centésima vez en el día se enfrentó con la necesidad de resolver qué camino seguir; un par de rápidas miradas a su alrededor, un instante para observar el cielo mientras su cara se transformaba levemente por un rictus de concentración, y pareció decidirse. Enfiló su cuerpo algo obeso hacia el deslizador público más cercano, llegó ante la rampa en movimiento y se detuvo otra vez; una veloz inspección ocular fue seguida de un movimiento casual hacia la barrera lateral por la que descendía la mayor parte de los transeúntes. Se inclinó con disimulo y registró el desagüe que corría paralelo a la barra de metal con la actitud de quien recoge algo que se le acaba de caer. Levantó un objeto, lo colocó en su bolsillo con discreción y luego, como si hubiera recordado que estaba apurado, subió de un salto a la rampa en movimiento. Los tres pasos acelerados le quitaron casi el aliento. Cuando recuperó el ritmo de su respiración la cinta había avanzado más de doscientos metros. Pero a pesar de que estaba atento al entorno, no vio al hombre que lo seguía desde hacía rato. Seguramente eso no entraba en sus cálculos.
Media hora después descendió de la vía en movimiento. Como era usual, la inercia lo llevó hacia la barrera izquierda donde golpeó levemente contra el protector acolchado. Rápidamente palpó sus bolsillos para asegurarse de no haber perdido nada, y se dirigió con calma hacia un bar a pocos metros de la salida.
Juan, lo de siempre dijo desde la puerta y se dirigió hacia una mesa desocupada en el fondo del local.
Ya sale. ¿Quiere ver las noticias? le contestó el dependiente y le acercó un noti-pad.
Gracias.
Tomó el dispensador de noticias, lo colocó en cierto ángulo sobre la mesa y luego, usándolo como escudo visual, retiró con disimulo el contenido de su bolsillo derecho. Entonces, de la cara interna de su abrigo sacó un módulo de transferencia crediticia y una tarjeta, en apariencia, igual a la que había recogido en la alcantarilla y usando nuevamente como pantalla de cobertura al noti-pad, conectó entre sí los objetos. Observó la nueva cifra que marcaba su credi-chip y no pudo evitar una sonrisa aviesa, sólo era cuestión de...
Podría arrestarlo por eso, señor...
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Veía por primera vez al corpulento policía que se hallaba a pocos centímetros de su mesa. El traje que usaba lo había hecho prácticamente invisible hasta unos segundos antes, cuando desactivó las cámaras y pantallas que lo cubrían. Ahora, cubriendo casi todo su torso, el emblema del Cuerpo era lo único que brillaba con pulsaciones iridiscentes.
Mi nombre es William Bayes, y no veo por qué razón me arresta, agente.
Dije que podría, no que lo haré, pero si quiere saberlo, me ha dado un nuevo motivo al identificarse en falso, señor López. También están los cargos por apropiación indebida y uso de un dispositivo no regulado...
Está bien, sabe quién soy y qué hago. ¿Por qué no me arresta entonces?
¿Dije que no lo haría?
No juegue conmigo; si no me ha arrestado es porque quiere algo. ¿Qué?
¿Puedo sentarme? Qué digo, claro que puedo. López se movió incómodo en la silla, un poco excedido por la situación. ¿Sabe? siguió el policía, usted es una persona fascinante, el tipo de delincuente que da lástima arrestar.
Yo no...
¡Déjeme seguir! dijo el otro mientras enarbolaba una sonrisa casi cómplice. Usted no es el tipo común de delincuente. ¡No señor! Se mueve por la vida con discreción, sin llamar la atención, tomando cantidades pequeñas que no son advertidas, haciendo pocos gastos y nunca en cosas fastuosas que desentonen con su aspecto; un verdadero "hombre gris" que podría seguir así toda la vida sin que nadie lo descubriera.
Usted lo hizo.
Pura casualidad; investigaba un caso y usted se cruzó dos veces en mi camino. Luego de eso comencé a seguirlo.
No existen las casualidades, existe el azar, pero debo haber fallado en mis cálculos y no logré anticiparlo. ¿Cuándo me descubrió?
Sin tanto apuro, por favor, déjeme llevar el hilo de la anécdota, al fin y al cabo tengo audiencia cautiva. El policía se rió con ganas.
Siga.
Iba detrás de un asunto, que no mencionaré porque es secreto de sumario, y mi investigación me llevó al garito del vasco Errazquin. ¿Lo conoce? Sé que conoce el local, lo vi ahí, le pregunto si lo conoce a Juan Gabriel...
No, no le presta atención a los clientes de poca monta como yo.
Mal hecho de su parte; seguro que a la larga usted le ha reportado más perdidas que los apostadores en grande. En fin, continúo con mi historia. El vasco y yo somos amigos desde hace años; ya cuando era adolescente lo tenía que sacar de los líos de faldas, aunque por otro lado, él tenía vinculaciones y siempre sabía dónde conseguir lo que uno precisara. Nosotros bromeábamos diciendo que su padre era mafioso, y al final descubrimos que no estábamos equivocados. Pero me fui de tema; el hecho es que aún tengo un buen trato con Juancito y cuando le pedí ayuda para vigilar a uno que frecuentaba el lugar, me permitió moverme a mis anchas aparentando ser de seguridad. Llevaba un par de días en eso cuando noté a un jugador que apostaba de manera extraña: usted. Al principio pensé que era uno de esos cabaleros que apuestan según el vuelo de las moscas o vaya a saber qué otra rareza; luego noté que siempre bajaba sus apuestas cuando estaba a punto de perder y las subía antes de ganar, un poco, como si tratara de tapar que sabía los resultados de antemano. Le diré que aquella noche se lució; desde que lo empecé a controlar no apostó más que el mínimo en ninguna jugada perdedora, subió sus apuestas tímidamente en todas las ganadoras. Dudo que el pagador haya notado su accionar.
Supuse que pasaría inadvertido pero ese día gané demasiado, lo sé, por eso no fui más al tugurio ése. Temía que la casa me hubiese descubierto.
Ah, ¿fue por eso? Me preocupaba que hubiera notado mi interés, aunque igualmente no le hubiese dicho nada a Juan; no creo que esté mal adivinar el futuro.
Yo no...
¡Déjeme terminar! Lo hubiese dejado como algo curioso si, al día siguiente, no me lo hubiese cruzado a la salida de la Estación Central. Era la hora pico y usted estaba apoyado en la barra de contención; lo reconocí en cuanto lo vi. Luego usted hizo algo que parecía usual, aunque noté cierta tensión en sus facciones. Se agachó, asomándose sobre la barra y buscó algo caído, lo encontró y lo puso rápidamente en el bolsillo. ¿Le suena conocido? Lo observó, atento, esperando una reacción, pero continuó hablando casi de inmediato. Había picado mi curiosidad, así que averigüé adónde vive, y me dedique a seguirlo cada vez que tuve tiempo.
Continúe.
Y ahí estaba yo, detrás de una blanca paloma, aunque quizá sería más exacto decir una gris paloma, creo. No tardé en descubrir que usted puede ver el futuro. ¿Cómo lo hace?
No veo el futuro como usted supone; si lo hiciera no estaría soportando su presión; sólo soy uno que sabe matemáticas y las usa.
Menos cuentos; las matemáticas no permiten saber el futuro.
Yo no sé el futuro, no insista. En ciertos casos, luego de tomar un espacio muestral adecuado para determinado evento, puedo hacer una inferencia probabilística que me permita tener la ventaja ante una serie de incógnitas dadas.
Menos palabrejas. ¿Adivina el futuro o no?
Manejo probabilidades, ¿se da cuenta?, y las utilizo con relativo éxito.
O sea que sí adivina el futuro.
No es lo mismo; cuando extrapolo información y la convierto en variables puestas en un esquema que me permita ver las combinaciones factoriales e inferir la proba...
Sabe el futuro se empecinó el policía.
No, sólo puedo descubrir qué es lo más posible que ocurra, pero no siempre acierto. Por ejemplo, las posibilidades de que en el casino hubiera un policía de incógnito y se fijara en mí, eran mínimas, menores al uno punto tres por millón, y sin embargo...
Entonces su don no me sirve.
¡Espere! ¿Para qué quiere saber el futuro? Quizá pueda dijo jugándose el todo por el todo.
El policía pareció reflexionar. Necesito resolver un caso, y para eso debo saber donde atacará el sujeto la próxima vez. ¿Qué propone?
Tal vez pueda averiguarlo, al menos darle una aproximación.
Estoy dispuesto a probar cualquier cosa; mi jefe quiere al tipo tras las rejas.
Deje de amenazarme; más bien deme los datos del criminal y su metodología.
¿Amenazarlo? ¿Yo lo amenacé? Usted es un tipo extraño, ¿sabe? Y el otro también. Dos tipos raros.
¿Por?
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Roba mediante el viejo sistema de escalar las propiedades y realizar un boquete para ingresar a las mismas, siempre casas cuyos habitantes han salido por unos días, ninguna relación visible entre ellos, diferentes áreas de la ciudad; no usan las mismas agencias de viaje ni de servicios hogareños... López desenrolló una pantalla de escritura de su manga, sacó un puntero de anotar y comenzó a trazar un diagrama en forma de ramas de árbol que se bifurcaban en más y más alternativas.
¿Qué es eso?
Usted a lo suyo, siga dándome datos.
Bien, sus últimos dos golpes fueron... Durante media hora el policía enumeró detalladamente los datos con los que contaba. Al cabo de ese tiempo, López sentenció.
La variante con más posibilidades es que el próximo golpe sea en la zona Sur, manzana cuatro o catorce, entre hoy y mañana.
Ah, sí dijo el policía con una mueca de incredulidad dibujada en el rostro, ¿y en qué casa?
Eso no lo sé; no con los datos que usted me dio, pero yo buscaría desde ahora a un vendedor callejero que ronde por esa zona todo el día; deduzco que esa es la manera que le permite descubrir dónde robar, algo anticuado, pero quizá por eso resulta efectivo, ya que nadie lo hace más así.
Lo chequearé. No salga de la ciudad.
El policía salió precipitadamente rumbo a la rampa de transporte. Al cabo de unos minutos llegó al punto donde debía bajarse y saltó con gracia, pero la inercia lo llevó casi contra la barrera. Dudó un instante, luego dobló su cuerpo sobre el pasamano y rebuscó en la canaleta. Nada. Giró su cabeza en un gesto repetido y se dirigió a su cita con el delincuente.
En el bar, mientras por fin almorzaba, López se preguntó si debía haberle aclarado que las probabilidades marcaban casi un 99,7 por ciento de que el reo portara una antigua arma de fuego, de esas que traspasan fácilmente las protecciones del traje de policía. Un "no, mejor no", casi susurrado, escapó de sus labios. Y siguió comiendo.
Enrique Castillo
Enrique "Endriago" Castillo se desempeña actualmente como diseñador free lance en el área de publicidad gráfica. Lo que no es óbice que, para llevar los garbanzos a casa, se haya embarcado a lo largo del tiempo en todo tipo de labores, desde técnico foguista en el ejercito hasta patovica en boliches de moda. Nacido en el seno de una casa de artistas aprendió a pintar al óleo con su madre, profesora de Bellas Artes, antes aún de aprender a dibujar. (Hay quienes dicen que sigue sin aprender). En la adolescencia se encaminó hacia la artesanía y transitó por la escultura con relativo éxito, si consideramos exitoso el no haber sido golpeado con ellas. No obstante, desde muy joven sintió esa comezón que a muchos lleva a escribir. Por suerte algún espíritu protector de la Humanidad influyó para que guardara sus obras en algún perdido cajón. Pero últimamente las cosas han cambiado. Las malas compañías no solo lo han llevado a manifestar públicamente sus locas ideas a través de las ondas etéricas, sino que, peor aún, ha empezado a escribir pensando en verse publicado en papel. El último sello está roto, y sólo falta el Apocalipsis. Para abandonar definitivamente la cordura se invita a los lectores a visitar el sitio de su programa radial: http://perdidoseneleter.tripod.com
Axxón 145 - Diciembre de 2004
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos: Fantástico: Ficción Especulativa: Ciencia ficción: Uruguay: Uruguayo).