El 17 de julio de 2006 le llegó a Mauricio Gafento la carta de una lectora (cuyo nombre mantendremos en el anonimato en virtud de que iniciaremos acciones legales contra ella y no queremos que huya) en la que le preguntaba por el Cronoleptomóvil del profesor Moufflarge. Mauricio desconocía esta invención por lo que, tocado en su orgullo, comenzó a investigar enfebrecidamente. Tras dos largas semanas sin dormir y sin comer, se nos apareció, demacrado y barbado, no sólo con una pila de papeles amarillos y polvorientos en los que se describía el Cronoleptomóvil sino el aparatejo en sí. Era una especie de bicicleta con catorce ruedas dispuestas en espiral. De su cuadro sobresalían unas proteicas formas de cobre y cristal verdosas que horrorizaban a la imaginación y las dimensiones globosas de su sillín espantaban al más pintado. Nos acercamos todos a ver el horrífico adefesio cuando, accidentalmente, Satarsa la Rata movió con su cola un interruptor oculto en el manillar y salimos disparados a través del tiempo y el espacio. Nos aferramos lo mejor que pudimos y tratamos de detener el infernal artificio. Lamentablemente, lo logramos. Y digo "lamentablemente" porque se detuvo a las 18:56:45,314159 horas del 11 de octubre de 1492 a (85; 43; 0,026) metros de la proa de La Pinta. Ahí quedamos atrapados en ese infinitesimal fragmento de espacio-tiempo durante unos setecientos borlenios (garmosio más o menos). Sí, sí, ya sé, se estarán preguntando que es un "borlenio" y un "garmosio". Me encantaría poder explicárselos, pero creo que los voy a dejar más confusos que antes. Digámoslo así: todos experimentamos cuatro dimensiones, las tres espaciales y la cuarta que es el tiempo. Pues bien, existe una quinta, el zomafio, la cual nos pasa desapercibida porque, justamente, es imperceptible para nuestros organismos tetradimensionales. La unidad mínima del zomafio en la vida práctica es el murnal (en el ámbito científico pierde sentido hablar de algo menor que un nanomurnal). Setenta y cuatro murnales hacen un berlugo. A su vez, setenta y cuatro berlugos es una saquemia. Cuarenta y dos saquemias hacen un corlante, que es el zomafio necesario para que la Tierra emurte a través de la orplítica del Sol (no me pidan que explique qué es "emurtar" y la "orplíptica" porque implican conocimientos científicos más allá de mi comprensión). Sesenta y nueve corlantes es un mertonio, y novecientos cuatro mertonios es un garmosio. Por último, un borlenio equivale a trece mil ciento treinta y un garmosios. Espero que con esta explicación tenga una noción de la magnitud del zomafio que estuvimos atrapados en ese cronolugar. Afortunadamente, una explosión zomafio-temporal producida por seres polidimensionales de los cuales no tenemos aún conocimiento (la Humanidad los descubrirá en 2377, cuando la sonda Branler XI encuentre unos diamantes gigantescos que se desplazan por la superficie de Saturno y en 2563 se los identificará finalmente como seres inteligentes y se suspenderá casi de inmediato su explotación minera) nos sacó de nuestro exilio y nos volvió al flujo normal del espacio-tiempo, trayéndonos de regreso a 2006, aunque en diciembre y no en agosto. Mauricio Gafento y yo somos los únicos que pudimos recuperarnos lo suficiente de esta traumática experiencia como para poder entregarles este nuevo número del Batiburrillo. Esperemos que el próximo mes estemos todos recuperados y podamos volver con un nuevo número. Pero si faltamos, desde ya le pedimos disculpas y que sepan comprender que nuestra ausencia no se debe a otra cosa que a una recaída en nuestra endeble salud. Sépanlo, el zomafio es demasiado cruel y perdona menos que el tiempo. Hasta la próxima. SAURIO |