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Abismo Primero algunos comentarios. En un relato como el que analizamos, uno debe preguntarse qué es lo que desea expresar, hacia dónde desea llegar, qué es lo que aportará a quién lo lea. Quisiera que lo hagas, es algo esencial para que un escritor pueda dar forma final a su obra. —¿Qué diablos es este lugar? ¿Dónde estamos? —alcancé a preguntar. No hay ninguna razón para que el narrador diga que el protagonista "alcanzó a preguntar". ¿Tal vez el escritor se imagina que el personaje tiene la garganta cerrada, que apenas si puede hablar? Si es así, debería expresarlo con claridad. O sino decir que el protagonista "habló con dificultad".
El cuento: No sé cómo llegué aquí. Ni siquiera sé cuándo. Lo que recuerdo de cuando llegué a este lugar (si se lo puede llamar lugar) es que era completamente oscuro, no podía ver más allá de mis manos{,} ni percibía olor o sonido alguno. Creo que mis sentidos estaban embotados por tamaña negrura. Tanto{, así,} que ni siquiera sentía el contacto con el suelo, donde debían de sustentarse mis pies. Al mirar hacia abajo sólo vi más oscuridad, las tinieblas eran sumamente densas. En mi turbación intenté aferrarme algo, sólo se me ocurrió gritar [ se le ocurrieron dos cosas, aferrarse y gritar ]. Grité y mi grito se perdió en el vacío infinito que lo abarcaba todo. Traté de huir, de correr en cualquier dirección, y mis pies no hacían contacto con superficie alguna sobre la cual impulsarse. {Aún} En el mejor de los casos podría haberme deslizado un poco [ ¿cómo? ], pero tampoco llegaría a ningún lado{,}; no se veían paredes ni principio ni fin {al} del abismo en el que me encontraba. Grité otra vez, con más fuerza, desesperado, {anhelando} buscando [ o "procurando" ] oír al menos mi voz, para asegurarme de estar en posesión de mis facultades. Nada, sólo sentí moverse mis labios y un chillido sordo [ entonces no es "nada", algo oyó ] que emanaba de ellos. Por tercera vez lancé [ ¿intenté lanzar?: afirmaste que no podía hacerlo ] un alarido de terror. —Ya deja de hacer eso —dijo, molesta, una voz a mis espaldas. Una mezcla de emociones que oscilaban entre la ilusión y el terror invadió mi ser. Ilusión {al} por saber que no era el único allí. Y terror. Terror de no ser el único en ese sitio, de estar acompañado por, Dios sabe, qué extraña criatura, moradora de tan abominable paraje, sin espacio, y tal vez, sin tiempo. Pero también sentía terror al considerar otra posibilidad, tanto o más aterradora que la primera: tal vez la voz sólo existía en mi cabeza, quizás estuviera imaginándome esa necesaria compañía [ ¿por qué necesaria?, quizás quede mejor "esa compañía que tanto necesitaba" ]. ¿Había perdido, finalmente, la razón? Grité una vez más. —Que te calles, maldito llorón. Nada lograrás chillando de esa manera —increpó la voz. —Oh, ya déjalo, pronto se le pasará, cuando comprenda que todo lo que haga {es} será en vano —recriminó una segunda voz. Haciendo acopio de fuerzas giré sobre mis pies, que curiosamente respondieron a la perfección, hacia el sitio de donde provenían las voces. Hasta ese momento no me había atrevido siquiera a mover la cabeza en esa dirección. —¿Qui...quién dijo eso? —pregunté mientras me deslizaba sobre los talones. —Somos espíritus malvados y estás en el infierno —respondió alguien, que reconocí como la voz que había hablado en segundo lugar. —Déjate de estupideces —reprimió alguien, que deduje, había sido quien me mandó a callar cuando grité—. Y tú, llorón, ¿acaso no puedes ver o es que tienes los ojos cerrados por el miedo? Comprendí que mi pregunta había sido estúpida. No alcancé a detectar el origen de la luz, en realidad no había luz alguna, lo único que veía, aparte de a mí mismo, era a las demás personas que estaban en esa nada conmigo. Vi los rostros de quienes me habían hablado. Pude ver un hombre fornido de cabeza enorme y anchos y musculosos hombros, que esbozaba un sonrisa burlona. Era el que me {dijo} había dicho esa cosa de los espíritus. También a una mujer que {fue} era quien me {habló} había hablado por primera vez{,}; tenía un brillo extraño en los ojos, cabellos canos y su semblante manifestaba infinita sapiencia y sufrimientos, acumulados a lo largo de miles de años. —¿Quiénes son ustedes y qué hago aquí? —pregunté, abriendo enormemente los ojos. —Me llaman Dorian —respondió la mujer—, y éstos son Walter y Howard —dijo, haciendo un ademán con la mano que abarcó, primero, al hombre musculoso, y luego a un niño en el que no había reparado hasta ese momento. —Respecto {de} a qué haces aquí, eso no puedo respondértelo, ni tampoco ellos. Teníamos la esperanza de que tú supieras algo, hasta que te pusiste a chillar como marrano. Ni Howard hizo tanto berrinche cuando apareció, como tú. —¿Qué diablos es este lugar? ¿Dónde estamos? —alcancé [ ¿por qué "alcancé"? ] a preguntar. Parecía que lo único que podía hacer{,} era preguntar para intentar comprender, algo de todo aquello. —Este es el infierno, muchacho —dijo Walter. Y en su voz apareció un dejo casi imperceptible de tristeza que no concordaba con su ceño fruncido y su mandíbula tensa.
Mucho tiempo, calculo, pasó desde entonces. Supe que Dorian tendría unos treinta y cinco años, Walter algo más de cuarenta y Howard, que rara vez decía algo, ocho. Yo no sabía mi edad, apenas recordaba mi nombre. Era algo extraño. Me sentía como una de esas personas que se dan un golpe en la cabeza y se despiertan con amnesia, recordando sólo ciertas trivialidades, como el año que el Hombre llego a la Luna o la melodía de La Marsellaise, pero sin saber nada acerca de las circunstancias en que las habían aprendido. —Es normal —me indicó Dorian—. Al llegar {acá} aquí apenas podía recordar mi nombre, lo mismo que Walter. —Así es —asintió el hombre—, y te llevará tiempo aprender sobre ti, antes de llegar acá [ ¿qué sentido tiene este "antes de llegar acá"? ]. Pero no te preocupes, tienes toda la eternidad para hacerlo. Como ya sabes, no hay modo de salir de esta maldita oscuridad. —No hay forma para nosotros —corrigió Dorian—, Howard suele salir y entrar cada {ciertos períodos} cierto tiempo, pero no nos dice cómo lo hace. Creo que ni él lo sabe. Dejé que estas últimas frases llegaran a mi cabeza [ ¿a "mi conciencia"? ] e interrogué nuevamente - Pensé que tú, Dorian, {fuiste} habías sido la primera en llegar aquí. —Nosotros también lo creímos —dijo Walter—, hasta que Howard hizo su primera "salida". —Es cierto —confirmó Dorian—{,}. Cuando Howard apareció por primera vez{,} pensamos que sería su primera llegada, hasta que una vez se desvaneció ante nuestros ojos. Al tiempo regresó y volvió a desaparecer un par de veces más desde entonces. No puedo asegurar que haya estado, o no, antes [de mi] que yo. —Entiendo —dije{.}—. Sería posible que el niño nos explique el modo de salir de este abismo, ¿no lo creen? —Imposible —gruño Walter—. Nunca nos dice una palabra sobre eso. Nuevamente mi mente se vio tentada por la posibilidad de la locura. ¿Y si era así?, si realmente estuviera loco sería un alivio, no tendría plena conciencia de lo que me estaba pasando. Pero...no, no cabía esa posibilidad. El abismo era real, hasta donde puede ser real algo intangible. Las demás personas conmigo también lo eran, y lo peor de todo, el dolor y la agonía de estar allí{,} eran terriblemente reales. Tal vez, después de todo, esa ominosa oscuridad sí fuera el infierno. Quizá el infierno y, por contraste, también el paraíso, fueran un estado al que accede la mente (alma, espíritu, ser no corpóreo, o como se lo quiera llamar){,} luego de que el cuerpo muere. Tal vez estuviera muerto y hubiera ido a parar al abismo eterno. Pero, ¿por qué no recordaba nada de mi vida, por qué estaba condenado a tan tremendo martirio?{.} [ No va punto luego de cierre de admiración e interrogación ] Sentía que mis especulaciones cobraban fuerza a medida que el tiempo transcurría. ¿Qué otra cosa podría ser este sitio, sino la mismísima prisión de las almas?
Como dije, mucho tiempo pasó desde que llegué. No sabría decir cuánto, no tenía modo de medirlo{,} sino por el incremento de mi desesperación, la tortura de mi mente, el cansancio de todo mi ser ante la inconcebible idea de no poder, ni siquiera, morir de angustia. Al tiempo vi una de las desapariciones de Howard, también su regreso. No había nada de espectacular en ello. El niño se desvanecía como una niebla y de repente no estaba más. Cuando regresaba aparecía tan imprevistamente como cuando se iba.
—Me llamaban la bruja Dorian —me contó la mujer en una ocasión—. Solía participar en todo tipo de cultos y sectas. No sé el motivo, pero siempre sentí una extraña atracción hacia ese tipo de cosas. Con quienes me acompañaban en esas atrocidades{,} llegamos hasta matar y comer ratas que cazábamos durante nuestros estados de trance. —Si hubiese sentido mis tripas, se me habrían revuelto, pero a esa altura de las circunstancias{,} ya nada me asombraba. —Yo me deleitaba asesinando mujeres —dijo Walter en esa ocasión, luego de mi pregunta sobre sus recuerdos, y un brillo extraño y veloz surcó su rostro como un relámpago, o quizás sólo fue mi parecer [ "quizás sólo me pareció" ]. No quise hacer más preguntas al respecto, tampoco parecía que Walter tuviese ganas de hablar de ello. Lo único que agregó fue que era lo único [ tratar de eliminar la repetición ] que recordaba aparte de su nombre y que eso lo mortificaba continuamente. Todos compartíamos su pesar, todos los que estábamos en medio de esa nada, pasábamos nuestra existencia (o inexistencia) sufriendo el terrible tormento de estar en ningún sitio, sin posibilidad de huir o de morir a ese tormento, aunque {sea} fuera por piedad. O al menos es lo que parecía. Howard tampoco se veía contento de compartir el vacío con nosotros y todo el tiempo se la pasaba acurrucado en lo que, si hubiese habido paredes o referencia espacial alguna, sería un rincón. En una ocasión logré sacarle unas palabras. —Niño —le dije—, ¿tienes alguna idea de por qué estamos aquí? —Todos tienen lo que se merecen —me respondió, con voz átona. Prosiguió:— Tanto en la existencia anterior como en ésta y en la siguiente, todo el mundo obtiene lo justo. —¿Qué quieres decir? —pregunté intrigado. —Lo dicho. Si no te basta con una existencia, pasarás a la siguiente y así hasta alcanzar tu, llamémoslo, cuota. —¡Será mejor que te expliques! —exclamé desesperado [ parece un poco exagerado que se desespere por algo que afirma el niño ] —. ¿Estás diciendo que estamos aquí para pagar por lo hecho durante nuestra vida? ¿Cómo rayos voy a pagar por lo que ni siquiera sé que hice? —He ahí el asunto —dijo y en ese momento desapareció. Jamás regresó. Al tiempo, supongo que siglos después, también desapareció Dorian. Cuando casi nos habíamos olvidado de ella, le llegó el turno a Walter. Yo aún espero mi perdón, todavía no recuerdo mi vida, o mejor dicho, mi existencia anterior. El terror sigue invadiendo mi mente. La locura está fuera de discusión. Ni siquiera tengo compañía, ni puedo ver más [ "otra cosa" ] que mi propio cuerpo. Pienso esto mientras el paso de los días, años o siglos, a estas alturas ya no importa el tiempo, sigue su curso y mortifica un poco (sólo un poco) más, mi ya excesivamente, torturada alma. No espero que alguien llegue a conocer lo que me ocurre, ni tampoco deseo que persona alguna caiga en semejante demencia, sólo lo recuerdo, como lo hago cada tanto, para amenizar mi agonía. |
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