El Gran Hermano y sus modelos reales, Fernando José Cots
Agregado en 18 agosto 2009 por admin in 199, ArtÃculosIntroducción
Transcribo aquí una noticia publicada en «La Voz del Interior», diario de Córdoba Capital, Argentina, el domingo 5 de Abril de 2009, sección «A» página 19.
En Egipto castigan con pena de prisión efectiva a pareja «swinger»
(Agencia EFE)
El Cairo. Un tribunal egipcio sentenció ayer a una pena de prisión a un matrimonio por haber practicado el sexo con otras parejas.
Uno de los acusados, Talba Abdelhafez, funcionario público, tendrá que pasar siete años en prisión. Y tres años su esposa, Salwa Hiyari -profesora de árabe- por «publicar artículos inmorales en Internet, instigar a la inmoralidad e instar al sexo en grupo y a la prostitución», informó ayer el diario egipcio Al Badil, en su edición digital.
La sentencia asegura, además, que los acusados reconocieron ante el fiscal que habían intercambiado relaciones sexuales con tres parejas.
Los acusados fueron detenidos el pasado octubre, después de que la Policía recibiera informaciones sobre la publicación de anuncios en Internet en los que invitaban a otros matrimonios a practicar el sexo en grupo en fiestas. La pareja llevaba 14 años de casados.
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Hasta aquí, lo que dice el diario.
Sin dejar de indignarme por la suerte de los pobres Talba y Salwa y de preocuparme por las condiciones en que habrán hecho su «confesión» ante el fiscal, no debería sorprender a un argentino como yo esta intromisión del Estado en la vida privada de las personas.
Allí es el Islam; aquí, en Argentina, fue la Iglesia Católica Apostólica Romana la que, prácticamente desde el inicio como nación, se abrogó el derecho de incidir sobre nuestra educación y cultura.
Y sobre nuestra vida privada, cabe agregar.
Y si no, que lo digan los pobres Ladislao Gutiérrez y Camila O’ gorman, fusilados en la Argentina del Siglo XIX por «Amor Sacrílego» (él era sacerdote católico, condición irreversible y de celibato obligado; ella era una niña de la aristocracia de Buenos Aires, que se enamoró de quien no debía).
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Aclarando las cosas
Si no hubiese sido por los ingleses, que digitaron nuestra «independencia» y nuestra «organización nacional» a la medida de sus intereses, no tendríamos la libertad de cultos instaurada en nuestro país ni la garantía expresada en nuestra Constitución Nacional, a saber:
- Art. 14.- Todos los habitantes de la Nación gozan de los siguientes derechos conforme a las leyes que reglamenten su ejercicio; a saber: de trabajar y ejercer toda industria lícita; de navegar y comerciar; de peticionar a las autoridades; de entrar, permanecer, transitar y salir del territorio argentino; de publicar sus ideas por la prensa sin censura previa; de usar y disponer de su propiedad; de asociarse con fines útiles; de profesar libremente su culto; de enseñar y aprender.
- Art. 19.- Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados. Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe.
Por supuesto, lo destacado es mío. Católicos y anglicanos coinciden en afirmar la existencia de Dios, por eso pueden nombrarlo sin problemas.
Para ilustrar cito que Juan Manuel de Rosas fue un caudillo argentino del Siglo XIX que se resistía a crear una Constitución Nacional, porque consideraba que crearla en tiempos de pasiones enfrentadas (como los que siempre se vivieron en Argentina) sería como una pieza de tela puesta entre dos ejércitos dispuestos al combate.
Ya sé que, más de una vez, estas libertades reconocidas sirvieron de poco en la práctica; pero a la inversa de don Juan Manuel de Rosas, yo sí creo en que una pieza de tela entre dos ejércitos listos para el combate, o un principio legal interpuesto entre dos energúmenos, es útil aunque se lo vulnere.
Porque si ese principio no existiese, se estaría legitimando una acción que no tiene razón de ser, por más que se lleve a cabo.
No significa que los ingleses fueran altruistas ni nada por el estilo. Ellos tenían su propia religión, el Anglicanismo, y una historia de lucha contra el Catolicismo que se prolongó hasta casi principios del Siglo XX (y que sigue sordamente todavía).
Aceptar, como hicieron los holandeses en Japón o los colonos norteamericanos en la Texas mexicana, un cambio de religión por motivos de «realpolitik», no era para ellos en su relación con los «desagradables pero necesarios» criollos.
Los católicos recalcitrantes tuvieron que admitir a regañadientes que los ingleses comerciasen y a veces residiesen en Argentina manteniendo su culto e incluso teniendo sus templos.
Para que no estuviesen del todo disconformes, se les concedió la condición de Religión Oficial (sostenida por el Estado), el registro de matrimonios, nacimientos y defunciones y casi el monopolio sobre la enseñanza pública.
Y la aspiración -no siempre conseguida- de que los cultos no católicos se limitasen a los extranjeros en tránsito.
Se tardó casi cien años en quitarles, para dar al Estado, el registro de la población (lo que le corresponde); y casi otros cien en sacarles el privilegio de Religión Oficial.
Pero mientras tanto…
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Un poco de historia
La posguerra encontró al mundo en una crisis de valores. Para más, los juicios de Nürenberg enfrentaron a las potencias triunfantes con sus propias contradicciones, las que fueron aprovechadas por las defensas de los reos.
¿Cómo podían los británicos echar en cara al III Reich que hubiese condenado a los judíos, cuando ellos mismos tenían a los habitantes de sus colonias en calidad de ciudadanos de segunda?
¿Cómo podían los norteamericanos hacer lo mismo, cuando en su propia tierra los negros no tenían condición de ciudadanos y estaban marginados de la vida pública y hasta de derechos privados?
Esas contradicciones también fueron aprovechadas por Gandhi para impulsar la independencia de la India que, si se hubiese dado en otro contexto, pongo en duda su éxito. Por esa misma causa, las nacientes Naciones Unidas lanzaron la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
En la década del ’60, el presunto «deshielo» de Kruschev, tras la muerte de Stalin, sufre un revés y se intensifica la guerra fría.
Por esa misma época inician «The Beatles» y el mundo encuentra, en su música, el eco de anhelos que no ha tenido, hasta el momento, cómo expresar.
John F. Kennedy es asesinado por los representantes de la angurria imperial que llevaría a Estados Unidos a su situación actual. Había intentado racionalizar su presencia en el mundo y eso no gustó a quienes no conocían límites para sus deseos.
Nacen los Hippies como una ruptura y una visión nueva de la realidad. Lamentablemente ese movimiento no maduró para convertirse en un referente del final de siglo, pero dejó su huella.
Pero en Argentina, al momento en que se daban todos esos cambios, comenzaban las dictaduras militares que, influenciadas por el «Opus Dei», abortaron hasta donde pudieron todo intento de modernización.
Ya volveré sobre esta institución más adelante.
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Tolerancia y Poder
Quiero contar un episodio de mi vida personal. Estaba yo en la Universidad en 1973, no recuerdo muy bien el mes. Sí que el Peronismo había ganado las elecciones pero su candidato, Héctor José Cámpora, no había asumido todavía; por lo que infiero que fue entre el 12 de Marzo y el 24 de Mayo de ese año.
Me había comprado la revista «Satiricón», el ejemplar donde reporteaban al dirigente radical Ricardo Balbín, llamándolo «El River de la Política».
Para los lectores no argentinos, River Plate es uno de los grandes equipos de fútbol de la República Argentina. En aquellos tiempos era famoso por quedar segundo en todos los campeonatos nacionales, ya que siempre eran otros equipos los que lo derrotaban a último momento. Con la Unión Cívica Radical, partido político que dirigía el mencionado Balbín, había pasado lo mismo; había quedado segundo en las elecciones.
«Satiricón», por el contrario, era una revista que había roto con las pautas pacatas y acartonadas que manejaba el periodismo en Argentina hasta ese momento. Un hito inolvidable con una intensa cosecha de amores y odios.
Como decía; me había comprado la revista y, aprovechando un recreo, me había puesto a leerla. Apareció entonces un compañero de estudios, un muchacho de mi edad llamado Juan Carlos Godoy o Jorge Godoy.
Digo su(s) nombre(s) porque este muchacho era de la organización «Montoneros» y eso era un secreto a voces. No recuerdo si «Juan Carlos» era su verdadero nombre y «Jorge» su nombre de guerra o viceversa. En ese momento había salido de la clandestinidad. Hoy es uno de los tantos desaparecidos de los años negros de Argentina.
Godoy se acercó a mí, vio lo que estaba leyendo y me preguntó:
-¿Vos lees eso?
En el «eso» había un tono de desprecio irrepetible por la escritura.
Ante mi afirmación, me contó una anécdota: Su organización, todavía clandestina, había descubierto que dos de sus miembros leían «Satiricón». Los arrestaron por veinticuatro horas, durante las cuales les hicieron un verdadero lavado de cerebro para que dejasen de leerla.
Yo no podía creer lo que oía. Esa organización había nacido como respuesta a la prepotencia de las armas que no sólo en 1955 habían derrocado al gobierno de Juan Domingo Perón, sino que en 1966 habían entrado a sangre y fuego en la Universidad mutilando un mundo académico que hoy es irrecuperable.
«Montoneros» se había alzado en armas contra un gobierno que no sólo había apartado a la ciudadanía de los asuntos de Estado y había impuesto el oscurantismo cultural, sino que intervenía hasta en la vida privada.
El general Juan Carlos Onganía, el dictador de ese momento en que nació «Montoneros», era miembro del «Opus Dei», la organización fundada por el hoy «santo» José María Escrivá de Balaguer y Alves. Y las restricciones que esta organización imponía a sus miembros, Onganía las impuso a toda Argentina a punta de pistola.
«Montoneros» se habían alzado en armas contra esa falta de libertad y ahora, en plena clandestinidad, le negaban esa libertad a sus propios compañeros.
No me cabía ninguna duda que, de tomar el poder, impondrían una cultura controlada al mejor estilo stalinista, aunque con parámetros diferentes. Y «Satiricón» sería su primera víctima… como realmente lo fue de sus enemigos internos, la facción derecha del Peronismo liderada por José López Rega, un ex policía devenido en parapsicólogo que fue, en los hechos, el verdadero sucesor de Perón tras su muerte.
Como puede verse, el espíritu de la intolerancia no tiene banderas… o mejor dicho, no reconoce más bandera que la propia, sea cual sea.
La tolerancia es una construcción teórica de la civilización que sólo las circunstancias políticas convierten en hechos relativamente prácticos.
Por el contrario, un líder o una facción que concentre en sí el poder sin restricciones, tenderá siempre a usarlo hasta chocar con el límite; pero siempre justificará sus excesos desde la «legalidad», la «excepcionalidad» o los «altos ideales de la Patria».
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¿Y si estuviésemos «del mismo lado» de los «prohibidores»?
Debo transcribir otra noticia del mismo diario, pero publicada un tiempo después; concretamente el 29 de Abril de 2009, Sección A, página 8, ángulo inferior derecho.
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Cinco años de prisión para un negacionista
Viena: El Tribunal en lo Penal de Viena condenó ayer a cinco años de prisión al austriaco Gerd Honsik, un negacionista del Holocausto que fue detenido en agosto de 2007 en la ciudad española de Málaga y después extraditado a Austria. El jurado estimó de forma unánime que el acusado era culpable del delito de negación del Holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial y de poner en duda la existencia de las cámaras de gas, un hecho constitutivo de delito en Austria.
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Hasta aquí, la cita.
Por supuesto, los juicios de Nürenberg citados antes dejaron claro, sin lugar a dudas, el cruel plan de exterminio de los Nazis. Pruebas y testimonios abundaron en su momento, tanto entre los sobrevivientes como entre las primeras tropas aliadas que entraron en esos infiernos.
No podemos menos que condenar moralmente a quienes pretenden decir que tales hechos fueron una ficción de propaganda.
Condenar legalmente es otra cosa. Preocupa que un estado presuntamente moderno como Austria tenga en su legislación configurado el «delito de opinión», herramienta preferida de muchas tiranías. Preocupa también que otro estado moderno como España haya hecho lugar a un pedido de extradición por esa causa.
Insisto. Por más que estemos de acuerdo en que la negación del Holocausto es un sofisma del Neonazismo sustentado en el paso del tiempo y en el fallecimiento progresivo de los sobrevivientes y testigos.
Si eso se hubiese aplicado durante los años de plomo de Argentina: ¿Cuántos perseguidos que habían salvado sus vidas de milagro habrían sido traídos a Argentina por la fuerza desde sus países de exilio?
Uno de los principios que dolorosamente aprendió la civilización es que no puede haber leyes de excepción, según el color de quien las geste o deba obedecerlas. Si un principio como la tolerancia se ve reflejado en las legislaciones, debe incidir sobre todas las ideas; aún las repugnantes como el negacionismo.
Duele decir esto, pero un principio vulnerado que hoy se acepta sólo porque acordamos con sus intenciones, es mañana una bomba de tiempo que explotará en la cara de los que hoy lo aplauden.
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Las tendencias reales
Menciono a dos grandes pensadores del Siglo XX para poder entender este fenómeno: Willhelm Reich y su «Psicología de Masas del Fascismo», y Erich Fromm y su «El miedo a la Libertad».
Ambos, por caminos distintos, coinciden en señalar al miedo como instrumento de dominación; pero no el miedo a la represión externa, porque ésta tarde o temprano da resultados opuestos a los buscados, sino el miedo interior que se inocula desde la infancia, a través de la educación.
Cuando la educación, ya sea por el Estado o por un grupo autónomo, impulsa el castigo desmedido al error, aunque sea involuntario, crea en la gente el miedo a tomar cualquier iniciativa que salga de lo establecido.
Es la forma ideal de crear una población fácilmente dominable, que carece de iniciativas y que siempre acatará las directivas de una «superioridad naturalmente jerárquica».
Por supuesto, ese tipo de educación presenta dos inconvenientes para el grupo gobernante:
El primero es que esa población, si encuentra un líder que le marque un camino diferente y representativo de los anhelos ahogados, lo seguirá aún a costa de su vida y se enfrentará en forma temeraria a sus anteriores dominadores. No habrán dejado de ser perros, sólo habrán cambiado de collar.
Y el segundo es que, aún cuando no surjan «competidores» en el área de dominación, la falta de iniciativa lleva al estancamiento y a la imposibilidad de responder con inventiva a los desafíos de la realidad.
Sea como sea, en todos los seres humanos, por esa formación que de una u otra manera las sociedades han impuesto por generaciones, existe el germen de la intolerancia. Sólo la superación de ese estado, una superación moral, puede llevar a tolerar aquellas cosas que no nos gustan.
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¿Y la Ciencia Ficción?
No sólo «1984» de George Orwell; otras obras también anticiparon o advirtieron sobre el control del Estado en la vida privada de las personas. No siempre una religión o una ideologá fue el instrumento, otras veces lo fueron tecnologías de avanzada que no dejaban ningún rincón para la libertad personal.
En Argentina, el escritor Eduardo Goligorsky escribió una serie de cuentos titulado: «A la sombra de los Bárbaros», basándose en varios episodios lamentables; entre ellos la prohibición de la ópera «Bomarzo», de Alberto Ginastera y Manuel Mujica Láinez, además de otros actos de oscurantismo cultural que el gobierno de Onganía, citado antes en esta nota, nos impuso con los medios de choque que, en teoría, deberían estar destinados a proteger a los ciudadanos, las instituciones y las leyes.
Robert A Heinlein, en «Revolt in Mars», también describe los abusos de poder que se extienden a la vida personal.
Más en la Fantasía que en la Ciencia Ficción, el filme español «Camino» (Javier Fesser, 2008) desnuda la extrema perversión autoritaria de una institución religiosa que controla a sus sometidos hasta el sadismo.
Y creo que cada lector podrá traer su ejemplo.
Entonces la función de la Ciencia Ficción, asumida tal vez involuntariamente al tocar estos temas, es llegar donde no llega la convicción democrática ni la aridez de la Filosofía: Es en lograr la empatía con las víctimas ficticias de esos universos ficticios (o no tan ficticios en ambos casos), para que cuando estas ficciones comiencen a configurarse en la realidad, por lo menos se encienda una señal de alarma.
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El riesgo de la Anomia
El fin de los años de plomo de Argentina trajo, como aspecto positivo, un cambio de mentalidad, un cierto atisbo de tolerancia dentro de la población en general.
Un cierto atisbo, no un cambio completo.
Por ejemplo, yo recuerdo tiempos en que llevar un varón pelo largo, barba, vestir en forma «extravagante» u otros factores similares, implicaba que cualquier agente de policía llevase preso al portador de esas «anomalías». Una vez en la dependencia policial, era «normalizado» de prepo (lo afeitaban, lo rapaban, le destrozaban la ropa «extravagante» y debía esperar a que alguien le trajese ropa «decente», etc.).
Eso ha cambiado gracias a una cosmética, no un cambio profundo. Ya no se llevan presos a los homosexuales, incluso se les reconoce el derecho a unión legal; pero la homofobia persiste bajo cierto «humor» y en acciones que garantizan la impunidad, donde el cavernario vuelve a rugir.
Ningún partido político, por ejemplo, propondría un candidato reconocidamente «gay». La soledad del cuarto oscuro es la impunidad del troglodita.
Aún como cosmética, podemos aceptar ese cambio de actitud pública. No deja de ser un paso favorable y, tal vez, las futuras generaciones asuman como natural lo que en sus mayores es sólo una actitud «políticamente correcta».
Pero esa misma «tolerancia» o, mejor dicho, oposición a actitudes intolerantes, ha llevado a una actitud relativista.
¿Puede una nación vivir sin parámetros morales? Surge entonces la contrapregunta: ¿Los parámetros morales de quién?
El relativismo implica el riesgo de la anomia. Cuando alguien dice que todo esta bien y se obra en consecuencia, se corre el riesgo de cruzar fronteras irreversibles.
La pertinencia de la sociedad organizada implica reconocer límites, entre ellos el mayor de todos, el de la piel del otro. Cuando ese límite se vulnera, a veces bajo la apariencia de una humorada, comienza a destruirse la convivencia. Nace la anomia y todo se vuelve precario. Y sobre la precariedad no se construye nada duradero.
Por supuesto, el camino de la Civilización es el filo de una navaja entre dos abismos: El de la anomia y el de la autoridad «natural», disfraz favorito del abuso.
Las sociedades que encontraron la respuesta lo hicieron a través de la educación, la convicción, pero también a través de grandes dolores que se hicieron carne por generaciones.
Esas sociedades asumieron la tolerancia como una forma de vida necesaria, como una defensa contra las monstruosidades que en sus momentos los enlutaron.
En Argentina los monstruos también nos provocaron luto, pero las cosas no parecen haber cambiado demasiado… o tal vez los cambios que provocó la monstruosidad son casi irreversibles.
Es un dilema para el cual no tengo respuesta.
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Regreso al principio
Talba y Salwa, los pobres «swingers» egipcios, si tenían 14 años de casados debían ser lo suficientemente grandecitos para poder decidir qué hacer con sus vidas; pero es un derecho que el Estado egipcio no parece reconocerles, ni a ellos ni a nadie que esté bajo su égida.
Todos los que no somos egipcios nos vemos limitados a una condena moral, que poco podrá hacer a favor de un mejor estado de cosas. De hecho, sólo los ciudadanos egipcios serán los que, si toman conciencia, cambien esa situación.
Y puede que en el futuro, ignoro si a tiempo para Talba y Salwa, se revierta esa situación y se mire este presente actual con asombro y rechazo, de la misma manera que hoy, en Argentina, veamos impensable matar a un sacerdote católico y su novia sólo porque decidieron dejar todo para unir sus vidas.
La Ciencia Ficción mira esos futuros posibles y los refleja en ficciones, así logra empatía de su lector con los sufridos protagonistas y promueve su reflexión sobre su propia realidad.
La misma Ciencia Ficción muestra la contracara: Futuros anómicos, casi feudales, donde los únicos que tienen una vida más o menos tranquila son aquellos que someten su dignidad a la manipulación de caudillos medianamente organizados.
Pero, en ambos casos, son reflejos proyectados de un estado de cosas actual que no se modifica.
Me pregunto si, sin caer en el «Catecismo» o en el «Didactismo», la Ciencia Ficción podrá plantear un modelo de futuro que inspire la creación de un mundo mejor, donde el Estado ampare al Ciudadano sin que pretenda dominar su alma; donde respete la individualidad sin eclipsarse de su función de custodia del Bien Común.
Por supuesto, debería también inspirar un cambio de conciencia en las personas, que impulse una nueva mirada sobre la realidad, sobre nuestros semejantes, sobre todo.
Algo así como mostrar una luz al final del túnel, algo que inspire a la gente a un cambio interior y exterior.
Un verdadero dilema que tal vez se resuelva sin buscarlo.
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FERNANDO JOSÉ COTS, Mayo de 2009