Taller Literario Gratuito de Axxón
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EJERCICIOS

Taller abierto

Ejercicio de la semana del 20 al 26 de agosto de 2004:


El ejercicio 2 consiste en incluir el relato de Jorge De Abreu (Cuento 0001 de este Taller) en un nuevo relato. Esa inclusión puede ser en un bloque o varios, pero la consigna es no cambiar una sola coma de lo escrito por Jorge.


EL ANCIANO
por MaGnUs (17/08/04)


Era un muerto muy singular, ya nadie recuerda desde cuándo. Un guerrero antiguo, olvidado, oscuro, que cargó con su espada y perdió la vida en una batalla sin nombre. Quedó allí, tendido en la suave pendiente de la colina, junto a muchos más, junto a cientos de cuerpos mutilados. El sol y la lluvia, las aves carroñeras y los gusanos socavaron túneles en la carne muerta de sus compañeros, fundiéndose lentamente en la tierra. Pero él no, su cuerpo resistió la podredumbre y nadie entendió el macabro portento. Los años se diluyeron sobre su piel reseca y él permaneció, adherido al paisaje como una piedra gris; con la herida del vientre pardusca y dura como una concha.

Él, recostado en el suave declive, observaba con las cuencas vacías de sus ojos, resecas, la alternancia del sol y de la luna durante incontables ciclos. Su presencia atrajo a filósofos y escritores, pintores y ceramistas, hombres de ciencia y sacerdotes. Todos lo observaban en silencio, algunos señalaban su sueño de cuero viejo; otros admiraban su tenacidad y su anhelo de pervivir en la muerte. La mayoría sólo se sentaban a su lado, en silencio o le hablaban sobre sus sueños y pesadillas. Las mujeres le peinaban los escasos mechones de su cabellera y alisaban los flecos de su ropa raída. Algunos pocos acunaban su espada y humedecían con sus lágrimas el óxido ancestral.

Sólo los guerreros le temían, rehuían el campo donde descansaba desde hacía milenios. Sus cuerpos temblaban y apartaban el rostro cuando debían marchar por sus predios. Iban a la guerra y pretendían olvidar su existencia. Luchaban, morían, y en un fugaz instante final comprendían su destino.

En la colina, su mano plácida yace extendida, eones ha que abandonó su espada, entre sus dedos crece la hierba y él persiste."

Secándose las lagrimas en los ojos, Miguel miró a su bisabuelo, y vio que éste ya no respiraba. De igual forma, el joven dijo "Gracias abuelo. Espero estés bien donde vayas."

Mientras el alma del anciano abandonaba su cuerpo, mirando la escena, el hombre (¿o criatura?) del traje rojo se acariciaba la barba negra, riendo. "Oh sí, estarás muy bien con nosotros. Vamos Jorge, tenemos que registrarte en el infierno...."

EL ULTIMO MUERTO EN LA COLINA DEL LAGARTO
Sergio Gaut vel Hartman


Era un día de verano; el aire muerto pesaba de un modo muy peculiar sobre los hombros de Worden, un soldado singular, si tal categoría existe en alguna parte del campo de batalla, que estaba librando una guerra que ya nadie recuerda. Worden no podía asegurar desde cuándo permanecía en ese pozo hediondo. Un día se convirtió en guerrero, recogió el antiguo estandarte de la familia, olvidado tras siglos de audaces pretensiones, y descubrió su lado oscuro, que cargó sin pudor y con arrogancia, como si se tratara de su espada. Worden recordaba demasiado bien a su hermano mayor, que partió un día hacia otra guerra cualquiera y perdió la vida en una batalla sin nombre. Quedó impresionado por muchos años por lo que imaginaba que había ocurrido allí, con su hermano tendido en la suave pendiente de la colina, junto a muchos más, junto a cientos de cuerpos mutilados. El sol y la lluvia, las aves carroñeras y los gusanos, suponía, socavaron túneles en la carne muerta de los soldados, y lo mismo había ocurrido con sus compañeros, en los últimos días; un pelotón entero acabaría fundiéndose lentamente en la tierra. Pero él no deseaba pensar en eso, en especial mientras su cuerpo fuera capaz de soportar el equipo bélico. Había conocido la historia de un soldado que resistió la melancólica burla de la muerte inmerso en aquella podredumbre y nadie entendió cómo lo había hecho. Cuando las brigadas de avanzada lograron recuperar la posición, hallaron el macabro portento: el soldado se había devorado a si mismo, prolijamente, meticulosamente, sin poner en ello mayor pasión que la que se aplica a la ingesta de un pollo. Los años que Worden llevaba en el ejército se diluyeron en su mente y sintió que un caldo tibio se vertía sobre su piel reseca. Había empezado a llover sangre y él permaneció inmóvil, adherido al paisaje como una piedra gris; con la misma resolución con la que había aceptado la muerte de su hijo, en una batalla simétrica, se descubrió una herida, como una serpiente inerte que bajaba del vientre hasta los genitales, formando a su paso una huella pardusca y dura como una concha.

Él, el soldado singular, permanecía recostado contra la ladera de la colina del Lagarto dibujando, en el suave declive, el contorno de un animal petrificado. Apenas observaba los movimientos de los pájaros, mientras palpaba, con las manos destrozadas, las cuencas formadas por los disparos. A su lado vacías, fuera del alcance de sus ojos, reposaban las resecas bolsas de víveres, ajenas a la alternancia del sol y de la luna. Pero él estaba preparado para resistir durante incontables ciclos. Su imaginación derivó sin control y no se detuvo hasta hallarse en presencia de los Grandes Antiguos. Con la mera acción de su voluntad atrajo a filósofos, ascetas y escritores, pintores, escultores y ceramistas, hombres de ciencia, guerreros y sacerdotes. Todos lo observaban en silencio, algunos señalaban su sueño de cuero viejo; otros admiraban su tenacidad y su anhelo de pervivir en la inminencia de la muerte. La mayoría sólo lo miraban y unos pocos se sentaban a su lado, en silencio o le hablaban sobre sus sueños y pesadillas. Las mujeres más bellas, aquellas que ya nunca poseería, le peinaban los escasos mechones de su cabellera y alisaban los flecos de su ropa raída. Algunos pocos lo acunaban entonando melodías acerca de su valor, como si el pesado rifle de combate fuera una espada y humedecían el terreno con sus lágrimas, aunque cuidándose de no entrar en contacto con el óxido que el tiempo había depositado sobre el metal; un hálito ancestral y macabro descendía entonces de los árboles y marcaba el ritmo de los últimos compases.

Sólo los guerreros como Worden podían vencer en aquellas contiendas sin memoria. Los incontables invasores, del espacio y del mundo subterráneo, le temían, rehuían atravesar el campo donde él vigilaba sin descanso. Porque es tiempo de decirlo: Worden no descansaba jamás. Había sido convertido en un soldado singular y estaba en la colina del Lagarto desde hacía milenios. Sus ojos vacíos detectaban el movimiento cuando los cuerpos de los enemigos temblaban y sus manos jamás se apartaban del arma cuando aquellos seres de rostro aberrante descendían del cielo como libélulas o cuando compactas masas de luz, que debían proceder de armas jamás vistas, resolvían marchar por sus predios. Volvió a recordar a su hermano y a su padre y a su hijo. Se recordó a sí mismo, al principio. Iban a la guerra y pretendían olvidar su pasado. Esa había sido la marca mayor de su existencia. Luchaban, morían, y en un fugaz instante final comprendían su destino.

En la colina del Lagarto, ajena a su importancia, una mano plácida yace extendida, eones ha que abandonó su espada, eones que dejó el rayo y el fuego. Worden, aún muerto, percibe, examina y protege; entre sus dedos crece la hierba y él persiste en su obstinada vigilia.

Sergio Gaut vel Hartman.

El Muerto en la Colina
(Versión libre para la TV Cubana)
Jorge L. De Abreu. 2004


Era un muerto muy singular, ya nadie recuerda desde cuándo. Un guerrero antiguo, olvidado, oscuro, que cargó con su espada y perdió la vida en una batalla sin nombre de las muchas a las que ha conducido el irracional actuar de la humanidad. Quedó allí, tendido en la suave pendiente de la colina, junto a muchos más, junto a cientos de cuerpos mutilados. El sol y la lluvia, las aves carroñeras y los gusanos socavaron túneles en la carne muerta de sus compañeros, fundiéndose lentamente en la tierra. Pero él no, su cuerpo resistió la podredumbre y nadie entendió el macabro portento. Los años se diluyeron sobre su piel reseca y él permaneció, adherido al paisaje como una piedra gris; con la herida del vientre pardusca y dura como una concha. Algunas noches de especial claridad atmosférica y brillo lunar, una aureola, que muchos tomaban por mística, le rodeaba durante unas horas hasta el amanecer.

Él, recostado en el suave declive, observaba con las cuencas vacías de sus ojos, resecas, la alternancia del sol y de la luna durante incontables ciclos. Su presencia atrajo a filósofos y escritores, pintores y ceramistas, hombres de ciencia y sacerdotes. Todos lo observaban en silencio, algunos señalaban su sueño de cuero viejo; otros admiraban su tenacidad y su anhelo de pervivir en la muerte, se asombraban al verlo la primera vez, luego aceptaban su condición cada cual explicándola a su modo. La mayoría sólo se sentaban a su lado, en silencio o le hablaban sobre sus sueños y pesadillas. Las mujeres le peinaban los escasos mechones de su cabellera y alisaban los flecos de su ropa raída. Algunos pocos acunaban su espada y humedecían con sus lágrimas el óxido ancestral.

Sólo los guerreros le temían, rehuían el campo donde descansaba desde hacía milenios. Sus cuerpos temblaban y apartaban el rostro cuando debían marchar por sus predios. Iban a la guerra y pretendían olvidar su existencia. El miedo a aceptar la verdad que obstinadamente pretendían ignorar atenazaba sus corazones y les llenaba de lúgubres presentimientos. Luchaban, morían, y en un fugaz instante final comprendían su destino.

En la colina, su mano plácida yace extendida, eones ha que abandonó su espada, entre sus dedos crece la hierba y él persiste.
Jorge L. De Abreu. 2004.
(versionado por Daniel Tasé Guerra, 16/agosto/2004)

El Muerto en la Colina
Amos


Era un muerto muy singular, ya nadie recuerda desde cuándo. Quedó allí, tendido en la suave pendiente de la colina, junto a muchos más, junto a cientos de cuerpos mutilados. El sol y la lluvia, las aves carroñeras y los gusanos socavaron túneles en la carne muerta de sus compañeros, fundiéndose lentamente en la tierra. Pero él no, su cuerpo resistió la podredumbre y nadie entendía nada. Los años se diluyeron sobre su piel reseca y él permaneció, adherido al paisaje como una piedra gris; con la herida del vientre pardusca y dura como una concha.

Él, recostado en el suave declive, observaba con las cuencas vacías de sus ojos, resecas, la alternancia del sol y de la luna durante incontables ciclos. Su presencia atrajo filósofos, pintores y ceramistas, hombres de ciencia sacerdotes y escritores; entre estos uno que intentaba ocultar su rostro ayudado de su capa y sombrero ambos de color negro siniestro y las letras GvH grabadas con una formación de reflejos de neón cromático y chisporroteos azules. Nadie debía siquiera sospechar que había estado allí. Afortunadamente para el nadie lo había reconocido y para no llamar la atención se puso a juntar algunos de los huesos milenarios que los gusanos se habían olvidado de socavar en una bolsa de plástico y como al descuido se fue acercando a su objetivo. Su ansiedad no tenía límites a tal extremo que perdió toda noción de la realidad y sólo se concentró en cumplir la misión que la logia de ccf le había impuesto ya hacía eones y que recién ahora pudo cumplir con la ayuda de una experta apellidada England torturando al infortunado escritor que inadvertidamente había revelado el secreto del guerrero antiguo, olvidado, oscuro, que cargó con su espada y perdió la vida en una batalla sin nombre. Cuando el extraño se dio cuenta que era observado se puso a hacer ejercicios de yoga para disimular mientras pasaban los eones. Filósofos y escritores, pintores y ceramistas, hombres de ciencia y sacerdotes, todos lo observaban en silencio algunos señalaban su cuero viejo; otros admiraban su tenacidad. La mayoría sólo se sentaban a su lado, en silencio o le contaban sus sueños y pesadillas. Las mujeres le peinaban los escasos mechones de su cabellera y alisaban los flecos de su ropa raída. Algunos pocos humedecían con sus lágrimas su óxido ancestral.

Sólo los escritores le temían, rehuían el campo donde descansaba desde hacía milenios. Sus cuerpos temblaban y apartaban el rostro cuando debían marchar por sus predios. Se iban y pretendían olvidar su existencia. Luchaban, morían, y volvían a morir y en un fugaz instante final comprendían su destino.

En la colina, su mano plácida yace extendida, eones ha que abandonó su pluma. Entre sus dedos crece la hierba y él persiste en mostrar al que pasa un pergamino con la siguiente inscripción:

El ejercicio consiste en escribir un texto que no supere las 1000 palabras en el que esté contenida la oración siguiente: "el procedimiento dio resultado; ya no está muerto". La frase puede estar en cualquier lugar del cuento y se pueden cambiar los tiempos verbales de "dar" y "estar". También se puede agregar un vocativo antes de "ya". Si están de acuerdo, manos a la obra... Es un ejercicio individual (no sé por qué aclaro esto). Vale.

LOS MUERTOS EN LA COLINA
Raquel F


Era un muerto muy singular, ya nadie recuerda desde cuándo. Un guerrero antiguo, olvidado, oscuro, que cargó con su espada y perdió la vida en una batalla sin nombre. Quedó allí, tendido en la suave pendiente de la colina, junto a muchos más, junto a cientos de cuerpos mutilados. El sol y la lluvia, las aves carroñeras y los gusanos socavaron túneles en la carne muerta de sus compañeros, fundiéndose lentamente en la tierra. Pero él no, su cuerpo resistió la podredumbre y nadie entendió el macabro portento. Los años se diluyeron sobre su piel reseca y él permaneció, adherido al paisaje como una piedra gris; con la herida del vientre pardusca y dura como una concha.
Él, recostado en el suave declive, observaba con las cuencas vacías de sus ojos, resecas, la alternancia del sol y de la luna durante incontables ciclos. Su presencia atrajo a filósofos y escritores, pintores y ceramistas, hombres de ciencia y sacerdotes. Todos lo observaban en silencio, algunos señalaban su sueño de cuero viejo; otros admiraban su tenacidad y su anhelo de pervivir en la muerte. La mayoría sólo se sentaban a su lado, en silencio o le hablaban sobre sus sueños y pesadillas. Las mujeres le peinaban los escasos mechones de su cabellera y alisaban los flecos de su ropa raída. Algunos pocos acunaban su espada y humedecían con sus lágrimas el óxido ancestral. Sólo los guerreros le temían, rehuían el campo donde descansaba desde hacía milenios. Sus cuerpos temblaban y apartaban el rostro cuando debían marchar por sus predios. Iban a la guerra y pretendían olvidar su existencia. Luchaban, morían, y en un fugaz instante final comprendían su destino. En la colina, su mano plácida yace extendida, eones ha que abandonó su espada, entre sus dedos crece la hierba y él persiste.

Un día, una anciana arribó a la colina. Con dificultad, como si cargara con un peso irresistible que le hiciera imposible vencer a la suave pendiente, cruzó entre los curiosos que todavía entonces llegaban para velar al muerto incorrupto. Su largo pelo blanco flotaba tras ella como mil telarañas desenredadas y en la punta de esas hebras aún había enganchados restos de un presente remoto en el que había sido hermosa y joven. En aquel presente huido y olvidado había conocido al guerrero y venía buscándolo desde entonces. Ella había vivido, había envejecido. Él no.
Su historia de amor había sido como tantas, tan sólo su brevedad y aquella promesa la habían hecho especial. Juraron, y aquel juramento obró prodigios. Pero llegó la guerra y él se fue, como han hecho tantos. Y ella, cómo tantas, se quedó. Una mañana llegó un heraldo con una noticia que la joven se negó a creer. Dijeron que había enloquecido pero ella nunca se enteró porque pasaba los días asomada a su torre, mirando un horizonte por el que el guerrero no aparecía. Un día, la mujer salió a buscarle. Errante, siempre en movimiento, la muerte no fue capaz de atraparla, aunque, como la Sibila, no escapó de la vejez. Y así, cargando con los años infinitos que había ido atesorando mientras viajaba, alcanzó la colina.
Y llegó hasta él y le reconoció entre el cuero viejo y el óxido ancestral. Allí se derrumbó y dejó escapar un suspiro y una única lágrima, que rodó por una mejilla marchita por la alternancia del sol y de la luna durante incontables ciclos hasta caer sobre la piel sedienta del guerrero.
En la colina, sus manos plácidas yacen unidas, eones ha que él abandonó su espada, eones desde que ella dejó su torre; entre sus dedos entrelazados crece la hierba y ya descansan, fundiéndose lentamente en la tierra.


La Colina en el Muerto
Luis Saavedra V


Dicen que soy un muerto muy singular. Eso es una mentira, aunque el único que lo sabe soy yo. Aunque también es cierto que ya nadie sabe quien soy y mis opiniones poco aportan a la vida de estos hombres. No sabría cómo decirles que una vez fui rey de todo lo vasto que pudo ser el mundo hace milenios, en una tierra donde los reyes eran aquellos que podían defender su propio terruño; aunque también recuerdo haber sido un simple jornalero, hijo del azadón y de la espada, muerto en forma incógnita. Fui aquellas dos cosas y las cosas que medran entre esos dos extremos: lamedor del metal, empuñador de mentiras, amante de aquellos y aquellas, burlador de la muerte. Mi profesión entonces era la vida misma, canalizarla por la piel y por mis ojos hasta el interior de mi cabeza, como una piedra marcada, una crónica de los tiempos en que la roca era nueva. Pero la roca se volvió gris y mohosa y mi piel y ojos ya no canalizaban nada hacia mi interior, de modo que perdí las ganas de reinar en lo grandioso y dedicarme a pensar lo minúsculo. Fue así como encontré una pradera, desmonté con mis mejores ropas y descansé con la boca abierta hacia el cielo, libándolo.
Entonces le dije al Mago: "Que tu mano descanse sobre mi pecho y me duerma en el dormir pensante". Y el Mago dijo: "Que así sea, grandioso rey. Transfórmate a ti mismo". Y luego el mundo interior me inundó y no necesité de nada más que mi propia vida acumulada y otra vez estuve lleno del verde y el amarillo y el rojo: la intensidad.
Soy una roca jeroglífica en el pensamiento de los hombres. No estoy muerto pero afuera la vida humana pasa sobre mí, fugaz. He adoptado la posición de un significante, abierto a cualquiera que me adore, encerrado en mi mismo. Mi mano eones ha que abandonó la espada, la hierba crece en mi, mi interior me ha desbordado y soy la hierba y luego la colina. Persisto.

LSV
Sobre el cuento de Jorge L. de Abreu. 2004.


Comentarios al Ejercicicio 2

Jorge de Abreu:

Muy observadora... no, no es casualidad, pero tampoco es una obsesión numerológica mía.

El muerto fue escrito con un destino preciso (casi tan preciso como el de la historia) necesitaba que tuviera 300 palabras como máximo... así que después de tenerlo listo y durante las revisiones jugué con las palabras hasta que rindió 300 palabras justas... una simple banalidad de mi mente a veces tan simple :-)

También tiene que ver mucho que con la exigencia de los resúmenes de los artículos que siempre exigen un tamaño fijo máximo de palabras: 200, 250 o 300 según la revista... eso contribuye a la costumbre...
Muy observadora, gracias.

Tus 313 palabras son mejores aún, pues además de palíndromo, tenemos el temido trece inmerso en la cifra :-)

Jorge de Abreu:

Me gustó el giró que le diste al relato, a pesar de que los relatos románticos no son mi fuerte. Se nota un poquito el empalme entre ambas historias... eso de "Un día..." quedó algo parchoso, pero el desarrollo le da una segunda parte, un giro completo a la historia... Son dos relatos que se funden en uno. El ritmo se mantiene y la estructura también, particularmente me gusto la última parte, donde parafraseas el final de mi muerto, genial. Es un caso patente que la obras al ser escritas cobran vida independiente. Quedó muy bien, gracias por el enriquecimiento.

Magnus:

¡Gracias por el cariño! ¡Vaya con la solidaridad entre escritores!

>Terminaste por envejecerme, matarme y luego enviarme derechito al
>infierno :-) Al menos me diste fama y fortuna, espero que tengas fama de
>adivino :-)

Jeje, primero se me ocurrió el incorporar tu cuento como una lectura hecha por un personaje dentro de mi cuento, de a partes, pero no me dio el tiempo para escribirlo así, y termino ocurriéndoseme esa idea y corrí a escribirla antes de que a alguien mas se el ocurriera. Y si, te di fama, fortuna y larga vida, pero esperemos que no tengas que vender tu alma.

Raquel Froilán García:

Vaya, gracias, pero la parte difícil ya estaba hecha. A mi tampoco me gustan mucho las historias de amor de ese tipo, creo que esta es la primera que estibo. Lo de "un DIA" a mí tampoco me convence mucho, pero lo puse porque era corto y quería dejarlo todo en unas 300 palabras. Lo de parafrasearte fue porque yo no suelo escribir así (tuve que buscar "predios" en el diccionario) y el plagio directo me ahorraba tener que escribirlo yo, supongo que la repetición le quedaba bien al cuento.
Aprovecho para contestarle a Sergio, para lo del boletín pensaba mandar el otro ejercicio, que es más gracioso, lo de poner una historia de amor en un boletín de escritoras me parece muy tópico, el par que pensaba mandar no van de eso, pero ya veremos.




Ejercicio de la semana del 13 al 19 de agosto de 2004:


El ejercicio consiste en escribir un texto que no supere las 1000 palabras en el que esté contenida la oración siguiente.

"el procedimiento dio resultado; ya no está muerto"

La frase puede estar en cualquier lugar del cuento y se pueden cambiar los tiempos verbales de "dar" y "estar". También se puede agregar un vocativo antes de "ya".


Eduardo J. Carletti:
—El procedimiento dio resultado; ya no está muerto —dijo el médico, y se quitó la mascarilla.

—Bien, basta de caprichos —dijo la Muerte, que vigilaba de cerca. Y de un movimiento de su mano acabó con el experimento.

Ahora son cinco para llevar...


Sergio Gaut vel Hartman:
VERSION NO OFICIAL DE LOS HECHOS

Una hora antes del alba, el vehículo descendió con la suavidad de una hoja desprendida de un arce y se posó delante de la cueva. Dos figuras caminaron hasta quedar frente a la entrada y poniéndose de rodillas, en actitud penitente, se comunicaron con los Jefes. La piedra que cubría la boca del pozo era muy grande, por lo que debieron recurrir a sus mejores técnicas para moverla. Pero debían contar con recursos sorprendentes porque la piedra se movió hacia un lado, dejando la entrada de la cueva al descubierto. Sólo entonces las figuras se pusieron de pie y sus ropas se encendieron de tal modo que el espacio oscuro brilló como si se hubiera hecho de día y a continuación se desplazaron con celeridad para quedar a los costados del cuerpo inmóvil que yacía sobre la piedra plana.

Durante algunos segundos las figuras parecieron haber caído en un trance, pero luego extendieron las extremidades superiores y las enlazaron por encima del cadáver. De la conjunción emanó un rayo sólido que pareció hundirse en el cuerpo, desdoblándose, recorriendo por separado el camino que une el corazón con la cabeza y el que va del corazón a los genitales. La luz que emanaba de las vestiduras se intensifico, confiriéndole al conjunto un esplendor casi arrogante, y al mismo tiempo exasperado, como si todo aquel rito fuera un áspero grito silencioso. Cuando no hubo ninguna duda de que ese era en cierta forma un modo diferente de negociar con Dios, la caverna quedó a oscuras, apenas iluminada por la fosforescencia residual y las chispas que las piedras, ahítas de fulgor, se esforzaban por escupir. Entonces el cadáver se sacudió de una forma horrenda, se sentó en la piedra y abrió los ojos, mirando hacia uno y otro hemisferio de las sombras como si despertara de una pesadilla. Luego, con la vista fija en la boca de la cueva balbuceó algunas palabras incomprensibles para los operadores. El procedimiento había dado resultado; el hombre ya no estaba muerto, aunque aquello sólo era el primer paso de una larga serie, de una complicada maniobra que permitiría que los invasores controlaran el planeta.


Temprano en la mañana, dos mujeres fueron a la tumba donde habían puesto a Jesús. Cuando llegaron se encontraron que la piedra que cubría la entrada de la tumba había sido quitada y la cueva estaba vacía. Se sorprendieron mucho y se preguntaron qué habría ocurrido con el cuerpo de Jesús.

De pronto, dos seres semejantes a los hombres que vestían ropas brillantes aparecieron ante las mujeres. El aspecto de aquellos seres era aterrador, por lo que las mujeres ya no estuvieron sólo sorprendidas, sino que también sintieron miedo. Los seres hablaron directamente a la mente de las mujeres y les dijeron:

—¿Por qué buscan entre los muertos a uno que vive? Ya no está aquí; ¡ha resucitado! Recuerden lo que él les dijo que sucedería.

Al oír estas palabras las mujeres recordaron lo que Jesús había dicho y dejaron de estar asombradas y atemorizadas por haber encontrado la tumba vacía. Fueron inmediatamente a contarles lo sucedido a los demás y que Jesús había resucitado. Eso no era exactamente lo que habían planificado los Jefes ni los movimientos que los operadores debían ejecutar, pero una pequeña variación con respecto al proyecto original no torcería demasiado el curso de los acontecimientos. La Nueva Religión sería un instrumento adecuado en sus manos y en cuanto se extendiera por todo el planeta les aseguraría el control y la sumisión absoluta de sus habitantes. Ellos serían los pastores y aquel su rebaño.


MaGnUs:
"El procedimiento dio resultado; ya no está muerto." dijo Razel, moviendo sus alas para que Birrael pudiera ver la imagen reflejada en la nube.

Birrael frunció el ceño "Que resucite, lo creerán, pero ¿cómo van a poder creer que movió la pesada piedra que tapaba la entrada?"

Razel rió "No te preocupes, eso es lo de menos, todavía no son tan inquisitivos. Espera a ver lo que hacen dentro de unos siglos cuando les deje el sudario...."


Amos Josepher:
"El procedimiento dio resultado; ya no está muerto." Hubo grandes aplausos mientras se servían del exquisito jamón resucitado.


Omar Vega:
Miles de años pasaron y el viaje a la estrella lejana terminó. El robot abrió la urna metálica donde reposaba el cadáver inmerso en plástico. Presionó un botón y esperó veinte minutos hasta que estuviera a punto. Al sonar el click le dijo a su ayudante:
"El procedimiento dio resultado; ya no está muerto."


Luis Saavedra V.:
Despierta, ratoncito.

Umor Vago abrió sus ojazos tan grandes como en un dibujo animado japonés y luego los cerró. La luz blanca le había entrado directamente hasta el cerebro, después de una siestecita de setecientos u ochocientos años. Un comprensible y punzante dolor le partió la cabeza, mientras Vcro y Mcro lo observaron boquear como un pececito.

—El procedimiento dio resultado, ya no está muerto —dijo Vcro con toda la felicidad que puede demostrar un crinker de Maroi III.— Hola, ¿cómo se siente?

Umor Vago gimió, expulsó el líquido preservador desde sus pulmones y se puso a gritar como un marrano.

—Qué dialecto tan primitivo usan estos humanos —fue lo único que pudo agregar Vcro.

Mcro hizo un gesto de impaciencia hacia su compañero: —Eres muy jro, Vcro, háblale al traductor, de qué te sirve si no.

—Bien. —Vcro carraspeó sus barbas sonoras y vociferó un grito muy humano al traductor. Mcro se preguntó si al menos serviría hacer sopa de un estúpido tal. Umor seguía gritando de dolor.

Mcro tomó una hipodérmica e inyectó algo con certera precisión en el ombligo de Umor, quien se limitó a arquearse, musitar un "Uuuuh" muy largo y luego poner una cara desorbitada de relajación: —Vcro, ¿serías tan gentil de pasarme el traductor?, gracias. Hola, señor Umor Vago, cómo se siente.

El hombre le miró ensoñadoramente y dijo: —¡Mamá!

—¡Maldita sea, Vcro, te dije que no pusieras más relajante que lo que te indiqué!

—Bueno, siempre es mejor que sosobre que fafalte.

—¿Mamá? —repitió Umor Vago, esta vez hacia Vcro.

—No, gracias.

Mcro sintió la presión de uno de aquellos días pero logró contar hasta 10: —Sr., somos historiadores de esta parte de la galaxia y su nave ha sido rescatada recientemente por una de nuestras sondas. —Umor Vago se limitó a esbozar una sonrisa llena de baba.— Para nosotros es un gran honor resucitar y conocerle en esta nave, USS CCF.

—Íbamos a la Convención. —Logró decir el humano.

—¿Qué?

—Que iban a la Convención.

—¡Sí lo oí, idiota! Me pregunto el significado de la frase.

—En Galeli 18, la gran Convención de Ciencia Ficción. —Umor recuperaba un poco la compostura y ya podía entreabrir los ojos.

—Galeli, Galeli, ¿de dónde me suena? Ciencia ficción definitivamente sí—dijo Vcro.

—Bien, me queda claro. Ciencia ficción: una forma primitiva y adulterada de la literatura humana —espetó doctamente Mcro.

—Ya, ¿me va a decir que nunca ha leído ciencia ficción?

—Bueno, en mi juventud...

—Vamos, ¿nunca leyó Economía, Leyes y Derechos Humanos?
—¡Bien, bien!, lo reconozco, ya no me acuerdo nada de eso, pero no importa ahora, solo el humano.

Mcro y Vcro se reclinaron sobre la cara de Umor Vago.

—Quería ganar un Hugo galáctico en... la convención de CCF.

—¡Ya está, ahora lo recuerdo! —dijo Vcro agitadamente, asustando a Mcro. —La Gran Convención del Sexto Milenio, en Galeli.

Mcro enarcó las cuatro cejas de sus cuatro ojos y vio venir los problemas. Se encendieron sus cópolos heretianos en señal de alerta y trató de mantener la calma en un momento tan delicado como aquel:

—Er, Sr. me parece que Ud. tiene un pequeño problema. Me gustaría poder decírselo con suma sutileza, pero en estos...

—Humm, no le entiendo —musitó amorosamente Umor.

—Verá, la trayectoria de la nave parece que derivó un poco, digamos, lentamente.
—¿La USS CCF? Mi nave es muy bonita, ¿no cree?

— Por favor, entiéndame, Sr. Umor, es que la nave, er, no llegó. —...
—¡Vaya qué idiota!, le dicen que la Convención terminó hace seiscientos años, ¿verdad, Mcro? —espetó Vcro.
Umor Vago y Mcro se quedaron viéndolo un instante, muy detenidamente. La piel de Mcro se puso de un rojo púrpura, mientras que Umor sufría un derrame cerebral de la impresión.

—Pienso... pedir... un traslado —espetó contenidamente Mcro.

—¿Cómo? ¿Y adónde quieres ir?

—¡No sé, al infierno! Donde esté muy lejos de ti.

—Oye, creo que el humano se nos fue.

—¿Tú que crees?

—¡Pero aquí hay muchos más! —Vcro limpió la cápsula más próxima con un tentáculo.

—Serán de los mismos, supongo —replicó Mcro resignado a su destino.

—No lo sé, pero este es un tal —traqueteó con el decodificador― Sergei Wow van Hernia.

—Sí, debe ser de los mismos, pero bueno, el trabajo es el trabajo.

Vcro y Mcro procedieron a entubarlo analmente.


Axel Pimentel:

define: dead
"Region of the detector where the signal produced by particles is not detected. It leads to a loss of precision. Mechanical structures and broken detection elements are dead zones."
polywww.in2p3.fr/cms/software/ereco/Require/glossary.html

4368 AD
Silencio total. Oscuridad casí completa. Temperatura 3°K.
Explorador 18162004 en algún lugar en el borde de la Vía Lactea.

Estaba frustrado, su busqueda parecía infructuosa, sus cálculos no podían estar equivocados. Lo que buscaba parecía encontrarse en un punto muerto de sus sensores.
Pasaron 45 microsegundos antes de que tuviera alguna respuesta. Mientras tanto esperó en silencio, meditando en medio de la oscuridad.
Una voz en su cabeza le dijo algo como: "El procedimiento dio resultado; ya no está muerto."
No tenía podía abrir los ojos, no lo necesitaba. Todo estaba en su cabeza. Orientó sus platos gigantescos como telarañas hacia el punto muerto y espero hasta que empezó a recibir información actualizada de la nube de materia oscura que tanto le había costado detectar. Los ajustes habían consumido energía, de la cual tenía mucha, y tiempo, que no era tan abundante. Había encontrado materia, no mucha, aproximadamente 70 mega toneladas métricas de gas y polvo disperso. Su mayor densidad en una esfera de radio 1x10^6 kilómetros. Distancia aproximada 1 x 10^8 kilómetros. En el fondo de su interior se encendió una llama que pronto se elevó a millones de kelvin y en un pequeño sol impulsó el asteroide hacia su objetivo.
Le tomó un año alcanzar su objetivo.
Persistencia. Cosechar materia es tarea difícil en medio del vacío. Haber alcanzado aquella nube, aunque fuera materia dispersa, era un gran éxito.
Sus nano-fabricas empezaron a crear más nano-fabricas y estás a su vez más nano-fabricas, repitiéndose conforme las necesitaba y consumía más materia. Sus fuerzas fueron creciendo poco a poco, pero cada vez más rápido. Cuando hubo duplicado su masa su diámetro era de varios miles de kilómetros. Las nano-fabricas trabajaron sin cesar hasta que alcanzó cien veces su masa.
Eso tomó tiempo. Mucho tiempo. Pero no hubiera tenido sentido continuar sin masa suficiente. El tiempo se habría agotado antes de alcanzar una velocidad razonable.
Todo era cuestión de tiempo y física simple.

Alcanzó cerca del 50% de la velocidad de la luz y le tomó 10 años llegar.

El asteroide fue desensamblado cuidadosamente, la materia reabsorbida por el cluster. El contenido físico descargado a una bodega en el vacío. El tripulante descargado a la mente central.

"Espero no haber llegado tarde."
"De ninguna manera. Es apropiado el momento."
"Han descubierto de qué se trata."
"No. Es extraño."
"¿Es lo que hemos estado buscando?"
"No lo sabemos. Debemos proceder con precaución."

El tiempo transcurrió lento, la respuesta llegó. El objeto era clave, por su composición, por su origen. Contenía muchos mensajes en varios niveles. Los símbolos aún no podían ser descifrados, si es que significaban algo. Un mensaje era claro, "estamos aquí".

La interfase del explorador se acercó a su descubrimiento; su mano virtual se posó sobre el objeto y acarició su superficie aspera, marcada hacía eones por otras mentes extrañas. Todo era extraño: la forma, el color, las inscripciones, la estética. Pero era claro que era artificial.
Si hubiera podido expresar sus emociones, tal vez habría llorado, mientras contemplaba una forma tallada similar a la de un inmenso caracol flotando en medio del vacío. "No estamos solos", pensó.


Daniel Tasé Guerra:

El método del recurso
por: Daniel Tasé Guerra

Se retira el grupo de especialistas entre las ovaciones y congratulaciones de los científicos y encumbrados miembros del Consejo. "El procedimiento ha dado resultado; ya no está muerto, sino profundamente dormido", anuncian con complacidos rostros.

Los eficientes equipos de traslación espacial lo depositaron suavemente en la superficie del recién formado planeta. Allí lo dejaron...

Y cuando despertó, claro está que no encontró dinosaurios ni hadas con varitas.


Carlos Flores Gutiérrez:

Ser enterrado vivo fue siempre la peor pesadilla del señor Genaro López, pero quizá estaba a sólo horas de ser sepultado por órdenes judiciales, si la apelación promovida por el abogado contratado por su familia no daba resultados.
Recordaba cómo hace menos de dos meses su esposa recibió un comunicado de la compañía aseguradora que quería entregarle la indemnización convenida en el seguro de vida de su marido, del cual era beneficiaria, ése mismo día la empresa donde trabajaba se negó a recibirlo argumentando su fallecimiento y rápidamente cubrió su vacante, sus tarjetas bancarias y cuentas fueron canceladas por los bancos, cartas de pésame y arreglos florales enviados por amigos y familiares comenzaron a llegar.
Rápidamente trató de corregir el obvio error, mas nada pudo hacer en su calidad de cadáver, entonces recurrió al registro civil, donde no pudo tramitar cualquier aclaración a su propia acta de defunción, la cual fue generada, autorizada y archivada el día anterior.
Desesperado recurrió a un abogado, quien debía acreditar que estaba vivo, sin embargo no pudo asistir al juicio, debido a que por disposiciones municipales debía practicársele la necropsia a la brevedad, así que fue trasladado a la morgue, donde tras intensa batalla logró encerrarse en una oficina antes de que se le acercaran los médicos forenses.
Tres días después consiguió la dispensa legal a la autopsia, a solicitud de sus deudos, sin embargo no podía abandonar la morgue por disposición de las leyes de salubridad, así debió dormir y comer entre otros cadáveres como él, gracias a lo que su viuda podía contrabandear.
Esperó ansioso el transcurso de los procedimientos legales que intentaba su abogado, el Señor López sólo podía ver a su familia a través de un cristal, y siempre que sus familiares accedieran a usar guantes, tapabocas y apestosos productos antisépticos.
Finalmente, el abogado llegó a la morgue.
—¿Qué ocurrió ahí adentro? —preguntó ansioso al abogado mientras lo observaba ansioso a través del cristal.
El jurisconsulto le dirigió una ambigua sonrisa sin mirarlo a los ojos —el procedimiento dio resultado; ya no está muerto.
—¡Que buena noticia! —dijo el señor López saltando de gusto. —Me temo que no es tan sencillo, señor, aunque el tribunal confirmó que usted no está muerto ya que respira, se mueve, come, tiene un corazón que funciona, tiene actividad cerebral... como pude demostrarlo con las pruebas que presenté, pues...
—¿Pues...? —La ansiedad de López era extrema.
—Pues me temo que el Estado es Infalible, señor, su acta de defunción fue suscrita por un Alto Funcionario del Registro Civil de Nuestra Nación, entonces Genaro López está muerto, pero como fue demostrado que usted vive, pues se le ha otorgado una nueva acta de nacimiento, así pues usted ha nacido hoy, su nombre es Juan "N" hasta que se le otorgue un nuevo apellido, debe ser trasladado al hospicio municipal, en donde se le proveerá de un hogar nuevo, ya no podrá ver a su familia.
—¿Están todos locos? —Aulló el ex señor López, mientras se acercaban los trabajadores sociales.
—Señor "N" —dijo conciliador el abogado—, es preferible a la inhumación o cremación, ya veré la posibilidad de que la viuda de Genaro López intente su adopción, por lo pronto, disfrute su nueva condición de ser viviente, acostúmbrese a los pañales y duerma, duerma lo que pueda.
—¡Nooooo! —gritaba el señor López mientras era arrastrado al vehículo de los trabajadores sociales, rumbo al orfanato.

 

Ejercicio 0002
Ejercicio 0001