EL SACRIFICIO

Dimitris G. Vekios

Grecia

John despertó sobresaltado a causa de un sonido casi imperceptible que cortó la calurosa paz nocturna como una hoja de afeitar.

El calor era insoportable. Las ventanas estaban abiertas de par en par pero aun así sentía que se asfixiaba. El sudor dibujaba surcos sobre su cuerpo casi desnudo.

Forzó sus oídos durante un rato en la oscuridad. Escuchó la suave respiración de su esposa, los incansables grillos, alguna distante ave nocturna, el sonido de algunos coches que pasaban. Nada nuevo ni desusado. Ningún sonido que fuera causa suficiente para despertar a las 2:30 de la madrugada.

Quizás un ruido de la casa, pensó.

Esta vieja casa de dos plantas, bien conservada, era un regalo del suegro de John para su casamiento dos meses atrás. Patrick solía llamar a la casa su "Fuerte" —estaba retirado del ejército y encontraba demasiado difícil olvidar el viejo hábito— desde donde iniciarían los ataques para apoderarse de los altos terrenos de la vida.

Retiró la sábana de sus piernas y se sentó al borde de la cama.

Giró la cabeza y miró a su esposa, que dormía a su lado, tranquila. Elizabeth, su amada. Rememoró en su mente los dulces recuerdos que tenía de la breve vida con ella y trató de imaginar el futuro, la feliz vejez que vivirían. Todo el mundo le decía que tenía mucha suerte y así lo creía él. Y a Elizabeth no le decían algo diferente, ya que todos podían ver lo feliz que estaba con John. Tal vez más adelante podían tener un bebé. Elizabeth deseaba mucho un hijo. Él no estaba tan entusiasmado con la idea, sin embargo. En general, no le gustaban mucho los niños. Pero su esposa le decía que si tuviera un hijo propio sus sentimientos serían diferentes. Bien, era posible...

Se puso en pie y se acercó a la ventana. Vio el cielo brillante, iluminado por las estrellas, y sintió el peso del aire quieto. De repente, escuchó el sonido otra vez, más breve pero más intenso. Pensó que venía desde la planta baja.

Abrió el cajón de la mesa de noche, tomó la linterna que guardaba ahí para casos de emergencia y salió al corredor. Empezó a bajar la escalera, que crujía bajo sus pies de una manera siniestra, pero cuando llegó a la curva y miró hacia la sala sus ojos se nublaron, quedó sin aliento, se balanceó y casi cayó tras la linterna, que había resbalado de sus manos para caer escalera abajo.


-2-

Ahí abajo, y muy cerca de la base de la escalera, había un sepulcro bañado de luz sobrenatural...

El olor a azufre irritó su fosas nasales.

Aturdido, observó el espectáculo sin creer en sus propios ojos. Por fin, alentado por la idea de que estaba soñando, siguió bajando la escalera lentamente. Sentía la madera bajo sus pies descalzos. Cuando pisó las baldosas de la sala, un escalofrío bajó deslizándose por su columna vertebral, sin que le quedara en claro si sentía frío o era miedo.

Se movió hacia esa tumba y reflexionó un momento. Se veía tan real. El miedo y la duda se incrustaron con fuerza en su corazón. Se arrodilló y tocó el mármol luminoso y frío y... fue lanzado hacia atrás como por un golpe de alto voltaje.

"Hmm. Es demasiado vívido para ser un sueño", se dijo, con un rictus.

Sus ojos desbordaban con la visión de la tumba, su olfato estaba inundado con el olor del azufre y sus oídos estaban colmados de un confuso susurro que repetía las mismas palabras inexplicables una y otra vez, algo que John no había notado hasta ahora.


-3-

Su estado de congelamiento fue quebrado por los gritos de Elizabeth, llenos de agonía y terror. Lleno de confusión, voló escalera arriba, gritando su nombre.

Elizabeth estaba suspendida en posición vertical sobre la cama, con los ojos abiertos como platos por el horror. Gritos inarticulados desgarraban su garganta.

En cuanto John llegó a la habitación sintió los pies clavados sobre el umbral: algo lo sujetaba allí. Las mantas estaban desparramadas por el piso, el colchón estaba como clavado sobre la pared y la cama iba y venía de lado a lado, de una pared a la otra, barriendo todo en su absurdo recorrido. Las ventanas, ya sin vidrios, se abrían y se cerraban, golpeando el marco con fuerza. Las persianas venecianas estaban esparcidas en fragmentos fuera de la casa. La hermosa araña de luces, que habían comprado juntos, era una deforme masa de hierro y vidrio en el piso y parecía un pequeño bote a la deriva, abandonado sin piedad a un áspero mar. Todo en el dormitorio se movía como si estuviera vivo.

Su esposa, lo único que realmente vivía ahí, golpeaba con fuerza las cuatro paredes y el techo como si fuera una muñeca que fuera lanzada aquí y allá por una niña que quisiera determinar su durabilidad.

Lo único que se oía en la habitación eran los gritos de Elizabeth y el peculiar susurro, más fuerte ahora, como si estuviera animando sus gritos.

—¡No, no, detente! —gritó John, con lágrimas en sus ojos, a alguien o algo que no podía ver, quien lo pudiese escuchar, impotente para ayudar a su esposa, que se estaba muriendo ante sus ojos.

Sintió que algo caliente salpicaba su cara.

Se secó con el revés de la mano. ¡Sangre! Su esposa, que continuaba el loco baile, lanzaba a su alrededor la sangre de su cabeza reducida a pulpa y dejaba salpicones rojos sobre las paredes.

En el momento más intenso del fenómeno, Elizabeth quedó quieta, con la espalda contra la pared tras la cama. En un instante, como si soplara un fuerte viento, todo los cristales rotos de la habitación se levantaron en un demoníaco remolino y con un grotesco ruido se clavaron en el cuerpo y la cabeza de la mujer. Ella se deslizó y cayó sobre el piso de madera con un ruido sordo, dejando una brillante línea roja sobre la pared, que comenzaba en un crucifijo invertido y manchado de sangre.

Un fuerte empujón lanzó a John al piso y lo envió cerca del cuerpo empapado de sangre y reducido a pulpa de Elizabeth. La abrazó y lloró. Se puso de pie con dolor, tratando de llevarla hacia abajo para telefonear pidiendo una ambulancia o la policía o alguien que pudiera ayudarlo. Estaba perdido.

Ahora todo estaba quieto en la habitación. Sólo continuaba ese murmullo, firme, persistente.

Levantó a Elizabeth en sus brazos y caminó sobre los restos de la habitación destruida hacia el corredor. Pero no pudo continuar, porque parecía que el cuerpo de su esposa se hubiese vuelto más pesado que el plomo. Lo sentía resbaladizo, roto en pedazos y frío. Se inclinó, miró bien, y gritando soltó un montón de serpientes malignas y heladas. Apenas cayeron al piso, se dispersaron reptantes y regresaron al dormitorio. Allí John vio, apenas vislumbrado, el cuerpo de Elizabeth.


-4-

Lleno de pánico, bajó por las escaleras. Vaciló un poco cuando vio la tumba en la base, pero continuó corriendo, decidido a llegar al teléfono. Observó que el piso parecía negro azabache bajo la helada e intensa fosforescencia helada de la tumba.

Pisó el negro piso, resbaló, cayó golpeándose la cabeza, ¡y allí comprendió! ¡El líquido negro que teñía el piso era sangre! Sangre que salía a borbotones de la horrible tumba, que inundaba la sala y toda la planta baja. Sangre carmesí que a la luz sobrenatural de la tumba parecía negro azabache.

John trató de levantarse del espeso líquido y sintió un intenso dolor en la nuca.

En ese momento, la laja de mármol de la tumba salió lanzada con tremenda fuerza y explotó sobre el techo, esparciendo por todos lados astillas blancas como hojas de cristal.

John, procurando salvarse de esa lluvia de muerte, giró la cabeza y la cubrió con sus manos. Sintió una navaja de dolor rasgándolo en decenas de pequeñas lanzas clavadas en su cuerpo.

Se levantó, nadando en el dolor, y con cuidado de no volver a resbalar se acercó a la pared para encender la luz, para ver, por fin, qué era todo eso que estaba ocurriendo en la casa. Cuando tocó el interruptor recibió el potente golpe de una descarga eléctrica que lo envió de regreso al piso mojado.

Cuando volvió en sí, notó que el interruptor lanzaba chispas a intervalos erráticos. Había algo, o más bien alguien, de pie junto al interruptor.


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Allí estaba una parodia humana, con el cráneo saliendo de la carne en la parte superior, amarillento en el medio y ligeramente rojo donde hacía contacto con la carne, con una permanente y monstruosa sonrisa en la boca sin labios, de donde fluían legamosos líquidos; sin orejas ni nariz; con el cuerpo delgado de un niño pequeño y los miembros de un esqueleto. A sus pies, unos feos reptiles, una cruza de serpiente, lagartija y camaleón, se enroscaban y se frotaban contra esa cosa como gatitos obedientes.


Ilustración: Valeria Uccelli

Las chispas le daban al monstruo una apariencia más horrorosa, y éste tocaba con los dedos los cables desnudos del quebrado interruptor.

La voz de John se había perdido en las distantes profundidades del olvido. Como mero espectador, observaba acontecimientos que estaban más allá de cualquier imaginación.

De repente se dio cuenta de que la boca de esa monstruosidad se movía siguiendo el susurro que arañaba sus oídos sin piedad. Como si hubiera tenido sus oídos cerrados y ahora se abrieran de repente, las palabras que llegaron a su mente se le quedaron grabadas.

"Satanás te salvará"...


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Lo último que su cerebro registró fue un fuerte y pesado olor a gas que inundó la atmósfera.

Vio que el techo se acercaba a enorme velocidad...

Su cuerpo golpeó el techo y se desparramó como si estuviera hecho de arcilla. Lo único que quedó ahí arriba, recordando que allí se había estampado un cuerpo humano, fue una gran mancha roja.

La monstruosidad antropomorfa esperó un rato y luego tocó los cables desnudos, otra vez...


-Epílogo-

Gente con pijama y pantuflas se reunía frente a las ruinas de la casa. Las luces azules y rojas de la policía, del cuerpo de bomberos y de la ambulancia le daban una dimensión diferente a la calle de barrio. Obviamente, era otro accidente relacionado con el gas. Nadie había visto ni escuchado nada, excepto la explosión.

Margaret sollozaba en brazos de Patrick la inaceptable pérdida de su hija y de John, su nuevo hijo político desde dos meses atrás.

Pero Patrick sabía. Por intermedio de sus antepasados, Satanás había tomado su sacrificio. Su amada abuela, enterrada en los cimientos de la casa, le había ayudado a ofrecer a su hija y su yerno a su Amo.

A la primera luz del amanecer, con el rostro helado iluminado por los reflejos rojos y azules de las luces, Patrick sonrió. Era una sonrisa de triunfo...


-Postscriptum-

Cuando el sitio fue excavado por el nuevo propietario para colocar unos nuevos cimientos, se descubrió un pequeño mausoleo lleno de símbolos cabalísticos y huesos dispersos, y un cráneo. Por insistencia de Margaret, la madre de Elizabeth, se llevó a cabo un examen que reveló que el esqueleto pertenecía a Esmeralda Fostreech Bradburn. El mausoleo estaba inserto en los cimientos de la casa, justo debajo de la sala. Los habitantes de la casa atribuyeron la mala suerte a este pequeño mausoleo con símbolos cabalísticos.

Después de una extensa investigación personal, Margaret descubrió que Esmeralda Fostreech Bradburn era antecesora de su marido, Patrick Day, y que había llevado adelante su propio ciclo de adoración a Satanás.

Margaret Day murió debido a un paro cardíaco, como afirmaron su médico de cabecera y su marido, dos años después de la muerte de su yerno y su hija...


Título original: "The Sacrifice". Traducido por Graciela Lorenzo Tillard, © 2008



Dimitris G. Vekios forma parte de una nueva camada de escritores griegos dedicados al fantástico y algunos de sus cuentos ya están recorriendo el mundo, principalmente en inglés.

Hemos publicado en Axxón: LLAMA DESNUDA (177)



Axxón 184 - abril de 2008
Cuento de autor europeo (Fantástico : Terror : Horror: Pactos satánicos : Demonio : Griego : Grecia).