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Nació en Maine, cuna de Stephen King, vivió unos años en Chicago y ahora reside en la soleada California. Es free-lance y tiene muchos deseos de convertirse en un escritor profesional. Su dirección de e-mail es: moderan@hotmail.com
Duane Pesice nos muestra una tenebrosa aguafuerte que mezcla el arte y la vida, la poesía musical y la muerte, la magia de los instrumentos y lo inexistente de una obra sintetizada. Todo con un elevado lenguaje cargado de poesía.

Pista Fantasma
Duane Pesice
ESTADOS UNIDOS

El tenue chasquido de los timbales sisea desde un parlante en la esquina de una oscura habitación. Una pequeña luz roja pestañea en respuesta y el wash aumenta levemente su volumen y panea.

Las luces de un metrónomo, verdes, rojas, azules, siguen el progreso de una serie puntiaguda de acordes de un clavicordio distorsionado con reverberaciones y efectos de coro y el batir de tambores rimbombantes. Entran un bajo y un saxofón, legato.

El volumen aumenta mientras los instrumentos principales chocan en una nota y el crescendo se mantiene. Luego, el lick inicial es ejecutado por el bajo y el clavicordio a la vez, seguidos por apesadumbrados tambores.

La luz de un contador revela un hombre desplomado boca abajo sobre un escritorio. El escritorio tiene una computadora y el monitor está situado delante del hombre. La computadora está corriendo un software de edición de audio y el sonido es el resultado del más reciente producto de ese software, la pista de fondo de una canción que podría haber catapultado al compositor a la fama y la fortuna si la hubiera hecho disponible para ciertas personas.

Sin embargo, el caído autor nunca estuvo en posición de darla a conocer, de hacerla accesible, y esas personas, por consiguiente, se vieron forzadas a emplear apresuradamente a otro compositor, algo que a éste le molestó ligeramente, aunque fue capaz de desempeñarse de manera bastante profesional en esas circunstancias. La fama y la fortuna están seguramente a la vuelta de la esquina.

En este momento es improbable que el autor componga material adicional, puesto que ha dejado el edificio.

La cuenta de la luz está paga por treinta días más, así que la canción se repetirá tanto como la compañía de electricidad esté dispuesta a permitirlo después del vencimiento, un lapso nebuloso y arcano.

Continúa después del crescendo con otro wash de timbales, paneando a través de los parlantes en las esquinas de la habitación, perseguido por acordes guturales de clavicordios aparejados con el fragor de una fornida línea de bajo.

El volumen aumenta y la luz de las pantallas de lectura incrementa su brillo, mientras más y más instrumentos se encienden, revelando sombras tricolores que danzan en las esquinas de la habitación. Pequeñas porciones de la noche infinita hacen cabriolas en grotesca chanza ante los diversos dioses de la oscuridad externa, adhiriéndose a la melodía como naúfragos a punto de ahogarse que se aferran a un madero a la deriva, mientras ven a la distancia unas aletas que se acercan.

El saxofón procesado electrónicamente gime en una clave que nunca fue propuesta, mientras la clave de la canción modula desde F# a C# bajo la escala; los tambores continúan tercamente con el ritmo marcial y la música realiza un nuevo crescendo en una clave nueva y más baja, y el bajo legato se da la mano con el burbujeante y siniestro clavicordio.

El saxofón gime a los vacíos espacios que están más allá de lo que debería haber sido, expresando su arrepentimiento, y el batido de los tambores continúa, descuidada y monótonamente, escoltando el farfullar de la voz alienígena del clavicordio que nunca se repite, y la forma continúa a través de un wash de timbales, hasta que es puntuada por el meep del piano eléctrico que había estado saltando dentro y fuera de la turbulencia, y los bofetones de una escobilla sobre los tímpanos.

Y el compositor gime una y otra vez, y la pequeña luz guiña.

A veces la canción lo incita a bailar. Tañe y tañe, cada traducción es sutilmente diferente de las anteriores mientras el programa la secuencia nuevamente. Cuando su sonriente y macabramente dentuda faz no es capaz de responder a las convocaciones de la canción, su sombra asume y hace brincos allí en la luz de los contadores mientras la canción se ejecuta una y otra vez.

El programa corre, creando otra interminable versión sintetizada de la canción, hasta que las personas que vinieron a ver qué es ese olor desconectan esa maquinaria, después de disponer del autor muerto, rompiendo el disco rígido y perdiendo para siempre, dentro de la oscuridad de la nada, la canción original en la cual estaba basado todo.

La sombra danza con reminiscencia en la oscuridad, manteniendo la fe.

Traducido por Martín Brunás
Axxón número 111 - Febrero de 2002