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ZAPPING 0208, 16-mar-2004
Duplícame
Owen S. Wangensteen

Who shot the arrow? How high did it fly?
When He tipped it with poison, did He even know why?

(¿Quién disparó la flecha? ¿Cuán alto voló?
Cuándo Él la untó con veneno, ¿acaso sabía por qué?)

The Waterboys. A Pagan Place

Invita la casa

Los seres vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren. Al menos, eso es lo que dijo Aristóteles y lo que nos siguen enseñando en la escuela. Sin embargo, a lo largo de la segunda mitad del siglo que acaba de terminar y que nos ha tocado vivir, nuestros conceptos tradicionales de vida y de vivo han tenido que ser, cuanto menos, cuestionados. Para empezar, salta a la vista que no todos los seres vivos se reproducen o tienen capacidad potencial para ello. Hay que ser muy estúpido para afirmar que un animal estéril no está vivo. Tampoco se puede afirmar rotundamente que todos los seres vivos crezcan a lo largo de su existencia, hasta el punto de considerar el crecimiento como signo inequívoco de vida. Además, también los cristales crecen, y no se puede decir que estén vivos. Parece claro, sin embargo, que todos los seres vivos han de nacer y también han de morir. ¿O no?

Los seres humanos tenemos muy asumido que hemos de morir algún día. Al menos, hasta ahora no se ha documentado ningún caso de ser humano que no haya muerto ya o no esté en vías de lograrlo. Hasta tal punto invade la muerte nuestra existencia que tendemos a considerarla como un precio ineludible que tienen que pagar todos los seres vivos por disfrutar de esta condición. Al final, el camarero siempre te trae la cuenta y solemos creer que nadie se libra de pagarla.

Pero no es cierto. Existen seres que están muy vivos y que no tienen por qué pasar por caja. Una bacteria, por ejemplo, puede resistir miles de millones de años, siempre que tenga a mano algo de comida que llevarse al periplasma. Lo que es más, cuando no la hay, muchas bacterias pueden enquistarse en una forma de vida latente denominada espora, que puede aguantar otros cuantos miles de años, esperando la llegada de tiempos mejores, hasta volver a disfrutar de lo que sea que disfrute una bacteria.


La famosa bacteria del Anthrax (Bacillus anthracis), capaz de producir
esporas que le permiten sobrevivir en el suelo por muchos años
(imagen srs.dl.ac.uk)

Pero las bacterias no son más que seres minúsculos e insignificantes, dirá el lector. Eso no pasa con los seres vivos decentes. Ellos sí que tienen que morir. Bastantes investigadores están de acuerdo en que cuando los seres vivos decidieron adoptar el sexo como forma de reproducción, tuvieron que pagar el precio de tener que morir. Incluso aunque los descendientes del ser vivo hayan retornado a un estado de reproducción asexual. Si hay o hubo sexo, también habrá muerte, o eso es lo que parece en la mayoría de los seres vivos que el humano egocéntrico denomina "superiores", sólo porque se engloban en la misma categoría que él.

Bien, pues incluso algunos de estos seres "superiores" se libran de la muerte. El caso más flagrante son las esponjas. Un Phylum entero de animales que no envejecen ni mueren. Corta cualquier trocito de esponja con un cuchillo, colócalo en una piedra y ¡tachán!, ahí tienes un ser vivo inmortal. El trozo de esponja seguirá creciendo y creciendo y nunca morirá, mientras no sea inducido a ello por fuerzas externas. En sus genes no están escritas las instrucciones de la autodestrucción.


Fotografías de dos hermosos especímenes (bien diferentes)
de esponjas (Phylum Porifera) (imágenes habitatnews.nus.edu.sg)

Otro convidado de la vida es un inclasificable ser conocido como moho mucoso (Dictyostelium discoideum), que está muy lejos de ser sencillo. La mayor parte del tiempo, el moho mucoso es unicelular. No es más que una colonia de células ameboides que viven separadas y tranquilas en el suelo del bosque, devorando las bacterias que encuentran a su paso. Cuando escasea la comida, viene lo bueno. Una ameba lanza un mensaje de angustia (bueno, en realidad es sólo un poco de AMP cíclico), que hace que todas las amebas a su alrededor se apiñen en un único ser que cualquiera podría calificar de "animal" (según parece, Dictyostelium es verdaderamente un hongo, aunque algunos lo clasifican en otro reino distinto, siempre dentro del dominio Eucariotas, por supuesto). Se trata de una "masa devoradora" de pequeño tamaño que se arrastra por el bosque. No es un mero amasijo de células; cuando se agregan, las distintas amebas (que individualmente son completamente idénticas) se distribuyen en tejidos diferenciados: se crea un interior y una cubierta viscosa, ¡un verdadero organismo multicelular cuyas células pueden morir y reproducirse, como las de nuestros propios cuerpos! El moho mucoso se arrastrará por el bosque hasta que encuentre una zona rica en agua y comida. Entonces, las amebas abandonarán el barco y volverán a su vida individual. Aunque algunas células individuales pueden morir (como las de nuestra piel, por ejemplo), el organismo completo nunca morirá. Puesto que todas las células de una zona del bosque poseen la misma dotación genética, se puede decir que todo el conjunto constituye un único organismo. Da igual que sus células estén a veces separadas y a veces juntas. ¡Cada cuál vive como puede!


El moho mucoso, Dictyostelium discoideum,
saliendo a tomar un poco el aire.
(De K. Esser, Cryptogams, Cambridge Univ. Press. 1982)

Videos del movimiento del moho mucoso

Los superiores también

¿Pero qué ejemplos son estos? Un puñado de amebas que no se deciden a ser multicelulares y unas esponjas que no son más que meras colonias de células casi indiferenciadas. No son el concepto adecuado de organismo, dirá el lector. Los organismos superiores poseen un cuerpo bien formado, con multitud de tejidos diferenciados que forman órganos distinguibles. Tienen patas y se mueven. Un vertebrado o un insecto sí son verdaderos organismos. ¡Esos seguro que mueren!

Existen unos pequeños animales muy relacionados con los artrópodos. Se denominan tardígrados u osos de agua, aunque la denominación "perezosos de agua" me parecería más adecuada. Se pueden considerar quizás primos lejanos de los insectos o anélidos con un exceso de evolución. En cualquier caso, están bien formados. ¡Nadie pondría en duda que son organismos superiores! Posiblemente más que nosotros. El que piense que el mundo está dominado por los vertebrados, que se agache y cuente los escarabajos. Los artrópodos nos superan en número de individuos, en número de especies, en permanencia evolutiva y en adaptaciones ecológicas; cuando desaparezcamos dentro de un par de millones de años (por ser optimista), las cucarachas desenterrarán nuestros fósiles. En cualquier caso, un tardígrado lleva una vida apacible en su hábitat acuático. Algunos viven en el mar o en agua dulce, pero la mayoría de ellos habita, por ejemplo, en la capa de humedad que recubre las hojas de los vegetales. En una hoja de helecho puede haber cientos de millones de ellos. Son tan ligeros que han de poseer uñas para anclarse a la superficie y evitar que el más mínimo soplo de aire los envíe a colonizar el Mundo. Las alrededor de 400 especies conocidas habitan en todas las partes de la Tierra, donde han llegado arrastradas por el viento. Los tardígrados poseen varios récords de resistencia. ¡Pueden sobrevivir a la temperatura del helio líquido (-272 °C) y durante varias horas en agua hirviendo! Los científicos rusos afirman que los tardígrados han sobrevivido en la cubierta de los cohetes espaciales (seguro que la MIR estaba llena de ellos). Cuando un tardígrado ve que las cosas se ponen feas, por ejemplo, si la hoja de la que se alimenta se seca, sencillamente cruza las piernas, se rodea de una cutícula protectora y se deshidrata, entrando en un estado conocido como criptobiosis. Así pueden pasar cientos, quizás miles, de años (no podemos saberlo, puesto que sólo se conocen desde 1773). A mediados de siglo, un científico holandés añadió agua a algunos cientos de momias de tardígrados que se hallaban sobre la hoja de un helecho que llevaba seca en un estante de museo desde el siglo XVII. Los tardígrados se despertaron, estiraron las patas (se llaman parápodos) y siguieron disfrutando de la vida. Habían pasado más de 200 años esperando. Se ha sugerido que las momias de tardígrado podrían atravesar la atmósfera y, con un poco de suerte, llegar a colonizar otros mundos. Las distancias de algunos años luz les traen sin cuidado, no tienen ninguna prisa.


Dos tardígrados típicos. (De R. G. Brusca y G. J. Brusca, Invertebrates, Sinauer Assoc. 1990)

Morir antes de nacer


Micrografía electrónica de un ácaro
del género Adactylidium

Hemos visto ejemplos de animales (o lo que sean) que no mueren. ¿Puede darse el caso contrario? ¿Existe algún ser vivo que no nazca? Antes de que el lector comience a troncharse de risa, déjeme que le cuente la historia de Adactylidium. Se trata de un ácaro (un arácnido "superior", sí señor). E. A. Albadry y M.S.F. Tawfik describieron su aburrida vida en 1966. Un único macho emerge del cuerpo de la madre y muere al cabo de un par de horas. No hace otra cosa más que respirar un rato y morir. No se aparea con ninguna hembra. Sin embargo, sus hermanas son fértiles y son libres de pegarse a un huevo de tisanóptero (un Orden de insectos) e iniciar un nuevo ciclo vital. El misterio se resuelve si consideramos la forma de vida de la hembra. Ésta desarrolla en su interior de seis a nueve huevos de hembras y un único huevo de macho, que nacen dentro del cuerpo de la madre y se desarrollan alimentándose de ella hasta que alcanzan la madurez. Entonces, aún dentro del cuerpo de la madre, el macho fertiliza a todas sus hermanas, tras lo cual la camada rompe la cutícula de su resignada madre, cuyo interior no es ya más que un amasijo de ácaros adultos, sus heces y los restos de sus esqueletos de larva y ninfa. Al nacer, las hembras ya fertilizadas saltan por el aire buscando otro huevo alimenticio de tisanóptero. El macho no tiene otra cosa que hacer que esperar tranquilamente la muerte. En esta historia desagradable, lo peor es la falta de sentido del nacimiento del macho, ¿para qué nacer, si no vas a hacer nada en la vida? Un pariente cercano suyo, el macho de Acarophenax tribolii, lleva la historia a sus máximas consecuencias. Su vida es semejante a la de Adactylidium y también es capaz de fertilizar a sus catorce hermanas mientras se encuentran aún en el interior de la madre. Después de hacer su trabajo, el macho de Acarophenax es consecuente con su amargada existencia y muere antes de nacer.

El verdadero sentido de la vida

Ante esta galería de rarezas excepcionales, la definición de ser vivo de Aristóteles merece ser erradicada. ¿Qué la sustituirá? Apuesto a que el lector bien informado tiene preparada ya su propuesta. Ser vivo es aquello que contiene información genética. Todos nuestros ejemplos y los que se nos puedan ocurrir coinciden en una cosa: portan un ácido nucleico en su interior (ya sea ADN o ARN, como algunos virus). ¿Y qué información contiene el ácido nucleico? Fácil. Todos los ácidos nucleicos dicen la misma cosa: "Duplícame".

Algunos organismos, como las bacterias, obedecen directamente al ácido nucleico y sencillamente lo copian y se parten en dos nuevos seres que, si pueden, volverán a hacer lo mismo. Otros organismos, los que denominamos "superiores" (no sé por qué), dan un gran rodeo, y para duplicar su ADN construyen un paso intermedio, una fábrica de copiar ADN, llámese higuera, helecho, tardígrado, elefante o ser humano.

Esta visión tan materialista de la vida está reflejada en el libro "El Gen Egoísta", de Richard Dawkins, mejor que en ningún otro sitio. Dawkins afirma que todos los seres vivos no son más que robots fabricados por el ADN en su intento de replicarse. Quizás tenga razón. Quizás el cerebro que nos permite estudiar las estrategias de replicación de los mohos y los ácaros no sea más que un paso más en la evolución de la capacidad replicativa del ADN. Quizás, por mucho que deseemos gozar de nuestro anhelado libre albedrío, no seamos más que prisioneros de nuestros propios genes, que, con toda su enorme complejidad se limitan a darnos una única y sencilla orden: "Duplícame".

Virus vivos y coleando

Y esto nos lleva a comentar algo sobre los virus. Es conocida la polémica sobre si los virus están vivos o no, debate que lleva camino de convertirse en algo así como el sexo de los ángeles del siglo XX. La gente que apoya la "no vida" de los virus esgrime argumentos tales como que se pueden cristalizar, como si fueran objetos inorgánicos. Otros dicen que los virus por sí solos no pueden reproducirse, porque carecen de sistemas enzimáticos de replicación, lo que los obliga a parasitar otras células que sí están vivas. Si uno deja un puñado de virus en un tubo de ensayo durante años, estos no se reproducen ni aumentan su virulencia. Se limitan a existir de forma estática, lo que demostraría que no están vivos.

¿Y qué si los virus son parásitos? El que esté libre del pecado del parasitismo que tire la primera piedra. Todos los animales, incluidos nosotros mismos, no somos más que parásitos de los vegetales. Ellos sí que pueden vivir de forma autótrofa (aunque no podrían tirar la proverbial piedra). Nosotros no podríamos replicarnos si los vegetales no existieran. Si dejamos un ser humano en un tubo de ensayo (del tamaño adecuado) durante años, no sólo no se reproducirá, sino que, además, morirá irremisiblemente. ¿Nos convierte eso en seres no vivos? Desde este punto de vista, los virus están más vivos que nosotros. Al menos ellos pueden continuar viviendo cuando los saquen del tubo de ensayo y los pongan en contacto con el huésped adecuado. Por otro lado, un punto a favor de la vida de los virus es que se ajustan al criterio que hemos descrito en el apartado anterior. Todos los virus contienen un ácido nucleico, ¿y qué dice éste? Normalmente, de la forma más escueta y sencilla posible, dice: "Duplícame".

Además, los virus están sujetos a selección natural. Nada en el mundo inanimado lo está, precisamente porque para que exista selección natural es necesario que haya herencia y, por lo tanto, material genético. Algunos virus están más preparados para la vida que otros. El virus del SIDA es un buen ejemplo. Tras la infección, aguanta latente durante varios años sin decir "esta proteína es mía", para dar al huésped oportunidad de contagiarlo y tener acceso así a un mayor número de huéspedes. Además, una vez desencadenado, no hay quien lo pare (sólo por ahora, dennos un poco más de tiempo y ya verán), porque desarticula precisamente al único sistema del enfermo que podría actuar contra él. No cabe duda: el HIV es una maravilla de la evolución.

Otros virus son más petardos, aunque se hable mucho de ellos por su espectacular virulencia. El virus de Ebola es uno de los que más famosos se han hecho en los últimos años, pero si se analiza fríamente, se llegará a la conclusión de que es un callejón sin salida evolutivo que posiblemente acabará por desaparecer por sí solo. ¿La razón? Es demasiado virulento.


Micrografía electrónica del virus de Ebola (del Website de la O.M.S.)

La fiebre hemorrágica de Ebola es una de las enfermedades más horribles conocidas por la Ciencia, tras un corto período de 2 a 21 días de incubación, comienzan a aparecer sucesivamente fiebres, dolores musculares, de cabeza y de garganta, vómitos, diarrea y hemorragias, tanto externas como internas. Del 50 al 90% de los pacientes mueren en el curso de un par de días. No se conoce tratamiento alguno, ni medio de prevención. El virus de Ebola se transmite por contacto directo a través de la sangre, secreciones, órganos o semen de las personas infectadas. El personal sanitario se infecta frecuentemente al cuidar a los pacientes de Ebola. En 1976, durante el primer brote, todas las personas que fueron contagiadas al manipular jeringas o agujas, murieron.

El virus de Ebola es un ser vivo que puede parecernos horrible, pero, ¿por qué no se ha extendido por el Mundo, como el SIDA o la Hepatitis, hasta acabar con la Humanidad? ¿Por qué se encuentra localizado en algunas pequeñas zonas rurales de la selva Centroafricana? La respuesta es su excesiva virulencia. El virus acaba demasiado pronto con el huésped, impidiendo así su transmisión eficaz a otras personas, como hace el HIV. Una vez muerto, el desdichado paciente no puede contagiar a nadie, a no ser que alguien se dedique a hurgar en sus fluidos internos. Los brotes de Ebola son horribles y devastadores, pero también son rápidos y, por fortuna para nosotros, efímeros. El ADN de Ebola logra duplicarse, pero lo hace de forma excesivamente rápida y violenta. La avaricia rompe el saco, también en el mundo de los virus. La evolución quitará posiblemente de en medio a nuestro más sanguinario enemigo. Por muy asesino que sea, constituye una vía muerta desde el punto de vista evolutivo.

La historia de la fiebre hemorrágica de Ebola no es muy agradable de contar. El primer brote conocido se dio en 1976 en Yambuku, Zaire (actual R.D. del Congo, creo), y mató a 280 personas en menos de dos meses, de las 318 que contrajeron la enfermedad. Tres años después, en Sudán, murieron 22 personas de 34 afectadas y, en 1995, de nuevo en Zaire, murieron 245 de 316 afectadas. En el 1999/2000 atacó Uganda y hubo en total 291 decesos. En el 2001 hubo un brote en Gabón, con 14 muertos. En el 2003 hubo un brote en el norte del Congo, y murieron 51 personas.


Modelo del virus HIV aparecido en la portada de la revista Science

Conviene hacer constar de forma explícita que los virus no saben lo que hacen, son resultados absolutamente aleatorios de la evolución, mejorados mediante la selección natural. Nadie ha propuesto aún una teoría razonable sobre el origen de los virus. Posiblemente evolucionaron a partir de trozos de ADN de otros organismos, pero evidentemente no sabían lo que hacían, aunque esto no es razón suficiente para perdonarlos (al fin y al cabo, no somos dioses, ¿qué derecho tenemos para perdonar?). Por una maldita casualidad, un trozo de ADN o ARN consiguió los genes suficientes para poder infectar una célula y replicarse en ella. El número mínimo de genes (proteínas que codifica) que se ha descubierto en un virus es 4, en algunos virus de plantas. Sin embargo, existen otras entidades (los viroides) que no codifican proteína alguna, siendo únicamente un trozo circular de unos doscientos nucleótidos de ARN. El viroide penetra en las células vegetales por difusión y aprovecha la maquinaria de ésta para replicarse, haciéndole a la célula, literalmente, la vida imposible.

Sólo espero que el virus de Ebola no mute al azar hasta conseguir alargar el período de incubación manteniendo su increíble virulencia. Para nosotros, sería un injusto resultado de la más genuina mala suerte. Afortunadamente, el Ebola no está genéticamente relacionado con el virus del SIDA. Por desgracia, aunque contradiga mis palabras del párrafo anterior, él sí que sabe lo que le conviene.

Más datos:

(Trabajo original de Owen S. Wangensteen © 1998, 2004)


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