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UN HADA PARA ROSIEAgnese Dzērvīte |
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Una casita de campo perfecta, en el país perfecto, con la familia perfecta; esa era la casa de los Posies.
Era un día soleado, como tantos, en Quaint, cuando Madre Posie lavó los platos y miró a través de las inmaculadas ventanas de cristal. Allí estaba su jardín sembrado de rosas, rodeadas por un vallado blanco más allá del cual crecía el pequeño huerto de sus famosas y reconocidas coles, todo enmarcado por el sol que iluminaba los campos llenos de flores primaverales, alimentadas por las aguas cristalinas de la montaña. En medio de este decorado, una muchacha bailaba en la brisa cálida, con su reluciente pelo rojo brillando como cobre contra un cielo vestido de azul.
Madre Posie suspiró y miró por encima del hombro a Padre Posie, que estaba sentado en la mesa de la cocina bebiendo una taza de chocolate y comiendo un pedazo de pastel de manzanas recién horneado.
Este era el día que todo padre espera con regocijo; su niña iba a conocer a su Hada Madrina o Padrino.
Todos los niños en Quaint tenían el privilegio de tener un Hada compañera cuando alcanzaban la edad de cinco años. Casi todas las muchachas y muchachos de la vecindad tenían un amigo alado. Por ejemplo, el pequeño Timmy Browns de la calle Willow, era inseparable de su Hada Hongo, con alas brillantes color oro, que le estaba enseñando las maravillas del mundo de los hongos; o la señorita Sunny Ray, de la calle Sunshine, a quien siempre se veía cantando en los prados acompañada por el son de la flauta de su Hada Margarita.
Las Hadas debían enseñar a los niños cómo cuidar los bosques, los campos y los ríos, todo lo que la Madre Naturaleza provee pero, por encima de cualquier otra cosa, debían enseñarles a los pequeños ángeles cómo reír y traer alegría a las vidas de sus padres. Era de esperar que todos los padres tuvieran muchas ganas de ver el brillo en los ojos de sus niños cuando llegaban a casa con su tesoro alado.
Como los Posies, todos ansiaban ese día, y hoy podría ser el día en que Rosie volviera con su Hada destinada. Si tan sólo no fuera la cuarta secuencia de días desde que Rosie llegó a la edad necesaria, dos años atrás...
Porque no importaba cuánto se esforzara el consejo, no podían unir a Rosie con ninguna de las Hadas asignadas a la red de padrinos.
La primer Hada madrina que se le apareció a Rosie sobre el tallo de una caña en el río asustó tanto a la muchacha con su tintineo insistente, que agarró una piedra y se la lanzó directamente. El Hada cayó pesadamente sacudiendo ambas alas. Esto al principio fue visto como un accidente, y pronto enviaron otra Hada para trabar amistad con la pequeña.
Todo parecía ir bien con la nueva Hada madrina, hasta que una mañana Madre Posie encontró a la agradable Hada Rocío de la Mañana atada a la cola de su mejor cabra. Rosie abogó por su inocencia, admitiendo que sólo había querido mostrarle al Hada de dónde venía la leche, porque ella estaba segura de que no venía de la risa de los padres ni era causada por los duendecillos, como el hada intentó hacerle creer. El consejo concedió que ésta no era la mejor pareja posible y lo dejó como un caso de diferencias irreconciliables. Pero no se rindieron y decidieron enviarle un Padrino a Rosie, como para probar otra cosa.
Esta vez, el Hada Padrino Guijarro renunció después de ser usado por Rosie como bala del cañón en un pequeño simulacro de combate contra hormigas rojas, cuando ella pensó que se disponían a invadir su campo de col. Guiada por el deber familiar, decidió tomar medidas para destruir su malvado plan antes de que supieran qué las había golpeado. Una pena que lo único que tuviera a mano fuera el voluminoso cuerpo del Hada Guijarro. Después de este incidente ningún Hada quiso ser emparentada con la dañina muchacha de cabellera roja.
Los Posies casi habían perdido la esperanza de que su única hija creciera conociendo las alegrías de un Hada compañera hasta que, poco tiempo atrás, la Gran Hada del consejo se puso en contacto con ellos, diciendo que creía haber encontrado finalmente el Hada Padrino ideal para Rosie.
Era la última posibilidad, y si el Hada fallaba, entonces nadie querría realizar esa tarea, abandonando a Rosie a su suerte, como el único niño sin Hada del país.
Este era el día y los Posies no podían hacer otra cosa que esperar el regreso de su hija, rezando para que ella, finalmente, hubiera trabado amistad con un Hada compañera.
Mientras tanto Rosie no se sentía molesta y tampoco entendía por qué había tanto alboroto. Todo ese asunto de las Hadas estaba, según su opinión, un poco sobredimensionado. No tenía ninguna necesidad de un tintineo estúpido ni de un parásito molesto aleteando a su alrededor a cada paso.
Lo que ella realmente quería era crecer lo más rápido posible, dejar ese pueblo aburrido y comenzar magníficas aventuras a través de los otros continentes. Quaint era el último lugar donde ella hubiera elegido vivir, porque nada interesante pasaba allí. Así que, para ella, era una verdadera molestia encontrarse cara a cara con un nuevo Hada Padrino en esa pesada mañana soleada.
Rosie había bajado al río donde las rocas grandes eran lavadas por las frías aguas que caen de las montañas distantes. A las ranas les gusta descansar aquí, a la luz del sol, después de una fresca zambullida. Para pasar el rato, decidió jugar a un juego que llamó "splat la rana". El juego consistía en tomar a uno de esos retorcidos anfibios por una pata, balancearlo hacia atrás y hacerlo volar golpeando contra las piedras distantes con un “splat” ruidoso y mojado. Una de las ranas acababa de anotar un 8 de 10 en la escala “splat”, y Rosie estaba balanceando otra cuando, de repente, sobre la roca de al lado, comenzó a formarse un humo negro.
Después de unas pequeñas descargas eléctricas, un Hada apareció entre una nube de remolinos negros. Esto no sería muy sorprendente, si no fuera por el hecho de que Rosie nunca había visto a un hada parecido. El Hada tenía alas negras y curtidas, no del tipo habitual, rosado o dorado. Sólo vestía una falda escocesa de cuero negro y no tenía mucho pelo sobre la cabeza, aunque como compensación, era abundante en su pecho, antebrazos y piernas. El resto de lo que se podía ver parecía estar cubierto por pequeñas púas negras, acentuado por un aro de plata en la oreja izquierda. Para coronar su presencia, el Hada fumaba un cigarro.
Después de mover el cigarro en su boca una cuantas veces e inspeccionar a la muchacha, que se había quedado sin habla, el Hada dijo con voz ronca:
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¡Hola nena! Déjame mostrarte como lo hacen los profesionales…
El Hada miró alrededor, descubrió una rana cercana que, con gran felicidad, dormitaba lejos en los rayos del sol primaveral, y con un rápido movimiento le dio una patada en la parte posterior. La confiada criatura nunca supo qué la golpeó, fue elevándose por el aire y golpeó muy fuerte contra el otro lado de la orilla.
El Hada se levantó de un salto y perforó el aire con sus gritos: ¡Sí! ¡Dieeeeeeez puntos! ¡¿Quién es el mejor, quién es el me-jor?!
Esta exclamación fue seguida por un breve baile de victoria, pero el Hada pronto recordó que Rosie todavía estaba de pie allí y se dio vuelta para afrontarla.
Soy Leroy, tu nuevo Hada Padrino.
Después de unas rondas más de "splat la rana" quedó en claro que Leroy y Rosie eran una pareja hecha en el cielo de las Hadas. Se hicieron íntimos amigos y lograron aterrorizar al pueblo entero con sus travesuras.
A nadie pareció importarle demasiado, ya que el objetivo principal se había cumplido: un niño fue feliz y eso es lo único que cuenta al final del día.
Agnese Dzērvīte es letona, nació en Riga y tiene 23 años. Actualmente estudia sociología en Ámsterdam y aún no sale de su asombro por el hecho de que nos hayamos puesto en contacto con ella con el objeto de pedirle autorización para publicar este pequeño cuento con hadas y niñas traviesas.
Axxón 172 - abril de 2007
Cuento de autor europeo (Cuentos: Fantástico: Fantasía: Hadas: Letonia: Latvia: Letona)