Las Dos Caras
Localización
Dos mansiones que se encuentran en una esquina el límite noroeste y en otra esquina, simétrica, en el límite sudoeste de la ciudad.
Descripción e Historia
No es sorprendente que, en una ciudad como Urbys, la presencia de una casa tan antigua y descompasada con el resto del entorno pase desapercibida al innumerable raudal de enfebrecidos adictos al dinero que circulan, día tras día, frente a la extraña "Casa de las Dos Caras". Será porque lo único que ansían ver en la mañana es el modernista edificio de la bolsa, o porque la atención de estos seres no puede centrarse en nada que presente un frontal delicado, desprovisto de aceros, vidrios y, ante todo, altura. Será porque las señoras que pasean por las calles perpendiculares a la Avenida de los tres Amantes no ven más allá de los escaparates, o porque nadie espera encontrarse, entre semejante ebullición de consumismo y despropósitos, una mansión de tan sólo dos plantas, tejado a dos aguas y sótano, levantada con los restos de la antigua muralla, en tiempos del saqueo de Urbys por parte de los Venheditas. Tal vez por todo ello, la Casa de las dos Caras permanece en el tiempo, invisible, victoriosa.
Austera y amarilleada, el contraste entre la actividad de la planta baja y el resto de la mansión resultaría evidente a quien se molestase en detener su vida un instante para observar. Es curioso que sólo los barrenderos, y algunos transeúntes de modesta condición, de los que llegan a la gran avenida inocentes, perdidos mientras tratan de llegar a la cercana Plaza Mayor, sean capaces de recordar la mansión. Se preguntan por las dos extrañas monedas que adornan el frente de la casa, por los rostros que contienen: un hombre hermoso, de largos cabellos, mirando hacia su derecha, donde le espera la triste faz de una desnutrida muchachuela. "Qué extrañas monedas", se dicen; "quién no diría que esos tipos son dos de los amantes de la leyenda", murmuran. En el nivel del suelo hay un modesto comercio, "Síbaris": la mejor vinatería de Urbys. Abierta cuando anochece, y sólo durante tres horas y media, el local no se dedica a vender botellas de caldos excelsos, sino a la degustación hedonista por parte de los fieles parroquianos que se citan para beber todo aquello que el dueño, el Señor Ljuben, considera a bien servir a sus acólitos. Horas de placer, vino y palabras. De la bodega que debe guardarse en el sótano, sólo miradas codiciosas por parte de la clientela, pues nadie la ha visto. Durante esas tres horas y media, los felices afortunados paladean y conversan; nada importa si su contertuliano ocasional es rico o muy rico, creyente o ateo, o si sangra a los menos favorecidos en mayor o menor medida.
Para ellos sólo existe el vino.
Para el señor Ljuben, sólo existen ellos.
Las dos ventanas del piso superior siempre han estado cerradas. O tan siempre como nadie pueda recordar, que no deja de ser un siempre bastante considerable. La minúscula ventanilla de la buhardilla, en cambio, suele mostrar una luz cambiante: tímida en las noches de estío, cuando se abre para dejar entrar el aire, y acerada pero tenaz cuando el frío, cuando lo hace para dejar salir la muerte.
Porque la muerte vive en "Las dos Caras".
Si es extraño que nadie repare en la antigua mansión, aún más extraño parece que la condición del señor Ljuben haya pasado desapercibida tras siglos de permanencia en la ciudad. Que desde tiempos remotos ha habido un Señor Ljuben en "Síbaris" es conocido por los acólitos del establecimiento. Que, íntimamente, sepan que siempre ha sido el mismo señor Ljuben debiera hacerles pensar: pero nada importa, salvo el vino.
Ser vampiro nunca ha sido tan fácil como en Urbys.
Pero lo más extraño de todo no es la curiosa permanencia de la mansión de Las dos Caras en una zona tan narcisista de la ciudad, ni que nadie repare en ella, ni que su único habitante sea un vampiro de exquisito paladar. Lo sorprendente es que otra mansión de Las dos Caras se levanta en el extremo opuesto de la ciudad: en su zona marginal y oscura; donde las sombras. Tampoco allí nadie concede un minuto de observación a una mansión que reluce enigmática entre edificios encorvados y sucios. Nadie ha visto que dos enormes medallones se erigen misteriosos en su frontal. Nadie sabrá nunca que el hermoso joven de largos cabellos y la desnutrida muchacha que se observan eternamente lo hacen desde lados opuestos a los de la otra Casa de las dos Caras. Como la imagen reflejada de una mansión que quiere ser una, pero es dos.
Pocos son los que reparan en el pequeño comercio que abre unas pocas horas durante el día, aunque fieles quienes lo frecuentan. "Esparta", se llama; apropiado nombre para una armería. De entre ellos, aún menos los que se preguntan por el origen de su dueña, una delgada y casi hermosa mujer que responde por "Huesos". Se dicen entre murmullos que no es de este mundo, y mencionan "La Casa del Portal", en el norte. Pero a nadie le importa: si quieres un arma limpia, te la conseguirá. Si deseas que alguien deje de hollar Urbys, te escuchará. Si te has cansado de la vida, ella te ayudará. Siempre lo hace, aunque no ofrezcas mucho a cambio. En una ciudad grande como Urbys, es bueno que quienes viven de la muerte se tomen su trabajo tan en serio.
Y tal vez sea eso lo que explique la aparente invisibilidad de las dos mansiones: hasta la muerte necesita un cálido rinconcito donde recogerse tras una fatigosa jornada de siega. Y a nadie le interesan los asuntos de la muerte.
Porque la muerte vive en "Las dos Caras".