La
yunta e torres
Capítulo 12
El camino a Cuernavilla
corría por muchas leguas,
y en pingos, burros y yeguas
la compañía marchaba
rumbo al combate, que daba
muy poca o ninguna tregua.
Diba al frente don Teodén,
en el Crinblanca montao.
Andaba apesadumbrao,
porque jue por esas tierras
ande se llevó la guerra
a Teodredo, su hijo amao.
“¡Tamo’ llegando!”, el Eumer
señaló dende la silla.
Como asomao a la orilla
de un barranco e’ mucha hondura
colgaba arriba en la altura
el juerte de Cuernavilla.
Jue al encuentro un veterano,
el sargento Gamelín,
y los saludó: “¡Por fin
llegan algunos rejuerzos!
’Tá el asunto muy alverso
hace rato en el fortín.”
“¡Y qué güeno que tenemos
a tan bravo capitán!
El nuestro, don Erquenbrán,
vaya a saber puánde se anda,
y se están viniendo en banda
los orcos del Sarumán.”
“Asigún cuentan los chasques,
ya vadiaron el Isén.
Apuresé, don Teodén
que si contamos con suerte
vamo’ a defender el juerte
y a nuestra patria también.”
“¡Este comendante suyo
en güen momento nos deja!”,
la soltó el Gandalf la queja.
“Viá buscarlo a este don Erque.
Le conviene que se acerque
o lo traigo e’ las orejas.”
Taconiandoló al equino
salió como esalación.
El resto del pelotón
metió pata pa’ dentrarse
en el juerte y prepararse
pa’ recebir al malón.
Juntaron todas las armas,
a la puerta echaron tranca,
y dentraron la barranca
de tanto en tanto a mirar,
que por áhi diba a llegar
la tropa e’ la mano blanca.
Y llegó un rato endijpué
de que se acabara el día.
Debajo e’ una lluvia fría,
por encima de los palos
vieron a todos los malos
que al humo se les venían.
La lú de muchas antorchas
anunciaba su presencia,
y sin hallar resistencia
avanzaban los hostiles.
Parecía aquello un desfile
del día e’ la independencia.
El elfo en la oscuridá
pa’ verlos se daba maña:
“Si la vista no me engaña,
entre los que vienen hay
salvajes de la montaña
y unos cuantos urujay.”
Los orcos, cara pintada
y en la cabeza unas plumas,
se venían echando espuma
como e’ rabia del hocico.
Les pareció a los milicos
que gritaban como pumas.
Y a brutos, los montañeses
tampoco le iban a menos.
Pisaban juerte el terreno
todas las bestias feroces,
y se mezclaban las voces
con el rugido e’ los truenos.
A los cosos redepente
los alumbró un rejucilo,
y alguno dijo intranquilo
disimulando el espanto:
“¿De diánde saca aquél tantos?
¡Los debe comprar por kilo!”
Jorobada se venía,
aquella noche e’ tormenta,
porque se habían dao cuenta
que tenían pocos jusiles
pa’ sofrenar tantos miles
de bestias ansí e’ violentas.
“Había que hacer como el Gandalf”,
otro comentó con pena.
“¡La pucha que la hizo güena
ese viejo e’ la gran siete!
Nomás lo espolió al flete
y juyó de esta condena.”
No se abatató el enano
de ver llegar al infiel.
Con la bravura en la piel
a su aparcero el Legolas
le jugó algunas chirolas
a que voltiaba más que él.
También se animó el Eumer
y dentró a solar la arenga:
“¡Mis paisanos, no me vengan
con que están enjabonaos,
que si no a estos endiablaos
no hay naides que los detenga!”
“Ningún alversario pudo
en este juerte dentrar.
Ansina que ahura, ¡a luchar
pa’ mantener el invito!”
Y jue señal ese grito
pa’l combate comenzar. |