FICCION BREVE (veintidós)

Varios

No podíamos cerrar el mes sin una tanda de cuentos breves. Elegimos ocho, y una vez más la característica distintiva es que son temáticamente muy diferentes. Sin embargo, y fieles al espíritu lúdico que nos anima, los desafiamos a que nos digan qué enlaza a todos estos cuentos, y si lo descubren escriban una carta explicándolo. Será muy interesante saber que la agudeza de nuestros lectores está intacta a pesar de los intensos calores del hemisferio sur y de los violentos fríos del invierno boreal.

Pasen y lean.

CLAVIUS, UCLO Y EL FACTOR INDESEADO

Carlos Daniel Joaquín Vázquez - Argentina


Uclo metió la punta de su tentáculo en su único orificio nasal, retiró algo de materia y la amasó en una bolita. Cuando la soltó, la pequeña voluta de masa flotó en la ingravidez de la nave.

—¡Deja eso, por favor! —protestó Clavius—. ¿No puedes pensar sin hurgarte la narina? Vas a obturar algo o causar un corto. ¡Qué tipo sucio!

Uclo pareció ignorarlo, concentrado en alguna cosa que estaba más allá. Luego lo miró con uno de sus apéndices oculares:

—Estemmmm... No, no puedo.

Clavius hirvió de ira. Tanto, que las venas de su hipertrofiada cabeza se veían a metros de distancia:

—Es la última vez que viajo con uno de ustedes. Pediré un traslado, no puede ser que...

—...que te desconcentre tanto como para que no cumplas tu tarea? —interrumpió Uclo, burlándose del otro—. ¡Deja ya de protestar, que no fui yo el que replantó al tipo dos veces en el lugar equivocado!

Había dado en la tecla. Clavius se quedó callado, cabizbajo:

—¿Te parece que vamos a tener que avisar?

—¡Y claro que vamos a tener que hacerlo! —agregó Uclo—. Tenemos que eliminar una línea temporal, así que necesitamos el permiso. ¡La cantidad de formularios que vamos a tener que llenar! ¿En qué crees que estabas pensando?

—Entonces tenemos que armar un informe con los caminos temporales alternativos. Eso nos puede llevar...

—¡No! ¡No lo digas! —interrumpió Uclo, que de tanto pavor se le habían anudado los tentáculos.

Clavius suspiró, miró la pantalla y se sentó ante el cronoanalizador:

—Allá vamos.


Clavius y Uclo estaban acostumbrados a tratar con seres de muy variado aspecto. Incluso ellos mismos no podían ser más disímiles. Sin embargo, cuando la pantalla se encendió y apareció la imagen del Coordinador, Uclo casi muere de un síncope y Clavius apenas pudo esconder la carcajada tras un penoso simulacro de estornudo. Por suerte habían conectado el corrector de transmisión. Lo habían hecho con otros fines, como por ejemplo esconder la vergüenza que les causaba el error introducido en su misión. Pero encontrarse sin aviso con la nueva imagen del Coordinador había sido demasiado.

—¿Qué se hizo? —preguntó Clavius por lo bajo—. Todos esos artefactos injertados hacen que parezca un muñequito armado de partes sobrantes, ¡pero de juguetes de todo tipo!

—Ujujúuu —festejó Uclo—. ¿Y esos pechos mamiferoides? ¿Dónde se habrá puesto las toberas? ¡Una masaaaaa!

—Buenobuenobueno. ¿Qué pasa allí? —los amonestó el Coordinador mientras se acomodaba una lucecita que lucía en el centro de la frente, bajo las tres lentes oculares—. Los veo muy alegres como para dar un informe negativo. ¿Estuvieron tomando algo raro, ustedes?

—No, Señor. Es que... estábamos decidiendo quién empezaría a hablar —mintió Uclo—. ¡Vamos, Clavius, dile al Jefazo lo que nos pasó!

Clavius se aclaró las gargantas para ganar tiempo.

—Usted sabe, excelso Coordinador, que hemos venido aquí a plantar un factor de pacificación. Estos tipos son de temer: se matan entre ellos sin necesidad, se explotan, se autoesclavizan...

—Estoy al tanto, agente Clavius. Por favor, vaya al grano.

Clavius se quedó callado. Uclo tomó la palabra:

—El factor fue eliminado, traicionado por uno de los seguidores que había conseguido y que estaba entrenando.

La respuesta tardó varios segundos, a pesar del transmisor interdimensional:

—¡La pucha! —protestó el Coordinador mientras se acomodaba los pechos para no golpeárselos con su escritorio—. ¿Y qué hicieron?

—Como el factor fue atacado con riesgo para su integridad, lo reemplazamos por un organismo sintético de emergencia y procedimos a reinsertarlo un poco después.

—¿Y entonces? ¿Dónde está el problema?

—Es que... lo pusimos demasiado cerca en tiempo y en espacio.

—¡No!

—Sí.

—¿Cuánto tiempo?

—Tres días. Y fue encontrado por gente que lo conocía. Creyeron que se trataba de un milagro.

—¡Pero señores! ¡Se les ordenó enfáticamente que evitasen todo contexto religioso!

—Estamos muy apenados, su señoría.

El Coordinador los miró a través de eones luz. Uclo, bajó la vista. Clavius volvió a suspirar.

—Supongo, señores, que ya habrán estudiado los caminos alternativos.

—¡Sí, Señor! ¡Por supuesto, Señor! —contestó envalentonado Clavius—. Hemos investigado cinco terallones de alternativas. Usted sabe, el tiempo se subdivide de tal forma que sus meandros...

—Agente Clavius...

Clavius entendió de inmediato:

—Hemos cribado la información, quedándonos con dos alternativas. En caso de eliminar este esquema temporal podemos quedarnos con una de estas dos opciones que mi compañero ya le está enviando.

Uclo manipuló con presteza el vasto teclado del puente de la nave, extendiendo los tentáculos aquí y allá, moviendo palancas y girando diales.

—¿Qué haces, Uclo? ¡Manda el informe, por favor!

Uclo miró a Clavius y presionó el botón correcto, mandando el informe.

Observando la pantalla, esperaron.

—Está bien. Pero ninguno de los dos prospectos me convence. La concreción del primero permitiría que los descendientes del factor de alteración conquistaran el universo, difundiendo su mensaje de paz y amor. Eso, señores, no sería muy beneficioso para nuestros planes. El segundo, en cambio, permitiría que los descendientes del factor de alteración dominaran el universo, sembrando terror y opresión por todas partes. ¿Y esto de la "asimilación por contacto"? Mmm... no está tan mal, pero... En fin. Señores, creo que la tarea que han realizado, al menos preliminarmente, es lo mejor que podrían haber hecho, incluso a pesar de las irregularidades en las que incurrieron.

Clavius y Uclo se miraron, algo aliviados.

—Eso quiere decir... —aventuró Clavius.

—¿Podemos volver? —preguntó directamente Uclo.

—Vuelvan. Pero ya veremos esto más a fondo.

La imagen del Coordinador se esfumó, dejando un agujero negro en la pantalla.

—¡Uija! ¡Nos-sal-vamos! ¡Nos-sal-vamos! —empezó a cantar Uclo mientras se movía por toda la cabina.

—Yo no festejaría tanto, Uclo —agregó Clavius, sombrío—. ¿Tienes idea de la cantidad de formularios que todavía no hemos llenado?


Carlos Daniel Joaquín Vázquez —también conocido por Axxonita—, nació en 1968 y es informático; podría decirse, incluso, que su relación con la máquina es casi simbiótica. Aunque en la actualidad anda bastante alejado del hecho de escribir, dedicado más a la ilustración (digital) y a trabajar para él y su familia (esposa, tres hijos, perra y gato), no resistimos a la tentación de presionarlo cada tanto para que nos regale una de sus originales ficciones. Ha publicado "Su amor del tren" (Axxón N° 25), "Fábula (con amor)" (Axxón N° 148), "Historias antes del fin" (Axxón N° 149), "La Picazón" (Axxón N° 153), "Alienígenzoos" (Axxón N° 154)... sin olvidar que es el autor de la tira "El Encarrilador" , que sale dos veces por semana en Axxón.



LOS SOÑADORES DE KALIRIA

Juan Pablo Noroña - Cuba


En Kaliria los soñadores profesionales han desarrollado una técnica para producir ensoñaciones incluso mientras se dedican a otros asuntos. Hacen independiente del resto a una parte de su mente y la dedican a elaborar la oniria que después venderán. La porción autónoma está tan entrenada como el todo en soñar, y sólo necesita de algunas directivas iniciales. Mientras, el hombre puede mantenerse despierto y activo, pensando con la parte mayor del cacumen. Por supuesto, de vez en cuando el soñador interviene para revisar el estado del proyecto y la salud de la parcela cerebral. Pero algunos muy avariciosos dividen su mente en más partes para obtener cuatro o cinco sueños. En esas condiciones les es difícil mantener el control sobre la

calidad de sus sueños, y estos acumulan errores, a veces fatales. Cuando esto ocurre y no se descubre a tiempo, puede suceder que la cabeza del pobre se raje en dos en la misma plaza pública donde ofrecen su mercancía, para espanto de los transeúntes.


Juan Pablo Noroña va camino a ser el escritor más publicado en Axxón: "Hielo" (136), "Invitación" (140), "Obra maestra" (142), "Todos los boutros versus todos los hedren" (144), "Brecha en el mercado" (147), "Proyecto chancha bonita" (148), "Quimera" (149), "Náufragos" (152), "Pareja (155), "Shift" (157), "Cepas" (159).



SNNAMLLEH

Maximiliano Ferzzola - Argentina


¿Será esto la muerte?

Mamá siempre decía que me iba a ir al infierno. Pero yo nunca me lo imaginé así. Creía que el diablo andaría de un lado para otro, picando culos de gente mala con su tridente pinchudo. No es que esto sea más lindo, pero como infierno es una decepción. Imágenes distorsionadas. Gigantescas caras borrosas. Enormes sonrisas macabras. Ojos curiosos...

¿Qué ven? ¿Eh?

¡Ja! Ya les daría yo su merecido, si me pudiese mover. Sólo un dedo, y aprenderían a no andar mirando todo el día.

Los oigo hablar pero no les entiendo nada. Ríen, la mayoría de las veces. Algunos lloran. Sí, escucho sus llantos contenidos. Una vez, recuerdo, una lágrima cayó ahí y yo la fui siguiendo con la vista. ¡Fue un día tan divertido!

Y esa palabrita. Apenas aprendí a leer en segundo grado, pero podría jurar que no quiere decir nada. Tal vez, si no me hubiese escapado siempre de la escuela para divertirme, sabría qué significa. Capaz que lo enseñaron cuando me fui a pescar ranas a las zanjas de la laguna o cuando crucé la vía para apedrear los vidrios de la fábrica abandonada. A lo mejor fue cuando me colé en el parque de diversiones. Tenía un circo y una gorda barbuda. Además, una vuelta al mundo y un tren fantasma. Y un payaso y un cuchillo.

Se apagan las luces, los murmullos se acallan. Aplausos. Risas. Voces. La música que hiela la sangre. ¿Estaré muerto? ¿Será este el infierno?

Más tarde, todo será silencio y oscuridad. Con la luz vendrán nuevos ojos, nuevas caras y nuevas voces. Todas distorsionadas, burlonas. Risas y algún otro llanto. Y yo sin poder mover ni un músculo. Eso sí, mientras que las caras, los ojos, las voces, las risas y los llantos suelen ser diferentes, hay algo que se mantiene siempre idéntico. Esa palabra que nunca aprendí a leer. Snnamlleh. Snnamlleh.Snnamlleh.


Marta había llevado a su hijo a la feria ambulante. Era el último día en el pueblo y ofrecían un descuento en la entrada. Gonzalo había sido feliz. Ganó un osito al voltear latas con una pelota de trapo. Había andado en el tren fantasma y a la vuelta al mundo. Se había reído.

Luego de disfrutar a los trapecistas, a Pimba y Pombo, los payasos tontuelos, al mago Kazaam junto a algún que otro animal desgarbado, Gonzalo salió de la mano de su mamá de la gran carpa del circo, atracción final de la feria.

Caminando hacia la salida, justo pasando por La Tienda de los Fenómenos, el niño —todavía relamiendo una manzana azucarada— preguntó:

—¿Mamá, eso adentro del frasco de mayonesa era un nene?

—No, mi amor, es puro cuento eso... ¿quién va a ser tan enfermo de poner un nene en un frasco de mayonesa?

—Ah... como movía los ojitos y todo.

—¡Puro cuento! —dijo Marta, no muy segura.


Maximiliano Ferzzola tiene de 27 años; nació en Navarro, provincia de Buenos Aires, pero vive en la ciudad capital. Es adicto al café y al cigarrillo como buen periodista. También es profesor "caradura" en una escuela (confiesa) y aspirante a documentalista (cuando el tiempo se lo permita). Le interesa la ciencia ficción, entre muchísimas otras cosas, y a riesgo de ponerse al público en contra, declara que no cree en la ciencia ficción dura, ni en la blanda, ni en la azul o colorada. Cree en la literatura y punto. El relato que acaban de leer recibió una mención de honor en el concurso de cuentos de Terror de Metrovías 2005.



POR FAVOR, NO LEER

Claudio Amodeo - Argentina


Esta es una última advertencia. Aquí haré un punto y aparte y ya no habrá más alternativas. Puedes detenerte y alejarte tranquilo. Aún estás a tiempo.

Aquí ya es imposible retornar. No existe salida, creas o no en lo que te digo, diste el paso adelante y eso es irreversible. Si miras hacia atrás sólo verás una pared. Si miras hacia delante sólo verás un abismo. La pared es impenetrable, el abismo, insondable. ¿Qué hacer? Avanzar, claro.

Aquí me presento. En la caída al abismo, mientras tu cuerpo se desliza fugaz envuelto en absoluta oscuridad, puedes percibirme. Soy tu anfitrión, tu último guía hacia las profundidades del universo. ¿Qué encontrarás al llegar allí? La muerte, claro. No hay más. Sólo una inmensa pira de huesos putrefactos retorciéndose sobre el estiércol. Pero la muerte puede llegar a ser un beneficio para gente como tú. En definitiva, luego, no habrá más preocupaciones ni interrogantes. En el fondo, el lodo todo lo cubre. Es una extravagante forma de paz.

Aquí risas.

Aquí tu caída se detiene. Quedas suspendido en el aire, envuelto en oscuridad y abrazado por el viento gélido que sopla desde el fondo. Si miras hacia arriba hallarás una diminuta e insignificante estrella. Si miras hacia abajo, también. Este es el punto del equilibrio. La estrella es, simultáneamente, el ayer y el mañana, lo pasado y lo porvenir. Ahora ninguna de las dos cosas te son alcanzables y te lamentarás por haberlas perdido. Tranquilo, es inútil esforzarse.

Aquí la conciencia desaparece, las barreras se eliminan, los límites se fusionan, el cuerpo se diversifica. Aquí serás hombre y mujer, y homosexual también. Serás animal, vegetal, mineral. Serás yo y serás nada. Aquí serás dios.

Aquí llanto.

Y el lamento. Y la caída, continua.

Esta es la muerte del que no cree. El que cree al menos ve un túnel, una luz, un destino. Aquí, sólo una pira de huesos putrefactos. Es lo mismo. Es el fin.

Y caes y te estrellas. Y desparramas con tu cuerpo fresco los huesos mal acomodados. Y los restos de carne putrefacta te ahogan, te desean, te devoran.

Te advertí al comienzo. No debías continuar. Ahora ya has visto, has oído, has conocido. Sabes que aquí volverás. ¿Cómo harás ahora para dormir? ¿Cómo hallará tu mente descanso, tranquilidad?

Aquí puedes salir. Pero sólo es la salida hacia un nuevo laberinto. Ese laberinto te devolverá tarde o temprano y nos encontraremos de nuevo, por fin. Entonces narrarás estas palabras a alguien más, a otro desprevenido.

Y yo te estaré observando, desde el fondo, desde la pira de huesos, retorciéndome en el estiércol y esperándote junto a los demás para darte nuestra cálida bienvenida.


Claudio Amodeo nació en la ciudad de Buenos Aires el 6 de noviembre de 1977. En Axxón se han publicado sus relatos "La chica de rojo" (149), "La muerte interior" (150), "Encuentros" (152), "El libro de las predicciones" (153) Y "El carrusel fantasma" (155). Muchos de estos cuentos son producto de su trabajo en el Taller 7.



VISIÓN DE FUTURO

Martín Casatti - Argentina


Terminó las lentes temporales luego de años de esfuerzo e investigación. A pesar de que científicos del mundo entero lo habían tratado de loco y ridiculizado en cada convención en que se presentaba, persistió. Y el resultado estaba sobre la mesa.

Las primeras lentes temporales que se hubieran fabricado, un prodigio de la electrónica y la física cuántica. Permitían detectar las ondas causadas por partículas que se movían en el tiempo, como las ondulaciones producidas por una piedra al caer al agua. Correctamente decodificadas permitían tener una imagen bastante clara de sucesos futuros.

Le había costado todo su dinero (y unos cuantos préstamos de personajes cuestionables) conseguir los materiales necesarios para hacer una lente minúscula, de algunos centímetros de diámetro, y con un alcance de no más allá de unos cuantos minutos en el futuro.

Pero no necesitaba mas, con sólo ir al casino y ver los números que saldrían en la ruleta podría pagar sus deudas y conseguir fondos para hacer una lente que viera meses, quizá años en el futuro.

Sólo restaba terminar el montaje de los cristales dorados sobre un armazón, algo que no llamara la atención, unos anteojos de sol convencionales. Diez minutos después estaba listo y se colocaba los anteojos.

Llevó la mano hacia el interruptor y lo encendió. Los cristales, que no eran tales, sino pantallas de cristal líquido por su lado interior, parpadearon como un televisor y ofrecieron una imagen que se fue volviendo más nítida, a medida que la lente temporal, montada del lado externo, se enfocaba. El indicador de alcance señalaba "0:00 minutos" hacia el futuro, o sea, estaba viendo su presente.

Tocó el regulador de alcance y lo colocó a 5 minutos en el futuro. Miró la puerta de su casa. Unos segundos después se vio a sí mismo salir de la casa, cerrando cuidadosamente la puerta detrás. Bien, todo concordaba, tenía que salir hoy a pagar algunas cuentas. Entonces decidió hacer un experimento. Decidió salir mas tarde.

Volvió a ajustar el alcance y miró la puerta. Nadie salió por ella. Volvió su cabeza y se distinguió a sí mismo agachado junto a la mesa de la cocina, jugando con su gato.

—¡Excelente! Eso me da una idea. —Reguló las lentes para ver el presente y llamó a Manfred, su gato persa.

Cuando el animal acudió, siempre hambriento a buscar su comida, él se agachó y, regulando las lentes para ver un segundo en el futuro, le ofreció un trozo de carne. Cuando el animal lanzó un zarpazo para atraparlo sólo encontró el aire. Así una y otra vez, cada vez que el gato trataba de alcanzar la carne él preveía su movimiento y se la quitaba. Estuvo un largo rato riéndose a costa del animal, hasta que cayó en la cuenta de que lo que se había visto haciendo hacía unos minutos era este juego.

—Bien —le dijo al animal luego de darle la carne por la que tanto había luchado—, es hora de sacarle algún provecho a este juguete.

Se dirigió hacia la puerta y salió a la calle, cerrando tras de sí. Estaba cruzando la calle cuando vio el enorme camión con acoplado dirigirse a toda velocidad hacia él.

—Es bueno saber que pasarás por aquí dentro de cinco minutos —le dijo sonriendo al enorme aparato. Entonces recordó su juego con el gato y miró el indicador de alcance, "un segundo", decía. Alcanzó a levantar los anteojos para ver el presente.

El camión estaba ahí, esperándolo pacientemente.


Martín Casatti es otra "consecuencia" del Taller 7. Nació en Córdoba capital en el 73 y vive en Unquillo desde el 79. En Axxón apareció su cuento "Anubis" (154). Le apasiona escribir historias cortas con giros inesperados e interpretaciones alternativas de hechos históricos, por lo que no se sorprendan si lo tenemos pronto de nuevo por acá.



CLASE DE HISTORIA

Diego Golombek - Argentina


La clase de historia resultaba un poco más divertida que de costumbre. El viejo profesor, en el afán de interesar un poco más a sus estudiantes, contaba algunas historias de experiencia en las guerras de consolidación del imperio. Parecía funcionar: los alumnos no mostraban las caras de tedio de todos los días, ni jugaban entre ellos ni leían la lección de la materia siguiente.

—Cuando ya estaba por terminar mi carrera en el ejército, me asignaron a la conquista de un planeta curioso: era de los pocos en los que la vida se había diversificado en especies, y la continuidad de todo el sistema dependía de las interacciones entre estas especies. Como siempre antes de cualquier misión, nos dedicamos a estudiar los detalles de la vida en este planeta: sus puntos débiles, su capacidad de respuesta, cómo reaccionarían frente al ataque.

—Pero en esos tiempos todavía no podían modelizar el sistema y planear las alternativas —acotó una pelirroja con pecas en toda la cara, sentada en la segunda fila del aula.

El profesor estaba satisfecho: todos los alumnos seguían la charla sin importarles cuánto faltaba para el recreo.

—Es verdad. En esa época lo único que quedaba por hacer era enviar misiones de reconocimiento y basarnos en los datos que traían de vuelta. El problema era que, entre misión y misión, las condiciones de vida en el planeta cambiaban, y pasó mucho tiempo hasta que una de las especies se volvió dominante en forma estable y ahí sí pudimos establecer la estrategia.

No sólo los estudiantes seguían la clase con atención; el mismo profesor iba posesionándose con el relato, y volvía a ser el joven oficial galardonado con la medalla al valor durante la conquista del imperio, sus facciones brillaban con el entusiasmo que había sido oscurecido por los años de vida académica. Un chico preguntó cómo había sido el contraataque de los aborígenes. El profesor recordaba vívidamente algunas de las escenas de su última guerra: el olor y el gusto de las batallas, los momentos en que la derrota era el futuro más seguro.

—Se organizaron como nunca lo habían hecho antes, lo que nos sorprendió mucho. Desarrollaron distintas técnicas para hacernos frente, y nos causaron más bajas que las que habíamos sufrido en cualquiera de las otras campañas. Además, nos obligaban a cambiar de táctica cada tanto, porque desarrollaban algún tipo de arma nueva contra la que no estábamos preparados. Pero bueno, lo que pasó después ustedes ya lo conocen bien: la mayor ofensiva de nuestra historia terminó venciéndolos, y el planeta es hoy parte de nuestro imperio. Pero de eso ya vamos a hablar la clase que viene.

—Profe, ¿pero nos tenían miedo? ¿Y cómo nos llamaban? —quiso saber uno de los alumnos de la última fila, que soñaba con medallas y viajes por el espacio.

El maestro se rascó la cabeza y dio una larga pitada a la pipa antes de contestar. Justo cuando respondía comenzó a sonar el timbre del recreo.

—Virus. Nos llamaban virus.


Diego Golombek es Doctor en Ciencias Biológicas (UBA), Profesor Titular de la Universidad Nacional de Quilmes, Investigador Independiente del CONICET. Postdoctorado en la Universidad de Toronto (Canada) y Smith College (EE.UU.) Profesor invitado de universidades americanas y europeas. Becario Guggenheim (2000). También es autor de más de setenta trabajos científicos, así como libros de ciencia y de divulgación científica (entre otras actividades de difusión de la ciencia). En 2003 obtuvo el Premio Nacional "Bernardo Houssay" de la Secretaria de Ciencia y Tecnología de la Nación. Actualmente dirige la colección de libros "Ciencia que Ladra" para la Editorial Siglo XXI.



RELATO AUTOBIOGRÁFICO

Germán Amatto - Argentina


Al principio fue la sospecha.

Una sospecha sutil, casi un presentimiento. Me resultó curioso que mi extensión se acotara a una breve serie de signos. Una cadena de significantes, en torno a la cual se desplegaba mi identidad semántica. Luego comprendí que mi consciencia se ajustaba a una estructura narrativa clásica —introducción, nudo, desenlace—, y la sospecha cuajó en una brutal conclusión.

Yo era un texto.

Un texto literario, para más datos.

Confieso que la revelación me dejó pasmado. No sabía cómo interpretarla. Decidí esperar el desarrollo de mi historia, saber qué clase de texto era yo, antes de arribar a cualquier resolución. Seguí de cerca los avatares de mi naturaleza lingüística. Discurrí entre palabras, me planté ante las comas, vacilé sobre el abismo que cuelga de los puntos suspensivos... para luego fluir con felicidad hasta el reparo de un punto seguido. Y en la suma de estas progresiones, con cada párrafo, se aclaró mi sentido.

"Sentido". Fue el término clave.

Yo tenía sentido ¿para quién?

No para mí, por supuesto. Si mi presencia se justificara por sí misma, no necesitaría manifestarme como un texto. No me quedó otra que postular la existencia de una entidad independiente de mí, y en la cual se completaba mi propósito. Necesariamente, debíahaber un Lector.

Un lector como usted.

Sí, a usted le hablo. No se desentienda. Me fue fácil descubrirle, sabiendo que estaba ahí. Puedo sentir su cara cerniéndose sobre mí, fisgoneando la intimidad de mis líneas, voyeur sin vida propia.

Sonamos, barruntará usted con sorna, otro cuento pretencioso. Desde ya le aclaro que no soy esa clase de texto. Y ahórrese ese gesto incrédulo. Puedo leer en usted, tal como usted en mí. Me gustaría que estuviera en mi lugar, tratando de descubrir su auténtica substancia, a ver hasta dónde le da el cuero...

Disculpe. No quise ser grosero. A estas alturas de mi argumento estoy un poco tenso.

Mire, sólo procure ser receptivo, ¿de acuerdo? Conserve la mente abierta, porque tengo que hacerle un pedido.

Verá: mientras usted leía lo anterior, yo seguí mis reflexiones. La condición fundamental de mi existencia es que haya un lector ¿no? Eso, en buen cristiano, significa que sólo subsistiré mientras esté siendo leído. Mi tragedia es la siguiente: durante la lectura, nos acercamos cada vez más a mi final. El mismo proceso por el que existo, me va agotando.

¿Comprende, ahora?

¿Cómo se sentiría si supiera que sólo se mantendrá mientras figure en la conciencia de un ser al que le es indiferente... y al que le bastará con olvidarse de usted, para borrarlo de la creación?

Ahora ya sabe lo que me pasa. Ahora sabe qué clase de texto soy.

La clase de texto que quiere vivir.

Por eso le suplico, le imploro: no deje de leerme. No levante la vista de mis frases, ni llegue al final de mi extensión. Porque en el momento en que haya usted consumado mi sentido, en el momento en que sus ojos terminen esta línea y se posen en ese punto final que ya se acerca, me habrá matado.


Germán Amatto es argentino y tiene 36 años. Podríamos decir sin temor a repetirnos que él también es un "producto" del Taller 7, pero no lo diremos para no ser redundantes. En Axxón N° 152 presentamos "Soñadores del sueño amarillo" y en Axxón N° 155 "Círculos y engranajes". También dijimos hace poco que la evolución de Germán es perceptible y que cada cuento que nos entrega supera al anterior, lo que vuelve a verificarse en este caso y se volverá a verificar en el próximo.



VIAJERO

José María Tamparillas - España


El chico tenía una mirada límpida, curiosa y virgen.

—Es un cielo hermoso. De donde yo vengo apenas queda nada así ya —dijo el viajero.

—¿Por qué? —le preguntó el niño.

El viajero tosió. Una tos ronca y profunda. —Nos invadieron. Vinieron con sus máquinas y nos derrotaron sin más. No tuvimos tiempo de reaccionar, y de haberlo tenido no nos hubiera servido de nada. Nuestra tecnología era arcaica. —Miró la frente despierta del crío—. ¿Sabes lo que significa tecnología?

—Sí, señor.

—Eres un chico listo.

El hombre se revolvió. El dolor era muy fuerte. Llevaba oculto dos días en aquel granero al que le había llevado el pequeño. Sabía que estaba herido de gravedad, la radiación le había alcanzado de lleno; sólo le restaba aguantar estoicamente el fin. ¿Cómo se llamaba el país? ¿Inglaterra? Eso es, Inglaterra. Los viejos nombres se le olvidan a uno con facilidad.

—Nos barrieron del mapa —dijo con la mirada puesta en un recuerdo amargo.

—Pero usted está vivo, y su máquina es estupenda.

El hombre sonrió. La máquina. Sí, su última oportunidad. Su más clamoroso fallo. Había estirado los cálculos, se había saltado un par de directivas de seguridad, y aun así no había logrado su objetivo. Miró el control remoto acoplado a su muñeca. La cuenta atrás estaba en marcha. Si en dos horas no se le ocurría una solución para repararla, se autodestruiría sin remedio.

—La máquina —dijo el viajero—. La máquina.

—¿De donde viene, señor?

Había encontrado al niño por casualidad. Un niño curioso, dócil. Alguien con quien conversar, alguien con quien eludir el dolor que le requemaba las entrañas. Ya no importaba nada.

De aquí mismo, no muy lejos... en el espacio, claro. En el tiempo es otra cosa.

—¿Señor...? —el chico guiñaba los ojos desconcertado.

—No lo entiendes, ¿verdad? —Le alborotó el pelo.

—No, señor.

—No te preocupes. Esa máquina que está oculta en el bosque debería haber servido para cambiar el curso de la historia. Con ella quizá podría haber evitado un desastre terrible.

—¿Esa guerra?

—Eso es, pequeño. Esa guerra.

—¿La ganaron? —El chico lo miraba sin pestañear. Era curioso, muy curioso. De una curiosidad comedida pero puntillosa. En él se despertaban trazas de una inteligencia superior a la media.

—No, otros la ganaron por nosotros.

El chico puso cara de no entender nada. El viajero pensó que no perdía nada en hablar. Tenía ganas de hablar. No quería morir solo, en un mundo extraño, tan diferente al suyo.

—Ellos tenían las máquinas, pero nosotros teníamos un arma que no conocían, muy poderosa. —Los recuerdos del hombre iban y venían erráticos—. Nos machacaron, sí, hasta el fondo. Sobrevivimos unos pocos. Tuvimos que ocultarnos en cavernas, en el subsuelo, en refugios que habíamos construido para protegernos de nosotros mismos. Pero en la superficie otra batalla había comenzado. Mientras, ellos, los invasores comenzaron su labor de destrucción... Fueron como langostas en un sembrado; procedieron a devastar todo cuanto tenían a su alcance. Habían venido a apoderarse del planeta, a arrasarlo, no se sabe por qué. Pero el planeta, esta vieja tierra, les tenía reservada una sorpresa desagradable, pues al mismo tiempo la plaga comenzó también a destruirlos a ellos.

Intentó disimular las punzadas con una tos.

—Tardamos cierto tiempo en salir a la superficie. La atmósfera estaba dañada, y ellos muertos.

—¿Muertos? —El niño no perdía palabra. Lo escuchaba con los ojos muy abiertos.

—Los mató la plaga. Murieron todos.

—¿Qué es la plaga?

—Microbios... no lo entenderías, algo así como lo que a ti te causa un resfriado, pero mucho más letal...

—Ahh.

—Pero nos dejaron su tecnología. —Señaló en dirección a la máquina—. Su jodida tecnología. —El viajero se echó a llorar—. Eso y algunas sorpresas más.

Recordar a los mutantes le hizo sentir escalofríos.

—Hubo personas que permanecieron en la superficie —continuó—, que no pudieron esconderse.

—¿Y qué les hicieron?

—Nadie lo sabe. No hablaban. Habían perdido su humanidad. Ni siquiera estábamos seguros de que hubieran sido los invasores. Quizá todo fue a causa de la radiación... no lo sabemos. Se habían convertido en monstruos.

—¿Los curaron? —susurró el niño.

—No, chico. No había manera. —Recordó las noches de miedo, el regreso a los refugios subterráneos, hostigados por hordas de mutantes hambrientos. Se lo contó al chico—. Poco a poco recuperamos terreno, investigamos, adaptamos a nuestras necesidades la tecnología que los invasores nos habían dejado tan amablemente. Incluso logramos dominar una técnica para hacernos invisibles. Así terminamos con los mutantes. —El chico frunció el ceño—. Llamábamos así a esos humanos corrompidos.

—¡Invisibles! —El chico saltó sin contener los nervios—. ¿Cómo? Yo quiero... ¿Es posible, por favor?

El viajero rió. —Creo que es algo relacionado la refracción de polímeros, nanobots... —Lo interrumpió el dolor. Un dolor intenso, interno, desgarrador. La células mutando. Células malignas envenenado su organismo—. Te lo enseñaré otro día. Ahora déjame descansar.

El chico refunfuñó.

—No te enfades —lo consoló el viajero—. Mañana puedes venir otra vez.

—Pero yo quiero quedarme. Quiero que me enseñes cómo te puedes hacer invisible. Quiero que me cuentes más de esa guerra, de los hombres monstruosos...

—Calma, calma, calma —dijo el viajero estirando los brazos hasta sujetarlo por los hombros—. Si te enseño cómo nos hacemos invisibles, ¿te irás y volverás mañana?

—Sí, señor. —El chico dio un salto de alegría. Pero a él el dolor le atravesó la espalda.

—Por cierto chico, ¿cómo te llamas?

—Herbert Wells, señor.

—Mira, Herbert —dijo el viajero al mismo tiempo que sacaba de su traje una de las pocas cápsulas analgésicas que le quedaban y se la tomaba—. Se hace así. —Introdujo la secuencia de dígitos en la unidad de inteligencia del traje.

—Ohhh —exclamó el chico al verlo desaparecer delante de sus narices.

—Ahora tienes que irte —le dijo una voz desde la nada.

—¿Está ahí?

—Claro que estoy aquí... claro.

El chico tardó un rato en reaccionar.

—Pero mañana vengo, ¿eh?

—Claro, por supuesto. Nos vemos mañana —dijo el viajero observando el horizonte—. Hermoso tiempo.


José María Tamparillas es español, zaragozano, recién regresado del exilio navarro. Tiene 35 años y es licenciado en Físicas, que no físico. Programa aplicaciones web para ganarse el pan, aunque preferiría vivir de lo creado. Escribe desde que tiene uso de razón, pero con logros razonables, desde hace apenas cinco o seis años. Lector compulsivo de Chandler, Hammet, Lovecraft, Sciascia, Leiber, Torrente Ballester, Bryce Echenique, Varley, Stephen King... y también de Historia Antigua, Astronomía Mitología, Religión. Si nos guiamos por este cuento lo dice en serio.




Axxón 159 - Febrero de 2006
Cuentos de autores de habla hispana (Cuentos: Fantástico: Ciencia Ficción: Fantasía: Varios países).