Otro volcán en erupción

Cuando sonó el timbre de mi casa aquel domingo, nunca pensé que a partir de allí mi vida cambiaría para siempre. Ahora escribo, no sé que haré luego; mi ánimo, mi esperanza, y los sueños me los han puesto en duda.

Joaquín estaba en mi puerta, el ex vulcanólogo. Después del incidente de la señora Divina Inspiración Fuente, y a través de ese acontecimiento inusual, con el verdulero del mercado nos hicimos grandes amigos y, entre otras cosas, también fui un cliente fiel y lo sigo siendo. Aquella confesión que él me había transmitido en ese entonces, hacía tres meses de ello, nos unió más como personas. Ambos compartíamos esa chispa de la curiosidad sobre las torres del complejo NARRA y conjeturamos varias veces sobre el tema.

Cuando lo miré a los ojos percibí en ellos una sombra de desazón. Parecía un tipo al cual le habían diagnosticado una enfermedad terminal, no era el mismo de todos los días.

Lo saludé con un apretón de manos (las suyas parecían muertas), recibí un saludo de mano débil, como un saludo falso, sin voluntad. Su energía estaba puesta en las palabras, no en los músculos. Me miró fijo y dijo:

—El mudo está confesando.

Me sonó a broma, aunque Joaquín no era de esa clase de personas.

—¿Qué mudo? ¿Cómo qué está confesando? —le dije sin ocultar mi sospecha de que él me estaría tomando el pelo.

—¡Enloqueció!... El mudo estalló —dijo con vehemencia y el rostro de Joaquín cambió por otro más real, con más vida. Tomó aire y prosiguió—: Comenzó escribiendo un graffiti sobre el frente de la cantina de Don David, y ahora mismo no para de escribir hojas y hojas mientras bebe ginebra. Leí algunas de sus notas y te vine a buscar. Todos en el bar están leyendo. Los papeles... está diciendo...

—¡Momento...! Momento —le dije desconcertado ante la batería de palabras que me atropellaban los sentidos, y agregué—: Todavía no sé de qué mudo me estas hablando.

—Del único mudo que vive en el Barrio de las Piedrecillas Azules.

—Yo no tengo un puesto en el mercado para conocerme a toda la gente.

—Bueno, eso no importa ahora. El único. Sigilo Sombra, el recepcionista de la torre negra del NARRA.

—¡No! —fue todo lo que dije y mi boca quedó marcando la "o" como si estuviera haciendo anillos con el humo del cigarro, aunque por ese entonces ya no fumaba.

—Sí. ¡Vamos para allá!

Joaquín dio unos pasos ligeros y tuve que correrlo cuando caí en la cuenta de que todavía estaba petrificado con la boca en esa posición ridícula. Si en ese momento hubiese contado con un espejo frente a mí, de seguro mi imagen la hubiese confundido con la de un pacú del mercado.

Cuando nos aproximamos al bar por la vereda opuesta, pude divisar las enormes letras negras sobre la pared blanca de la cantina. Cruzamos rápido la ochava y me detuve. Joaquín me imitó.

Estaba escrito con carbón vegetal o algo semejante, decía: NARRA - Notariado Administrador de Radicaciones de Residentes Admitidos. Ex Centro de Planeamiento Urbanístico de Exis...

Parecía como si el carbón se hubiese roto contra la pared por el frotamiento violento y excesivo, debajo de "Exis" yacía en el suelo una pila de fragmentos del material. Estaba claro que el mudo no había podido con su ansiedad y había abandonado el graffiti sin acabarlo.

—¿Residentes admitidos? ¿Radicaciones? ¿Qué es todo esto? ¿Acaso el viejo enloqueció? —fue lo que dije en voz alta y sé que eran demasiadas preguntas para una sola boca.

—Entremos —dijo Joaquín—. Adentro te vas a enterar de otras cosas.

El bar estaba como siempre, o casi como siempre. Esa tarde había una atmósfera distinta, parecía una biblioteca. Todos leían, aunque era una biblioteca irrespetuosa, los rumores y balbuceos se pasaban de mesa en mesa, al igual que las hojas que el mudo no paraba de escribir con una velocidad increíble.

Había una veintena de clientes en el lugar, y como nunca, habían logrado al fin ordenarse en algo. A medida que don Sigilo Sombra terminaba una hoja, la leían en una mesa y la pasaban en orden al grupo de la mesa siguiente. Cuando Joaquín me explicó el asunto, tomamos asiento en un extremo del salón para no echar a perder ese orden. Donde nos sentamos, estaban depositadas las tres primeras hojas que todos habían leído, la cuarta estaba en camino. A juzgar por la cantidad de mesas, arriesgué que el escribiente estaría confeccionando la novena página. Sin dudas era mucho lo que tenía que decir. Me preocupaba la palidez del narrador y la exagerada manera de beber. Parecía como si la boca se le secara, aunque era sabido no la usaba para hablar.

Transcribir las palabras de Sigilo Sombra me resultaría imposible, el hombre escribió mucho. Sólo conservo la primera página, que la volcaré en este manuscrito en su versión original (no es muy legible en cuanto a sus dichos); el resto lo escribiré a mi modo y como pueda. Haré una aproximación del otro volcán que despertó de su sueño. El volcán de don Sigilo Sombra.

Página 1 "Original de Sigilo Sombra".

Son tres. Tres, tres...no cuatro, ni cinco. Calcular, impares, son tres. Los edificios son dos. Son tres, no más. Siempre alguno está solo, siempre alguno está acompañado, siempre alguno está dos veces acompañado, nunca dos veces alguien está solo. Nunca dos veces el mismo está acompañado por su anterior compañía. Nunca los tres están juntos en un edificio. Cambian y se demoran. Se demoran en la entrada hasta que el edificio los acepta. Son aceptados cuando cambian. No hablan. Suben al anteúltimo piso, yo no puedo, ellos sí. Silencio por un rato, otro rato, más silencio, cinco horas después, silencio, o dos horas, nunca es igual, todo cambia. El silencio dura hasta que aparece la tormenta. Dos rayos, uno blanco, otro negro salen de cada edificio de acuerdo a sus colores y desde el antepenúltimo piso se proyectan. Los rayos de luz se encuentran en sus caminos. Se arremolinan en el aire y en el medio de la calle, en las alturas. Se forma una esfera de luces grises, es opaca y gira sin parar, los rayos la siguen alimentando. Yo lo sé, Inspiración lo sabía. Los magos que cambian, caminan por los haces de luz y se reúnen. La gente en las calles no lo puede ver, sólo ven la tormenta. Yo los veo desde los vidrios del edificio. Dos negros y uno blanco, dos blancos y uno negro, todo depende del día. Se aproximan paso a paso montados sobre las luces y se proyectan. Se reúnen dentro de la esfera. Intercambian. Algunas veces la nube se agita con furia y gira a velocidades inimaginadas, otras veces, da giros lentos. Después de la tormenta, casi siempre aparece un residente nuevo. Un vecino desconocido."

Según lo que citaban las siguientes páginas, dentro de aquella nube, los tres integrantes que componen está logia secreta y hermética discuten los diferentes aspectos personales de los posibles nuevos ciudadanos del barrio. Los mediadores, como han sido apodados, algunas veces se oponen a una postulación, otras veces la defienden. Sus colores determinan esos aspectos. Sus voluntades escapan a la realidad de Urbys. Sigilo los considera máquinas, sospecha que carecen de vida. Sus dichos son confusos, en ciertos párrafos cita a entidades biológicas, esa es la palabra que utiliza. Sus escrituras indeterminadas en la redacción, hablan sobre autores de la creación, como si se tratara de dioses soñadores que imaginan posibles realidades y juegan con ellas. Según el mudo, ese producto somos nosotros, claro está, siempre y cuando primero pasen por los planeamientos del complejo NARRA y la tormenta de mediadores.

Citó a las mismas tres personas que antes había descrito la extinta recepcionista de la torre blanca. Los mismos extraños seres de los cuales nada se sabe, ni dónde viven, ni de sus familias, ni de sus orígenes. Aparecen y desaparecen sin dejar rastros.

Particularmente me cuesta creer las aseveraciones del mudo, con el tiempo es posible que me convenza de alguna cosa: o el mudo estaba loco, o bien tenía razón, sabré esperar. Joaquín sigue los mismos pasos que yo, espera. Pero no es del todo descabellado el escrito que dejó Sigilo Sombra, es por ello que, aunque mis dudas afloren, dejé una cuota de credibilidad apoyada en un par de cuestiones. Las señalaré con prolijidad.

  1. Que Sigilo Sombra haya muerto mientras escribía la undécima página de su confesión, y todo por causa de un coma alcohólico, me suena a complot. Los dos recepcionistas murieron en el término de tres meses y justo en los momentos cruciales en que sus volcanes estallaran, más provistos de confesiones que de la lava del resentimiento. Sospechoso.

  2. Que tanto Eduardo Carreti, como Alejandro Alfonso y Víctor Donde no tengan un lugar fijo e identificable de residencia. Sumado al dato aportado por los testigos sobre las tormentas de la diagonal, son cosas para tener en cuenta. Sospechoso.

  3. Don Sigilo Sombra describió en una de sus anotaciones, y como prueba de que él sabía de lo que estaba hablando y para que le creyéramos, que en breve, sobre la cuadrícula aparecerían sobre el paredón ciertos graffitis indiscretos. Los llamó también "de la verdad oculta". Para ser sincero, me apersoné hasta allí en estos días y nada ha ocurrido hasta el momento. Mi ansiedad por descubrir el caso me apresura, aunque el viejo dejó bien en claro que deberíamos esperar algo más de dos meses para que eso ocurriera y que eso conformaría la prueba irrefutable de que nuestra realidad está manejada.

  4. Algo que no mencioné con anterioridad: la última página escrita por él hacía referencia al nombre completo que caracteriza las funciones de los edificios, "Notariado Administrador de Radicaciones de Residentes Admitidos. Ex Centro de Planeamiento Urbanístico de Existencias Virtuales" Sinceramente el mudo habla con palabras que no son de nuestra comprensión. ¿Existencias virtuales? Nadie en el bar comprendió eso, claro que a esas alturas el coma alcohólico del señor Sombra era un hecho impostergable.

  5. Por último. ¿Unidades biológicas? ¿Qué será eso? Si todos sabemos que no existe nada diferente en la existencia inteligente que no esté conformado por secuencias apropiadas de ceros y unos, nuestro universo, nuestra vida... Todo.