La
yunta e torres
Capítulo 6
Andaban Pipino y Merry
perdidos en la espesura,
temerosas las criaturas
de alguna víbora hallar
que les pudiera dejar
una flor de mordedura.
¡Otra güelta acá en el
monte!,
soltó el Pipino con ira.
¡Si hasta se me hace mentira,
con esta ya van dos veces!
Y pa colmo, me parece
que los árboles nos miran.
¡Qué tal si cierran el pico!,
les gritó un palo borracho.
¡Dejenmé dormir, caracho!
¿No puede uno descansar
sin que vengan unos guachos
a ponerse a jorobar?
¡Amalaya, estos son orcos!
¡Menos mal que estoy dispierto!
Si no, ya estaría muerto
en vez de parao y firme.
No crean que van a engrupirme.
Me quieren talar, ¿no es cierto?
¡A güen mate van por yerba!
Aunque me dure la mama,
con este ent de larga fama
canoas naides va a hacer,
y dentró a agitar las ramas
queriendosé defender.
¡Ta güeno!, dijo el Pipino,
¡Don palo, sosieguesé!
No parecemos, vea usté,
infieles ni por asomo.
Nosotros dos hobbits somos
acá donde usté nos ve.
Venimos de la Comarca.
Pipino Tuk yo me llamo,
y éste es Merry Brandigamo,
que es mi aparcero y mi primo.
De los orcos escapamos
y en el monte nos perdimos.
Achicó el palo los ojos
porque andaba viendo doble.
¿Que no son esas innobles
criaturas? Me alegro mucho.
Hace largo que no lucho
y ya no soy ningún roble.
Disculpen, dijo la planta
sacandosé un nido e hornero
que llevaba de sombrero,
pensé que eran bichos malos.
Me dicen el Barba e Palo
y soy de árboles arriero.
¿Ansina que los mocitos
se perdieron en mi pago?
No teman ningún estrago
de la gente de mi raza.
Acompañenmé a mi casa
y nos tomamo unos tragos.
En los hombros los sentó
y trató de andar derecho,
y después de hacer un trecho
llegaron a una cañada
con una parra de techo
y en el fondo una cascada.
De una botella e ginebra
en unos vasos sirvió,
de un taco el suyo vació
y todos volvió a enllenar.
Yo tomo para olvidar
la ingrata que me dejó.
Se le vía que al nuembrarla
le temblaban las espinas.
¡Vieran qué linda mi china!
¡Otra como ella no hay!
¡Perfumaba la colina
con jazmín del Paraguay!
¡Pero si nomás de verla
me daba felicidá!
Andaba de acá pallá
con la gracia de una dama,
clavel del aire en las ramas
y flor de jacarandá.
Figurensé que habrá sido
grande mi desolación
cuando en aquella ocasión
se me jue con los retoños.
Dende entonces es otoño
pa siempre en mi corazón.
Una güelta, al regresar
de un arreo de araucarias,
buscando la hospitalaria
fragancia de su madera,
tan sólo hallé la tapera
muda, triste y solitaria.
Acaso halló quien le dé
las cosas que yo no pude.
La soledad me sacude:
ya no hay en mis días grises
quien a podarme me ayude
o me riegue las raíces.
Supe que no iba a hallar nunca
otra que juera tan bella
y me prendí a la botella
pa curarme de este daño.
Hace como tres mil años
que no sé más nada de ella.
No queda en la Pampa Media
quien como yo la recuerde.
Iba siempre de hojas verdes,
juera setiembre o abril.
¡Tu recuerdo, Fimbretil,
como carcoma me muerde!
Al fin se quedó dormido,
casi como de improviso.
Se agenciaron los petisos
con hojitas una alfombra
y se echaron a su sombra
a hacer la siesta en el piso.
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