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ZAPPING 0209, 24-mar-2004
El nacimiento del reloj pulsera

¿A quién se le ocurrió la idea de diseñar un reloj pulsera? ¿Cuál puede haber sido el modelo de pensamiento que llevó a un hombre a inventar un adminículo tan útil que no ha conseguido ser mejorado? Preguntas como estas pueden generalizarse a objetos como tenedores, engranajes, techos a dos aguas o quillas para embarcaciones.



Alberto Santos Dumont

En el caso del reloj pulsera, la historia comienza en Francia a mediados del siglo XIX, cuando François Dumont, un experto joyero, harto de su propio país, decidió trasladarse al nuevo mundo. Eligió Brasil, y allí se afincó para siempre, llegando a convertirse en el mayor plantador de café de Latinoamérica y dueño de una fantástica fortuna. En Brasil se casó y en ese país nació también su famoso hijo: Alberto Santos, uno de los pioneros, si no el verdadero padre, de la aviación.

Con apenas 17 años, Alberto Santos resolvió efectuar el camino inverso al que había recorrido papá François: se fue a vivir a París, atraído por los avances técnicos y científicos logrados en ese país. Santos Dumont tenía mentalidad técnica, y como hijo consentido de un padre millonario, se le permitió dar rienda suelta a sus afanes diseñando y construyendo las máquinas más variadas.

En Francia, los globos aerostáticos capturaron de inmediato la atención del joven inventor: se apasionó por ellos, construyéndolos y volándolos, ganado premios y estableciendo récords de todo tipo.


Caricatura del piloto en su dirigible N° 4

Ya se sabe que el principal problema de los globos es la dificultad para gobernarlos, ya que tienden a convertirse en juguetes de las corrientes de aire, a menudo con consecuencias trágicas. Dumont meditó largamente este inconveniente, hasta que, en 1901, aplicó la tecnología de los recién inventados motores de combustión interna adaptando uno de ellos a un globo, y dotándolo de timones y una hélice.

Todos pensaron que estaba loco: en aquella época, los globos eran de hidrógeno, altamente explosivo, y colocar un motor de explosión tan cerca de los miles de metros cúbicos de gas debe haber parecido una sofisticada forma de suicidio. Sin embargo, Santos Dumont había aislado perfectamente el motor del resto del aparato, y nada sucedió.

París se acostumbró a verlo pasar diariamente en globo o dirigible por sus cielos.

Para esa época, Santos había ganado ya una distinción por haber dado la vuelta a París en menos de media hora, pero se enteró de que el Aeroclub francés otorgaba un premio de 1.500 francos al primer aparato más pesado que el aire que fuese capaz de recorrer el espacio de cien metros por sus propios medios. Escuchar la noticia y poner manos a la obra fue todo uno para el joven brasileño. Varios meses después, anunció que su prototipo, el 14bis, levantaría vuelo del Parque La Bagatelle, el 23 de octubre de 1906.

Y cumplió su promesa. El 14bis, un verdadero avión, con estructura de bambú y aluminio y cobertura de lona y finísima seda japonesa, se elevó con un ruido "espantoso" (como lo describen los testigos) despegó sin ayuda y, a unos dos metros de altitud, recorrió 60 metros en línea recta. No le alcanzó para ganar el premio, pero obtuvo como consuelo la Copa Archdeacon, que requería un récord de sólo 25 metros.


Dumont en el aire

De esta manera, Alberto Santos Dumont se convirtió en el primer piloto de avión verdadero, así como en el primer diseñador de aviones, y el 14bis en el primer avión verdadero en despegar, volar y aterrizar por sí mismo.


¿Y los hermanos Wright?, podría preguntar alguien. ¿No se verificó su vuelo de Kittyhawk en 1903, es decir, tres años antes que el de Dumont?

Es verdad. Sin embargo, el aparato de los Wright no era un verdadero avión, sino un planeador a motor. La diferencia estriba en que los aviones despegan por sus propios medios, como se ha dicho, y los planeadores requieren de una fuerza externa, a saber, viento de proa o remolque. En realidad, el prototipo norteamericano de 1903 necesitaba de ambas. Para peor, la "supuesta" hazaña de los Wright se produjo sólo ante algunos amigos y familiares, sin la presencia de la prensa y sin el aval de ninguna entidad aeronáutica. Aunque el artefacto de los bicicleteros estadounidenses hubiese sido un avión verdadero, Santos Dumont sigue siendo el primer ser humano en despegar y volar un avión en un evento certificado y homologado por una Asociación Aeronáutica oficial (el Aeroclub de France), cubierto por la prensa de todo el mundo y con la entera población de una ciudad como testigo.


Santos continuó perfeccionando su invento hasta que, en 1909, decidió regresar a Brasil. El sensible y humano aviador sufrió repetidos reveses emocionales a partir de allí: primero, hubo de ver cómo sus niños mimados, los aviones, para los que había pensado un futuro de paz y progreso, eran utilizados como bombarderos en la Primera Guerra Mundial. Luego se le diagnosticó esclerosis múltiple. Por fin, ya muy enfermo, triste y solitario, debió presenciar con sumo, prístino, inenarrable horror cómo unas versiones mejoradas de sus aviones eran utilizadas en la guerra que enfrentó al Estado de San Pablo con el resto del Brasil. Muchos de sus conciudadanos murieron en estos raids aéreos.


El célebre primer vuelo del 14bis

Apenas tres días después de cumplir los 59 años de edad, Alberto Santos Dumont, el inventor genial, el primer piloto de la Humanidad, el hombre que había soñado con que su invento redujera las distancias y sirviera para trasladar con rapidez correo, carga y pasajeros, el brasileño que había pensado en los rescates, traslados de heridos y enfermos y viajes turísticos que su "hijo" llevaría a cabo, el que jamás había previsto que el avión se utilizaría como arma de artera destrucción y crimen, se sintió asqueado, enfermo y culpable de tanta muerte, y se suicidó ahorcándose con su propia corbata el 23 de julio de 1932, en la ciudad de Guarujá.


Muchos años antes, concretamente en 1847, un francés, Louis-François Cartier, fundó un negocio en París. Napoleón III acababa de llegar al trono, y el platero y joyero Cartier pronto se convirtió en proveedor de la Corte.

De inmediato su firma adquirió fama y prestigio: el talento de Cartier y la calidad de sus juegos de té, vajillas y joyas de lujo le reportaron en breve lapso una enorme fortuna.

El hijo de Louis-François, Alfred, expandió el negocio familiar y lo orientó a la producción de finos relojes de bolsillo, que pronto acapararon los comentarios de la sociedad francesa y se convirtieron en un símbolo de elegancia, poder y prosperidad.

Por último, a la muerte de Alfred, la empresa, ya convertida en una gran corporación, pasó a manos de Louis Cartier, nieto del fundador, quien se reveló como un diseñador de relojes de excelente gusto y rara sensibilidad.


Louis Cartier

En 1900, Louis Cartier conoció a Alberto Santos Dumont, de quien de inmediato se hizo íntimo amigo, y aquí es donde las dos historias, la del célebre aviador y la del famoso joyero, se imbrican y entrecruzan para producir un resultado completamente inesperado: la invención del reloj de pulsera.


El 19 de octubre de 1901, Santos Dumont, a bordo de su dirigible N°6 intentó obtener el Premio Deutsch de la Merthe, que ofrecía una recompensa enorme para la época: 100.000 francos. El desafío consistía en despegar del Parc Saint Cloud, dirigirse a la Torre Eiffel y regresar en menos de 30 minutos. El asunto era difícil, porque, si bien el viento podía ayudar al aparato, Dumont sabía que en uno de los dos recorridos (la ida o la vuelta) encontraría el viento de frente, y la distancia era considerable para tan poco tiempo.

De modo que abordó su aparato y trató de cumplir con el objetivo. Llegó a la Torre Eiffel y volvió, y, cuando desembarcó, los jueces le dijeron que el veredicto oficial le sería entregado esa misma noche, en una cena a realizarse en el exclusivo restaurante Maxim´s.


El brasileño entró al fastuoso salón, y cuál no sería su sorpresa al encontrase vitoreado y aclamado por la créme de la créme parisina —entre la que se encontraba, por supuesto, Louis Cartier—: había ganado el premio.

El joyero lo invitó a su mesa, a la cual llegó Dumont sin reponerse del asombro.

—¿Por qué está tan sorprendido, Alberto? —preguntó Cartier.

—Pues... porque no sabía si había ganado.

—¿No lo sabía? —inquirió el francés, incrédulo— ¿Cómo es posible?

—Porque no sabía si lo había logrado en menos de treinta minutos.

—¿Es que no llevaba usted reloj?

—Sí —respondió el aviador, sacando un fino reloj de bolsillo—, pero no pude consultarlo durante todo el viaje porque el manejo del dirigible no permite quitar las manos de los controles ni un solo instante.


Dos Cartier Santos: a la izquierda, un original (de 1930). Derecha: uno de 1980

La respuesta dejó a todos de una pieza. A todos menos a Louis Cartier.

—No se preocupe usted. Yo le resolveré el problema para su próximo vuelo.

Dicho y hecho: al poco tiempo se presentó ante Dumont para obsequiarle un pequeño reloj cuadrado y plano, de oro, que se sujetaba a la muñeca mediante una elegante correa de cuero y una hebilla. Tan grande fue la sensación que causó el relojito, que Cartier comenzó a producirlo en serie bajo el nombre de "Cartier Santos".


Un Cartier Santos de platino

Santos Dumont utilizó el reloj que le regalara su amigo, años más tarde, para cronometrar el tiempo que tardó en batir el récord mundial de aviación (un vuelo de 220 metros) el 22 de noviembre de 1907. La medición del Cartier fue exactamente igual a la de los cronometristas oficiales: 21 segundos.


El reloj Cartier Santos volvió a fabricarse en 1979, y continúa en producción hasta el momento, utilizando el mismo cuidado, la misma tecnología y los mismos, altísimos estándares de calidad que Louis utilizó para obsequiar a su amigo casi un siglo atrás. El primer ejemplar de la nueva serie fue donado por la empresa fabricante al Musée del'Air de Paris, y se lo expone junto al último avión diseñado, construido y piloteado por Santos Dumont: el Demoiselle 1908.

Más datos:

(Traducido, adaptado y ampliado por Marcelo Dos Santos (www.mcds.com.ar) de www.cartier.com y diferentes sitios de Internet)


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