SI TAN SOLO...

Gerardo Horacio Porcayo

México

¿Quién se robó los sueños?

Alguien tuvo que hacerlo, si no Melisa dedicaría menos tiempo a buscarlos entre los sillones rotos, bajo las falsas ventanas.

Por aquí no queda ninguno.

No pasan los ángeles viajantes en su largo peregrinar al infierno. Las golondrinas no hacen más nidos tras la rota superficie del televisor.

Por aquí queda el rumor de los mares, que surcan dentro de la pared. A veces parece que grandes ballenas organizan carreras con sus altas Harley's, en las tuberías de los oleoductos; sus rumores, sus incendios en las cerradas curvas son los grandes titulares que Joaquín quisiera poner en los periódicos. Y hacemos apuestas, jugamos a imaginar el aspecto de sus decorados; los abigarrados corales, las suntuosas cruces con que coronan los respaldos.

Inmanuel se imagina más. Las tremendas arquitecturas mecánicas. Las traza con restos de crayolas, aunque aveces se confunde y atrapa por equivocación excrementos del Chivo... Así le decimos, aunque él se queje y hable a cada instante de su gran proyecto, del trono que lo espera tras las paredes, más allá del resplandor que observamos la última vez que pisamos el solar.

Aurora dice que no extraña sus vidrios circulares, la bóveda donde solitos se pintaban el sol y las estrellas.

Aurora se conforma con rascar las paredes, hace grandes recolecciones, a veces pelea con Joaquín y tiene que abrirle la boca para sacarle los trozos, para volver a juntarlos hasta que tiene suficiente. Entonces muele y vuelve a moler. Moja la mezcla y la unta a todo su cuerpo. Se recarga contra el gran santuario que Inmanuel le fabrica.

Aurora tiene muchos altares. Al principio no lo entendí, porque Inmanuel construye con materia sutil, tan sutil que parece simple trazo de crayola. Pero son dibujos complejos, tan rebuscados y confusos que una vez pedí que me los explicara. Él le llama arcanos. Dice que son cosas hechas símbolos. La matemática del universo. Él sabe mucho de eso, antes trabajaba en una gran planta que fabricaba cohetes, como los que van a Marte, pero diferentes. A esos les molesta el espacio, prefieren mirar las ciudades desde la altura, recorrer incansablemente hasta que Cupido los convence, los obliga a descender.

Aurora siempre se desnuda, antes de untarse la cal. Y su cuerpo entonces resplandece, se vuelve otra cosa. Brilla solo, despide rayos que casi siempre dan paz. Y casi a todos.

A veces Joaquín no soporta su visión, y se esconde tras la puerta circular que aún está en el piso. Se niega a organizar más cacerías...

Pero no hay problema. Aurora nunca dura demasiado en el altar. El Chivo siempre se sitúa junto a ella y le susurra obscenidades al oído. Se baja los pantalones y le enseña su miembro. Le caga en los pies. Y entonces la transformación se invierte.

Lo inmaculada se le va cayendo a trozos. Y llora, vuelve a llorar porque su reinado siempre es corto.

Esos son los momentos en que casi recuerdo quien soy. La tomo entre mis brazos, le voy limpiando las lágrimas, la blancura, hasta que yacemos juntos y nuestros miembros crean otros universos. Unos diferentes que siempre le quedan en la panza. Que son grandes, más que este lugar, más que el que existe afuera.

Yo no entiendo bien como cabe tanto en ella.

Crear universos es estupendo. Sientes que la cabeza te explota, que tu yo verdadero pugna por salirte por el pecho. A veces me emociono tanto que mis caricias le sacan sangre. Y entonces quiero más, porque estoy a punto de recordar, porque entonces casi sé quien soy.

Pero mis reinados son más cortos que los de Aurora. Y terminamos llorando juntos. Hasta que los demás se acercan y nos consuelan.

Entonces Joaquín decide volver a cazar. Explora los rincones, se enfrenta a bestias temibles que siempre se disfrazan de gusanos o cucarachas, pero jamás logran escapar.

Melisa a veces completa el banquete y saca mariposas de la nada. Le gusta recortarles las alas, antes de dárnoslas, y con esas tenues redes está fabricando el navío que la llevará a su lugar de origen, ahí donde sólo hay hadas.

Entonces la fiesta empieza y vamos devorándolo todo. Todo, todo...

Y nunca es suficiente. El hambre crece y yo vuelvo a casi recordar.

Inmanuel dice que debí ser carnicero, porque me gusta la sangre y comer demasiado.

Yo sé que era más.

Sé que había otras cosas, aún más reales que los arcanos o las matemáticas. Que la balsa de Melisa o los reinos sobrenaturales que recorre Aurora cuando está en su altar.

Melisa asegura que lo que extraño son los sueños.

Sé que no.

La luna era más que eso.

Quizá fui astronauta...

Sólo quizá.

Recuerdo su resplandor, la blancura de esa esfera que tanto se parece a las transformaciones de Aurora. Les cuento mis pedazos de recuerdos, las maravillas que hacía la luna en el mundo...

Todos quieren verlo. Todos quieren más...

Por eso, desde hace dos días, buscamos ampliar el hueco que Joaquín descubrió.

Detrás de la pared estará la luna. Y entonces seré capaz de recordarlo todo. Aullaré, como dicen que lo hago en sueños.

Y seré fuerte.

Y ya jamás tendré hambre.

Aurora y yo seremos lo que siempre fuimos y quizás el Chivo nos invite a su trono. Quizás. Aunque entre más profundizamos en la excavación, más le escuece la boca, más habla de las ruinas y del gran Armagedón, de que vivimos bajo tierra y no saldremos hasta que sus huestes demoniacas vengan a rescatarlo.

Sólo espero que ni él ni Melisa tengan razón.

Que no estemos buscando otro sueño.

Todos esos ya se los robaron, y quizá sólo nos dejaron estas paredes, estas ansias que nunca acaban.

Si tan sólo estuviera la luna, todo sería diferente. No habría necesidad de romperse las uñas, de pelear porque el blanco desaparece y sólo queda una tierra oscura, apestosa, que mancha las uñas.

Inmanuel dice que a lo mejor esta tierra es el verdadero espacio.

Que aquí encontraremos la luna. Quizá los sueños.

Y Melisa ríe. Luego llora y se pone a cavar como ninguno de nosotros.

Sigue y sigue, continúa.

Joaquín dice que horadamos la noche, porque los monstruos que ahí aparecen saben amargos.

Dice que saben a Sueños.


Ilustración: Leicia Gotlibowski

Y el Chivo siempre niega que esos monstruos sean parte de sus huestes. Entonces explica y explica, hasta que va mandando a todos al sueño, donde tampoco hay sueños.

Y nosotros fingimos escuchar, hasta que él mismo se duerme.

Y Aurora me acaricia. Y empezamos a crear otro universo.

Grita, abre los ojos y entonces vuelvo a entender por qué es tan fantástico crear universos. Aurora tiene dos lunas en lugar de ojos en esos momentos.

Y sé por qué lloro.

Porque la mía era más grande.

Porque la mía sabía mi nombre.

Y el de todos los sueños.

Y entonces me surge un lamento agudo, agudo, interminable. Uno que me duele en los oídos, pero me alegra el pecho.

Uno que despierta a todos, los desespera. Se azotan contra las paredes, hasta que Aurora me saca del hueco, y los demás se apresuran a taparlo.

Y el llanto se me va acabando conforme olvido esa noche sin luna.

Conforme ellos siguen sus rutinas hasta que somos felices otra vez.

En nuestro mundo blanco, en nuestro universo de arcanos y cacerías frenéticas, de mares en las paredes y carreras de ballenas que conducen Harley's psicodélicas...

Donde todo sería perfecto, si tan sólo saliera la luna y me trajera mis recuerdos.



Por este cuento, Gerardo Horacio Porcayo obtuvo la Mención Honorífica del II Premio Nacional Criaturas de la Noche (Cuentos de Hombres Lobo) en 1998. Y lo publicamos como respuesta a una queja propia: no tener a Porcayo con más frecuencia en Axxón. No obstante, como sabemos que el ingreso de nuevos lectores es permanente, reiteramos las apariciones de este mexicano —nacido en Cuernavaca, Morelos, el 10 de mayo de 1966— que se hallan disponibles: "Los motivos de Medusa" (Axxón 25), "Aquí y en el más allá" (148), "Otra tragedia griega" (153)... mientras preparamos un Porcayo muy especial...


Axxón 157 - diciembre de 2005
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos: Fantástico: Ficción Especulativa: México: Mexicano).