EL CHIVITO, LA REINA,
LA HELADERA, ETC.
Reseña

Cuando los hermanos Clara, Heidi, Pedro y Ash Kechum Casenave se enteran de que pasarán las vacaciones en la quinta de sus abuelos en Deán Funes, su respuesta es: “preferimos estar todo el verano adentro de una heladera”. Afortunadamente, no tienen que elegir: en la quinta hay una SIAM de 1933 que los niños hallan bastante más espaciosa de lo que cabría esperar, y llena de cosas curiosas. Entre ellas, un chivito que sobró de la cena de Navidad de 1945. “Lo que pasa es que esa bruja hace años que no descongela”, les explica el chivito. Pese a las protestas de los hermanos, “la bruja” no es la abuela Elsa, sino Marta Cibelina, la reina de la peletería. Marta gobierna con mano de hierro la tierra encantada y helada de Doraëmontia, a la que es posible llegar a través de la vieja heladera en virtud de un service mal hecho décadas atrás.

“¡No queremos estar más acá! —protesta la pequeña Heidi, luego de tratar infructuosamente de ordeñar al chivito—. Hace frío y no hay nada para comer.” Antes de que tengan ocasión de meditar la última parte, el caprino les señala un sendero. “Deben ir a ver a los Reyes de la Colina”, les indica mientras disimula los condimentos.

El trayecto es largo y plagado de penurias. En un alto para tocar la flauta, Clara y Ash Kechum son raptados por una banda de ninjas cyborg que los lleva para ofrecerlos en sacrificio (no se aclara a quién). Los niños restantes, solos y desamparados, se encuentran con el castor Troy, quien se apiada de ellos y les ofrece cobijo en su refugio en el dique San Roque. Pero Troy no les está enseñando su verdadero rostro: lo que en realidad planea es entregarlos (tampoco se aclara a quién) a cambio de doscientos gramos de pasta base Colgate Herbal.

Pero los designios del roedor cambian cuando oye a la joven Clara (que no se entiende muy bien qué hace ahí, ya que se supone que fue raptada por los ninjas) entonar con gran nostalgia Ciega, sordomuda. Al oír aquello, Troy se arrepiente y, en consecuencia, decide exigir quinientos gramos de pasta. Clara arranca entonces con La camisa negra, y el castor se arrepiente un poco más. “Así no me va a alcanzar la vida para arrepentirme”, declara y, sin ver ya más salida, se redime. Y como primer acto de su nueva vida de honestidad, conduce a los pequeños a su laboratorio secreto, donde ha construido un robot que en las noches de luna llena se transforma en un avión supersónico.

Gracias a este armatoste y su detector de hermanos perdidos, la familia se reúne en corto tiempo. Cuál no sería la sorpresa de los mayores (no está claro cuáles son) al encontrar a los más pequeños en la colina misma que constituía su destino, a la cual han llegado por sus propios medios.

En pocas palabras proveen un resumen de lo sucedido: En un alto que los ninjas cyborg hicieron para impedir que toquen la flauta, el pequeño Ash Kechum encontró un huevo de porcelana cuya posesión luego disimuló fingiendo callos plantales. Del huevo nació más tarde un velocirraptor anaranjado, enemigo natural de los ninjas cyborg, que dio cuenta de ellos usando una combinación de kung-fu, tae-bo, breakdance y escupitajos eléctricos. Fue a lomos de esta bestia que cruzaron el aire y llegaron hasta la Colina (no queda muy claro en qué momento el reptil se convirtió en un dragón con escamas de aluminio aeronáutico, ni cómo logra volar con unas alas hechas de sombra y fuego).

Ya reunidos los hermanos, ya todos al corriente de lo acontecido, y ya que están ahí, ascienden a la Colina para entrevistarse con los Reyes de la Misma. En sus sitiales de piedra, vestidos con mantos de armiño iglesias y túnicas de púrpura de diferentes colores, los reciben Melchoruman el Blanco, Gasparf el Gris y Baltasar el Negro.

“Yo los llevaré”, declara Baltasar luego de oír sobre las tribulaciones de los pequeños. Adónde se supone que los va a llevar es otra de las tantas cosas que no quedan claras; pero de todas forman parten los cinco con algún rumbo, montados sobre el león Aslanián.

La bestia galopa veloz por las praderas de Doraëmontia llevando sobre su lomo a los cinco jinetes; y más veloz aun galopa luego de hacer rodar a los jinetes por la tierra y lanzarse en persecución de una gacela. “Es que no es un león domesticado”, explica el rey, al mismo tiempo que insta a las criaturas a correr en dirección contraria a aquella por la cual regresa el melenudo, sin la gacela y muerto de hambre.

Antes de morir, en un último acto de esfuerzo supremo, Baltasar logra sacar un brazo a través de las fauces de león y entregar una flauta a los niños. Con este instrumento logran reclutar un ejército de ratones (a los que más adelante se hace referencia alternadamente como conejos, cuises y patos, sin que nunca quede claro por qué), en andas de los cuales avanzan en alguna dirección no especificada, seguidos de cerca por el robot-avión y el dragón (el cual por algún motivo oscuro ahora es de lamé con lentejuelas).

La marcha continúa a través de una Doraëmontia primaveral, de colinas verdes y jacarandás en flor (qué pasó con el invierno nunca se explica, y de la reina Marta Cibelina no se vuelve a mencionar palabra), hasta que cae un rayo del cielo que fusiona en un solo ser biomecánico al robot, el dragón y un pequeño pony que salió de alguna parte. Al examinar el cráter dejado por el rayo (que en realidad era un meteorito o cosa parecida), los muchachos encuentran cinco trajes de colores con cascos haciendo juego que, sin ningún motivo en particular, proceden a ponerse (quién usa el quinto traje nunca se especifica). Y resulta ser una movida muy provechosa y oportuna, pues gracias a esos trajes pueden tripular el nuevo coloso (el cual, por alguna razón que supuestamente está implícita en el texto, puede disgregarse en varios animales robóticos: un escuerzo, una babirusa, un pez globo y un mosquito Anopheles) y combatir contra los ratones-conejos-cuises-patos-pastores ingleses a los que se les ha ocurrido ensamblarse en una enorme bola y devorar cuanto encuentren a su paso. “¡Hay que detenerlos cueste lo que cueste!”, dice Claudio (la única vez que este nombre se menciona en toda la novela), y de esta manera cierra el prólogo de El chivito, la reina, la heladera, etc., preparando el escenario para los ciento sesenta capítulos siguientes.

Las inusuales características narrativas de esta obra se explican si consideramos su germen. A mediados de 2004, una maestra de sexto grado de la escuela número 5365 “Juan Moreira” dictó una consigna a sus alumnos: “Composición, tema: la heladera”. Fue la sugerencia de un alumno lo que cambió el rumbo de lo que anticipaba ser un ejercicio de rutina: “Señorita, ¿qué tal si yo escribo tres renglones para tres personas, y cada una de esas tres personas escriben otros tres renglones que continúen la composición para otras tres, y así hasta que tengamos una composición escrita por todo el mundo?” Por supuesto, “todo el mundo” no llegó a participar, pero sí una buena porción de los alumnos de la “Juan Moreira” y muchas otras escuelas. “Nunca pensamos que tendría tanto éxito —dijo Estelle Arrabal, la directora—. En realidad, no era nuestra intención ponerla a la venta, pero la escuela necesitaba el dinero para su defensa en el juicio que le iniciaron por enviar cadenas de correo ilegales.”

Actualmente, El chivito, etc. se encuentra en la lista de los diez más vendidos de todas las librerías y los derechos cinematográficos son objeto de una incesante puja en DeRemate.com.

 

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