El Gaucho de los Anillos

La yunta e’ torres
Capítulo 17

Yacía el Frodo boca arriba;
los ojos no golvió a abrir.
“¿Por qué se me jue a morir?”,
el pobre del Sam gemía.
“¿Ahura pa’ diánde viá dir
si no lo tengo de guía?”

Ahí vido que iba a tener
que cargar él con el fardo:
se puso al cinto la Dardo
y el anillo se guardó,
y el cuerpo del Frodo vio
que se quedara al resguardo.

“Yo sé que mi patroncito
me va a saber perdonar
que no lo pueda enterrar
en el campo o en la arena
como dende siempre ordena
el tatita Iluvatar.”

“Ojalá que estar acá
por un tiempito le alcance.
¡Usté, mi patrón, descanse,
que tuito queda e’ mi cuenta!
¡No va a haber niebla o tormenta
que me detenga en mi avance!”

Pero lo que apareció
niebla o tormenta no era
sinó una orcada fulera,
y por verse en desventaja
el Sam se puso la alhaja
como pa’ que no lo vieran.

Justito al hacerse humo
dentró a pasar el malón,
y les llamó la atención
a la güelta de un recodo
encontrar tirao al Frodo
en el piso ’el cañadón.

Gritó el que venía adelante:
“¡Mirando pequeño huinca!
Dijuro que el diente le hinca
la siñora del lugar,
di’pué’ lo pone a secar
y en pedacitos lo trinca.”

“¡Mireló a e’te”, dijo otro,
“insultandolá a la doña!
Ésa no come carroña,
nomá’ bichitos cautivos.
É’te ’tá que dorme y soña,
pero dijuro ’tá vivo.”

En escuchando esto, el Sam
pegó un salto e’ la alegría.
“¡El Frodo vive entuavía!
¡Y estos maulas se lo llevan!”.
Y los siguió por la cueva
ande en andas lo metían.

Demientras, el pobre Frodo
no era el único dormido.
Escuchaba los ronquidos
Pipino del pelotón
y esaminaba escondido
lo que cayó del balcón.

“No la robé”, se decía.
“Jue pura curiosidá.”
Sentao en la oscuridá
con la bola frente a frente,
la miraba fijamente
y pensaba: “¿Qué será?”

“Hai de ser como esas cosas
que sirven pa’ ver la suerte”,
y dentró a lustrarla juerte
a la bola de cristal.
“¡’Tá güeno, ya puedo verte!”,
se apareció el ojo ’el mal.

¡Qué jabón que se llevó!
¡Ésa no se la esperaba!
Ese ojo que lo miraba
casi dende el más allá
parecía que lo llamaba
y se raiba: “¡Ja ja ja!”

Ahí nomás cayó el barbudo:
“¡Qué hacés con el palantir!
¡No puedo echarme a dormir
sin que venga algún ladrón!”
La bola adentro e’ un mantón
puso e’ nuevo el Mitrandir.

Al rato, del griterío
ya ’taban tuitos dispiertos.
El Pipino, medio muerto
por el susto y la impresión
les contó que lo vio al tuerto,
al lagaña del Saurón.

“¡Amalaya!”, soltó el viejo
abriendo bien los ojazos,
y en un redepente en brazos
lo levantó al infeliz,
lo montó en el Sombragrís
y salió como balazo.

“¿Pa’ diánde estamos rumbiando?”,
quiso saber el gurí.
“Vamo’ pa’ Minas Tirí,
¿diánde va’ser, tarambana?
Cuando llegue la mañana
ya vamo’ a andar por allí.”

Pero estuvo un rato el Gris
masticando la priegunta,
y habló como quien trasunta
un asunto e’ gravedá:
“Ya sabemos la verdá:
las torres andan en yunta.”

“Si el Sarumán y el Saurón
con las bolas podían verse,
nada güeno han de traerse
y yo creo que es mejor
decirle a don Denetor
pa’ que empiece a precaverse.”

La cosa hasta acá llegó;
paisano, no se conjunda
ni me venga a hacer barunda
porque le digo sencillo
que de El gaucho e’ los anillos
ya se nos jue la segunda.

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