Revista Axxón » Editorial: «Bicentenario de la Independencia Argentina. ¿Realidad, Utopía o Ucronía?» - página principal

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ARGENTINA

 

 


Foto: Gustavo Delfino

 

Este último 9 de julio se cumplió el primer bicentenario de la declaración de la independencia de la República Argentina.

No soy historiador, ni politólogo, pero sí un cienciaficcionero especulador. Como tal, me gusta pensar en cuán cerca estamos de lo que pudieron haber deseado o imaginado aquellos hombres y mujeres que gestaron este país.

Puedo especular al respecto, aunque debo decir que a ciencia cierta no tengo la menor idea sobre qué pretendían aquellas personas en su fuero íntimo. ¿Qué significaba exactamente para ellos independizarse del yugo español? ¿Fue simplemente una cuestión de negocios, una cuestión meramente económica, o realmente había algo más?

 

Pienso que sí, que había algo más. Quiero creer que había algo más. Hombres como Manuel Belgrano no han vivido, que yo sepa, detrás de una moneda.

 

Es cierto que aquel era un mundo más lento y más grande. Las distancias no se medían en kilómetros, sino que se medían en semanas, días, tiempos que dependían de la velocidad del caballo y del empuje del viento sobre las velas. En aquel entonces estar subyugado a un poder remoto era, a veces, quedar librado al azar, y a la vez con mayor capacidad de ejercer el libre albedrío.

La epopeya sudamericana no estaba en su mejor momento. Las fuerzas españolas, luego de Napoleón, volvían a apretar sobre aquellos territorios sudamericanos que pretendían propios. Hubo que tener coraje para declararse independientes, cualquiera hayan sido las reales intenciones, que tampoco tenían que ser únicas ni mancomunadas.

 

Pasaron doscientos años, y hoy el mundo en el que vivimos es completamente distinto. En este contexto, Independencia suena a palabra muy compleja.

¿Existe como tal? ¿Nos toca a cada uno de nosotros?

Mi opinión personal es que la independencia de los individuos es falsa. Es muy difícil, diría imposible, ser independiente en un ambiente social. La célula no hace lo que quiere. Hace lo que le toca. Caso contrario, el organismo falla.

Claro que hay células menos dependientes que otras. O, al menos, con mayor margen de libertad.

Hace poco tiempo tuve oportunidad de ver el documental La sal de la Tierra, codirigido por Wim Wenders. Trata sobre la vida de Sebastião Salgado, uno de los más grandes fotógrafos que dio el siglo XX. Luego de una carrera en Economía, tomó la cámara y retrató como nadie el lado B del mundo, muchas veces de la mano de la ONG Médicos Sin Fronteras. El resultado: imágenes bellísimas y desgarradoras, que conmueven profundamente. Esas imágenes documentan cuán enfermo está el tejido social humano a nivel mundial, cuánto olvidamos, mientras nos enfrascamos en epopeyas de derroche televisivo y pueril, de aquellos que no tienen la más mísera capacidad de optar por otra cosa que no sea la muerte. Yo creo que mientras alguien sufre de esta manera nadie puede ser realmente libre e independiente.

 

La sociedad completamente monetizada de hoy olvida lo fundamental: el valor de su recurso más valioso, que además es un recurso no renovable. Cada ser humano, cada inteligencia, es fuente de ideas únicas e irrepetibles. Rara vez un individuo logra alcanzar su máximo potencial, y llegamos al declinar de nuestras vidas sin haberlo dado todo.

 

Se supone que los países trabajan en pos del bienestar general, pero queda bien claro que falla, con desbalances enormes. Somos seres sociales, y la organización de los individuos en entidades complejas, tal como se ve en varios órdenes de la naturaleza, pareciera ser algo que sucede más allá el deseo personal. Ese orden necesita establecer reglas que cuiden, protejan y mejoren el funcionamiento del conjunto, y da la sensación de que en nuestro caso (en el caso de nuestra especie) esas reglas no van a favor ni de los individuos ni del conjunto. Es como si en realidad no se supiera cuál es el fin común que se supone perseguimos como seres humanos.

Es cierto, hay muchos órdenes de organización. Del individuo a la especie toda, están como mínimo la familia cercana, la gran familia, la tribu o el clan. El Pueblo. La Nación.

Pero si bien la independencia de los individuos es imposible, sí podría alcanzarse cierta independencia como Pueblo y Nación. Pero para eso hace falta saber qué queremos, tener una identidad que lamentablemente nos es ajena. Lo nacional es más que alentar a un equipo deportivo que vista los colores de la bandera, es imaginar realmente un futuro mejor para el conjunto y trabajar sinceramente para ello, más allá de los intereses personales.

 

¿Cómo se alcanza ese objetivo común? ¿Hay chances de lograrlo? ¿Se puede inventar una causa nacional que nos embandere en busca del beneficio común?

Seguramente uno de esos intentos de inventar una causa nacional fue la Gesta de Malvinas. El gobierno militar, autoimpuesto y para ese entonces ya lleno de problemas, imaginó que una guerra de recuperación territorial podría darle el margen suficiente como para afianzar su propia idea del ser nacional argentino. El sueño no duró demasiado, y costó muchas vidas jóvenes que merecían otro destino. Fue un intento, fallido desde su concepción y aberrante en su desarrollo, que nos dejó peor que al comienzo.

Pero, ¿qué hubiese pasado si el resultado hubiese sido distinto?

 

A lo largo de este mes independentista y bicentenario publicaremos una novela que habla de esa posibilidad, pero principalmente de personas que intentan, cada una a su imperfecta manera, de alcanzar ese algo que los haga sentir más vivos que antes.

En cierta forma, esta novela es un viaje en el tiempo. En otros creí entrever algunos guiños a nuestra propia realidad que me llamaron la atención. Me debo una charla profunda con su autor, Juan Simeran. Tal vez sea interesante extender este ejercicio a otros autores y leernos a partir de esas historias que imaginaron, ajenas a nuestro hilo temporal. Quizá nos ayude a vernos, a ver qué mejorar, adónde no meter la pata, cómo alcanzar ese esquivo ideal de Nación independiente y soberana.

 

Mientras tanto, a doscientos años de aquella declaración, los invito a alinearnos detrás de una idea. A muchos de nosotros, que reconocemos esa frase, nos puede resultar chocante, pero puede ser interesante intentar darle un giro, leerlo de otra manera y entender su significado, más allá del pasado, visto con buenos ojos y mejores intenciones. Porque es un grito de libertad, una nueva declaración de independencia:

 

¡Argentinos, a vencer!

 

 


Axxón 275

Editorial

4 Respuestas a “Editorial: «Bicentenario de la Independencia Argentina. ¿Realidad, Utopía o Ucronía?»”
  1. Mekola dice:

    Varios autores, entre historiógrafos y pensadores, nos hicieron dar a entender que tener la independencia no es sólo tener un Estado, esto es, Gobierno local, Territorio y Nación. Hay varios grados de independencia, del cual, sobre todo en los últimos decenios, nos hemos dado cuenta de dos variables en particular:
    1) La independencia en cuanto el pueblo es partícipe de las decisiones políticas, sea en votos, plebiscitos e incluso, como llegó a pasar en 2002, asambleas populares.
    2) La tan mentada independencia económica, que hace que sea nuestro país, y no agentes extranjeros, los que tengan los resortes económicos del país en sus manos.

    Les Luthiers sinceraron el verdadero sentido de independencia en esta estrofa:

    «Hoy es el día de la independencia
    independencia y soberanía,
    y ya que es el día de la independencia
    la independencia qué bien que nos vendría.»

    (Canción a la Independencia de Feudalia, versión de 1983)

  2. «Dividir para gobernar» es un axioma bien conocido por todos.
    Cada vez que levantamos cabeza en extender el número de educandos, aparace por cualquier recoveco el poder fáctico para volver a la edad de piedra a la mayor cantidad de población posible.
    En eso estamos ahora, por primera vez con la aprobación mayoritaria de los votantes.

  3. Mekola dice:

    Una reseña complementaria sobre la distópica novela que ilustra este número.
    Más de una vez bromeé conque la consigna de la Guerra de Malvinas era:

    «¡Argentinos, a perder!»

    Como que la derrota ante semejantes potencias en contra, era cosa obvia.

    Vuelvo a Les Luthiers, para continuar la obra que puse en la anterior misiva.
    Segunda estrofa:

    «Salve, Feudalia, altiva y gloriosa
    tú que con lazos de amor nos encierras,
    salve, Feudalia, heroica y victoriosa
    nunca vencida, salvo en las guerras…»

    (Canción a la Independencia de Feudalia, versión de 1983)

  4.  
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