El Gaucho de los Anillos

La yunta e’ torres
Capítulo 14

Se venía en las montañas
un entrevero imponente.
Llovía torrencialmente
y cada cual con su abrigo
esperando al enemigo
estaba toda la gente.

Algunos de los infieles,
en atitú de acechanza,
se mandaron una danza
embarrandosé en los charcos
y empezaron con las lanzas,
con las bolas y los arcos.

Endemientras otros más
en el medio ’el zafarrancho
dentraron con unos ganchos
por las tapias a trepar,
sin parar de amenazar
y gruñir como unos chanchos.

Gritando dende un mangrullo
llamó un soldao la atención
que al borde del cañadón
los cabeza con penacho
con un tronco de quebracho
querían voltiarlo al portón.

Les plantaron resistencia
los valientes defensores,
y a los fieros invasores
querían sacarlos carpiendo
con ollas de aceite hirviendo
y cosas mucho más piores.

“¡Vamo’ a mostrarle a esos cosos
que no hay acá ningún manco!”
Peló a la Anduril el Trancos
y el Eumer a la Güitín,
y saltaron al barranco
pa’ defenderlo al fortín.

Y en respuesta a esos llamados
salió todo el paisanaje:
dando gritos de coraje
venían los bravos varones
con los sables y facones
pa’ enfrentarse a los salvajes.

Muy alegre el enanito
los mandaba al camposanto:
los destripaba a unos cuantos
haciendo mucho alboroto
y se anotaba los tantos
con un puñado e’ porotos.

Le diba gritando al elfo:
“¿Ya le agarraste la mano?
¡Vas a ver cómo te gano,
vos que te pensás güeno!”
Pero ahí reventó un trueno
que se escuchó muy cercano.

Se llenó todo de humo,
saltó un fogonazo rojo,
y quedaron los despojos
ande los palos estaban.
Tantas astillas volaban
que hasta alguno perdió un ojo.

Se quedaron medio sordos
con el ruido e’ la esplosión.
“¡Los cosos train un cañón!
¡Vengansé p’acá ligero!”,
y corrieron al aujero
por ande entraba el malón.

“¡Siempre inventando la pólvora
aquél brujo sinvergüenza!”,
vino a armarla la defensa
el Trancos de aquella brecha,
ande a punta e’ lanza y flecha
se metía una orcada inmensa.

Paró la lluvia al final
como a eso de las una,
y ansí, a la lú de la luna
que alumbró la noche fresca,
continuaba aquella gresca
como nunca hubo ninguna.

¡Pocas veces se habrá visto
semejante valentía!
No paró la compañía,
en contra de los percances,
de frenar aquel avance
hasta que se hizo de día.

Y cuando asomaba el sol
se oyó un terrible alarido:
“¡Allá al galope tendido
se acercan cienes y cienes!
¡Es el Gandalf, que ha cumplido!
¡Con don Erquenbrán se viene!”

¡Viera usté qué preciosura!
¡Qué cuadro tan almirable!
Venía el mago venerable
con don Erque y con su apoyo
de como cinco mil criollos,
cada cual pelando el sable.

No parecían los salvajes
ser de los que se abatatan,
pero en ver que en cabalgata
se les venían los bravos,
dispararon con el rabo
mesmamente entre las patas.

No paraban de escaparse
con la milicada atrás.
Flameaban los chiripás
de todo lo que corrieron,
en el monte se escondieron
y ya no salieron más.

Algunos de los paisanos
de la alegría gritaban,
demientras otros miraban
la cosa desconcertaos:
“O yo estoy medio mamao,
o ese monte ayer no estaba.”

Un rato dispués, los árboles,
ya cansaos de tanto grito,
sin dejar ni un pedacito
de los que allí se escondieron,
las enaguas recogieron
y se jueron despacito.