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El Gaucho de los Anillos

La comunidá del anillo
Capítulo 15

Muy atentos los patrones,
no podían permetirse
dejar los viajeros dirse
a buscarle la hebra al malo
ansí nomás, y regalos
trujeron pa’ despedirse.

Cinchas, sogas y otras cosas
del mejor cuero de vaca,
piedras pa’ afilar las facas,
y pa’ cuando el hambre aprieta
les llenaron de galleta
los bolsillos y guayacas.

Unos ponchos que les dieron
tenían del campo el color.
“Son frescos si hace calor
y abrigaos cuando refresca,
y sin magia al portador
lo hacen que desaparezca.”

Le dio al Aragorn la doña
una funda pa’ la espada
con oro y plata bordada,
y engualichada además
pa’ que el sable nunca más
se juera a romper con nada.

Una rastra que era un lujo
le regaló al gondorino;
dos al Merry y al Pipino
como pa’ gurises hechas.
Pa’l Legolas, arco y flechas
que se vía que eran finos.

No le hizo gracia a don Cele,
y medio que se chivó,
cuando el Guimli le pidió
colorao de la vergüenza
a su mujer una trenza
y ella alegre se la dio.

Al Sam le dio una cajita
de abono pa’ que las flores
jueran como las mejores,
y con el de la sortija
terminó la repartija
de regalos y favores.

“A vos, que llevás el peso
más grande en esta epopeya,
te regalo esta botella
que aunque parezca de grapa,
no le va’ a sacar la tapa
que adentro hay lú de una estrella.”

“No la perdás la limeta,
de noche es más luminosa.
Si se hace fiera la cosa
nunca tengás nada e’ chucho,
que esta lú es muy milagrosa
y a vos te va a cuidar mucho.”

Y dejaron Lolorién
en bote por el río Grande.
¡Y no hay naides que no se ande
triste en una despedida!
Aunque tenga piel curtida,
no es raro que uno se ablande.

“¡Qué dolor”, dijo el enano,
“irse e’ tan lindo lugar!
No viá dejar de estrañar
ni una tardecita sola”,
y con su amigo el Legolas
como un gurí echó a llorar.

El Sam, medio desconfiao,
al Boromir lo miraba,
que demientras que remaba
por el río redomón
lo relojiaba al Bolsón
y se le caiba la baba.

Iba el pión muy asomao
y viendo pa’ atrás, pensando:
“A éste que le anda pasando
que tiene esa cara e’ loco”,
cuando ’el julepe por poco
tiene que seguir nadando.

“Capaz que esto que le cuento
mentira a usté le parece
o se le hacen idioteces,
pero vide un camalote
que anda siguiendo a los botes
y tiene manos y pieses.”

“Es el Golum”, dijo el Trancos.
“Ese bicho e’ mala entraña
con sus tretas y cucañas
no nos deja de aguaitar.
Yo ya lo quise agarrar,
pero se da mucha maña.”

Con eso ya era bastante,
pero había más razones
pa’ andarse con precauciones,
porque el río color tierra
era una región de guerra
entre gauchos y malones.

El viaje jue mayormente,
aunque había poco descanso,
sereno por el río manso.
Los miraban las garcetas,
los doraos y palometas,
los biguás, patos y gansos.

Pero a veces se ponía
lo que se dice un espanto;
pa’ no dir al camposanto
iban cuerpiando flechazos
que les tiraban al paso
los orcos de tanto en tanto.

Y al fin vieron dos colosos
que marcaban la frontera,
que era como si dijeran
enseñandolés las palmas:
“Si no se viene con calma,
quedesé del lao de ajuera”.

Dijo el Trancos señalando:
“¡Los mojones de Argoná!
La tierra a partir de acá
a heredar tengo derecho”.
Y ahí nomás se le infló el pecho
con un aire e’ majestá.

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