El afecto especial por la ciencia ficción que siente el escritor argentino Rodrigo Fresán ha estado especialmente claro a lo largo de su obra publicada, que incluye los libros Historia Argentina, Vidas de santos, Trabajos manuales, Esperanto, La velocidad de las cosas, Mantra, y Jardines de Kensington. En su reciente El fondo del cielo esta pasión por el género se vuelve explícita en varios sentidos; empezar a indagarlos es el propósito de esta nota.
Uno de los aspectos más interesantes de la obra de Fresán es, en mi opinión, esa cualidad de work in progress que tienen sus trabajos. La velocidad de las cosas, por ejemplo, difiere notablemente en sus sucesivas ediciones no sólo porque el autor ha ido añadiéndole capítulos completos (verdaderas nouvelles o cuentos largos) sino porque también ha vuelto sobre el texto aparentemente «terminado» (de hecho, ese es el status que cuestiona y demuele el proceder de Fresán) tramando alteraciones mucho más significativas que una revisión de erratas. Estos procesos son, además, puestos en evidencia por el autor, generalmente a través del uso de epílogos o posdatas, «género» que aparece maravillosamente cultivado en sus libros. De hecho, es en la nota final de El fondo del cielo donde encontramos una de las vías de explicitación (o también de trabajo sobre) el amor que siente Fresán por la ciencia ficción. Lo hace, por ejemplo, pasando revista a su producción anterior trazando vínculos hacia la CF: «en La velocidad de las cosas se invita a pasar por una fundación dedicada al cuidado y preservación del último espécimen de la extinguida especie de los escritores. Y los iluminados virósicos en Vidas de santos, los androides sísmicos en Mantra y las bicicletas espacio/temporales en Jardines de Kensington» (p.266), agregando que el trabajo sobre diferentes géneros en hibridación con sus prácticas literarias propias o idiosincráticas (su «terreno», escribe) lo condujo a escribir, en El fondo del cielo, una novela «con» ciencia ficción en lugar de una novela «de» ciencia ficción.
Esta última distinción es interesante y discutible. Fresán la enlaza a la obra de uno de sus autores favoritos, Kurt Vonnegut, quien en la excelente Matadero Cinco habría escrito, precisamente, una novela «con» ciencia ficción. Creo entender que la modulación Fresaniana de las estrategias por las que un autor de literatura «general» se apropia de un género pasa por indagar dónde está el núcleo de la novela y entender que los procedimientos de género (sea policial, ciencia ficción, fantasía, etc) son dispuestos alrededor de este eje, sirviendo de pauta de proliferación de detalles tributarios del «tronco» principal. Pero aun así no dejo de preguntarme si eso convierte a El fondo del cielo en una novela con ciencia ficción y no en una novela de ciencia ficción. ¿Por qué? Para pensar en la respuesta es necesario dar entrada a otra explicitación Fresaniana del amor que siente por la ciencia ficción: el uso extensivo que se hace de su historia y de sus tópicos.
Lo último, en relación a las marcas de género cienciaficcionero, es claramente un gesto tomado de Philip K. Dick, gran acaparador, acumulador y pervertidor de clichés de la CF y otro de los favoritos de Fresán (hay un cúmulo de autores «fresanianos»: Cheever, Vonnegut, Dick, Ballard, entre otros, que se parecen entre sí porque Fresán se parece a todos ellos, como Borges dijo memorablemente —no en relación a Fresán, por supuesto, sino a Kafka— de Chesterton, Lord Dunsany y Zenón de Elea), y quien haya leído Entre paréntesis, de Roberto Bolaño, recordará el artículo dedicado a Dick, verdadera obra en colaboración entre Bolaño y Fresán, llena de atinadas percepciones sobre la vida y obra del fascinante PKD (y los interesados en la relación de Dick con eso que llaman «literatura uruguaya» podrán indagar en La novela luminosa, de Levrero); hay en El fondo de las cosas una poderosa matriz dickiana, cristalizada en escenas de deslizamiento de lo real comparables a las de El hombre en el castillo o Fluyan mis lágrimas dijo el policía, pero presente como un río subterráneo a lo largo de toda la novela, llevando a Fresán (y demostrando, además de su virtuosismo de narrador, que ha leído a PKD mejor que sus discípulos más notorios, como Kim Stanley Robinson o Tim Powers, incluso mejor que lo que deja entrever la novela explícitamente «dickiana» de Ursula LeGuin, The lathe of heaven) a modular con gran sutileza la tensión entre ucronía (novela tramada en torno a una historia alternativa, como La conjura contra América, de Philip Roth, en la que Charles Lindbergh es elegido presidente de Estados Unidos), y la ficción de mundos paralelos (como gran parte de la obra de Philip Dick).
Otra gran muestra de amor —y conocimiento— de la CF por parte de Fresán está en su manejo de la historia del género y su incorporación (en rigor, la inteligente manera en que se da esta incorporación) a la trama de El fondo del cielo. La primera parte de la novela cuenta la historia de Isaac Goldman y Ezra Leventhal, dos escritores de ciencia ficción que escriben en los años 40, la llamada «edad de oro» del género. Ahora bien, Goldman y Leventhal pertenecen a una historia alternativa, a un mundo paralelo en el que la historia de la ciencia ficción (además de contar con ellos dos, por supuesto) incluye variaciones —humorísticas e irónicas muchas de ellas— de escritores como Asimov, Clarke, Lovecraft y Philip Dick. El último, en esta novela, se llama Warren Wilbur Zack; Lovecraft se convierte (haciendo algunos cambios en su historia, claro, haciéndolo un poco más místico y sociable) en Phineas Elsinore Darlingskill, y Asimov y Clarke no reciben nombre alguno, pero se dice del primero que terminó escribiendo «artículos de divulgación científica por encargo» y del segundo que estaba preocupado ante todo por escribir largas listas de predicciones y tonterías tecnológicas «anticipadas» en sus ficciones. Además, hay también abundantes referencias no tan explícitas, como por ejemplo a Frederik Pohl, Sam Moskowitz y una serie de autores que para el lector uruguayo quizá suenen de «segunda fila» en cuanto a la CF pero que en el ámbito anglosajón o norteamericano fueron de gran importancia, no sólo como escritores sino como fans que publicaban fanzines y armaban grupos entusiastas como los «Lejanos» de los personajes de El fondo del cielo (de hecho, en el epílogo Fresán elabora una suerte de bibliografía que incluye la autobiografías de Pohl y algunas enciclopedias y ensayos sobre el género, incluyendo trabajos de Harlan Ellison y Thomas Disch). Este mundo paralelo —¿ucronía? La distinción entre ambos llevaría un artículo mucho más largo que este, pero el interesado podrá buscar las opiniones de Pablo Capanna, por ejemplo, para empezar a pensar la cuestión— deriva en el nuestro en algún momento de la primera parte; en la segunda, centrada en un soldado Estadounidense en Irak, uno de los personajes es redescubierto, o al menos su versión en nuestra realidad; en la tercera, con la chica amada por Isaac y Ezra como narradora, toda conexión a algún mundo que podamos conocer va alejándose hacia el infinito, y nosotros con ella. O, mejor dicho, hacia el infinito y más allá, no por citar a Buzz Lightyear sino a Stanley Kubrick.
Quizá Fresán podría justificar que su novela es «con» ciencia ficción afirmando que el verdadero eje de la trama es la historia de amor entre Goldman y Leventhal y una chica misteriosa y hermosísima, un poco fuera de este mundo (en más de un sentido), que parece también una de las esquivas figuras femeninas de las novelas de PKD, especialmente las de su última etapa. Pero este amor está profundamente vinculado a la trama esencial de universos paralelos, de modo que hacer pesar más la «historia de amor» que la «historia de ciencia ficción» es una decisión a cargo del lector, que convertirá a El fondo del cielo, según sus preferencias, en una novela con CF (siguiendo al autor) o una novela de CF. O en una novela y punto, en última instancia.
Varias cosas, sin embargo, quedan claras. La maestría de Fresán es una de ellas; su amor por la CF, otra. De hecho, quizá la historia de amor detrás de las páginas de El fondo del cielo sea la de su autor por un género tan vilipendiado como ha sido la ciencia ficción; también: la de tantos lectores y escritores (ficticios, reales, qué más da) por esas tenues esquirlas de maravilla que encontramos en las ficciones de Philip Dick, Ballard, Vonnegut, Farmer, Herbert y tantos otros.