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Decir que el autor de dos de las principales novelas utópicas de la literatura inglesa era argentino de nacimiento suena cuando menos exótico, pero no por ello deja de ser cierto. Más conocido por su actividad como naturalista y como autor de relatos gauchescos
como "El ombú" William Henry Hudson o Guillermo Enrique, como nos enseñaron en la escuela escribió dos novelas que configuran los primeros antecedentes de las utopías pastorales y en las cuales incluso es posible rastrear rasgos que más tarde
frecuentaron en el amplio campo del fantástico autores como Tolkien, Simak o Ernest Callenbach.
Hudson nació en la estancia "Los veinticinco ombúes" en un paraje de lo que hoy es Florencio Varela (suburbio de Buenos Aires, entonces a varias horas a caballo), en pleno gobierno de Rosas: el 4 de agosto de 1841, poco
después de la finalización del bloqueo francés que había producido un clima de animosidad hacia los europeos. Aunque provenían de los Estados Unidos, los padres de Hudson eran británicos. Sin fortuna personal, deambularon por distintas estancias hasta que murieron
y dejaron al joven William en la ruina. En un primer momento se enroló en el ejército, donde sirvió durante un lustro, y luego, por necesidad, se convirtió en un gaucho más: recorrió la Pampa, Uruguay y parte de la Patagonia trabajando en los campos como
peón y cuidador de ganado, tomando un contacto íntimo con las tradiciones y vida campera que se reflejaría más tarde en su obra. Entonces también comenzó a realizar su tarea como naturalista, en particular sus relevamientos ornitológicos que posteriormente
se plasmaron en obras como Argentine Ornithology (1888) y Días de ocio en la Patagonia (Idle Days in Patagonia, 1893). Hudson se convirtió en el mayor experto en pájaros de la Argentina y uno de los mejores del mundo, a pesar de su
falta de educación formal en el área. Fue uno de los primeros en pasar de la simple descripción de comportamientos a su explicación.
En 1874, tras colaborar con algunas instituciones naturalistas de los Estados Unidos e Inglaterra, viajó a Londres donde se estableció definitivamente. El año siguiente fue importante en su vida: vio publicada su
primera obra literaria ("Lullby", una poesía) y se casó con Emily Wingrave. Su tarea como ornitólogo se desarrolló, desde entonces, en paralelo con su obra literaria, y pronto se convirtió en un naturalista respetado. En 1889, gracias fundamentalmente
a su impulso, se crea en Londres la Royal Society for the Protection of Birds, considerada la primera institución ecologista del mundo; también fue el principal impulsor de la primera ley de protección de aves.
Hudson murió en Londres en 1922, sin haber regresado al Río de la Plata, pero también sin haber olvidado sus vivencias en estas tierras. Sus recuerdos juveniles están volcados en Allá lejos y hace tiempo (1918),
pero en casi todos sus trabajos de ficción hay un eco sudamericano.
Admirado por personajes tan disímiles como Joseph Conrad y Lawrence de Arabia, su obra ocupa un espacio no menor en las letras inglesas de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Su textos se internaron en lo fantástico
con frecuencia, como en "La confesión de Pelinio Viera" (publicado por primera vez en el diario La Nación en 1884) o la novela Un niño perdido (A Little Boy Lost, 1904).
Una de las novelas utópicas que mencionábamos al comienzo es La era de cristal (A Crystal Era), publicada por primera vez, de manera anónima, en 1887. Integra un variado conjunto que, sólo en Gran Bretaña y en
el siglo XIX, sumó unos 90 títulos. La creciente industrialización, las nuevas ideas políticas como el socialismo y el anarquismo, los cambios sociales y el renovado rol de la mujer generaron un clima propicio para este tipo de literatura que permitía
desarrollar programas para una sociedad de bienestar y equilibrio, según ideas del autor. La novela de Hudson tiene una particularidad poco frecuente en este género: su principal preocupación es presentar una comunidad que funciona de manera ideal con
la naturaleza.
Mientras realiza un paseo campestre, el joven Smith cae por un barranco o un pozo cubierto por ramas para descubrirse, tras recuperar el conocimiento, en un paisaje ligeramente distinto. Entonces, un grupo de personas
se acerca en un cortejo acompañando un cuerpo. Smith, que primero intenta ocultarse, pronto es descubierto y, tras no pocas confusiones, es conducido a la morada de este grupo, una enorme casa donde vive toda la comunidad. Las costumbres son muy distintas
a las propias: no hay dinero, el amor es entendido siempre como fraterno, no hay ningún tipo de industria y la sociedad es regida por el Padre y, especialmente, la Madre que, desde un cuarto donde yace enferma, lo sabe todo y tiene la última palabra en
las decisiones.
A la manera de la novela romántica tardía, Smith se enamora perdidamente de Yoletta, una pasión destinada al fracaso porque no existe esa concepción en la nueva sociedad. Tras innumerables malentendidos, Smith termina
por integrarse como un hijo más en esta comunidad, que, nos sugiere el autor, es el futuro del hombre una vez que se ha despegado de sus vicios y pecados. La comida es vegetariana, no se mata para alimentarse, incluso arrancar una flor está mal visto;
fatigar el propio cuerpo con un trabajo que está más allá de las propias fuerzas es castigado; la armonía es tal que los caballos aran las tierras sin acompañamiento humano.
La originalidad de esta bien contada novela descansa en su rechazo visceral a la actividad humana como modificadora de la naturaleza, una postura que hoy identificaríamos claramente como ecologista pero que entonces
resultaba una curiosidad. Aunque Hudson no plantea la discusión ideológica tal como se desarrollaba entonces a partir del auge del socialismo, es claro que toma partido en la dicotomía individualismo/comunidad por la segunda, dado el destino final del
protagonista, que no puede integrarse en esta sociedad de iguales.
La era de cristal es complementada por Mansiones verdes (Green Mansions: A Romance of the Tropical Forest, 1904), en la cual también se presenta la incursión de un punto de vista contemporáneo del autor
en una sociedad que vive en equilibro con el medio ambiente. La historia es contada al narrador en 1887 por Abel, un anciano venezolano, y describe cómo encontró en medio de la selva una nación de indios que temían a los 'demonios' de un bosque cercano.
Abel explica que allí descubrió a Rima, la muchacha-pájaro que podía hablar con los animales y moverse como ellos. Aunque no es exactamente una utopía, esta novela fantástica presenta como modelo de vida, otra vez, el equilibrio entre la naturaleza y el
hombre, y el rechazo a lo urbano y la industrialización. Debemos conocer los secretos de la naturaleza nos dice el autor y serle fiel, pero la historia termina otra vez de manera trágica, la comunión parece imposible de alcanzar para el hombre
moderno.
El canon literario argentino ubicó cómodamente a la obra de Hudson dentro de la literatura gauchesca aunque escrita originalmente en inglés, dejando de lado textos de difícil clasificación como La era
de cristal o Mansiones verdes. Sus historias pastorales, su prosa serena y limpia que evita mayormente las largas secciones discursivas propias de sus contemporáneos, su postura pionera incluso extrema ante la industrialización,
nos permiten recomendar a los lectores para que se dirijan a alguna biblioteca y se hagan con un ejemplar de Mansiones verdes o se consigan la reciente reedición de La era de cristal realizada por Minotauro. Su lectura permitirá tener una
perspectiva un poco más amplia de ciertos temas y obras que hoy están en primer plano.
Axxón 155 - octubre de 2005
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