DIOS Y EL SR. SLATTERMAN

Mike Resnick

Estados Unidos

Está Dios, que decide usar Sus mejores armas y dice:

—¡Ésa fue la última vez que os mofáis de Mi nombre!

Y está el Sr. Slatterman, que simula no haber advertido que la mesa de juego ha desaparecido y que toda la gente se ha esfumado, y que mira a Dios directamente a los ojos y dice:

—No pronuncié tu nombre en vano, especialmente si eres el que yo pienso que eres, y además, si tienes la amabilidad de tomarte la molestia de verificar tus registros, verás que mis palabras precisas fueron "¡El bebé necesita un par de zapatos nuevos!"

Y Dios lo mira echando fuego por los ojos y dice, con mucha rimbombancia:

—¿Cómo osáis hablarme con semejante tono de voz?

Y el Sr. Slatterman, cuyos ojos están todos fruncidos debido a lo muy resplandeciente que es el Todopoderoso, reacciona de inmediato, con total desfachatez, y dice:

—Bueno, ten cuidado con eso de andar por ahí acusando a la gente de cosas que no ha hecho como es debido y, lo que es más, pienso que no creo en ti.

—Lo que vos creáis no tiene importancia —dice Dios, con la sensación de que no está logrando transmitir Su mensaje—. Habéis quebrantado repetidamente Mi Sabbath y habéis desobedecido Mis leyes, entregadas a Moisés. ¡Sois una abominación ante Mis ojos!

—¡Vamos, espera un poco! —retruca el Sr. Slatterman—. Los barman también tenemos derecho a vivir, por si no sabías, y si no estuvieras tan fenomenalmente ansioso por hacernos sufrir a todos las torturas de los condenados, o al menos una aproximación cercana, como las que te pueden caer de Dirección General Impositiva sin previo aviso, quizás no estarías tan ocupado en tu día libre y hasta podrías jugar un poco al golf.

Bueno, esto de verdad enfurece a Dios y, de pronto, ya no está fingiendo ira, y entonces ruge:

—Vos sois...

—No quiero que te pongas mal ni nada de eso —interrumpe el Sr. Slatterman, que se siente apenas un poco desorientado—, pero ¿podrías ser tan amable de aflojarte un poco con eso del "vos" y el "sois"?

Dios mira al Sr. Slatterman, exhala un breve suspiro de cansancio y, luego de recuperar Su compostura, recomienza.

—Bernard Slatterman —dice, con Su mejor voz de "vengan a la reunión del domingo" —, has malgastado tu vida en la búsqueda de placeres terrenales y tu alma inmortal corre un grave peligro de caer en la maldición de la perdición eterna.

—Así está mejor —dice el Sr. Slatterman, mientras el mareo comienza a ceder—. Y, teniendo en cuenta quién eres y todo eso, puedes llamarme Bernie.

—¿Entiendes lo que te estoy diciendo? —exige Dios con tono estentóreo.

—Me parece que nada de eso viene al caso, puesto que ya estoy muerto —dice el Sr. Slatterman—. Y ya que hablamos del tema, elegiste un momento tremendamente cruel e insensible para erradicarme de la rueda de la vida.

No estás muerto.

El Sr. Slatterman resiste el apremio de maldecir y, en su lugar, opta por fruncir el entrecejo con desaprobación.

—¿Pretendes aparecerte así y decirme, con increíble desvergüenza, que acabas de arrancarme de los dados por capricho, con tres billetes de los grandes en juego y conmigo a punto de tirar un seis servido?

—Va a ser un siete —retumba la voz Dios con aspereza.

—¿Un cuatro y un tres o un cinco y un dos? —exige prontamente el Sr. Slatterman.

—Un seis y un uno —replica Dios, que siente que, definitivamente, está perdiendo el control de la conversación.

—No te creo —dice el Sr. Slatterman.

—Yo nunca miento —dice Dios, irguiéndose hasta adquirir Su altura completa, que es considerable.

—¡Bueno, qué descaro de los mil demonios! —exclama el Sr. Slatterman—. ¿Cómo puedes hacerle algo así a un sujeto agradable como yo, que nunca le hizo daño a nadie y que está hecho a tu imagen y semejanza desde el vamos?

Y Dios, que desearía haber hecho al Hombre un poco más parecido a un sapo cornudo, o tal vez a un oso koala, con tal de dejar de escuchar esa excusa una y otra vez, dice:

—No estás tan hecho a Mi imagen como algunos otros, y ahora que me pongo a reflexionar sobre el asunto, ni siquiera recuerdo haberte creado.

Y el Sr. Slatterman adopta esa vieja expresión predadora alrededor de los ojos y dice:

—Bueno, decídete. ¿Me creaste o no?

—Bueno, sí, claro que sí —dice Dios, retractándose un poco—. Sólo dije que no recordaba haberlo hecho.

—¡Ya me parecía! —dice el Sr. Slatterman, triunfante—. ¡Tienes que madrugar mucho para ganarle a Bernie Slatterman! —Se rasca la cabeza, mientras Dios, simplemente, lo mira—. ¿En dónde estábamos? —masculla—. Ah, sí, ya me acuerdo. ¿Por qué la tienes conmigo? ¿Por qué no vas a darles tu advertencia a los asesinos y a los bígamos y a los abogados corporativos y a otros degenerados?

—Porque todos ellos están predestinados a ser siervos en las ígneas profundidades del Infierno, mientras que tienes el germen de la Redención dentro del alma.

El Sr. Slatterman lanza a Dios una mirada escéptica.

—¿Seguro que todo esto no es porque necesitas el consejo de un experto para comprar el tipo de vino adecuado? —pregunta.

—Es porque tú eres carne de Mi carne y espíritu de Mi espíritu, y porque siento un amor y una compasión ilimitados por todos Mis hijos. —Dios hace una pausa—. Cosa que a veces puede volverse bastante enervante —admite.

Entonces el Sr. Slatterman lo mira como si Dios acabara de decir algo un poco subido de tono y retrocede un par de pasos.

—Tratemos de mantener al margen lo del amor y la compasión mientras hablamos de negocios —dice—. Especialmente lo del amor —agrega significativamente.

—Tienes una mente excepcionalmente vil —dice Dios con disgusto.

—¿Ah, sí? —dispara el Sr. Slatterman—. Bueno, no fui yo el que abusó de una virgen ni el que tuvo un hijo fuera del matrimonio. —Luego baja la voz y dice, casi confidencialmente—: Algún día tendrás que contarme cómo lo hiciste. Verás, hay una chica que viene a la taberna todos los sábados por la noche y que insiste en decirme que se está reservando para la noche de bodas, y...

—¡Basta! —grita Dios, cuyo rostro está poniéndose un poco hinchado y que Se pregunta cómo pasaron de estar hablando sobre el alma del Sr. Slatterman a discutir un incidente muy personal que ocurrió hace mucho tiempo, cuando Él era mucho más joven e impetuoso.

En fin, el Sr. Slatterman se encoge de hombros, con la apariencia de haber estado esperando una reacción de esta índole todo el tiempo, y dice:

—Bueno, está bien, si te vas a poner así con ese tema... pero luego no vengas a pedirme ningún consejo desinteresado sobre cómo mezclar bebidas. Después de todo, lo justo es justo.

Dios concluye que Se está poniendo un poco viejo para estas cosas, pero decide hacer un último intento, y por lo tanto dice:

—Escúchame, Bernard Slatterman. Tu alma está en riesgo y te estoy dando la oportunidad de redimirla.

—Me suena a que el Paraíso es una casa de empeños —dice el Sr. Slatterman.

—El Paraíso es la perfección absoluta —dice Dios, adusto—. Lo hice yo.

El Sr. Slatterman parece un poco dubitativo.

—Bueno, una cosa no lleva necesariamente a la otra —dice—. También hiciste a Phoenix, Arizona, y probablemente tuviste bastante que ver con los White Sox de Chicago.

—Oh, hombre de poca fe —masculla Dios, conciente de que es una cosa bastante endeble para decirle, pero lo cierto es que está teniendo cada vez más dificultades para tratar de dominar la conversación.

—¿Te molesta que fume? —pregunta el Sr. Slatterman, metiendo la mano en el bolsillo y sacando un paquete de Camels.

Con aire ausente, Dios asiente con la cabeza y el Sr. Slatterman enciende un cigarrillo. Luego, recordando sus buenos modales, le ofrece uno a Dios.

—¡Por cierto que no! —dice el Todopoderoso y el Sr. Slatterman se encoge de hombros y vuelve a guardar el paquete en el bolsillo.

—Entonces —dice, decidiendo que, después de todo, tal vez Dios no sea tan mal tipo y que probablemente su único problema es que ha estado trabajando demasiado—, tienes unas instalaciones muy bonitas, ¿verdad?

—¿Perdón? —dice Dios, desconcertado.

—El Paraíso —explica el Sr. Slatterman—. De eso que estamos hablando, ¿no?

Ahora Dios piensa que es más fácil responderle al Sr. Slatterman que seguir tratando de llevar la charla a sus carriles normales, y además, en realidad, no está tan seguro de que el alma del Sr. Slatterman valga tanto esfuerzo, así que responde:

—El Paraíso es magnífico.

—¿Es grande? —continúa el Sr. Slatterman.

—Más vasto de lo que la mente del Hombre es capaz de imaginar —dice Dios, con un toque de orgullo plenamente justificable.

—¿Sí? ¿Cuántas hectáreas de cultivos rentables tienes? —pregunta el Sr. Slatterman.

Dios pone cara de perplejidad.

—Ninguna —dice, con la incómoda sensación de haber perdido contacto con la corriente principal del Pensamiento Moderno.

—¿Son todos campos de pastura entonces? —dice el Sr. Slatterman, cuya expresión denota claramente la ineficacia de tal emprendimiento.

—El paisaje del Paraíso es una maravilla idílica —explica Dios, a la defensiva.

El Sr. Slatterman frunce el entrecejo.

—Bueno, estoy seguro de que es inmensamente bonito —dice—. Pero este año las semillas de soja subieron un treinta por ciento.

—Si quiero semillas de soja, puedo crear semillas de soja —dice Dios con apenas un dejo de petulancia.

El Sr. Slatterman no parece impresionado.

—Sí —dice—, pero igual tienes que cosecharlas y procesarlas. ¿Cuánto le pagas a tu mano de obra?

—Los querubines trabajan gratis —dice Dios, cansado, preguntándose hasta cuándo durará todo esto.

—¿Gratis? —repite el Sr. Slatterman, y hasta Dios se da cuenta, de un hombre de negocios a otro, que el Sr. Slatterman está muy impresionado—. ¿Y las autoridades están al tanto?

Dios suspira pesadamente.

Yo soy la autoridad —dice.

El Sr. Slatterman asiente.

—Claro —dice—. Me olvidé de eso. —Se le acaba el cigarrillo y enciende otro—. ¿Y qué me dices del Diablo? —pregunta.

Dios se limita a mirarlo, algo confundido.

—Me doy por vencido —dice por fin—. ¿Qué pasa con el Diablo?

—Bueno —dice el Sr. Slatterman—, el viejo Satán opera en las profundidades del Infierno, ¿verdad? Y creaste el Infierno, ¿no? Me parece que esa pequeña propiedad inmobiliaria es tremendamente valiosa. —Hace una pausa lo bastante larga para que Dios sintonice con su línea de pensamiento—. ¿Entonces, cuánto le estás cobrando por el alquiler?

De pronto, Dios sonríe.

—¡Bueno, por Mí! —exclama—. ¡Nunca se Me ocurrió! —Luego su expresión decae—. ¿Pero qué uso le puedo dar al dinero?

—Ninguno —concuerda el Sr. Slatterman—. O sea que lo que tenemos que hacer es establecer una especie de sistema de trueque. Él está usando algo nuestro, así que es justo que nosotros usemos algo suyo.

—¿Nosotros? —repite Dios, arqueando una tupida ceja.

—Exacto —dice el Sr. Slatterman, asintiendo—. O sea tú y yo. Ahora bien, ¿qué tiene Lucifer que nosotros necesitamos?

—Nada —dice Dios, sintiéndose apenas un poco agobiado por la velocidad con que las decisiones parecen estar tomándose solas.

—Incorrecto —dice el Sr. Slatterman, triunfante—. Lo que tiene es mano de obra... o mano de alma, si lo prefieres.

Dios inspira profundamente y exhala con lentitud.

—No tengo necesidad de ningún tipo de manos. Soy el Creador.

El Sr. Slatterman sonríe.

—Es justamente a lo que apunto. Te has diversificado demasiado. Deberías ceñirte al gerenciamiento de primer nivel y dejar que las tareas prosaicas las hagan otros. Verás, en el mismo instante en que llegaste aquí, dondequiera que se encuentre este aquí, me dije: "Bernie, tal vez no deberías mencionarlo, ya que eres apenas un huésped de estadía limitada y de posición incierta dentro de la comunidad, pero el nudo de la cuestión es que Dios parece estar un poquito atacado de los nervios. El pobre tipo posiblemente ha estado trabajando demasiado". Eso es lo que me dije.

Dios confiesa que Se siente un poco abrumado en estos días.

El Sr. Slatterman asiente compasivamente y dice:

—Claro que sí, y además es perfectamente comprensible. O sea, diablos, ser Dios probablemente es más difícil que ser un buen barman, y seguro que tampoco tienes una tremenda cantidad de días libres. —Mira alrededor, buscando una silla, y mágicamente aparece una, así que se sienta; entonces, de la nada, aparece otra silla y Dios hace lo mismo—. Ahora bien —continúa, inclinándose hacia delante—, me hará muy feliz ayudarte con toda mi capacidad de asesoramiento, pero lo que realmente te hace falta es un buen abogado especialista en contratos, con experiencia en negociaciones laborales.

—Tienes a alguien en mente, sin duda —sugiere Dios secamente.

—Bueno, a decir verdad, no hay nadie mejor capacitado para este trabajito que mi cuñado Jake.

—El alma de Jacob Wiseman ya tiene la marca de la perdición —dice Dios, ceñudo.

—¿Nunca me ha engañado para quedarse con dinero mío, verdad? —exige el Sr. Slatterman súbitamente.

—Ese, tal vez, es el único pecado del cual no es culpable.

El Sr. Slatterman pone cara de alivio y dice:

—Entonces no veo que tengamos ningún problema.

El Todopoderoso menea la cabeza.

—Ya te lo dije: su alma está condenada por toda la eternidad.

—Mira —dice el Sr. Slatterman razonablemente—, hay gente destinada al Paraíso que le vende el alma a Satanás, ¿no? ¿Entonces por qué Jake, que está destinado al Infierno, no puede venderte el alma a ti, a cambio de sus servicios?

Al parecer, Dios está sopesando la idea, que por cierto es un concepto novedoso al que vale la pena dedicarle un poco de reflexión, y el Sr. Slatterman se recuesta cómodamente en la silla.

—Por supuesto —agrega— que yo espero recibir algo por hacer el contacto entre ustedes dos.

—¿Tu alma inmortal, por ejemplo? —sugiere Dios deliberadamente.

El Sr. Slatterman sonríe.


Ilustración: Valeria Uccelli

—Bueno, eso también, supongo... pero lo que en realidad tenía en mente está relacionado con ese jueguito de azar al que me vas a devolver cuando terminemos aquí.

Dios lo mira con extremo disgusto.

—Jugar por dinero es pecado —señala.

El Sr. Slatterman se encoge de hombros.

—Sí —dice—, pero considerando todas las facturas vencidas que tengo sobre mi escritorio, y toda la gente que pasará hambre si no las pago, te diría que jugar y perder es mucho peor que jugar y ganar. —Lanza un rápido vistazo a Dios por el rabillo del ojo—. Por supuesto —agrega, con una indiferencia forzada—, si te va a dar tanto cargo de conciencia podemos cancelar todo el asunto.

Dios lo mira largo y tendido.

—Me resulta muy difícil creer que seas verdaderamente una de Mis creaciones —comenta por fin.

El Sr. Slatterman frunce el ceño y dice:

—¿No te me vas a poner metafísico de nuevo, no?

Dios suspira.

—No, supongo que no —dice, resignado.

—Bien —dice el Sr. Slatterman con una sonrisa—. ¿Entonces voy a tirar un seis?

Dios estudia Sus dedos largos y perfectos por un momento y decide que efectivamente es hora de comenzar a pensar en unas vacaciones, y que tal vez Se haya encontrado con un suplente adecuado para temporadas cortas. Después de todo, este hombre parece ser enérgico y decidido, y es innegable que tiene la cabeza puesta en su lugar, y por supuesto que podrá trabajar estrechamente con Jacob Wiseman en las delicadas negociaciones que Dios ya ha decidido que debieron hacerse hace mucho tiempo.

—¿Te alcanza con un par de tres —pregunta el Todopoderoso— o preferirías un dos y un cuatro?



Título original: "God and Mr. Slatterman" © 1984 Mike Resnick. Traducción: Claudia De Bella, © 2006.


Los datos de Mike Resnick se pueden encontrar en el Especial de este número, dedicado a él, y en la Entrevista exclusiva que nos concedió para la ocasión.


Axxón 162 - mayo de 2006
Cuento de autor norteamericano (Cuentos: Fantástico: Fantasía: Humor: Estados Unidos: U.S.A.)