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URUGUAY

El Sexo me ha permitido crear algunos de mis cuentos más perversos y poéticos.

Me voy a concentrar en tres de ellos donde el tema es especialmente relevante: Los Festejos del Fin del Mundo, Luces del Sur y Blue.

Los Festejos del Fin del Mundo

El mundo se termina, su fin es inminente y la gente, en lugar de correr, esconderse o lamentarse, sale a las calles a festejar. Es difícil desentrañar la madeja de una idea después de que ha pasado cierto tiempo, pero tengo la sospecha de que fui influenciado por las ideas de Mircea Eliade y especialmente por su libro «El mito del eterno retorno». Me basé en el sentido que algunas comunidades primitivas le dan a la celebración del fin de año o a los ritos agrícolas. Se celebra el fin de año para que el tiempo siga regenerándose, para que la vida se renueve y perpetúe. Y las fiestas agrícolas tienen por objeto asegurar las cosechas. En este contexto, las orgías son un llamamiento al caos. Pero no para que simplemente todo se destruya, sino para que de ese caos surja un nuevo orden y así la vida pueda continuar. Hay otra idea que también tiene su importancia en Los Festejos del Fin del Mundo, la «carnavalización». El sentido profundo del carnaval también se relaciona con la desmesura y el caos. En el carnaval se cometen excesos, la gente se disfraza, se suprimen las jerarquías, se confunden los roles, los ricos se disfrazan de pobres, los pobres de ricos, lo único que cuenta es sumergirse en un espíritu de liberación que arrastra a los participantes hacia el caos que va a permitir la renovación del mundo.

El lugar desde el que está contado Los Festejos del Fin del Mundo es una cervecería, donde las distintas razas del Multiverso, mientras esperan la llegada de los Relojes de Fuego que anunciarán el Fin del Mundo, comen, beben y tienen sexo. Hay allí un personaje que es muy importante: un fauno, que quiere tener sexo con una mujer de Bergel. La característica de las mujeres de Bergel es que, después de tener un orgasmo, de la espalda les brota una Mariposa de Agua. Esto provoca que la mujer muera, y que el fauno quiera devorar a esa mariposa, que además es azucarada. El fauno, persiguiendo a lo largo del cuento a la Mariposa de Agua, es una imagen de todos los individuos que están en la cervecería, porque, aunque el fin del mundo está próximo y ya todos han bebido y fornicado y cometido excesos, él quiere sentirse vivo hasta el último instante. Como esa mariposa se le escapa, decide buscar otra mujer de Bergel. El final del fauno es ejemplarizante.

En este cuento, mi fragmento favorito es el que se refiere a los Tres Músicos en relación con los actos del fauno:

«[…] los Tres Músicos que están ensayando la Melodía del Fin del Mundo para cuando lleguen los Relojes de Fuego. Sus instrumentos son unas masas amorfas de color azul, llenas de agujeritos que ellos pinchan con largos estiletes. Según en qué agujero introducen el estilete, es el sonido que se logra. La música se parece a los chillidos que las Mujeres Porcinos emiten en primavera.

[…]

El fauno ha logrado convencer a la mujer, que ahora avanza hacia el centro del local. Camina lentamente, con el silencio de los gatos y las lunas. Se quita la capucha y su cabello cae con la cadencia de una guitarra en la noche. La ropa se desliza por las curvas y llega al piso.

El fauno se acerca. Ella le dobla en altura.

El cíclope está sentado sobre un barril y la observa con su ojo bien abierto, que parece congelado. José deja de contar su dinero y la mira. El pastor, el hombre de Woodstock, el Domador de Tigres Alados… todos miramos sin poder creerlo. Sopla una brisa que nos trae su cálido perfume de sueños.

El hombrecito con patas de cabra recorre con sus manitas velludas las interminables piernas y se detiene en las tibias colinas. Ella lo toma del cabello y lo atrae hacia su vientre.

La mujer de Bergel se estremece mientras el brillo de la luna baila en su cuerpo. Al cabo de un rato, apoya los codos y las rodillas en el suelo y espera la llegada del fauno.

Uno de los Tres Músicos introduce suavemente un estilete en su instrumento. Después se van sumando los otros, y una melodía tibia y húmeda impregna el aire de la noche.

No podemos apartar la vista del espectáculo. Es como si cada uno de nosotros tuviese algo de ese fauno, que busca su Mariposa de Agua para saborear la eternidad del último instante. Todos hemos bebido, devorado, fornicado, matado, en esta noche del Fin del Mundo, y sin embargo…

Los Relojes van a llegar en cualquier momento. Puedo sentir en el aire el combustible que queman los motores.

Los músicos pinchan cada vez con más violencia sus instrumentos. La mujer abre la boca y sus dientes brillan con un fuego lunar. Los estiletes perforan una y otra vez, más rápido, más fuerte, más adentro.

Los Relojes ya están aquí.

La piel de la espalda se estira, formando un bulto.

Se enciende el primero de los Relojes.

La columna vertebral se parte con un crujido desagradable, puedo ver los huesos y la sangre. El fauno abre la boca esperando atrapar su presa. Pero en lugar de una Mariposa de Agua surge un ser monstruoso con un caparazón rojo y unas pinzas enormes. El hombrecito grita, pero ya es demasiado tarde. La horrible criatura salta sobre él y en cuestión de segundos le devora la mitad de la cabeza, para luego perderse entre las sombras.

Los músicos terminan bruscamente de tocar y dejan caer sus instrumentos, que se alejan arrastrándose, mientras un líquido azul les brota de las heridas.

[…]

Este fue uno de los cuentos que más veces he publicado: dos en Argentina, dos en Italia, una en España (en catalán) y otra en Francia. Lo que más ha llamado la atención de la gente que lo leyó, es que, a pesar de que ocurren muchas cosas en apariencia disparatadas, hay una noción de orden que se impone y que le da sentido no solo al final sino a todo lo que ocurre. Esto se relaciona con algo a lo que me he referido hace algún tiempo, en otro lado, el concepto de «cabalgar la locura». Básicamente consiste en hacer relatos originales, oníricos, arriesgados, y que además toquen temas importantes, pero manteniendo una estructura reconocible y funcional, es decir, que la obra no se agote en algo experimental, sino que además sea entretenida y funcione como cuento.

Luces del Sur

Fue uno de los cuentos más difíciles que jamás me haya planteado realizar. No por el tiempo que me llevó —alrededor de tres o cuatro meses (en principio)— sino por las características de la historia. Es un tema muy ríspido. Una relación de incesto entre un hombre y su abuela senil. Es fácil, frente a un argumento así, caer en la grosería, la risa fácil, etc.; pero decidí arriesgarme.

Intenté contar la historia de un modo que fuera emotivo, sensible. El riesgo en estos casos es pasar de lo sensible a lo cursi. La sospecha de que una frase pueda resultar cursi aleja a los lectores e inhibe muchas veces a los escritores. Es una línea muy delgada, sobre todo en una sociedad hipercrítica como la que vivimos. Y no solo apelé a los sentimientos, sino también a un lenguaje poético. Con eso, aumentaron mis posibilidades de ser cursi. Pero me arriesgué aún más. Porque me había convencido de que la poesía era el instrumento ideal para contar esta historia. ¿Por qué? Bueno, porque la poesía permite sugerir antes que mostrar, y permite un acercamiento elegante a un tema que en este caso es escabroso. Pone el acento en cuestiones que van más allá de los aspectos físicos. Y nos revela un mundo distinto, con posibilidad de matices y de ambigüedades. Todo esto era ideal, no solo para tratar el sexo, sino también otros aspectos —de índole esotérica— que aparecen de forma creciente en el relato.

El protagonista-narrador está viviendo con su abuela senil. Uno de los momentos cruciales es cuando esta señora gorda y anciana se le aparece una madrugada de improviso en el cuarto y se le mete en la cama. ¿Cómo contar esto?, me pregunté. Lo más seguro es que esta idea provoque risa o repulsión, entonces, ¿cómo convertir esto en literatura, y en arte si es posible?

Consideré que debía apelar a la fragmentación, a la selección de ciertos aspectos para privilegiarlos sobre otros. Eso iba a tener como efecto evitar la obviedad y darle realce a ciertas cosas que me permitieran elaborar el cuadro que yo buscaba. Algo así como una pintura expresionista, con el acento puesto en la luz y el color, que lograra trasmitir la violencia y la importancia de ese encuentro. Así fue como lo dejé:

«[…]

Lustrosa de afeites, hediendo a sudor, cremas y perfume barato, ella avanzaba en la oscuridad, poniéndome por delante el rojo rabioso de sus labios pintados.

Yo quería decirle a mis brazos que la detuvieran, que por nada del mundo debían permitirle traspasar el umbral de la puerta, pero ya estaba dentro del cuarto. Cerré los ojos para que la imagen retrocediera; fue inútil resistirme. Al abrirlos, la abuela se quitó frente a mí el camisón que llevaba, revelándome la sobrecogedora luz de su cuerpo desnudo.

Ella se subió a la cama y nos hundimos. Comenzó a faltarme el aire y creí que me moría; podía sentir lo que hacía mi abuela y ver mi propia mano que apretaba las sábanas blancas.

[…]»

La senil abuela es un ser misterioso, complejo y en gran medida inaccesible para el narrador, que la califica de «intermitente», «hojaldrada», y reconoce una y otra vez que no puede penetrar en su mundo. Y el sexo pasa a ser también parte de ese misterio. Más adelante, respecto al sexo que tiene con ella, él reconoce:

«[…]

Cada velada suponía la ejecución de un ritual en el que ella incorporaba energías arcanas y mi mente se elevaba hasta el umbral de una nueva conciencia.

[…]»

Blue

En Blue se plantea la existencia de un mundo donde las mujeres son valoradas por su gordura. Las más obesas son consideradas las más bellas. Es un concepto, no nuevo, sino marginal en nuestra cultura. En efecto, hay publicaciones pornográficas, e incluso líneas de videos porno, que se basan en el erotismo y la sensualidad de las mujeres obesas, lo que demuestra que existen individuos que se sienten atraídos por ellas.

Cuando estaba escribiendo el cuento, se me ocurrió que podía leer algo de crítica sobre la pintura de Botero para ver si disparaba algún resorte en mi cabeza. Fue decepcionante. Los conceptos de Botero no coincidían con los míos. Para él la obesidad se asociada a un estado de plenitud e ingenuidad. Ese tipo de ideas —que expresan los críticos y él mismo en los reportajes— me deja insatisfecho. Para mí el concepto de obesidad tiene que ser llevado al extremo. Sexo con una mujer extremadamente gorda equivale a sexo llevado a un placer extremo. Y la gordura extrema debe ser asociada a la divinidad. Es un simple silogismo: las gordas se relacionan con la esfera, la esfera se relaciona con la divinidad[1], por lo tanto las gordas se relacionan con la divinidad. Así nació Blue. Ella es la divinidad de un mundo donde las gordas son valoradas por su propia condición de gordas. Y como el relato se centra en ella, el cuento asume prácticamente el valor de un mito. Aquí algunos fragmentos:

«[…]

Las leyendas afirmaban que Blue se comía crudos a sus amantes. Los seducía, los hacía disfrutar grandes placeres y finalmente, cuando creían haber alcanzado las cumbres del éxtasis, los devoraba con delectación. Sin embargo, raramente alguien podía resistirse a su llamado.

Ella era la mujer más obesa y hermosa del mundo. Los hombres anhelaban ir a su encuentro, y las mujeres, para complacer a sus esposos, querían imitar su gordura. El problema era que nadie sabía cuánto pesaba Blue. Algunos estimaban mil o dos mil kilos, y otros hasta seis mil. No había acuerdo en este punto.

Los Sacerdotes de las Montañas Pensantes decían que su cuerpo era un desierto blanco e infinito, en el que los hombres no se perdían, sino que lograban encontrarse por primera y única vez consigo mismos. Comparaban a su negro cabello con el viento de la noche, a sus ojos con enormes zafiros, y a sus labios con el sangriento ocaso.

Blue era el principio y el fin. La felicidad y el sufrimiento. La vida y la muerte. La superación de todas las contradicciones.

[…]

Apenas podía creer que estaba a punto de realizar el sueño de todos los hombres.

Caminé despacio, sin escuchar otros sonidos que los de mis pasos y mi respiración.

Sentía el pulso acelerado y un sudor pegajoso en la espalda, pero no retrocedí.

Al dar la vuelta en un recodo, comprendí que había ingresado a la estancia de Blue. Aspiré hondo, y me entregué a la brisa y la luz lechosa que provenían desde arriba. Mientras le dedicaba una mirada al cielo, algo como una mano o un mechón de cabellos ciñó mi cintura y me arrastró hacia adentro. Giré el rostro, pero no pude evitar que un perfume intenso y primordial envolviera mi cuerpo. Y entonces me encontré con esa blancura de dientes entrevistos en sueños, de relámpagos de conocimiento, de furia lunar. Quería gritar, pero no podía, mientras era arrastrado hacia aquel vientre de arena de tiempo, de abismo y de silencio.

No vi sus ojos —no lo hubiese soportado—, pero sí su sonrisa de enormes labios carmesí, dilatándose de un modo que me pareció incomprensible.

Escuché un sonido violento, como un chasquido de mandíbulas. Luego un aire caliente, con olor a sangre, me abofeteó el rostro. Cerré los ojos y traté de pensar en el cielo de mi tierra, en los campos de trigo, en mi hogar y mi familia… pero sólo alcancé a recordar el abrazo de mi madre.

[…]»

En mis cuentos, el Sexo nunca es un fin en sí mismo. Todo parte de una idea que podría sintetizarse en aquella célebre afirmación de André Breton: «la existencia está en otra parte». Y bajo esa premisa, la muerte, la locura, el arte y el sexo han sido utilizados en mis relatos como vías de conocimiento.

NOTA 1: El tema de la esfera como imagen de la divinidad ha sido estudiado por numerosos pensadores a lo largo de la Historia, se puede leer un buen resumen de este concepto en el ensayo de Borges: «La esfera de Pascal». [VOLVER]


Axxón 230 – mayo de 2012

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