¿Estamos solos? (parte 1) ¿Hay extraterrestres acechándonos?, Marcelo Dos Santos
Agregado el 8 julio 2009 por admin en 198, Divulgación(Especial para Axxón) – blogs.clarin.com/mdossantos/
Soy un antropocentrista convencido. Si alguna vez la Humanidad se encuentra con una civilización extraterrestre tecnológica, estoy completamente seguro de que serán muy, muy parecidos a nosotros, más al estilo de los alienígenas de Star Trek que a las bestialidades mutantes de La Cosa.
Me tildarán de racista, de fóbico, de ignorante. No hay problema. Pero puedo dar muy buenas y lógicas razones acerca de por qué opino lo que opino.
Primero: los extraterrestres deberán ser vertebrados. Es muy difícil que una raza con exoesqueleto, mucho más frágil en proporción a su peso que los huesos internos, pueda desarrollar inteligencia ni mucho menos tecnología. De hecho, en la Tierra ningún invertebrado lo ha logrado, a pesar de que hay millones de especies invertebradas y apenas unos miles de las nuestras.
Segundo, tendrán que ser de sangre caliente. ¿Por qué? Porque es impensable que pueda haber un pez, un anfibio o un reptil desarrollando inteligencia. Esos grupos dependen del ambiente para mantener la temperatura interna dentro de límites operativos, y no cabría esperar el desarrollo de tecnología por parte de un reptil que se ve obligado a pasar el 60% de su vida asoleándose para no morir de frío.
Además, deberán ser mamíferos, porque el otro único grupo animal de sangre caliente son las aves, y es absurdo creer que una especie sin manos pueda inventar las herramientas complejas.
Serán mamíferos y parecidos a primates. Todos los cuadrúpedos quedan de inmediato descartados, por el mismo motivo por el cual borramos de la lista a nuestras aves.
Estarán obligados a tener pulgares oponibles, puesto que no se puede empuñar una herramienta sin ellos, y deberán tener grandes cerebros, capaces de efectuar elevadas funciones lógicas, con grandes áreas motrices destinadas a operar las manos.
Tendrán que conocer la matemática, la relatividad, el cálculo integral y diferencial, la teoría cuántica, la física de partículas, el método científico y la gravitación newtoniana.
Deberán dominar especialmente bien la energía nuclear, ya que «civilización tecnológica» se define como aquella que dispone de radiotelescopios, y para inventar el radiotelescopio es necesario conocer primero el poder del átomo. Es imposible en sentido inverso. Por lo mismo, y porque es mucho más fácil construir una bomba nuclear que un radiotelescopio, serán posiblemente una especie guerrera. Y todas las especies guerreras son peligrosas. Si saben viajar por el espacio o escudriñar el universo con grandes antenas, son doblemente peligrosas.
Pensemos en todo ello: las condiciones antedichas, prácticamente inatacables con argumentos científicos, nos dejan en la situación de que, si alguna vez los encontramos, es casi seguro que nos encontraremos con hombrecitos verdes. Puede que sean hombretones rojos, pero seguramente serán hombres. No arañas, ni lagartos, ni pterodáctilos, ni ardillas parlantes. Personas.
Y yo no quiero que encontremos a esas personas, porque tienen bombas, pueden estar buscándonos y me dan miedo.
–
Hace ya muchos años expuse mis argumentos de por qué, asimismo, Carl Sagan se equivocó a mi juicio al enviar los discos de oro a bordo de las Voyager, las placas de las Pioneer y el mensaje irradiado desde el radiotelescopio de Arecibo. Todos ellos revelan a una posible especie extraterrestre inteligente datos sensibles y críticos, como por ejemplo la ubiación exacta de nuestro planeta, nuestro sistema matemático ¡y hasta la mismísima fórmula de nuestro ADN!
Como se comprende, ello permitiría a un potencial enemigo encontrarnos, atacarnos y aún diseñar algún eficiente mecanismo de guerra biológica para acabar con nosotros.
La ubicación exacta de su planeta de origen debiera ser el secreto mejor guardado de una especie navegante del espacio, que también debería evitar dar detalles precisos de su biología, su sociedad y su ciencia. No hemos cumplido con nada de ello. Nuestros datos más dignos de ser guardados son hoy información pública, desperdigados en una esfera de 148 años luz de diámetro, abandonados allí para quien quiera leerlos y, eventualmente, utilizarlos contra nosotros.
A riesgo de ser tachado de paranoico, sigo creyendo lo mismo. Comparto con Asimov la opinión de que Sagan era la segunda persona más inteligente que el Buen Doctor conoció (después de Marvin Minsky), mas el problema estriba en que era demasiado bueno.
Pero el tema de este artículo es muy otro.
–
Existe una clase de problemas matemáticos que solo pueden resolverse mediante la conjetura y la especulación. Estos enigmáticos procedimientos se denominan «Problemas tipo Fermi», porque se atribuye al físico italiano Enrico Fermi el planteamiento del más famoso de sus ejemplos clásicos. Pasemos a explicarlo.
Supongamos que deseamos saber la cantidad de afinadores de pianos que trabajan actualmente en la ciudad de Chicago (y que, obviamente, no podemos preguntarle al Sindicato de Afinadores de Pianos ni al Ministerio de Trabajo del Estado de Illinois por la razón que fuese). ¿Cómo podemos averiguar esa cifra?
Simple. Necesitamos estimar algunos parámetros.
- En la ciudad viven aproximadamente 5.000.000 de personas.
- En promedio, viven 2 personas en cada casa.
- Existe un piano cada más o menos 20 casas.
- Los pianos se afinan poco más o menos 1 vez al año.
- El afinador tarda en promedio 2 horas (incluyendo traslados) para afinar un piano.
- Cada afinador trabaja de lunes a viernes 8 horas por día y se toma un mes de vacaciones.
Acá hay que hacer algunas cuentas, ¿verdad? Se averigua cuántos pianos se afinan por año en Chicago calculando:
Similarmente, se averigua la cantidad de afinaciones de cada experto:
De lo que surge que:
Perfecto. Acabamos de averiguar la cantidad de afinadores. Pero… ¿en verdad lo hemos averiguado?
Los problemas de Fermi no siempre (es más, se podría decir que casi nunca) otorgan resultados precisos. La razón de ello es que asumen como ciertos datos que en realidad no han sido verificados. En el ejemplo del físico italiano, podría ser que Chicago acabara de sufrir inmigraciones o emigraciones, con lo cual la población podría ser muy diferente de los 5 millones que la fórmula asume. O pudiera darse el caso de que los afinadores de piano fueran trabajadores muy holgazanes o lentos, y que no cumplieran con el parámetro de afinar un piano cada dos horas. O tal vez los residentes de Chicago son sumamente afectos a la música, y en lugar de un piano cada 20 casas pudiera haber uno cada 8, o incluso cada 100 si la música los horroriza…
En cualquier caso, los afinadores pueden perfectamente no ser 125 sino 2.000 o solamente 38. Es solo una guía, no una cifra exacta y demostrada.
Sin embargo, los problemas de Fermi son muy útiles para hacer estimaciones racionales cuando no se dispone de datos concretos en que basar un cálculo más preciso.
–
Tal vez el ejemplo más famoso de un problema de Fermi sea la celebérrima Ecuación de Drake. Cuando se estableció la búsqueda de inteligencia extraterrestre (SETI, por sus siglas en inglés) como disciplina científica académica en 1960, el astrónomo norteamericano Frank Drake intentó estimar la cantidad de civilizaciones tecnológicas de nuestra galaxia mediante un razonamiento análogo al de Fermi al intentar descubrir la cantidad de afinadores de piano que había en Chicago. El razonamiento es el mismo, ya que solo cambian los parámetros (ya la posibilidad de que sean exactos, ya que, en última instancia, siempre se pueden recorrer las páginas amarillas buscando afinadores, lo que no ocurre con las especies extraterrestres potenciales).
La Ecuación de Drake fue a menudo citada por Carl Sagan en sus trabajos, y por eso los nombres de ambos astrónomos han quedado indisolublemente ligados a ella.
Pasaremos a explicarla pormenorizadamente:
La ecuación expone lo siguiente:
donde:
N es el número de civilizaciones tecnológicas que pueblan la Vía Láctea,
R
fp es la proporción de esas estrellas que poseen planetas,
ne es el número promedio de planetas en la zona habitable de su sistema respectivo,
fl es el porcentaje de esos planetas capaces de desarrollar vida,
fi es el porcentaje de los anteriores que son, además, capaces de evolucionar en vida inteligente,
fc el porcentaje de especies inteligentes que desarrollan radiotelescopios, y
L el tiempo que dedican dichas civilizaciones a enviar señales al espacio.
–
Hasta aquí, todo muy claro.
Pero hay factores de controversia, e incluso otros que muchos científicos piensan que deben ser considerados.
Drake y Sagan trabajaron en la ecuación durante todo un año, luchando, previsiblemente, con los factores cuyos valores no eran (ni son) conocidos para la ciencia. Sabemos perfectamente cuántas estrellas se encienden por año en la galaxia, pero no tenemos la más peregrina idea acerca del factor L, es decir, durante cuántos años (o siglos) una civilización tecnológica deliberadamente envía señales inteligentes al espacio a través de sus radiotelescopios.
Los antagonistas de la ecuación se dieron cuenta de inmediato de que una estimación basada, a su vez, en especulaciones, podía ser atacada desde muchos frentes a la vez. Sus defensores, contrariamente, argumentaban que no disponíamos de una herramienta mejor. Ambas afirmaciones son ciertas, pero ello no obstó para que, casi de inmediato, se suscitaran numerosas polémicas.
–
La ecuación basa sus cálculos en el número de estrellas que se crean actualmente en la galaxia. Pero con toda lógica puede argumentarse que una estrella creada hoy necesitará varios miles de millones de años para llegar a desarrollar eventualmente la vida y la inteligencia. Se ha dicho, entonces, que lo que corresponde es estimar la cantidad de estrellas formadas hace varios miles de millones de años (que hoy serían capaces de soportar la vida) y no las recién nacidas. No tenemos manera de estimar esta cifra. Los defensores asumen que la tasa de creación de estrellas es de 10 unidades al año en promedio, mientras que los opositores estiman que ese es precisamente el problema: creer que porque hoy se encienden 10 por año siempre ha sido así. Hace miles de millones de años, el ritmo de formación de nuevas estrellas pudo haber sido muy superior o mucho menor, pero nosotros no tenemos forma de comprobarlo.
Otros científicos denunciaron que la Ecuación de Drake olvidaba algunos factores que merecían ser tenidos en cuenta. Uno de ellos se conoce como nr, el «factor de reaparición». Supongamos que nuestra especie se extingue o se autodestruye. En teoría, nada impediría que otra especie inteligente nos sustituyera luego de un lapso prudencial. La inteligencia habría reaparecido, y acaso el proceso se repitiera más de una vez. Así, nr se define como el número de veces que una civilización puede volver a evolucionar en un planeta que ya ha albergado una anterior ahora extinta.
Si se piensa bien, la salvedad tiene sentido. Tendemos a pensar en las civilizaciones como objetos estáticos, fijos, que aparecen y se quedan. Pero, sin ir más lejos, en nuestro propio planeta muchas civilizaciones, algunas poseedoras de tecnologías bastante avanzadas, se han alzado, caído y desaparecido de la historia, para ser reemplazadas por otras diferentes. Y estamos llegando a uno de los puntos más críticos de la cuestión: cuánto tiempo dura una civilización tecnológica antes de desaparecer. Puede desaparecer por un tiempo y luego regresar, o puede irse para siempre. Una vez extinta, habría que ver si la vida siguió existiendo en ese planeta, permitiendo a la inteligencia evolucionar otra vez bajo distinta forma, o si toda forma biológica fue arrasada por completo. Todo ello influirá en enorme medida en los resultados, y por ello volveremos sobre el tema más adelante.
El otro factor obviado se llama fm o METI. METI («Mensajes a inteligencias extraterrestres» por sus siglas en inglés) representa el porcentaje de civilizaciones tecnológicas que realmente dedican un esfuerzo activo a la comunicación interplanetaria. Es posible que haya civilizaciones que no están interesadas en absoluto en la búsqueda de especies similares y que, por lo tanto, no se preocupen por hacernos saber de su existencia.
Para dar un ejemplo claro, la especie humana es comunicativa pero no practica METI. Solo la transmisión de Arecibo puede ser considerada un METI completo, y apenas cuatro objetos «cuasi-METI» (las placas de las sondas y los dos discos de oro) se alejan de nosotros en este momento. Ocupados con nuestros problemas propios o dudando acerca de la conveniencia de convertirnos en una especie conspicua por las razones que expongo al comienzo del artículo, la Humanidad no está constantemente irradiando mensajes inteligentes al espacio.
La Ecuación de Drake corregida, que incluye el factor de reaparición y METI, quedaría, por lo tanto, así:
Pero aún faltaba lo más dificultoso: ponerse de acuerdo en los valores de los parámetros a computar.
–
Como el desacuerdo entre científicos ha sido enorme desde la aparición misma de la ecuación, nos queda el recurso de aferrarnos a los valores que el propio Drake estimó para ella en el año 61. Pero, como veremos, no son los únicos posibles.
–
Ya hemos visto que la falla de este valor es asumir que la tasa de creación de estrellas actual promedio se ha conservado a lo largo de toda la vida de la galaxia. Al menos sabemos que hoy es así, y esto está comprobado por miles de observaciones astronómicas a lo largo de varios siglos. No habiendo motivos para pensar en una variación sustancial de este valor, R* ha sido, históricamente, el factor menos discutido de toda la ecuación.
Con respecto al valor siguiente, fp, Drake afirma que
lo que significa que de cada dos estrellas, una de ellas posee planetas. Al ritmo actual de nuestra búsqueda de exoplanetas, la cifra no parece desmentir las observaciones. La ecuación tiene problemas con el término siguiente, ne, ya que nuestros conocimientos actuales nos muestran que un enorme porcentaje de los exoplanetas descubiertos son gigantes gaseosos, u orbitan a sus estrellas demasiado cerca o demasiado lejos, lo que los incapacita para ser considerados habitables. Hay muchos planetas en órbita alrededor de púlsares, de sistemas de estrellas múltiples con órbitas excéntricas y por lo tanto letales, u orbitando enanas rojas que los bañan completamente en rayos X que esterilizan sus superficies en forma constante y les quitan sus atmósferas. Es cierto que si estos planetas tuvieran lunas, en algunas de ellas podría haber vida, como se sospecha de Europa o Titán actualmente, pero el grado de falta de certeza acerca de todo ello ha hecho que ne sea uno de los valores más cuestionados de la ecuación. Para Drake, el valor es el siguiente:
Existe una teoría, aceptada por más o menos la mitad de los especialistas, que se denomina «Hipótesis de la Tierra Rara». Esta expresa que la combinación de factores astronómicos, astrofísicos, geológicos, meteorológicos y bioquímicos que condujo a la aparición de la vida y la inteligencia en la Tierra fue tan increíblemente improbable, que sin lugar a dudas no existe otra biología como la nuestra en ninguna parte de nuestra galaxia.
Frank Drake, por el contrario, siempre ha abogado por la teoría opuesta, que se llama «Principio de Mediocridad». Dice que la Tierra es un planeta común en un sistema estelar perfectamente normal ubicado en una región exactamente igual a cualquier otra, y que sus condiciones son totalmente típicas de miles y miles de otros planetas iguales a ella. Basado en esto, asigna a fl un valor de
o sea que, según él, todos los planetas semejantes a la Tierra en estrellas similares al Sol desarrollarán la vida tal cual nosotros la entendemos. Es obvio que esta afirmación iba a ser atacada desde múltiples sectores, lo fue. La principal objeción es que en realidad no sabemos si la Tierra y el Sol son típicos o extraordinariamente raros: en cualquier caso, nos estamos basando en los estudios científicos sobre un solo planeta (el nuestro) y una sola estrella (la nuestra), y es obvio que ello no puede considerarse una muestra representativa, ni mucho menos ser sus conclusiones extrapoladas al resto de los 100.000 millones de sistemas estelares que conforman nuestra galaxia. Estudiando solo a la Tierra, es obvio que el factor fl ha de ser muy alto, muy cercano al 1 que le asigna Drake (el 100% de los planetas que cumplen las condiciones anteriores de la ecuación desarrollarán la vida), pero la cruda realidad es que este valor es uno de los más conjeturales de todos.
Sus detractores señalan correctamente que el valor 1 adolece de un defecto descalificatorio denominado «Principio Antrópico», una mirada inaceptablemente antropomórfica sobre el mundo, la vida y el universo. Apoyan esta crítica en el simple hecho de que el planeta estudiado no ha sido elegido al azar entre todos los existentes —ni siquiera entre todos los conocidos—, sino que ha sido seleccionado por los miembros de la propia especie que lo habita, lo que los incapacita para ser objetivos. Drake y los suyos argumentan que, en la Tierra, la vida apareció y comenzó a evolucionar tan pronto como las condiciones lo permitieron, y que no hay motivos para sospechar que la situación deba ser distinta en otras partes de la galaxia. Concluyen, por lo tanto, que el fenómeno debe ser extremadamente frecuente. Este razonamiento tiene una grave falla, que ha sido exitosamente explotada por los opositores: si la biogénesis es algo tan común como predice la ecuación, ¿por qué ha ocurrido una sola vez en los más de 4.000 millones de años de historia biológica de la Tierra? Sabemos que ocurrió una sola vez porque todos los organismos vivientes descienden de un antepasado común. Si es tan factible que la vida aparezca, ¿por qué no vemos distintos tipos de biología —no emparentados entre sí— en nuestro propio hogar? ¿Por qué hay un solo código genético y un único diseño del ADN en todos los seres vivos?
Además, desde el punto de vista estadístico, el muestreo de un universo consistente en un solo ejemplo, contiene 0 grados de libertad (capacidad de que los resultados varíen), por lo que es, en sí mismo y por definición, incapaz de probar cualquier hipótesis. Por lo mismo, no puede ser utilizado para hacer ninguna estimación válida sobre ningún asunto.
Si encontráramos vida en Marte, por ejemplo, tendríamos que determinar si desciende del mismo tronco común que la de la Tierra (como muchos creen) o si evolucionó en forma completamente independiente. Si este fuera el caso, el grado de libertad continuaría en un nivel muy pobre, ya que ascendería solamente a 1. Una muestra de dos planetas en una galaxia con 100.000 millones de sistemas solares seguiría siendo inaceptable.
Para los dos términos siguientes, Drake asigna los valores
fc = 0,01
Si el 1% de los planetas que albergan vida desarrolla formas inteligentes, y, a su vez, de ese 1%, otro 1% inventa radiotelescopios, las posibilidades de encontrar otras civilizaciones tecnológicas serían francamente buenas. Pero estos dos factores adolecen de los mismos defectos y carencias que el anterior: se basan en estimaciones sobre un solo planeta estudiado, la Tierra. Pero, otra vez, es muy probable que un planeta como la Tierra sea extremadamente raro. La circularidad de la órbita del Sol alrededor del centro galáctico nos ha mantenido lejos de la radiación de las supernovas durante miles de millones de años, y la presencia de un enorme satélite como la Luna ha provisto a nuestros mares de mareas que configuraron el medio de cultivo ideal para la aparición de la vida. Nuestro planeta tiene un eje de rotación muy estable, además, gracias a la influencia de esa misma Luna. Las grandes extinciones masivas de especies que ha sufrido la Tierra a través de su historia pueden significar, también que es bastante fácil que aparezca la vida pero asimismo es común que se extinga. Más de una vez nos hemos salvado por el grosor de un cabello.
Si los radiotelescopios fueron inventados una sola vez en la historia terrestre, y por una sola especie en 4.000 millones de años de evolución, esto indica que solo los planetas muy viejos pueden albergar vida tecnológica. No parece ser el caso de los planetas de nuestra galaxia. No todos serán viejos, por la simple razón de que solo una fracción de las estrellas que la componen son ancianas. Para colmo, los radiotelescopios ocupan solo los últimos 100 años de la historia humana, un parpadeo en la historia evolutiva de una especie que tiene entre 2 y 6 millones de años sobre la Tierra.
Ambos valores comparten con fl el problema de ser antropocéntricamente sesgados, y por los mismos motivos. Por lo tanto, la mayor parte de los científicos es extremadamente reacia a aceptarlos.
Y así, por fin, llegamos al más interesante de los términos de la Ecuación de Drake: L, es decir, el tiempo durante el cual una civilización tecnológica hace esfuerzos para encontrarse con sus pares a lo largo de la galaxia. L es, también, el tiempo promedio que le toma a una civilización extinguirse (lo cual, en una cultura que domina el poder del átomo, con toda probabilidad significa autodestruirse). Drake parece saber cuántos años pasan desde que una civilización descubre el poder del átomo hasta que se extingue. Como veremos, es bastante optimista:
El problema con L es que, al igual que fl, fi, y fc, descansa íntegramente sobre especulaciones. Nunca se ha extinguido una civilización tecnológica en nuestro planeta (ni en ninguna otra parte, hasta donde sabemos), por lo cual no tenemos ni podemos tener la menor idea de su tiempo promedio de supervivencia una vez que ha llegado al punto de inventar las bombas nucleares y los radiotelescopios. Sí sabemos que, aquí, las armas nucleares se inventaron hace 64 años y aún no nos hemos destruido, por lo que nuestro único parámetro cierto sobre el tema es que una civilización tecnológica no debe necesariamente autodestruirse hasta que cumpla, al menos, 64 años en esa condición. Como se ve claramente, este dato no nos sirve de nada en absoluto al momento de estimar las posibilidades de supervivencia de otras especies como la nuestra.
Planeta de una especie que no lo logró
Pero, como sea, procederemos a resolver la Ecuación de Drake en base a los valores que él mismo definió:
Es decir que Frank considera que, en estos precisos momentos, la nuestra es una de las 10 civilizaciones provistas de armas nucleares, naves espaciales y radiotelescopios presentes en nuestra galaxia. No estamos solos. Encontrar a las otras 9 no será tarea fácil, ya que hay una cultura similar a la nuestra cada 11.000 millones de sistemas estelares. Nada fácil.
Si uno quiere ser optimista, puede decir que, con estos resultados, hay en este momento un billón de civilizaciones tecnológicas en el universo, ya que el mismo consta de 100.000 millones de galaxias aproximadamente (un billón = 100.000 millones de galaxias con diez civilizaciones tecnológicas cada una). Que nunca logremos llegar hasta ninguna de ellas por causa de las inimaginables distancias intergalácticas ya es harina de otro costal.
Pero no todas las opiniones coinciden con esto, y por motivos atendibles.
El alto valor de N, casi siempre muy superior a 1, se obtiene utilizando en la ecuación valores «posibles», o considerados posibles por los amantes del procedimiento de Drake.
En realidad, muchos opinan (entre ellos quien esto escribe) que los valores utilizados por el astrónomo norteamericano son exaltada, arrobada, conmovedoramente optimistas. Y el factor más determinante siempre es y será L, el tiempo probable de supervivencia de una civilización técnica. Hay quienes dicen que L puede elevarse a unos 100.000 años.
Entonces:
o sea que, hoy mismo, hay 100 civilizaciones tecnológicas en la galaxia, y unos 10 billones de ellas en el universo.
¿Qué sucedería si las civilizaciones no son capaces de sobrevivir más que tres siglos a su descubrimiento de las armas nucleares?
lo cual implica que hay un 66% de probabilidades de que estemos solos en la Galaxia. Y este valor se ha obtenido estimando que el 1% de los planetas de tipo terrestre son capaces de albergar inteligencia, algo que, como hemos visto, es solo una opinión, y, como tal, altamente discutible.
Los avances tecnológicos de hoy en día (julio de 2009), nos han permitido ajustar en algo los valores establecidos por Drake hace casi 50 años, y, por lo tanto, llegar a resultados más precisos —entendiéndose esto dentro de nuestras escasas probabilidades—. Hoy sabemos que la tasa de creación de estrellas (R*) no es exactamente de 10 por año sino un 30% inferior: 7.
Drake pensaba que la mitad de las estrellas similares al Sol tienen planetas, pero las observaciones de la Misión Corot y de otros sistemas han demostrado que la proporción parece ser bastante más pequeña: fp = 0,3. Sin embargo, los sempiternos optimistas alegan que, en el momento actual, solo podemos detectar planetas muchísimo más grandes y masivos que nuestra castigada Tierra. Habrá que esperar cuatro años a que Kepler culmine sus observaciones para tener una visión más precisa de este factor, por lo que nos quedaremos con la tasa observada por Corot.
De los 346 exoplanetas que ya hemos descubierto, solo 1 tiene planetas rocosos en la zona habitable. Consecuentemente, hoy por hoy, el valor de fp x ne, que Drake estimó en 0,5 x 2 = 1, para nosotros es apenas de 0,03 x 2 = 0,06.
Corot
El factor de planetas hospitalarios para la vida, que él creía 1, ha sido corregido por la Universidad de Nueva Gales del Sur a un escaso 0,13. Esta es la tasa de planetas que han sobrevivido al menos por 1.000 millones de años, tiempo mínimo necesario para la evolución de sistemas no biológicos a seres vivos.
Dejamos fi y fc en los valores que les puso Drake (0,01 para cada uno, porque no tenemos elementos de juicio para mejorarlos) y llegamos de nuevo al punto áureo de la ecuación: L.
Si bien hay muchos que están de acuerdo con la cifra que él ingresó a la fórmula (10.000 años), esta encantadoramente positiva visión de las sociedades puede ser muy mejorada.
El escritor científico Michael Shermer (y buen amigo de quien escribe este texto) intentó hacerlo. Tomó 60 civilizaciones históricas terrestres y sacó el promedio de su tiempo de supervivencia: el resultado fueron unos patéticos 420 años. Pero las civilizaciones en cuestión deben ser tecnológicas, por lo que quiso corregir sus cálculos, considerando solo 28 civilizaciones posteriores a la caída del Imperio Romano. Los resultados fueron aún peores: escasos 304 años de duración promedio. Como deseamos ser generosos, utilizaremos el cálculo más optimista para L.
Así:
Lo cual, una vez más, significa que estamos solos en la galaxia, y que somos solamente un accidente de la naturaleza que no es probable se repita jamás.
Según expliqué al principio, esto es bueno, si es que el lector comparte mi atribulada imagen de los extraterrestres potenciales, conquistadores y guerreros.
Pero la realidad es que la Ecuación de Drake, dependiendo de si quien la calcula es un optimista o un pesimista, puede dar valores que oscilan entre billones y cero. Es por ello que se la da por inútil, a pesar de que no tenemos nada mejor con que reemplazarla. Sin embargo, gente comparte las buenas intenciones de Drake, y considera válidas sus especulaciones infladas hacia arriba.
Enrico Fermi comenzó este artículo, y Enrico Fermi lo cerrará. Caminaba el notable físico con sus colegas Edward Teller, Emil Konopinski y Herbert York mientras iba a almorzar, un día de 1950. Los cuatro grandes hombres se pusieron a conversar acerca de los supuestos reportes de OVNIs que constantemente se hacían públicos en aquellos tiempos, y Fermi, experto en resolver problemas tipo Fermi (¿cómo iba a ser de otra manera?), tomó papel y lápiz y se puso a calcular la probabilidad de que hubiera vida inteligente fuera de la Tierra. Estaba formulando la Ecuación de Drake diez años antes que el propio Drake. Fermi era aún más optimista que Drake, así que su cálculo le dio un número enorme.
Levantó la vista hacia el techo y preguntó: «Pero ¿dónde están, entonces?».
Los creyentes en los OVNIs argumentan que hay millones de civilizaciones en la galaxia, y esta creencia era particularmente popular en tiempos de Fermi. Sus cálculos apoyaban la hipótesis. Entonces ¿por qué no vemos a las naves alienígenas caer del cielo como moscas? ¿Por qué no tenemos evidencia física de su existencia? Aún peor: ¿por qué no captamos todo el tiempo sus transmisiones radiales? Los dos primeros interrogantes se conocen como «Paradoja de Fermi» (existen pero no los encontramos) y la tercera como «Cuestión del Gran Silencio» (hay millones pero ninguno habla).
Vamos a suponer, como bien sabemos, que el optimista nos dirá que viajar por el espacio es difícil, caro, peligroso y lento, debido a las limitaciones relativistas respecto de la velocidad. Puede ser. Pero ello no explica el Gran Silencio. No digo que nos vengan a visitar, pero deberíamos poder detectar sus señales de radio artificiales. Y no es así. ¿Por qué?
Como se comprenderá, la Paradoja de Fermi y la Ecuación de Drake están íntimamente relacionadas porque, a falta de evidencia concreta y comprobable de la existencia de civilizaciones técnicas en otros planetas, esta última es la única herramienta pasible de aproximarnos en algo a la resolución de la primera. Sin embargo, ni el salvajemente optimista Drake cree que su ecuación pueda ayudar a develar los secretos de la paradoja: ha declarado que solamente representa un sumario de los datos que ignoramos al respecto.
Hoy día, con una aproximación multidisciplinaria a la ciencia de la exobiología, los científicos están comenzando a abordar la paradoja desde muchos ángulos, y están haciendo numerosas e interesantes observaciones a su respecto.
La primera de ellas es una redefinición de la naturaleza de la paradoja. Actualmente se la ve como un conflicto entre argumentos de escala y probabilidad por un lado y la falta de pruebas por el otro. La definición contemporánea de la paradoja dice textualmente:
El tamaño y la edad aparentes del universo sugieren que existen numerosas civilizaciones extraterrestres tecnológicamente avanzadas.
Sin embargo, esta hipótesis es inconsistente con nuestra total falta de evidencias concretas para demostrarla
–
La primera realidad a considerar es la escala. El número de estrellas en la galaxia oscila, según diferentes autores, entre 100 y 250 mil millones. Nosotros hemos optado por la cifra más conservadora. En el universo observable parece haber un total de 70 sextillones de estrellas (7 x 1022). Incluso con las perspectivas más pesimistas (similares a las cifras que acabo de utilizar para mi versión de la Ecuación de Drake, 0,005 civilizaciones tecnológicas por cada 100.000 millones de estrellas), debería haber no menos de 3.500.000.000 de civilizaciones tecnológicas en el universo en cualquier momento arbitrariamente elegido. ¡3.500 millones de civilizaciones! Con los números de Drake, incluso, los resultados son considerablemente mayores. Pero no hemos visto a ninguna.
La edad del universo también tiene mucho que ver. Se asume que una civilización como la nuestra colonizará primero su propio sistema solar y luego, saliendo de él, conquistará todos los sistemas cercanos y, eventualmente, se expandirá por la galaxia entera en un lapso relativamente pequeño: a nosotros nos tomará apenas entre 5 y 50 millones de años para adueñarnos de la galaxia con nuestra actual tecnología de viajes espaciales, una fracción miserablemente ínfima del tiempo que el universo lleva existiendo.
No hemos encontrado ni la menor evidencia de que algo como esto esté ocurriendo ni haya ocurrido en los anteriores 13.700 millones de años de edad del universo. Ninguna cultura extraterrestre parece pasearse ni haberse paseado por el espacio.
Legítimamente, entonces, podemos concluir que, o la vida es extremadamente rara en el universo, o que nuestros presupuestos acerca del comportamiento de los miembros de una especie tecnológica están desacertados. Tal vez nuestra conducta exploradora sea una excepción, o, más razonablemente, en verdad no haya nadie ahí a quien encontrar.
Si cualquiera puede lograr hegemonía sobre toda la galaxia en 50 millones de años, y el universo ha existido desde hace 13.700 millones, ¿cómo es que el Sistema Solar no presenta evidencia de haber formado parte, en el pasado, de un Imperio Galáctico, de una provincia periférica y ni siquiera de una aldea miserable, perdida en los confines de un marquesado remoto? En términos geológicos, 50 millones de años es un suspiro, y, desde el punto de vista cosmológico, nuestra galaxia es más chica que un villorrio. En otras palabras: ¿Por qué nadie ha colonizado la galaxia entera? ¿Por qué no han venido a saludarnos, a exterminarnos, a comerciar con nosotros o a decirnos que les paguemos tributo?
Vamos a suponer que a la mayoría de las especies técnicas no les gusta colonizar, que tienen prejuicios contra la conquista, que aborrecen las guerras. ¿Por qué no han explorado la galaxia con sondas no tripuladas como estamos comenzando a hacer nosotros? ¿Por qué no está el espacio lleno de su basura espacial? ¿Por qué no encontramos los restos de sus artefactos enterrados en estratos geológicos anteriores? No hay ningún signo en absoluto, ninguna señal de que la galaxia haya sido colonizada alguna vez, y ni siquiera explorada, salvo por nosotros mismos.
–
Convengamos que la falta de evidencia física no es prueba suficiente de que tales civilizaciones no existan ni hayan existido. Debemos ser conscientes de que la Vía Láctea mide más de 15 kiloparsecs de punta a punta, lo que significa que, a la velocidad de la luz, se tardarían 50.000 años en atravesarla. Puede que las civilizaciones técnicas estén localizadas en el extremo opuesto, y ello explicaría que no poseamos ninguno de sus artefactos. Pero la distancia no justifica la invisibilidad. Somos capaces de detectar fenómenos muchísimo más lejanos y miles de veces menos conspicuos que el parloteo interminable de las comunicaciones de 3.500 millones de civilizaciones tecnológicas pululando por el universo. ¿Por qué el Gran Silencio? ¿Dónde están sus radiobalizas? ¿Es que son todos mudos? ¿Será que todo es una gran mentira?
–