DIVULGACIÓN: La segunda expedición de Byrd

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Desesperación
(segunda y última parte)
por Marcelo Dos Santos (especial para Axxón)
www.mcds.com.ar

NOTA DEL AUTOR:

Axxón presenta en este número la segunda y última parte de este extraordinario ejemplo (tal vez el más pasmoso de la historia del descubrimiento) de amor a la ciencia, voluntad de sacrificio, fe inquebrantable y desprecio por la propia vida en aras del conocimiento.

Si el lector desea leer la parte inicial de esta historia, pulse aquí.

Los párrafos en negrita proceden directamente de los diarios personales del protagonista. Los comentarios entre corchetes me pertenecen.

M.D.S.

 

 

6 de mayo

Algo me tiene molesto y no sé qué es. He estado increíblemente irritable todo el día, y a partir de la cena me he sentido deprimido. Esto ha estado ahí desde hace días, pero hoy, por primera vez, debo admitir que mi problema es serio.

Byrd estaba solo en Base Avanzada, una cabaña de 3 x 4 metros enterrada bajo los hielos de la Barrera de Ross, a 80° 08´ de latitud sur, muy lejos hacia el helado interior de la Antártida neocelandesa. Su misión y su aislamiento habían comenzado el 28 de marzo de 1934, es decir que llevaba un mes y nueve días de absoluta soledad, como no fuese por algunos esporádicos contactos radiales con Little America, el campamento base de la expedición. Little America se encontraba a 197 kilómetros al norte de Base Avanzada, a través de un infinito desierto de hielo surcado de grietas. A todos los efectos prácticos, por lo tanto, y ante la inminencia del invierno polar, Byrd se hallaba tan solo como si se encontrase en la Luna. Ninguna fuerza humana podría sacarlo de allí hasta dentro de varios meses.

Y, en efecto, como bien diagnostica en su diario, sus problemas eran graves.

"Tomé la ´Teoría de la clase ociosa´ de Veblen. Ya había leído la mitad, pero el asunto que trataba parecía fantásticamente remoto en la monocracia de Base Avanzada. Abandoné el libro para tomar ´Eloísa y Abelardo´, una historia que siempre me gustó, y comencé a leer. Al cabo de un rato, las palabras comenzaron a volverse borrosas. Los ojos me dolían con una palpitación extraña, y tenía un ligero dolor de cabeza, no demasiado fuerte, pero molesto".

Asustado, Byrd subió la luz de la lámpara e intentó hacer solitarios. No sirvió de nada. Dick se lavó los ojos con ácido bórico, pero el dolor no se fue.

El almirante necesitaba desesperadamente averiguar la causa del problema: se sentía confundido, y su concentración mental estaba disminuyendo, lo cual, considerando las circunstancias en que se encontraba, podía ser extremadamente peligroso... y aún mortal. Un pequeño error en una tormenta, un paso en falso frente a las grietas, y adiós Almirante Richard Evelyn Byrd. ¿Qué era lo que le estaba sucediendo? "Mi estado físico era muy bueno, exceptuando el dolor de los ojos y la cabeza. De todos modos, sólo me dolía de noche y desaparecía antes de quedarme dormido. Tal vez se debía a las emanaciones de la estufa. En tal caso, tendría que dejar entreabierta la puerta mientras tenía la estufa encendida durante el día, y tratar de pasar más tiempo en el exterior. También podía deberse a mi alimentación, pero no era probable. Las vitaminas y los nutrientes eran correctos, había tenido mucho cuidado con eso".

El almirante Richard Byrd

Pero, en cualquier caso, la vida en Base Avanzada debía proseguir. Richard debía palear la nieve, atender a sus instrumentos, ordenar los túneles, cavar el túnel sur de escape, hacer las observaciones meteorológicas y estudiar las auroras australes: "Yo era el inspector de las tempestades y de las auroras. Yo era el vigilante de la noche y el sacerdote confesor de mí mismo. Siempre ocurría algo, afortunadamente. En mayo, como en abril, jamás me faltó trabajo por hacer".

Base Avanzada y su sistema de túneles

Pero allí, como en cualquier ciudad del mundo habitada por seres humanos, no existe la felicidad completa. Justamente cuando Byrd había aprendido a dominar su tecnología y las técnicas de observación meteorológicas, el termógrafo exterior comenzó a funcionar mal. Estaba instalado en el cajón de los instrumentos en la superficie, y Richard Byrd se refiere a él como "aparato diabólico". La escarcha se juntaba sobre el conducto de la tinta, la pluma, el tambor y el mecanismo de tracción. Sólo una vez intentó llevar el instrumento a la cabaña para limpiarlo: de inmediato, la diferencia de temperatura cubrió el metal de escarcha y lo detuvo. Desde entonces, Byrd se vio obligado a dar mantenimiento al termógrafo en el túnel, con las manos desnudas a no ser por los delgados guantes de seda. "Aún con estos, mis manos eran infernalmente torpes cuando tenían que desarmar el regulador de velocidad, que, a mi juicio, fue inventado con el único objetivo de amargarles la vida a los meteorólogos".

Pero, a pesar del buen humor que trasuntan sus anotaciones, la preocupación por su malestar físico seguía tiñendo la vida de Byrd de un tono sombrío.

9 de mayo

Sospecho que mis accesos de tristeza provienen de algo que me afecta físicamente. Posiblemente se trata de los gases producidos por la estufa, la linterna o el grupo electrógeno. Es realmente esencial que haga un cuidadoso balance de mi situación, porque mi enemigo opera de modo sutil. Ciertos tipos de males físicos tienen un efecto depresivo sobre el humor. Mi pregunta es: ¿puedo solucionar el problema si continúo ignorándolo e incluso negando su propia existencia? Si esto es así, no sólo mi cuerpo está enfermo, sino que también lo está mi mente. Es de vital importancia que llegue a determinar la verdad. Además de la ligera molestia de los ojos y del hecho de que tengo los pulmones quemados por el frío, no me siento mal. Estoy seguro de que la comida no tiene nada que ver con mi estado. La única duda son los gases. El dolor de ojos y de cabeza siempre vienen por la tarde, cuando la estufa ha estado funcionando mucho rato. El aire del túnel se pone grueso y pesado cuando el grupo está encendido. Pero me cuesta creer que eso me esté haciendo daño. La ventilación parece ser suficiente, siempre que consiga evitar que los conductos y aberturas se vean obstruidos por el hielo y la nieve...

El paso lógico era, por supuesto, examinar la estufa. Byrd encontró dos defectos en ella: primero, que el quemador tenía tendencia a chisporrotear y echar humo cuando él ponía sobre la estufa un balde de nieve para hacer agua. El otro era que la chimenea se llenaba de nieve, la cual, al fundirse, fluía hacia el interior de la estufa. Byrd había hecho un agujero en un ángulo recto, para que el agua saliera antes de llegar al interior del artefacto.

Los tubos de ventilación funcionaban bien, y el aire se renovaba como estaba previsto.

Para descartar un problema alimentario, Richard decidió consultar su libro de nutrición... pero no pudo encontrarlo. En su siguiente comunicación de radio con Little America, en que habló con Dyer, le solicitó que le preguntara a Paul Siple dónde lo había puesto. Byrd aún no conocía la ubicación de todos sus avíos, y en numerosas oportunidades no podía encontrar las cosas.

Paul respondió que el libro había sido visto por última vez en una caja ubicada en la veranda, y en efecto, Byrd lo encontró allí: "Una rápida lectura del libro me confirmó lo que yo ya sabía: mi dieta estaba perfectamente equilibrada. Para obtener, sin embargo, una doble opinión, pedí a Little America que consultara al famoso laboratorio de alimentos de Rochester, Nueva York. Los científicos pronto respondieron que mi dieta era suficiente en todos los sentidos".

11 de mayo

Es tarde, pero acabo de tener una experiencia que deseo anotar. A medianoche salí a la superficie para dar una última mirada a la aurora, pero sólo encontré un difuso resplandor en el horizonte, extendido de norte a noreste. Había estado escuchando la victrola mientras esperaba la medianoche. Tocaba la Quinta Sinfonía de Beethoven. La noche estaba tranquila y clara. Dejé abiertas la puerta de la cabaña y la trampa. Allí me quedé, de pie en la oscuridad, para dar una mirada a algunas de mis constelaciones favoritas, que se veían más brillantes que nunca.

Pronto comencé a sufrir una ilusión: lo que veía se fundía con lo que estaba oyendo. La impresión era tan perfecta que la música se mezclaba armoniosamente con lo que estaba ocurriendo allá arriba, en el cielo. A medida que la música subía en intensidad, la vaga aurora del horizonte comenzó a pulsar y palpitar, haciéndose más brillante, para extenderse después en rayos y arcos en forma de abanico a través del cielo, hasta que en mi cénit el espectáculo alcanzó su máximo esplendor. La música y la luz de la aurora eran ahora una sola, y comprendí que toda la belleza era semejante y emanaba de una única fuente.

La vida a solas hace desaparecer la necesidad de la manifestación externa; ha eliminado mi necesidad de maldecir, aún cuando yo siempre fui propenso a jurar contra todo lo que me hiciese perder la paciencia. Ahora, cuando subo al poste del anemómetro para limpiar los contactos eléctricos sufro en el frío, y las molestias no son menores que antes; pero ahora sufro en silencio, en callado tormento, plenamente consciente de que la Barrera es algo enorme, que yo estoy solo en ella, y que yo sería el único capaz de escandalizarse por una maldición.

Hace meses que no me corto el cabello, porque cae alrededor de mi cuello y lo mantiene abrigado. Sigo afeitándome una vez por semana, pero solamente porque la barba tiene una molesta tendencia a escarcharse de inmediato cuando estoy en el exterior, y me congela el rostro. Un hombre que no tiene mujeres a su alrededor no tiene motivos para conducirse con vanidad, y comprobé esto al mirarme al espejo esta mañana: mis mejillas están llenas de cicatrices; mi nariz está roja, bulbosa e hinchada por el efecto de cientos y cientos de quemaduras de frío. No presto atención a mi aspecto, pero me he mantenido limpio, algo que no tiene nada que ver con la etiqueta ni la coquetería. La limpieza es confort.

12 de mayo

El silencio en la Barrera es tan real y sólido como el sonido. El silencio es más real que los ocasionales crujidos de la propia Barrera y el violento estruendo de los temblores de nieve.

He recuperado mi capacidad de despertar a una hora predeterminada. Esta facultad ha regresado de modo tan misterioso como despareciera antes. Durante los últimos quince días, he despertado con no más de cinco minutos de diferencia con la hora que me había propuesto.

16 de mayo

Hace ya siete días que no sufro mis habituales depresiones después de la comida. No quiero pecar de exceso de confianza, pero creo que he conseguido dominar el problema.

Las noticias del mundo exterior llegaban al almirante en forma fragmentaria y con cuentagotas. El 6 de mayo cometió el error de preguntar a Little America acerca de la marcha de la Bolsa de Nueva York. Antes de abandonar Boston, había invertido sus escasísimos ahorros en acciones, inteligentemente, según él. No olvidemos que la enorme deuda lo preocupaba mucho. Si las acciones subían mientras él se encontraba en la Antártida, entonces podría reducir un poco el desastre de gastos que le había procurado esta expedición. La respuesta de Dyer fue que las acciones estaban estables. Dick pronto comprendió que era inútil preocuparse por la Bolsa mientras se encontraba en medio de la Barrera de Hielo de Ross, completamente aislado, sin tener siquiera la certeza de poder salir con vida de su exilio. "Aquí no necesito dinero", reflexiona el explorador. "Lo mejor que puedo hacer es cerrar la puerta de mi mente a las molestias del mundo exterior".

A mediados de mayo, las pocas noticias que Dyer le leía le parecían extrañas y confusas. "Tenían tanto sentido como lo hubiesen tenido para un marciano", escribe Byrd. La realidad es que la vida en Base Avanzada se regía por otras normas: cambiar las hojas del barógrafo, llenar el depósito de combustible de la estufa, y así siempre, interminablemente.

El 17 de mayo se cumplió el primer mes de noche perpetua. Hacía exactamente 30 días que el sol se había hundido tras el horizonte y no había regresado. "Y de las profundidades de la oscuridad venía el frío. Al dar mi paseo acostumbrado, el 19 de mayo, la temperatura era de -54°C. Por primera vez, mis botas se demostraban incapaces de proteger mis pies. Se me había congelado un talón y me vi obligado al regresar al interior y ponerme mis botas de piel de reno. Estaba en medio de la noche polar: el morboso rostro de la Edad de Hielo".

Dick había, en efecto, pecado de exceso de confianza: la depresión volvió esa misma noche. Aparte de la congelación del pie, su cuerpo comenzó a retorcerse bajo la agonía de miles de puzantes dolores. El experimentado almirante identificó de inmediato los síntomas como los del principio de asfixia.

Tenía razón: a la mañana siguiente revisó el tubo de salida de los gases, descubriendo con horror que estaba completamente obstruido con escarcha. El tubo de entrada estaba tapado hasta los dos tercios de su diámetro.

El 20 de mayo la temperatura cayó aún más. Hacía 58 grados bajo cero. El termógrafo interior, en su refugio de la superficie, marcaba -59 grados, y en la cabaña hacía incluso menos, porque el suyo estaba completamente soldado por el frío y ya no funcionaba. La tinta, aún mezclada cuidadosamente con glicerina, estaba congelada en un bloque sólido, y el lubricante de las piezas móviles estaba duro como el acero. Cuando Byrd intentó encender la estufa, el aire en el interior del tanque de combustible se dilató en forma tan violenta que el aceite salió disparado en todas direcciones. El termógrafo insumió horas para que Byrd consiguiera descongelarlo y hacerlo funcionar de nuevo. El combustible, sólido como una piedra, se negaba a fluir de los tambores. En un arranque de desesperación suicida, el marino llevó uno de los grandes tanques a la cabaña y descongeló la nafta sobre la estufa. Para evitar que el problema se repitiera, tuvo que dejar encendidos los dos Primus durante todo el día en el túnel de combustible.

El 20 de mayo era día de radio. Podrá el lector imaginar los padecimientos que tuvo el pobre prisionero para encender el grupo electrógeno. Además del problema de la gasolina congelada, el motor frío se negó a arrancar durante más de una hora. La falla estaba en el carburador; los dedos de Byrd se congelaron de tal modo durante su lucha con las aletas de admisión que cuando por fin logró hacerlo andar sus manos estaban tan rígidas que no podía operar el manipulador telegráfico.

Un joven guardiamarina recién recibido: Dick Byrd

DIGA A HAINES QUE VENGA AL MICRÓFONO, pulsó Byrd luego de mucho batallar.

Hutchenson, el radiooperador de guardia, corrió por los túneles de Little America buscando al nombrado. Haines era, como se recordará, el meteorólogo jefe de la expedición. Mientras tanto, Charlie Murphy tomó la posta. Dijo a Byrd que allí hacía -51°.

AQUÍ TENGO -57.

"Guárdeselos, almirante", respondió Charlie.

De pronto, la alegre voz de Haines reemplazó al muchacho. Byrd le explicó a duras penas sus problemas con el termógrafo.

"Seguro que se le ha congelado el aceite. Haga lo siguiente: lave todo el instrumento con gasolina para eliminar hasta el último vestigio de lubricante. Luego enjuáguelo con éter. La única solución para el congelamiento de la tinta es agregarle más glicerina".

Más tarde ese día, Dick tuvo que subir a la torre del anemómetro. El hielo de los soportes de hierro en que se apoyaba atravesó las suelas de las botas y le provocó congelación en las plantas de ambos pies. Su aliento hacía ruido al alejarse en el viento, y sus pulmones quemados por dentro sufrían lo indecible a cada bocanada que inspiraba.

Iluminada por la aurora, que nunca había mostrado tal brillo y bailaba locamente de un horizonte al otro, la Barrera comenzó a moverse de nuevo: los temblores estallaban bajo Base Avanzada como descargas de artillería. Byrd tenía la lengua hinchada y quemada de tanto beber té hirviendo; su nariz se había congelado de nuevo. Como el viento siempre seguía al frío, comprendió que debía prepararse. Llevó tambores de agua hasta la parte superior de la cabaña y la vació por los cuatro bordes. El agua se congelaba apenas abandonaba el balde: en pocos minutos, el techo de Base Avanzada quedó cubierto por una gruesa capa blindada de hielo.

"Esa noche, cuando salí a la superficie para realizar la observación auroral, sufrí una violenta reacción de asfixia en el preciso instante en que saqué los hombros y la cabeza a través de la trampa. No pude lograr que el aire entrara a mis pulmones. Perplejo y tal vez un poco asustado, me dejé hacer por la escalera y me refugié en la cabaña. En el aire más caliente, la sensación pasó tan rápido como había llegado. Mientras leía en mi saco de dormir se me heló un dedo, pese a que constantemente cambiaba el libro de una mano a la otra, colocando la que no usaba al calor en la bolsa".

Byrd comenzaba a hartarse del frío: acostumbrado como estaba al Ártico, a Groenlandia y a su anterior expedición antártica, de cualquier modo su experiencia no lo había preparado para el monstruoso invierno polar. El día 21 el barómetro comenzó a bajar. Se aproximaba una tormenta con ventisca. Por eso, al día siguiente, el solitario explorador decidió trabajar en el túnel de escape y no salir a la superficie. Ese día lo extendió hasta los siete metros, y nunca más avanzó. Por la noche, mientras la tempestad aullaba y rugía en la superficie, Dick Byrd aseguró la puerta trampa de Base Avanzada y se dispuso a pasar la noche al abrigo de su refugio.

Pero algo andaba mal. ¿Qué sería? A poco de pensar, se dio cuenta de que en el interior de la cabaña hacía más frío del que debía. La estufa se había apagado. Revisó el tanque de combustible: estaba medio lleno. Richard pensó que inadvertidamente había cerrado la válvula antes de salir. Intentó encender el quemador de nuevo, pero una ráfaga helada que bajaba por el tiro de la chimenea le apagó la cerilla. El viento se colaba por todos los tubos, incluyendo el de la estufa, y eso era lo que le había apagado la calefacción. "El viento estaba soplando con fuerza", escribe el prisionero. "La Barrera se estremecía con las sacudidas que ocurrían en lo alto, y el ruido era tan terrible que parecía que la totalidad del mundo físico se estuviera destrozando en pedazos".

Tenía que limpiar los contactos del anemómetro antes de que dejase de funcionar. Luego de cierto esfuerzo -el viento rasante de superficie mantenía la trampa pegada al suelo como si le hubieran echado cemento-, Richard consiguió levantarla lo suficiente para salir, pero fue golpeado por una cellisca enceguecedora. Caminando a cuatro patas como un animal (porque la fuerza del viento no le permitía ponerse de pie), dejó caer la trampa para que el aire, saturado de nieve, no cegara su veranda de entrada a la cabaña. "Era imposible ver nada. Millones de pequeñas bolas de nieve hacían explosión contra mis ojos y rostro, con la fuerza de proyectiles BB [se refiere a perdigones o pequeños balines de plástico utilizados en las armas de aire comprimido; cualquiera que por accidente haya recibido un balín de plástico en la espalda o en un brazo sabe lo que debe haber sentido nuestro héroe al recibir millones de impactos similares en el rostro]. Respirar era aún más difícil: la nieve obstruía la boca y las ventanas de la nariz ante el menor intento de inhalar. No pude ver el poste del instrumento hasta que me golpeé la cabeza con él. Comencé a trepar, mientras millones de demonios intentaban sacarme los ojos, reventarlos con los pulgares. Pero todo era inútil. El blizzard congelaría los contactos del anemómetro tan rápido como yo los limpiara... Además, los brazos del instrumento giraban tan deprisa que no podría detenerlo sin perder algunos dedos".

Desalentado, ciego, enloquecido de dolor, el norteamericano regresó gateando a donde se suponía que estaba la trampa Byrd... Pero no pudo encontrarla. En los escasos minutos que había pasado arriba, la cantidad de nieve transportada por el viento la había sepultado de nuevo. Desesperado, hurgó con sus guantes hasta que consiguió encontrarla. Limpió de nieve la superficie de la puerta trampa, tomó la manija y tiró.

Nada.

Nada.

Tiró con más fuerza, pero la hoja no se movió. La nieve había vuelto a soldar la puerta a su marco, junto con los goznes y los pernos. Es de imaginar el supremo horror de aquel instante: "A horcajadas sobre la escotilla, tiré con todas mis fuerzas. Tanto hubiera dado que estuviese tratando de levantar la Barrera de Ross".

Si no conseguía abrir la puerta de su refugio, en menos de diez minutos estaría muerto. Sólo tenía puesta su parka de lana y pantalones, y sobre ellos un overol. Había salido completamente desprotegido. Las tormentas de nieve atacan en la Antártida con una crueldad absolutamente imposible de comparar con nada: un viento que en el Polo Sur se considera "moderado" tiene fuerza superior a la del huracán Katryna en las regiones tropicales. Como bien expresa Byrd, no se puede ver, no se puede respirar. No se puede caminar erguido, no se puede meter aire en los pulmones una vez que se ha exhalado, y el ruido de la tormenta es tan intenso que hace perder la calma aún a los más valientes. Por si esto fuera poco, la velocidad del viento helado arranca el calor de los tejidos humanos mucho más rápido de lo que el organismo puede generarlo, y la hipotermia, el coma y la muerte son consecuencias inmediatas y necesarias, acaso al cabo de tres o cinco minutos. Tenía que conseguir abrir la compuerta, y tenía que hacerlo ya mismo.

"El pánico se poderó de mi mente, debo confesarlo. Perdí la razón. Como un demente, rasguñé la compuerta de madera; la golpeé con los puños tratando de soltar la nieve y, cuando incluso eso fracasó, me puse boca abajo y tiré de la empuñadura hasta que el frío y el agotamiento hicieron que los dedos dejaran de obedecerme. ´¡Imbécil! ¡Imbécil!´, me grité una y otra vez. Había pasado todo ese tiempo temiendo quedar encerrado en Base Avanzada, había trabajado como un poseso en el túnel de escape, y allí estaba ahora, atrapado en el exterior. Nada podía ser peor, porque sólo medio metro debajo de mí estaba la vida y estaba la salvación... medio metro, todo lo necesario para sobrevivir, y yo no podía obtenerlo, y moriría con la seguridad al alcance de mi brazo".

Pero Dick estaba determinado a sobrevivir: no, él no moriría. Tenía que hacer algo. No pudiendo destrabar la puerta, caminó como un borracho sobre el techo de su cabaña, hasta tropezar con uno de los tubos de ventilación, más precisamente el de salida. Dando la espalda al viento, miró por la cañería. Sólo se percibía un vago resplandor más abajo, un retazo de luz y un poco de calor. ¿Podía romper los ventiluces del techo? Era bastante improbable, porque estaban sepultados bajo 60 centímetros de nieve cristalizada, translúcida pero tan dura como el vidrio. Además, estaban reforzados con alambre tejido. Aferrado al cañón del tubo, pensó en arrancarlo y golpear con él la nieve, romper las ventanas y dejarse caer al interior de su refugio. Intentó forzarlo para arrancarlo de su base, pero no se movió. Tiró con todas sus fuerzas, pero es obvio que un tubo capaz de sostenerse de pie en medio de esas brutales celliscas no sucumbiría a los esfuerzos de un hombre agotado, desesperado y asustado. Por más que hizo, no pudo moverlo.

Debía pensar en otro sistema. La muerte se cernía sobre él como un millón de pájaros blancos; la temperatura huía de sus insuficientes ropas. La nada y el olvido venían a por él.


Dick en su parka

Entonces recordó la pala.

La pala; la había tenido en la mano la semana anterior, y estaba seguro de no haberla llevado abajo. "Después de emparejar la nieve luego del último ventarrón, la había dejado clavada en la nieve, con el mango hacia arriba. Ella representaba mi salvación, mas... ¿Dónde estaba? No podía ver nada. Me tendí en la nieve, y, sin soltar el tubo de ventilación, estiré los pies todo lo que pude y describí un círculo completo, esperando tropezar con el mango de la pala. No pude encontrarlo. Me dirigí a la trampilla y repetí mi exploración circular. Nada. No podía soltarme de una cosa hasta que no encontrara otra, por miedo a perder mis puntos de referencia. Mi pie dio entonces contra el segundo tubo de ventilación [el de entrada de aire]. Tomándome de él, volví a tenderme en la nieve y describí un círculo... ¡hasta que mi pie golpeó algo duro! Sólo podía ser el mango de la pala. Cuando lo palpé y lo recorrí con los dedos, tuve ganas de besarlo".

Abrazado a su herramienta de salvación, Byrd se arrastró de vuelta a la compuerta. Pasó el mango de la pala bajo la manilla de la puerta Byrd y tiró hacia arriba -su sentido normal de apertura-, pero no pudo moverla. Entonces, una idea le iluminó la mente, impulsada por el ingenio que da la desesperación: "Me tendí boca abajo y coloqué la espalda bajo la pala. Poniéndome en cuatro patas, hice fuerza hacia arriba con la columna vertebral. Entonces la puerta se abrió de golpe, rodé por el hueco y caí de cabeza a la veranda inferior, justo frente a la puerta de la cabaña, que me ofreció la luz y una bocanada de calor. ´¡Qué maravilloso!´, pensé. ´¡Qué visión divina y maravillosa!´".

El reloj de pulsera de Byrd, con su mecanismo congelado, se había detenido a los pocos momentos de quedar aislado en el exterior; sin embargo, los cronómetros de Base Avanzada decían que había permanecido fuera menos de una hora.

La estufa se había apagado por el viento que entraba por el cañón de la chimenea; sin molestarse en encenderla, agotado, el marino se desvistió y así, sin comer, se metió en la bolsa de dormir.

A la mañana siguiente, a las 7, despertó confundido. Estaba duro y rígido por el frío. Sus ropas, heladas, crujían mientras luchaba con ellas para colocárselas. Habiendo aprendido de la experiencia del día anterior, pensó que la trampa Byrd estaría soldada otra vez. Era exactamente lo que había sucedido. Sin preocuparse por pelear con ella, caminó tranquilamente hasta el extremo del túnel de escape, perforó un orificio en el techo y, provisto de una larga varilla con una bandera, abandonó su refugio. Ató una cuerda a la varilla, luego de clavar aquella junto al orificio y, rodeando su cintura con el otro extremo, anduvo a trompicones hasta encontrar el poste del anemómetro.

La ventisca aún rugía y forcejeaba con la estructura. Con la linterna encendida, Byrd obtuvo una visibilidad de dos metros, la cual era sin embargo suficiente para el trabajo que debía hacer. Cargados de hielo, los vasos del anemómetro giraban mucho más lentos de lo que debían, entregando lecturas erróneas. Además, los contactos eléctricos llevaban una noche entera congelados. "La tarea de limpiarlos fue abominable, pero luego de haber sobrevivido a mi experiencia de la noche anterior, no creí tener motivos para quejarme", escribe el almirante.

Byrd había sellado la abertura del túnel de escape colocándole encima dos cajones de alimentos; de este modo podría encontrarla con más facilidad si se veía en problemas otra vez.

Fue entonces cuando la naturaleza decidió apiadarse de él al menos un poco: cuando llegó a su cabaña, la temperatura había ascendido a -23°C.

El jueves 24 fue increíblemente caluroso: el viento del este trajo una "canícula" de 2 grados sobre cero, en pleno invierno antártico. El sábado hacía sólo 9° bajo cero y, hasta el final del mes, no volvió a bajar de -30, con mayoría de días de -18 o temperaturas superiores.

Sin embargo, revisando más tarde sus registros, Byrd decidió que mayo de 1934 no había sido un mes particularmente caluroso: 20 de los 31 días de ese mes habían tenido marcas de -40°C ; 12 de -46°C; tres de -51°C y 2 días en que las temperaturas descendieron a 56 grados centígrados bajo cero.

Y él había sobrevivido a todo ello... Pero aún le faltaban, en el mejor de los casos, junio, julio y agosto.

25 de mayo

Llevo ya 74 días solo en Base Avanzada. Estoy agradecido por tres cosas: mis anotaciones son completas, mis defensas son perfectas, y he conseguido adaptarme a las circunstancias, particularmente en el aspecto psicológico.

Pero había otros sesgos en el asunto, además del de no perder la calma.

El 31 de mayo, el peligro se hizo evidente y concreto. Hacía 15 grados bajo cero, y seguía nevando. Era día de comunicación radial, y, como siempre, Dick comenzó metódicamente a preparar todo.

Con el generador encendido y todo listo, Byrd se comunicó con Little America. Habló con el piloto jefe June y el navegante Rawson, y les ordenó que levantaran vuelo para verificar las declinaciones magnéticas; mandó un mensaje para su esposa a fin de que buscara financiamiento para bajar los gastos. Dyer le leyó los mensajes para confirmarlos, y luego lo comunicó con Poulter y con Murphy. Hablaron (Dick en Morse, Little America con la voz) durante una hora y media, hasta que el desastre se desencadenó. Dejemos que el propio almirante Byrd nos explique lo que sucedió: "Desde mi escritorio escuchaba el ruido del motor, y de repente me percaté de que comenzaba a ratear y a andar a saltos. ESPERE, manipulé a Murphy, descolgué el farol y salí al túnel. El aire olía a gases de escape. Pensé que había hecho incorrectamente la mezcla [el generador era un motor de dos tiempos] y traté de regular la válvula de aguja, sin resultados. Me puse de pie y eso es lo último que recuerdo. Lo siguiente es que caminaba a cuatro patas en medio de una somnolencia enorme. Como un eco muy lejano, me atormentaba un único pensamiento: tenía que hacer algo, algo muy importante, pero se me escapaba el qué. Mi mente no podía decir qué era tan trascendental, y en verdad estaba impotente para recordarlo, aunque me fuera la vida en ello. Estuve así, sobre manos y rodillas, no sé por cuánto tiempo... después, parece que el frío me reanimó. Entré arrastrándome en la cabaña, y busqué a tientas el manipulador telegráfico. Intenté despedirme de Charlie Murphy, pero, como no conseguí colocarme los auriculares, nunca supe si llegó alguna respuesta [el registro de llamadas de Charlie en Little America demuestra que entre la palabra ESPERE y esta última manipulación de Byrd transcurrieron 20 minutos. Aunque el almirante no sabe lo que transmitió, la frase recibida en Little America fue NOS ENCONTRAREMOS EL DOMINGO. Esos 20 minutos fueron el tiempo que pasó, asfixiado, el el túnel de los alimentos junto al grupo electrógeno]. Mis actos desde entonces son recuerdos borrosos, en los que no puedo separar la realidad de las pesadillas. Estaba acostado en mi cama, totalmente vestido. Escuchaba el sonido irregular del motor en el túnel. Me sentía sorprendido y una voz interna me decía que debía apagarlo si quería vivir. Bajé de la litera y me fui tambaleando hacia la puerta. Vértigo. El corazón golpeando como un bombo. A miles de kilómetros veía el humo azul que me estaba matando. Arriba, los gases de escape. A nivel del suelo, el aire claro. La niebla venenosa era tan espesa que no veía el motor.

Byrd y el Cóndor

"Debo haberme agachado, debo haber comprendido instintivamente que el gas era más liviano que el aire y que si no me agachaba moriría. Gateando llegué hasta el motor y debo de haber apagado el interruptor de la ignición.

"No recuerdo nada del resto del día, ese fatídico último día de mayo. ¿El resto? Una lenta y fantasmagórica agonía, una pesadilla fantástica. Tal vez intenté cambiar las hojas del registro, porque tengo el vago recuerdo de haber visto su carcasa de vidrio en el suelo. Lo demás es el dolor: lacerante, desesperante dolor en la frente, en los ojos y en las órbitas, náuseas, vómitos, el violento golpetear de mi corazón, ilusiones... yo era una llama que vacilaba entre dos grandes y oscuros vacíos. Pesadillas, pesadillas. Sólo el dolor del frío era real: las manos y los pies congelados, y la muerte reptando hacia arriba, hacia mi pecho, como una lenta parálisis. No puedo explicar cómo conseguí abrir el cierre de mi saco de dormir e introducirme en él".

En efecto el almirante Richard Byrd no recordaba nada, pero sus borrosas impresiones no estaban tan equivocadas. Los registro de la Oficina Meteorológica de los Estados Unidos demuestran que, en efecto, en ese estado de profunda inconsciencia, igualmente cambió las hojas del registro a las 2 de la tarde del 31 de mayo; con dos horas de retraso, es cierto, pero no es poco mérito para un hombre asfixiado, hipóxico e intoxicado.

"El único recuerdo claro que tengo es que el tic-tac del reloj me despertó. Recuerdo haber pensado que me había quedado ciego [una circunstancia común en el tipo de intoxicaciones que padeció Byrd]. No podía ver nada, aunque sabía que tenía los ojos abiertos. Lo que sucedía era, simplemente, que el farol se había quedado sin combustible, y que yo estaba dado vuelta, de cara a la pared. La sensación de ceguera es espantosa: jamás olvidaré la expresión de Floyd Bennett [su compañero en el vuelo transpolar ártico] cuando lo saqué de entre los restos retorcidos de nuestro avión tras un aterrizaje forzoso: ´Ahora sí que estoy jodido, Dick. Me he quedado ciego´. Por supuesto, sólo tenía los ojos cubiertos de aceite del motor: cuando se los limpié y pudo ver de nuevo, una hermosa expresión de agradecimiento le iluminó el rostro".

Nunca, durante el resto de su permanencia en Base Avanzada (y, como lo demuestran sus diarios y otros escritos, nunca más en su vida) la experiencia de ese fatal 31 de mayo de 1934 se apartaría ya de la mente de Richard Byrd. Tenía una idea bastante clara de lo que le había sucedido y en los días subsiguientes, a pesar del dolor de ojos y sienes, intentó poner por escrito en su diario todo lo que recordaba. La reconstrucción de los hechos es la siguiente: el escape del motor debe haberse obstruido con nieve y escarcha, emitiendo gases venenosos hacia el túnel, especialmente monóxido de carbono. La forma fulminante en que cayó inconsciente es una prueba que apoya esta hipótesis. No tuvo sensación de ahogo, lo cual es también común en el envenenamiento de CO. Los demás síntomas (dolores, náuseas, etc.) concuerdan. El CO es más liviano que el aire, de modo que ocupó la parte alta del túnel; el hecho de haber caído fulminado al piso le salvó, pues, la vida. Si hubiese intentado seguir de pie hubiese muerto. El oxígeno a nivel del piso, junto con la mordiente sensación del frío lo hicieron reaccionar.

Pero saber qué había sucedido no era más que el inicio del trabajo: ahora, debía impedir que sucediera de nuevo. Tal vez la próxima vez no tuviese tanta suerte.

"El hecho evidente era que estaba indefenso. Apenas pude reunir fuerzas suficientes para encender la vela que estaba en el estante metálico sobre mi cabeza. Quedé agotado otra vez. Si un movimiento tan simple -encender una vela- había acabado de nuevo con mis fuerzas, ¿cómo podría traer alimentos y combustible desde el sistema de túneles? ¿Cómo atendería los instrumentos? Yo sabía que sobreviviría muchos días sin comer: tragaría nieve para apagar la sed... Pero, enfermo y debilitado como estaba, no podría vivir sin calor; el frío me mataría, ya que necesitaba llenar el depósito de la estufa cada tres días, y no estaba en condiciones de hacerlo".

Dick cayó de nuevo en un estado de inconciencia; cuando la sed lo despertó, eran las 7 de la tarde. Consiguió sacar la linterna del saco de dormir e, iluminando la estufa para tener un punto de referencia en la profunda oscuridad, consiguió bajar de su litera. Fue muy difícil: grandes espasmos de vértigo lo sacudían, pero así y todo consiguió sujetar la silla, empujarla hasta la estufa y sentarse en ella. Tomó el balde, donde aún había agua, y bebió un poco. Su estómago se contrajo de golpe y vomitó. Así, perseverando una y otra vez, luchó contra las náuseas hasta que consiguió retener en el estómago una taza completa de agua. Los dientes se le entrechocaban con fuerza, porque la estufa se había apagado. Hoy era jueves, el día en que había debido llenar el tanque de Stoddard, el combustible de la estufa. Ella y el farol estaban vacíos.

Dick Byrd consiguió de algún modo colocarse la parka, tomar el tanque vacío y salir, tambaleante, al túnel donde almacenaba el combustible. El tambor más cercano, que tenía una canilla, estaba a sólo cinco metros de la puerta; aún así, el explorador debió hacer todo el camino recostando su peso en la pared de hielo. Tomó el embudo y descansó mientras se llenaba el depósito. Lleno a rebosar, pesaba más de diez kilos. Tomando su tesoro, intentó llevarlo de regreso, pero no fue muy lejos. Después de dar algunos pasos tenía taquicardia de nuevo y se desplomó sobre el tanque que llevaba, muy cerca de la boca del túnel.

Ni siquiera él sabe cuánto duró este nuevo espacio de negrura en su conciencia. Cuando el frío lo despertó de nuevo, arrastró el tanque hasta Base Avanzada. "Ya dentro de la cabaña", dice el almirante, "intenté trasvasar dos litros de combustible a un balde, cantidad suficiente para llenar el farol, pero lo derramé todo en el piso. Cuando lo hube conseguido, pude llenar la estufa. El alivio me embargó, ahora podría tener luz y calor. Sin embargo, no encendí la estufa. Estaba muy débil, y debía meterme en la litera. Pero la luz me reanimó, y me sentí tan alegre que decidí hacer mi observación de las 10 de la noche".

Fue un grave error.

El viento en el exterior era de 12 kilómetros por hora. Dick abrió la puerta trampa con la cabeza y luego, tambaleante, se dirigió al armario de los instrumentos. Tomó nota de la fuerza del viento y la ausencia de auroras, y regresó a Base Avanzada totalmente exhausto.

El Cóndor en Nueva Zelanda

Se tendió a dormir, parcialmente vestido. Estaba aún envenenado. El CO (monóxido de carbono) forma con la hemoglobina de la sangre un compuesto sumamente estable, que no puede ser ya separado. El glóbulo rojo que ha recibido una molécula de CO queda inservible para siempre, hasta que cumpla sus tres meses de vida, el bazo lo elimine y la médula ósea lo reemplace por otro glóbulo rojo con una molécula de hemoglobina sana. Es por eso que los casos de envenenamiento por monóxido de carbono llevan semanas de tratamiento, y aún meses.

Pero Dick Byrd estaba solo, a cientos de kilómetros de Little America, y lo peor del invierno antártico y la noche polar estaba aún por venir. "Ya no mejoraría", escribe en su diario. "El sol demoraría aún tres meses en volver a salir. No pude convencerme de que tendría suficientes fuerzas para esperarlo. Sólo mi estupidez era culpable de lo que me sucedía, y comprendí que no había que temerle al frío ni a la oscuridad, sino a la propia idiotez".

Byrd decidió tomar un par de pastillas de fenobarbital e intentó dormir. Mientras esperaba el sueño liberador, pensó una vez más en su problema, y llegó a la conclusión de que su asesino no estaba solo: el CO del motor de la radio se veía ayudado por las quemaduras en el interior de los pulmones y, sin duda por los gases del solvente de Stoddard de la estufa. No podía olvidar las conexiones mal hechas en los tubos, y el tiraje permanentemente obstruido por la escarcha.

A las 4 de la madrugada, sin haberse decidido a tomar el barbitúrico por miedo a empeorar su ya de por sí terrible debilidad, el cansancio lo venció por fin y se sumergió en un sueño de pesadillas horrorosas.

El 1° de junio de 1934 comenzó para el almirante Byrd como había terminado el mes anterior: en un semidelirio espantoso y atontado. No sabía dónde se encontraba: miraba la oscuridad de Base Avanzada, confundido y sobresaltado, con el corazón galopándole en el pecho en una tentativa inútil de compensar la falta de transporte de oxígeno de su hemoglobina arruinada. Su boca estaba seca y apestosa, y no tenía fuerzas para moverse.

Hacía 12 horas que tenía la estufa apagada; hacía 36 que no comía. En un rapto de lucidez, comprendió que tenía que encender la estufa y alimentarse. Si no lo hacía, el final de su aventura sería una carrera entre el frío y el hambre para ver quién lo asesinaba primero.

Luego de mucho luchar, como en esas pesadillas en que deseamos apurarnos y sólo conseguimos movernos en cámara lenta, Dick logró llegar hasta la estufa y acercar un fósforo encendido al quemador de la estufa: éste se inflamó con un siseo.

Es importante meditar acerca de la paradoja en que se encontraba el insigne explorador: la noche anterior, había atribuido gran parte de sus males a los gases de la estufa; hoy sabía que debía encenderla de cualquier modo, porque si no moriría helado. Era una elección entre dos males; una disyuntiva de hierro entre dos maneras de morir, y el militar decidió morir intoxicado pero caliente.

La sed era el peor de los tormentos. Decidido a exponerse lo menos posible a los gases de la estufa, se arrastró por el túnel de escape hasta que no pudo más y cayó de bruces. Muerto de sed, lamió el hielo del piso hasta que se quemó la lengua por el frío y no pudo seguir.

Regresó a la cabaña: había puesto una cantidad de agua en un balde sobre la estufa, pero el frío reinante era tan terrible que el calor no conseguía fundirla. Intentó calentarla con pastillas de alcohol, pero, cuando se la llevó a los labios, el agua era aún una masa viscosa de nieve a medio fundir. Para colmo de males, su estómago protestó violentamente, y devolvió toda el agua.

Antes de arrastrarse de nuevo hasta la bolsa de dormir, pudo efectuar, empero, varias otras tareas. Examinó el tiraje de la ventilación y comprobó, desolado, que estaba obstruido de nieve en sus dos terceras partes. Tomó una vara de madera e intentó desatascarlo con sus menguadas fuerzas. Examinó el termógrafo interior, cambió las hojas del registro, dio cuerda a los relojes y repuso la tinta de las plumas.

Por último, llenó un termo de agua, que ya estaba caliente, le agregó leche en polvo y algo de azúcar, y se acostó en su camastro.

Los dolores eran desesperantes. Algo más caliente y con un poco de líquido tibio en el estómago, volvió a quedar dormido.

Despertó a las 6 y se bebió el último sorbo de leche del termo. Necesitaba comer, estaba seguro, pero no podía prepararse una comida decente. Bajando de la litera y caminando como un borracho, volvió a prepararse la leche y la acompañó con un trozo de galleta esquimal. Luego, no supo nada más.

Cuando volvió a abrir los ojos, eran las 9:30. Aturdido, agotado, atenazado por horribles dolores, comprendió que el empeoramiento de su estado y la mayor frecuencia de sus desvanecimientos se debía a los gases de la estufa. Con tanta urgencia como aquella con la que antes había debido encenderla, ahora necesitaba apagarla. Reptó como una serpiente hasta la válvula y consiguió girarla. Cuando la oscuridad cayó sobre él, volvió a desmayarse.

No estuvo lejos mucho tiempo: cuando se recuperó, el metal del artefacto que lo estaba matando se encontraba aún caliente. Apoyado en manos y pies, se arrastró hasta la silla y allí se quedó en silencio, mirando la oscuridad con pupilas dilatadas y mirada apática.

"El único propósito consciente que tenía era escribir un mensaje a mi esposa: necesitaba que ella comprendiera por qué no había tratado de informar a Little America de mi situación [recordemos que Byrd sabía perfectamente que, si disparaba un intento de rescate, muchos de sus subordinados morirían tratando de salvarlo]. Tomé lápiz y papel y comencé a escribir. Luego de los primeros párrafos, no pude más. En seguida terminé la carta y luego se me apareció la última anotación del diario de Scott: ´Por amor de Dios, cuida de nuestra gente´. La llama del farol vaciló. Conseguí encender dos velas, justo a tiempo para cuando se apagó el farol. Después de descansar un momento, escribí una carta de despedida a mi madre, otras dos, muy breves, dando instrucciones a Poulter y a Charlie Murphy, y una última misiva a los hombres que me esperaban inútilmente en Little America. En el estante estaba la pequeña caja de metal verde donde guardaba mis papeles personales, que me había acompañado en todas mis expediciones. Puse todo lo que había escrito en ella".

Base Avanzada: Dick Byrd cocina sobre su gran enemiga, la estufa

Habiendo puesto sus asuntos en orden, el almirante Byrd cayó de nuevo en uno de sus ataques de estupor, y se olvidó de todo.

"Alrededor de las 3 de la mañana del día 2 de junio tuve otra etapa de lucidez. Traté de obligame a dormir, pero no tuve éxito. Con la linterna encontré la botella. La saqué. Vacié las píldoras [de fenobarbital] en la mano ahuecada y las miré. Había más de dos docenas de ellas. Eran blancas y redondas, y me susurraban al oído una hermosa promesa. Tomé la botella, pero enseguida me detuve. No podía seguir en ese estado. Estaba volviéndome loco, temiendo a las sombras y a los ramalazos de dolor". Cayó otra vez en la inconsciencia, en la que le parecía flotar en una nada blanca y algodonosa, pero no tomó las pastillas. Varias horas más tarde, volvió a recuperar el sentido, en medio de una profunda oscuridad, aterido de frío y atormentado por la sed.

El resto del 2 de junio fue igual: estaba atontado y melancólico. El viento soplaba a 40 km/h, y la temperatura, que había sido de -15° durante casi todo el día, cayó a -28°C al llegar la tarde. Byrd necesitaba que el termómetro no descendiese demasiado: cada grado centígrado ganado reduciría sus necesidades de encender la estufa, lo cual lo pondría cada vez más lejos de la muerte. De los túneles tomó nieve para comer y de ese modo mitigar la sed, y una vez tuvo que ir a buscar combustible. Luego se volvió a acostar y pudo dormir ocho horas de un tirón.

El día siguiente, domingo, tenía que hablar por radio con Little America. Esto era imperativo: Byrd sabía perfectamente que si no salía al aire por un tiempo prolongado, Poulter, Murphy, Dyer y los demás eran muy capaces de organizar una expedición de rescate... y seguramente no sobrevivirían.

El recluso se arrastró por el túnel de los alimentos hasta el motor generador y comprobó sin demasiada sorpresa que estaba totalmente congelado. De modo que, en un esfuerzo sobrehumano, arrastró al monstruo asesino de 15 kilos hasta colocarlo sobre la estufa encendida y esperó a que se deshelara. Mientras aguardaba, se dedicó a limpiar con el palo el tubo de entrada de aire exterior, que una vez más estaba obstruido por la escarcha.

Finalmente, con 20 minutos de retraso, volvió a llevar el armatoste a su lugar del túnel, consiguió ponerlo en marcha y de inmediato escuchó la voz de Dyer en los parlantes:

"KFZ llamando a KFY. KFY: KFZ llama. Conteste".

Byrd tomó el manipulador telegráfico y transmitió los datos meteorológicos. Los hombres le hablaron de sus proyectos para las operaciones de primavera. Él, sin saber si entendía correctamente, sólo manipulaba lacónicos SÍ, NO o LO PENSARÉ. Cada segundo que la radio seguía encendida agravaría su intoxicación, cada frase que cambiaba con sus muchachos lo acercaba a la muerte. Byrd aceptó agradecido la frase de despedida de sus hombres, y apagó el generador eléctrico. El esfuerzo efectuado lo sumió otra vez en el delirio, y el almirante escribe que esa tarde estuvo muy próximo a enloquecer. Al anochecer salió de la inconsciencia, tragó algo de leche y fue capaz de ingerir seis galletas saladas, primer alimento sólido que comía desde hacía cuatro días.

El día lunes no pudo abandonar la bolsa de dormir, pero por la noche se sintió mejor. Las razones de esto eran evidentes: había descansado y, lo más importante, había tenido la estufa apagada todo el día. Consiguió levantarse y comer algunas galletas, almendras, manzanas secas remojadas en agua caliente y una leche malteada. Esta vez, su estómago toleró los alimentos sin quejarse.

A la mañana siguiente se sentía aún mejor, y pudo levantarse para vaciar el balde de agua servida en el túnel de alimentos. Por la tarde, tuvo fuerzas incluso para girar la manivela del fonógrafo y escuchar el aria "En la vida de la gitana", de "La Boheme" de Puccini. Luego, entusiasmado, puso el "Brindis de Heidelberg" y "Adestes Fidelis".

Y fue en ese momento, escuchando las maravillosas voces que llenaban Base Avanzada, desplazando al silencio y al rugido de los vientos, que pensó: "Puedes hacerlo. Tal vez tienes una posibilidad. Ha de ser sólo una en cien, pero aún tienes una posibilidad de sobrevivir a esto".

El 7 de junio comenzó a dejar atrás las crisis de estupor y la depresión suicida. Pudo hablar con los muchachos de Little America y trajinar en sus tareas diarias.

Sin embargo, el clima comenzaba a confabularse contra él. La mínima fue de 45 grados centígrados bajo cero... Eso significaba que la "ola de calor" había concluido. La película de hielo que nacía del piso de la cabaña comenzó a trepar por las paredes y llegó hasta la mitad de su altura; esto lo desoló, porque significaría más horas con su gran enemiga, la estufa, encendida.

Era, de nuevo, día de radio. A pesar del frío de su sangre, consiguió encender el grupo electrógeno, y allí había música: debido al retraso de Byrd, Charlie Murphy, cansado de repetir la señal de llamada, había puesto un disco. Los acordes de "Tannhaüser" poblaron Base Avanzada. Dick debió esperar a que la canción terminara.

"¿Se quedó dormido, almirante?", lo regañó Charlie.

NO. ESTABA OCUPADO.

Luego de una larga conversación acerca de cuestiones geográficas que el marino no entendía o no tenía ganas de responder, pudo por fin despedirse, cortar y apagar el generador.

Así fue que el almirante Byrd comenzó a temer y odiar las comunicaciones con Murphy, Siple, Dyer y los demás. Estaba empezando a rechazar su único contacto y enlace con el mundo exterior, y los motivos eran tres: primero, que el esfuerzo que le exigía calentar el motor estaba acabando con él. En segundo lugar, que los gases del escape no le hacían ningún bien, y, por último, que temía traicionarse a sí mismo. Podía ser que su pésimo estado de salud le hiciese equivocar al manipular la señal telegráfica y que ellos se dieran cuenta de que estaba mal, o bien podía derrumbarse su voluntad ante tanto dolor y adversidad y rogarles que viniesen por él. Como sabemos, Byrd se había juramentado a no hacer tal cosa durante el invierno, bajo ninguna circunstancia.

"Casi parecía mejor terminar para siempre con las comunicaciones radiales. Traté de encontrar excusas lógicas para darle a Charlie en mi próxima salida al aire, pero encontré que ninguna tenía sentido. ¿Qué les diría? ¿Que hablar con ellos me aburría, que el transmisor estaba a punto de descomponerse, que no se preocupasen si KFY desaparecía del aire? Poulter y Murphy tenían aún cosas para discutir conmigo, y a pesar de las instrucciones que yo había dejado al abandonar Little America y que había repetido una y mil veces al personal de los tractores al quedarme solo, yo sabía perfectamente que cualquier silencio prolongado movilizaría al campamento y los haría tomar una decisión suicida.

Byrd en la mirada de un artista

"Estaba encerrado en un círculo vicioso. Si seguía transmitiendo, el agotamiento y los gases del escape terminarían conmigo; si no transmitía más, el invierno polar destruiría a la expedición de rescate y yo no querría seguir viviendo de cualquier modo. Tenía que continuar transmitiendo. Cualquier hombre cuerdo hubiera hecho todo lo posible por impedir que Siple y Dyer organizaran una expedición para rescatarlo, en medio de las grietas de la Barrera y en la oscuridad de la noche polar. Eso acabaría en un desastre para todos.

"Después, comencé a temer las transmisiones por otro motivo: yo trataba de ocultar mi espantoso estado físico, pero tarde o temprano las manos me traicionarían. Yo sabía que el inteligente Murphy estaba estudiando mis transmisiones con todo su cinismo y su mirada aguda y penetrante. Comencé a enviarle mensajes divertidos para engañarlo, aunque después, al leerlos, me parecieron tontos.

"Por un irónico y cruel capricho del destino, la radio, que debía haber sido mi principal factor de alegría y seguridad, se había convertido en mi mayor enemigo".

7 de junio

Estas transmisiones matutinas están matándome. No las resisto más. Consumen las energías de todo el día. Después de transmitir, ni siquiera puedo dormir. Tengo horribles dolores en los brazos, piernas, hombros y pulmones. No puedo leer, la oscuridad me deprime, todas mis desgracias me parecen un tormento indescriptible.

8 de junio

Tengo problemas para comer. Odio el solo hecho de pensar en alimentarme, pero me obligo a hacerlo. Demoro tres minutos para tragar un solo bocado. Como alimentos deshidratados (puntas de nabo, avena, porotos secos, arroz, tomates en conserva) porque sé que contienen los nutrientes que necesito, y a veces ingiero algún cereal frío remojado en leche. Cuando tengo deseos, me cocino un poco de carne fresca de foca de la que me han dejado ellos.

Hace -40 grados. Mi pesadilla es que cada vez que me acuesto no sé si podré levantarme en la mañana.

Estoy agotado. Mi recipiente más grande es de un galón, y tengo que hacer cuatro viajes al túnel para llenar la estufa de kerosene. He reemplazado el Stoddard por este otro combustible, porque me parece que sus emanaciones son menos nocivas. Me arrastro un poco y descanso otro rato. He ido aumentando las provisiones, dejando muchas a mi alcance, para no tener que caminar tanto.

El viento viene del sudeste, y no me permite conservar el calor dentro de la cabaña. Los dolores del cuerpo me torturan por la noche. Tengo que dormir, pero rara vez puedo conseguirlo. Me aletargo entre sueños horribles y me cuesta un enorme esfuerzo el despertarme. Si me abandono a este estado de estupor, es probable que jamás despierte otra vez.

Esta terrible situación se prolongaba día tras día. La debilidad de Byrd lo obligó a interrumpir sus observaciones sobre la aurora, porque en todo este período nunca pudo permanecer en la superficie más de cinco minutos. Se obligaba a tener la estufa apagada la mayor parte del tiempo, y descubrió que cuando hacía esto sufría de frío pero se sentía mejor de la intoxicación. Sin embargo, la anotación siguiente en su diario cubre el panorama de ominosos presagios:

10 de junio

Me obligo a traer del túnel todo el combustible posible, y trato de hacerlo de los tambores del extremo más lejano [Byrd teme perder totalmente las fuerzas, y que llegue un momento en que no sea capaz de efectuar todo el recorrido; es por eso que intenta utilizar primero los suministros de los extremos de los túneles]. Para peor, el techo del extremo se está cayendo otra vez, y las fuerzas no me alcanzan para apuntalarlo. Quisiera tener un tambor lleno siempre cerca de mí. La realidad es que apenas logro llegar al más cercano. Qué crueles y demandantes son los instrumentos: en el frío y la oscuridad del invierno y la noche polares siguen cumpliendo con su cometido, exigiéndome que les dé un mantenimiento que ya no soy capaz de otorgarme a mí mismo. Son crueles: todo el tiempo me dicen "Si tú te detienes, nosotros nos detendremos; pero si nosotros nos paramos para siempre, tú también lo harás".

11 de junio

Si no consigo aislar la estufa rodeándola con cinta adhesiva, no podré disminuir las emanaciones. Me veo obligado a mantenerla a media llama todo el día, y para proveerme de aire tengo que tener la puerta que da al túnel abierta de par en par la mayor parte del día. Es por eso que siempre tengo frío. Dejé un pedazo de carne sobre la mesa hace cinco días y todavía no se ha descongelado. Esta tarde tuve que apagar el fuego a las 6:30. El dolor de mi hombro es tan grande que no puedo ponerme de espaldas para dormir. Deseo tomar calmantes, pero no me atrevo. Estoy demasiado cerca del desastre, y allí acabaré si me dejo llevar. No puedo alimentarme; tengo tanta dificultad para tragar que tengo que masticar los alimentos hasta que son como una papilla. Anoche nevó. Cuando subí por la escalera para la ob [observación] de las 20, otra vez me encontré con que no podía abrir la portezuela. Intenté empujarla con los hombros, pero ni siquiera se movió. Tuve que bajar, buscar el martillo, y darle infinitos golpes. El esfuerzo me dejó anonanado y agotado.

13 de junio

Gracias a mi buena estrella, el tiempo es muy templado para un mes de junio antártico. Desde el 1° de junio, la marca más baja fue de sólo -44°C el día 7. Ayer, la mínima fue de 39. No hay viento, lo cual también ayuda. Sin embargo, me he visto forzado a tener apagado el fuego tanto tiempo, que el hielo en las paredes de Base Avanzada no se derrite ya nunca. Trepa lentamente hacia el techo, subiendo una pulgada por día. Pese a todo, yo parezco estar mejor [una nueva prueba de que su enfermedad se debe a los vapores de la estufa].

Al día siguiente, Dick se comunicó con Charlie Murphy de Little America. En un intento de levantar el ánimo de Byrd (lo cual demuestra que, en efecto, prestaba atención a sus síntomas, aunque fuese a través del telégrafo), le contó varios chistes, para pasarle luego con el doctor Poulter. "Poulter me dio las respuestas acerca de las emanaciones del farol y la estufa", recuerda el almirante. "Entre los dos faroles, Poulter pensaba que el de emergencia era más seguro. Me advirtió que si el combustible tenía algo de agua, entonces el farol y la estufa quemarían con una llama sucia y amarillenta que produciría CO. Me ordenó reparar todas las filtraciones en torno a los quemadores, que permitían la evaporación del kerosene por causa del calor y que se elevaban como emanaciones tóxicas. Yo no me atreví a pedir más detalles ni a insistir con ese asunto, por temor a confirmar las sospechas que seguramente ellos ya tenían".

En medio de la conversación, Dyer y Poulter mencionaron -como al pasar- que los meteorólogos estaban muy conformes con las observaciones meteorológicas, aurorales y meteóricas de Byrd y que planeaban ampliarlas ellos mismos. ¿Cómo? Estableciendo una base transitoria al sur (entre Little America y Base Avanzada), en la Barrera, a 45 kilómetros de la primera. Esta nueva base estaría sobre el Sendero de Innes-Taylor, pasando el Brazo de Amudsen. El citado brazo era una porción de la Bahía de las Ballenas, llena de grietas y enormemente peligrosa. La luz de alarma debió encenderse en la mente de Byrd, pero el agotamiento y la enfermedad le impidieron ver la realidad en ese momento. Poulter, Dyer y Murphy estaban planeando una operación para acercarse a Byrd, en pleno invierno y en medio de la noche. Esos 45 kilómetros eran un trayecto casi suicida en esas condiciones, pero los hombres de Little America habían tomado ya la decisión de aproximarse a su jefe tanto como se lo permitiera el clima. Habían percibido que algo andaba mal, y muy probablemente se estaban preparando para efectuar una misión de rescate.

El equipo de Little America

En vez de prohibirles tajantemente que establecieran esta tercera base en medio de las otras dos, Byrd simplemente preguntó a Poulter cuándo estarían listos los tractores. Poulter no lo sabía, porque ello dependería del trabajo del mecánico Demas. Luego de explicarle Poulter que ni siquiera sabían si las banderolas que había colocado Innes-Taylor eran aún visibles o si estaban sumergidas en la nieve, Poulter le dijo que el proyecto se llevaría a cabo en aproximadamente un mes.

Cuando el solitario explorador comprendió las implicaciones de la información que acababa de recibir, quiso morir: "Sólo una vez antes alguien había intentado un viaje así de importante en medio de la noche del invierno antártico". En efecto, Byrd se refiere al viaje invernal a pie efectuado por Wilson, Cherry-Gerrard y Bowers, de la expedición Scott, desde el Cabo Evans al Cabo Crozier. Como el lector sabe, toda la expedición de Scott murió poco más tarde. La comprensión de que Poulter intentaría rescatarlo y de que él no podría hacer nada para impedírselo lo destrozó.

El 15 de junio hicieron 22 grados bajo cero temprano por la mañana, para caer luego violentamente a -29. El sábado 16 -"negro como boca de lobo", escribe el almirante-, el barómetro bajó a 714 mmHg, prolegómeno de un enorme viento del noreste que barrió la Barrera durante horas. El tubo de ventilación y la chimenea de la estufa se le llenaron de nieve una vez más. Tres días más tarde era día de comunicaciones nuevamente.

18 de junio

Mi enemigo me golpeó otra vez. El motor había estado andando mal en la comunicación anterior, de modo que para el nuevo diálogo lo puse en marcha media hora antes a fin de poder hacerle los ajustes necesarios. Limpié el hielo que había en el tubo de ventilación sobre el motor, regulé la válvula de mezcla hasta que pareció funcionar perfectamente y allí estaba, felicitándome de mis precauciones cuando me desmayé y caí fulminado. Me arrastré hasta la cabaña, cerré la puerta y esperé la hora de la llamada. Respondí tarde y me costó mucho comprender las preguntas. Espero que mis repuestas a Charlie hayan sido coherentes. Traté de mantener la cabeza baja cuando tuve que ir al túnel para apagar el motor, pero era tarde: había vuelto al lamentable estado de los cuatro primeros días del mes. Quiero seguir contando cosas, pero me cuesta mucho escribir. Lo peor es que Poulter, Murphy e Innes-Taylor se han dado cuenta de algo: hoy me han dicho que adelantarán el comienzo de las operaciones de primavera. Van a colocar bases intermedias en agosto, con los tractores.

En realidad, leyendo esta anotación tal como está, se observa que Byrd relata su recaída como si hubiese sido muy leve: por el contrario, fue gravísima. La explicación de esto es que Richard escribía su diario principalmente para su familia. Por eso, en caso de que no sobreviviera y el libro les fuera entregado, quería ahorrarles la angustia de conocer los espantosos sufrimientos de sus últimos momentos.

La tarde del 18, luego de esta nueva intoxicación, Byrd no pudo siquiera reunir fuerzas para ponerse de pie e intentar efectuar la ob de las 8 de la noche. No pudo dormir, y se pasó la noche en la bolsa de dormir, atenaceado por mil horribles dolores, con el corazón en plena taquicardia y vómitos constantes. Durante la noche se mordió gravemente los labios, y como la estufa estaba apagada tantas horas por día, la sangre se congeló sobre las heridas, sellándole le boca con un tapón de hielo.

Varios días atrás había traído del túnel unas bolsas térmicas que contenían un compuesto químico que producía calor al echarle agua, y había dejado varias de ellas al alcance de la mano. "No hubiese podido sobrevivir a esa noche si no hubiera sido por ellas", dice, lúgubre.

Durante los días que siguieron y por increíble que parezca, Byrd consiguió persistir en sus observaciones meteorológicas. Por la noche, sufría en silencio.

En sus momentos de lucidez, se puso a meditar acerca de los planes del doctor Poulter y el joven Murphy. Byrd sabía que las operaciones de primavera que querían adelantar sólo podían llevarlos en dos direcciones: o al este, hacia la Tierra de Marie Byrd, o al sur, hacia la Tierra de la Reina Maud. Esta última los haría pasar por la mismísima puerta de Base Avanzada. Richard tenía que tomar -en la oscuridad de su tormento y en el estado en que se encontraba- una dificilísima decisión: tratar de disuadirlos y morir, o pedirles que viniesen por él. Se acercaba el solsticio de invierno -21 de junio-, y él era consciente de que el sol comenzaría a acercarse cada vez más al horizonte, para finalmente asomar por él y llevar el día nuevamente a Base Avanzada. "Mi mente se aferró a la idea de que debía atraerlos aquí primero. Por mí y por mi familia, en la fecha más pronta posible que fuera compatible con su seguridad. Era la única decisión sensata. Cuando hablase mañana con Little America, les daría instrucciones instándolos a acelerar los preparativos para el viaje al sur. Pero debía hacerlo de tal modo que no percibiesen urgencia alguna. No tenían que darse cuenta de que yo tenía ninguna razón especial para desear que viniesen. O lo hacía exactamente así, o mejor no hacía nada". Si Poulter y Charlie pensaban que Byrd los estaba llamando, posiblemente intentarían llegar a él ahora mismo, y entonces todos morirían.

Cuando hablaron por radio al día siguiente, Dick dio a John Poulter una complicada explicación acerca del agotamiento financiero que estaba produciendo la expedición, y de la necesidad de concluirla lo antes posible. El científico estuvo de acuerdo en acelerar al máximo los preparativos, prometiendo no intentar acercarse a Base Avanzada antes del inicio de la primavera. Byrd respiró aliviado, y pronto cortaron.

El 22 de junio hizo -46°C, y estas temperaturas persistieron durante días.

23 de junio

Lo estoy pasando muy mal. Paso horas y horas en el saco de dormir, esperando que el veneno se limpie de mi cuerpo. Estoy aquí, con el fuego apagado y el farol sin encender. No tengo hambre. No puedo comer.

24 de junio

Me siento muy mal. Tuve que hacer el esfuerzo y hablar por radio.

25 de junio

Nada. Nada...

26 de junio

Estoy viviendo con solo 1.200 calorías diarias. No es suficiente: mi dieta debería ser de 2.500 por lo menos. Esta mañana derretí un gran trozo de mantequilla y me lo bebí con la leche. Eso, algunas habas, arroz, un tomate, puntas de nabos en conservas y algo de jamón es todo mi sustento.

27 de junio

Nada, y sin embargo debiera escribir de tantas cosas, si sólo tuviera las fuerzas y la voluntad...

Al día siguiente. Dyer llamó a Byrd y le explicó que Poulter y Murphy habían ido con el tractor N° 1 a través del Brazo de Amudsen hasta la parte superior de la Barrera, y que todo había marchado muy bien. Habían conseguido evitar las grietas y marcar un camino, sin dificultades para seguir luego la huella de Innes-Taylor. Poulter había decidido salir con cinco hombres hacia el sur, ¡pero entre el 23 y el 29 de julio! Le dieron una compleja explicación acerca de que la luna de frente y el sol de espaldas les dificultaría unas observaciones meteóricas que deseaban hacer, y le pedían su opinión acerca de todo el asunto. Tratando de dilatar su decisión, Byrd les ordenó que hiciesen más viajes de prueba y le hicieran saber los resultados; luego, él decidiría con todos los naipes en la mano.

"Si yo caía", escribe con tristeza, "se produciría una espantosa confusión. No solamente a causa de mi muerte, sino porque al desaparecer yo, desaparecería también el motivo aglutinante que había mantenido a esos cien hombres unidos tras un fin común. Yo era la causa de que ellos estuvieran allí, yo era la dirección y el financista, el hombre que había conseguido miles de dólares y había contraído grandes deudas para que ellos estuvieran allí".

Esa noche la pasó sentado, con las piernas cruzadas dentro del saco de dormir, con su almanaque náutico, la tabla de logaritmos, el mapa del Sendero de Innes-Taylor, lápiz y papel, y comenzó a hacer cálculos.

Poulter tenía razón: la luna regresaría durante la segunda quincena de julio y al principio de la tercera semana estaría llena. El sol, acelerando desde abajo en dirección al horizonte, se aproximaría tanto como para producir algo de claridad al mediodía. Byrd, intentando ser absolutamente prescindente y honesto -como si no le fuera la vida en esos cálculos- contabilizó el consumo de combustible, la velocidad promedio, la capacidad de los tractores y las medidas de seguridad que la expedición de Poulter debería cumplir.

La pregunta capital era si serían capaces de seguir la huella con tan poca luz. Tendrían que desplazarse lentamente de una banderola de las que había puesto Innes-Taylor en sus trineos a otra, separadas ahora por 500 metros una de otra (originalmente estaban a 1.000 metros, pero Dyer, luego de abandonarlo en Base Avanzada, había duplicado el número, colocando una más entre cada dos). La tarea no sería fácil: era cuestión de encontrar un trozo de tela naranja rectangular de más o menos 30 cm., que muy probablemente estuviera sepultada en la nieve o hubiese sido arrancada por las fuertes ventiscas del mes de mayo.

Era demasiado difícil. Los bordes de las banderas podían haber sido cogidos por la nieve y estar inmovilizados, y esto haría casi imposible divisarlas desde medio kilómetro de distancia aunque no hubiesen sido cubiertas totalmente. Este pensamiento lo deprimió, y el abatimiento y el cansancio se desplomaron sobre él, reemplazando la luz de la esperanza que lo había iluminado algunas horas antes.

El 28 hizo -50°C, para subir a -48 el 29 y caer a -49 el sábado 30. La capa de hielo trepó por las paredes de Base Avanzada y llegó ese día a menos de un metro del techo. "La recaída me había asustado mucho, y mi miedo era que llegase el día en que no pudiese levantarme de la cama para buscar combustible". Como es lógico, si ese día llegaba, sería el último de la vida de Byrd. Atemorizado, comenzó a utilizar cada gramo de sus menguantes energías para acumular kerosene en el interior de la cabaña, llenando con él cada recipiente y cada lata vacía de alimentos.

1° de julio

El frío ha regresado. Hoy hace 54 grados bajo cero. Junio nunca pasó de -51°C, pero julio pretende compensar eso. Cuando enciendo la estufa debo abrir la puerta. Paso sin calefacción más de 14 horas por día. No he podido ocuparme de la nieve, y se ha amontonado sobre el techo.

2 de julio

He comenzado a leer de nuevo. Aunque aún estoy débil y estúpido, me siento mejor.

3 de julio

52°C bajo cero. Hoy me he deshecho de los desperdicios que había estado arrojando al túnel, justo afuera de mi puerta. Los llevé arriba con un balde y una cuerda y los lancé a sotavento. Lo hice seis veces. Los túneles están ahora mucho más limpios.

4 de julio

Hace -46 grados, y tuve que esforzarme, porque mi cuerpo comienza a huir del frío, a sufrir con él. Esta tarde se me congeló la nariz y se me helaron cinco dedos.

Escribe el almirante -fuera de su diario- por estos días: "Cuando la temperatura bajaba a los -50 ó -60°C, desde el frío nacía un viento estremecedor, con ráfagas que literalmente rebanaban la carne del rostro. Los dedos de los pies se congelaban y me hacían perder totalmente la sensibilidad. Mientras intentaba descongelar la sangre y hacerla circular otra vez, se me congelaba la nariz, y cuando había conseguido descongelar ambas cosas, se me helaban las manos. Las muñecas, la garganta, la parte del cuello que rozaba contra el casco y los tobillos palpitaban y me atormentaban, fuera con fuego, fuese con hielo".

El jueves 5 de julio Dick Byrd recibió otro duro golpe del destino: el generador de la radio se descompuso definitivamente. La falla, para peor, era irreparable: se había partido el eje del motor, seguramente debilitado por el frío. La única forma de ponerlo en marcha otra vez era reemplazar el eje por uno nuevo, pero Dick no disponía de un repuesto y las ferreterías estaban cerradas en las cercanías de Base Avanzada.

Por supuesto, tenía todavía el generador de emergencia accionado a mano, pero el muy maldito había sido diseñado para dos hombres y Dick, solo y en su estado de debilidad difícilmente podría hacerlo funcionar. En la teoría, un hombre daba vueltas a la manivela mientras que el otro manipulaba el Morse. Si no quería que Base Avanzada perdiese la calma al no encontrarlo al aire, tendría que bastarse solo para cumplir las dos tareas.

El viernes, Byrd sacó de su caja el equipo de emergencia. Guiándose por el manual hizo las conexiones correctas. A las 2 de la tarde puso un libro sobre el manipulador para que Little America escuchase una portadora continua -si es que estaba escuchando- y comenzó a dar vueltas a la manivela con ambas manos. "El esfuerzo que se requería era aún mayor que el que yo había imaginado. Tan pronto como el aparato estuvo girando rápidamente, quité el libro del manipulador y traté de pulsar la señal de llamada: KFY-KFZ. Estuve llamando durante cinco minutos y luego cambié el conector de la antena del transmisor al receptor, pero sólo escuché el rasguido de la estática. Probé las otras dos frecuencias que Dyer me había enseñado como alternativas. Silencio. O bien yo no estaba al aire, o tenía el receptor mal sintonizado, o bien Little America no estaba escuchando. Recorrí todo el espectro, y no había nada. Habría llorado de desesperación. Después de descansar en la litera diez minutos, llamé de nuevo, aunque me resultaba evidente que, a este ritmo, mis escasas fuerzas no durarían mucho. Cuando volví a cambiar la antena al receptor, estaba tan cansado que ya nada me importaba".

Entonces, de repente, la voz de Dyer inundó Base Avanzada: "Adelante, KFY. Lo escuchamos. Adelante, por favor. Estamos escuchando".

Byrd les explicó en pocas palabras que el transmisor se había descompuesto, y Dyer le respondió: "Lamentamos oír eso, almirante. Trataremos de disminuir nuestro tráfico de mensajes". Luego, Charlie Murphy tomó el micrófono y, lenta y cuidadosamente, explicó a Byrd que el viaje que estaban planeando sería muy duro y arriesgado. "Si yo estuviera en su lugar, no me haría muchas ilusiones de que llegaran hasta usted antes de fines de julio, y existe una gran probabilidad de que sea mucho después".

La conversación terminó, entonces, con un Byrd derrengado, doblado sobre la culata del generador, sudando a chorros en una temperatura ambiente de 51° centígrados bajo cero.

Esa noche tuvo su tercera recaída y se acostó agotado, presa de los vómitos y del insomnio en su cabaña oscura.

7 de julio

Todo, incluso yo, está helado. Hace dos semanas completas que el termómetro se ha estado moviendo entre -40 y -50 grados. En este momento marca -45°C. El hielo de las claraboyas desciende para reunirse con el que sube a su encuentro por las paredes. Espero que el frío disminuya, porque si no lo hace, tendré que encender más la estufa, aún a costa de menos aire y más gases tóxicos. Estoy en estado calamitoso, con el cerebro confuso y muy cansado. Hoy nuevamente perdí la hora de la comunicación con L.A. Estuve llamando y escuchando durante media hora, y al fin transmití a ciegas "No puedo oír nada. Aquí todo OK, OK, OK...".

Las esperanzas de Dick no se concretaron. El frío pareció aposentarse en la Barrera. Desde la anotación anterior y hasta el 17 de julio (¡diez días enteros!) la temperatura nunca fue superior a los 48 grados bajo cero. La mayor parte del tiempo permaneció por debajo de los -51°C, y el día 14 llegó incluso a 57 bajo cero. Cada vez que Byrd abría la puerta de la cabaña, podía ver cómo se formaba ante sus ojos una pequeña tormenta en miniatura: el aire supercongelado del túnel chocaba violentamente contra el más caldeado del interior y se formaban en el dintel unos grandes remolinos de niebla. "Ni siquiera cuando dejaba que la estufa ardiera quince o dieciséis horas al día conseguía calor suficiente para derretir el hielo que seguía trepando por las paredes a razón de una pulgada al día. La mitad del techo estaba cubierto por cristales de hielo. Finalmente, la capa de hielo llegó al techo en todas partes, excepto tras de la estufa. Pese al peligro de incendio, debí comenzar a dejar un farol encendido bajo el registro para mantener las pilas por encima del punto de congelación".

Byrd no salió a los túneles en todo este tiempo, sino que vivió del alimento y el combustible que había acumulado en el interior de la cabaña. Estaban congelados hasta un punto increíble: incluso luego de cocinarlos durante horas, casi siempre tenía que comerlos con cincel y martillo en vez de cuchillo y tenedor. Dos dedos se le habían quemado horriblemente por manipular metales a -60°C, se le veían las costillas y la piel suelta le colgaba de los brazos. Al abandonar Little America, el almirante Byrd pesaba 81 kilos: ahora, apenas marcaba 57.

Sus anotaciones en el diario dan buena cuenta de su estado de ánimo:

9 de julio

Soy como una tortuga boca arriba. No puedo leer, no tengo fuerza para dar manija al fonógrafo. Tengo que salir de esto con ayuda de mi fe, pero he perdido completamente la paz interior que anteriormente me sacó adelante. En alguna parte debo haberme apartado del camino correcto.

10 de julio

Como el frío no ha disminuido, me he visto obligado a tener la estufa encendida tanto tiempo que creo estar absorbiendo una dosis excesiva de gases. Conozco muy bien los síntomas, pero me resulta difícil decidir qué me hace más daño: el frío o las emanaciones. No consigo encontrar el exacto término medio. Anoche no pude dormir y tuve que tomar una de esas píldoras. He estado muy débil durante todo el día...

11 de julio

Anoche estuve completamente deprimido, con la mente cansada y confusa. Me sentía tan mal que, pese a mis promesas, encendí el farol de presión y estuve media hora mirando su brillante luz. Lo que me ha destrozado es perder el contacto con Little America. El lunes 9 no pude oír nada; ayer martes, tampoco.

12 de julio

Escuché a Dyer llamándome débilmente. Hice mi máximo esfuerzo y transmití "Lo escucho. Lo escucho", pero no hubo respuesta. Nunca llegó a él. En seguida cayó el silencio. Era como estar hundiéndome en arenas movedizas y pidiendo ayuda a una persona sorda que no podía escucharme.

14 de julio

¡Gracias a Dios, creo que encontré la falla de mi radio! Tenía una conexión suelta en la antena. El frío no afloja su garra. Sigue haciendo 57 grados bajo cero.

15 de julio

Hoy conseguí comunicarme con Little America, pero el trabajo en la manivela me ha dejado tembloroso y agotado. La buena noticia es que no parecen haberse dado cuenta de lo que me pasa. Les dije que, si salían, llevasen muchas banderolas, gasolina, alimento y tiendas de campaña, y que tendrían que cuidarse de no perder la huella o quedarse sin nafta. Les ordené que si perdían la huella, volviesen de inmediato a Little America: "En ningún caso deben arriesgar las vidas de los hombres". Charlie dijo que intentarían el viaje el primer día bueno posterior al 20 de julio. Luego nos pusimos de acuerdo en los horarios de las transmisiones.

El registro de las llamadas de Little America muestra que lo último que Byrd transmitió fue: OK ESCUCHEN DURANTE DIEZ MINUTOS CADA DÍA MHINFD DOLKHN K. Dyer le dijo: "Repita", pero nunca hubo respuesta.

Dice el almirante Richard Byrd: "Yo estaba mintiendo, pero no tenía otra alternativa. Ellos, en Little America, también me mentían, pero la diferencia es que ellos se habían percatado de mis mentiras, y, como comprendieron que yo les había inventado una historia para engañarlos, hicieron una aún mayor para engañarme a mí".

La realidad es que Charlie Murphy se había dado cuenta de que algo andaba mal en Base Avanzada en la última semana de junio, cuando Byrd había pasado uno de sus peores momentos. Luego declararía Murphy: "No tenía nada en qué basar mis sospechas, nada más que mi intuición, mi imaginación y la ausencia de noticias suyas". El silencio de Byrd en julio le dio algo más tangible, lo que, sumado a los problemas para accionar el equipo manual, los párrafos de código ininteligible y los varios minutos que pasaban entre palabra y palabra, le permitieron diagnosticar fácilmente una profunda debilidad física y mental en su comandante.

Al principio, lo demás no creyeron la teoría de Charlie, pero este argumentó que si él tenía razón y los otros estaban equivocados, nunca se lo perdonarían. Le dijeron que el sentido común y las reglas impuestas por Byrd exigían que, si la expedición al sur iba a convertirse en una operación de rescate, le preguntaran en forma directa al hombre supuestamente en problemas si de verdad necesitaba ayuda.

Pero Charlie Murphy sabía que eso era una tontería: si preguntaba, Byrd obviamente se vería obligado a contestar negativamente. Al fin de muchos cabildeos, Poulter y Murphy lograron convencer a los demás con el argumento de que el viaje les permitiría matar dos pájaros de un tiro: hacer las observaciones previstas para la primavera -sólo que mucho antes- y, de paso, preguntar personalmente al almirante si necesitaba algo.

"Todo esto lo sé ahora", escribe Byrd en un texto de 1938: "No podía saberlo en julio de 1934, y Charlie Murphy se preocupó muchísimo de que yo no me enterara de nada. En todos estos años he ido descubriendo solamente pequeños retazos de la verdad. Aún hoy, dudo mucho que sepa todo. Los hombres que tomaron las determinaciones en aquellos tiempos han decidido guardarse para sí el papel que jugaron en ellas, y los otros saben sólo una o dos cosas. Sin embargo, ahora escribo todo lo que yo he llegado a saber".

El mes de julio de 1934 continuó transcurriendo en medio de un horrible frío y una depresión aún peor. Aunque una parte de su alma se resistía a la idea de que sus hombres arriesgaran sus vidas por él, otra parte de Byrd abrigaba una descabellada esperanza: "Un día me senté en el exterior, sobre la nieve que cubría la salida de la chimenea de la estufa, a observar cómo la luz aumentaba y disminuía, y me dije que pronto, más allá de la Barrera, vería aparecer la luz amarilla de los faros de un tractor. Pero no era capaz de pensar en eso mucho tiempo: había sufrido demasiado como para arriesgarme a una nueva desilusión".

16 de julio

No puedo encontrar razones para esto, pero hoy han aumentado mis esperanzas de que, en efecto, uno de estos días aparezca un tractor en la Barrera. Hace un frío espantoso: hoy está en -46. Ayer sobrepasó los -55 grados, anteayer hicieron -56, y el día anterior nunca subió por encima de -57°C.

17 de julio

La temperatura era de -51°C, pero está subiendo. Quizás se quede en 40 grados bajo cero. He estado rogando que el frío termine de una vez. A pesar de que dejé una estufa Primus en el túnel, hoy se me congeló definitivamente todo el kerosén de los tambores.

Al día siguiente la temperatura comenzó, en efecto, a ascender. Un viento del este que luego viró al sur trajo -33 grados y, al soplar algo más fuerte, la hizo subir a -31. Eso salvó la vida de Byrd. En su intento de mantener el túnel del kerosene por encima de su punto de congelación, había tenido la puerta abierta todo el día con la esperanza de que el calor de la estufa que fluía hacia el túnel consiguiera llevar a cabo la tarea. La consecuencia, obviamente, fue que la cabaña se convirtió una vez más en la tumba helada que Petersen había vaticinado lo que parecía un siglo atrás.

Por la tarde, Murphy le informó que, si el estado del tiempo lo permitía, el tractor saldría a las 6 de la mañana del día siguiente (19 de julio).

Pero el tiempo decidió dejar de colaborar: duarnte la noche, el termómetro bajó de -31 a -43°C. Y seguía descendiendo.

Al mediodía del día siguiente había llegado a -51. Una nueva comunicación de Little America hizo saltar en su pecho el corazón del almirante: "Dice Poulter que saldrá en una hora. El tiempo está despejado".

"No me siento inclinado a describir lo que pasó después. Ni siquiera un hombre condenado a muerte a las 12, recorriendo la superficie de su celda con la esperanza de que a las 11 se le conmute la pena, puede haber sufrido más de lo que yo padecí entonces. Además de pensar en mí mismo, temía lo indecible por las vidas de los otros cinco hombres que venían a buscarme. La excitación que sentí mientras esperaba que me anunciaran su partida desapareció, y fue reemplazada por el remordimiento y la culpa por haber aprobado el viaje y el horrendo temor por sus posibles consecuencias".

Por la noche hacía ya -52°C. Ahora, enfermo o no, era el momento de trabajar de firme. Byrd tenía que indicar de algún modo su presencia a los hombres, para que no pasaran a su lado sin verlo. Tenía nueve bengalas de magnesio, de las que tomó seis y las colocó en una cajita al pie de la escalera que llevaba al exterior. Tomó dos secciones de tubo que hubiesen debido servir de repuestos al cañón de la chimenea y las subió a la superficie. Las puso de pie sobre la nieve y apoyó una tabla sobre ellas a manera de caballete. Encima colocaría baldes y latas de nafta a manera de señal luminosa para los hombres del tractor.

Una llamada de Dyer lo interrumpió en su trabajo: eran las 4 de la madrugada. Le informó que Poulter había salido de Little America a las 2:30 y se acercaba a él rápidamente.

A las 8 hacía nada menos que 54 grados bajos cero; una hora más tarde, había llegado ya a los -59°C.

A medianoche, Murphy volvió a comunicarse. Con voz compungida, explicó a Byrd que el tractor de Poulter estaba ahora a 27 kilómetros de Little America y que, aunque aún seguía adelante, se había visto obligado a reducir la marcha. Nevaba intensamente y su visibilidad era cero. "Las banderas solo sobresalen de la nieve unos 5 cm", informó Charlie. Deben desplazarse de una a la otra por medio de la brújula. Cuando pierden una, deben dar vueltas en círculos hasta encontrarla. Para colmo, el viento ha derribado algunas".

A las 3 de la mañana, la temperatura era de -62°C, y allí se mantuvo al día siguiente hasta las 4 de la tarde, cuando descendió aún a -63°C dentro de Base Avanzada. En la superficie hacía menos de -64.

"Armado con la máscara y conteniendo la respiración hasta que estuve fuera de la escotilla", dice Byrd, "me dirigí al cañón de la estufa. Traté de no mirar hacia el norte por no sufrir un desengaño... Sin embargo, lo hice, por si acaso viera las luces del tractor. Una luz vacilante hizo dar un vuelco a mi corazón, pero solo era una estrella muy baja sobre el horizonte. Mis pulmones se contraían a cada inspiración, y pensé en los hombres del tractor: nadie en el mundo podía viajar muy lejos con esas temperaturas...".

Cuando Byrd miró al cielo, dejó de pronto de ver nada. "Estoy ciego", pensó, pero no era así. En un parpadeo, las lágrimas del ojo se habían congelado en ambos párpados, soldándoselos con grumos de hielo. Cuando logró despegarlos, se le habían congelado las venas de ambas manos. Mientras las calentaba en la entrepierna, se le volvieron a congelar los párpados. Decidió descender: se deslizó por la baranda de la escalerilla. Cuando se quitó la máscara, llegando abajo, el tirón le arrancó dos jirones de piel de las mejillas, debajo de los párpados inferiores, allí donde la máscara se había adherido a la carne congelada. El termógrafo aún marcaba 64 grados bajo cero.

Al día siguiente, domingo 22 de julio de 1934, la temperatura subió a extremos casi "tropicales" para aquel lugar y en aquella época: fue "solamente" de 50 grados bajo cero. A las 3 de la tarde, Byrd subió a la superficie y encendió dos latas de combustible a modo de señal. El humo se elevó hacia el cielo, pero ninguna luz llegó desde el norte.

23 de julio

Nada. He subido una y otra vez, pero fue inútil. A la tarde encendí otras dos latas de gasolina. Pero así es como se llega a la locura: dejándose arrastrar por esperanzas sin sentido. Hoy hizo -58°C. Se me congeló la mejilla izquierda y el cabello húmedo se me quedó pegado al saco de dormir.

24 de julio

Nada. Nunca me perdonaré si algo le sucediese a Poulter. La temperatura ha estado oscilando entre -45 y -50°C.

25 de julio

Nada. Nada, más que el viento y la nieve. No hay nada en la radio, y una perversa voz me dice que no sólo Poulter ha sufrido un desastre, sino que la catástrofe se ha llevado también a los hombres de Little America. Sin embargo, sé que esto NO PUEDE SER.

El día 26 declinó la sudestada, y el termómetro subió hasta 25 grados negativos. Byrd se afanó con la manivela del generador a la hora correcta, y consiguió captar la voz de Charlie Murphy que le informaba que el tractor de Poulter, luego de tres días de duro batallar, había perdido por completo la línea de banderas al comienzo del Valle de las Grietas. Después de buscarlas en círculo durante horas, había temido quedarse sin combustible y se había visto obligado a regresar a Little America. No ha quedado registrado el impacto que esta noticia debió hacer en el ánimo del almirante, pero fácilmente podemos imaginarlo. "Poulter se prepara para un segundo intento", fueron las últimas palabras de Charlie que pudo captar Byrd.

Al día siguiente, viernes, la temperatura era de solo -18 grados. Luchando con desesperación con la manivela del generador, consiguió ponerse de acuerdo con Charlie Murphy en varios puntos: él podría una luz en el poste del anemómetro, a las 3 de la tarde y las 8 de la noche remontaría un barrilete con una luz, y Poulter desplegaría uno similar desde la ventanilla de su tractor. La transcripción exacta de la transmisión de Byrd, según consta en la bitácora de comunicaciones de Little America es la siguiente: SI USTEDES ME ESCUCHAN VEN RNATEUN LA TEMPERATURA ABRIGADA SIGAN VHUELLA Y SAM ALL ESPEREN SAM ALL GRIETAS LO MAS CERCA POSIBLE JAVIF KAOCL TENDRE UNA LUZ AFUERA ESPEREN QTRSACU [QTR, en telegrafía, significa la hora exacta expresada en Zulu, esto es, la hora del Meridiano de Greenwich) ENNAT TRES PNP ROCIOL PM CO ENCUMBRARE COMETA COMETA COMETA CON LUZ ESPEREN QUE POULTER TRAIGA COMETA Y ENCUMBRE AL MISMO TIEMPO.

Lo que Murphy y los suyos no sabían era que las fuerzas de los brazos de Byrd ya no eran suficientes para empuñar la manivela. Había tenido que apoyar el equipo en el piso y, sentado sobre él, operaba la manija a patadas mientras trataba de pulsar el manipulador al mismo tiempo.

Busto de Richard Byrd en la base antártica McMurdo Sound, que él fundó

El sábado 28 el viento viró al sur y se extinguió. La nieve, que había caído tres días sin parar, se detuvo. El domingo el viento regresó, y el termógrafo mostró una marca de -50 grados. Byrd subió para encender dos bidones de combustible y luego, presa de la depresión, tomó un poco de alcohol del que usaba para limpiar los instrumentos, lo mezcló con agua de nieve y se lo bebió a grandes dosis.

Fue un error: en su estado de extrema debilidad, el alcohol lo derribó como si lo hubiesen noqueado, y lo dejó todo el día incapacitado, con terribles dolores de cabeza y un gran malestar de estómago.

29 de julio

Aún estoy medio borracho. A pesar de la niebla que hay en mi mente, me he preocupado de cancelar las órdenes que había dado a Poulter [se refiere a regresar a Little America si perdía la fila de banderas]. Ha sido una pésima orden.

Byrd se había percatado de que su rescate sería imposible si él no anulaba la orden de no apartarse de las banderas. Más de una vez sucedería, y tenía que brindar a Poulter la libertad de buscar otro camino si quería que llegase hasta él. El remordimiento lo corroía, y trató de calmar su conciencia encendiendo dos latas sobre el tablón y una más colgada de una soga que pasó por sobre la antena de la radio, a cinco metros de altura.

Así pasó el mes de julio: de sus 31 días, 20 de ellos marcaron menos de -51°C, y 6 llegaron a extremos inferiores a los -56.

Hacía 61 días que Byrd estaba enfermo: dos meses y un día desde que se había derrumbado en el túnel por primera vez. El hielo había conquistado absolutamente toda Base Avanzada: no quedaba un solo rincón libre de él. Cubría el piso, las cuatro paredes y el techo. Nadie sabía si Poulter podría llegar a Byrd, y el sol tardaría aún 27 días en volver a salir.

2 de agosto

Little America no está al aire. Hoy encendí una lata de gasolina a la tarde y otra al anochecer. La temperatura se ha moderado. De los -46,6°C de ayer pasó a los -18,9° de hoy.

3 de agosto

Poulter no ha partido de Little America. Tienen niebla. Hoy hizo aquí -18°C, pero ahora (10 de la noche) ha bajado a -40.

4 de agosto

Poulter ha partido. Trae mucha gasolina. Hace -34° sostenidos.

El día siguiente -domingo- trajo noticias que, una vez más, destrozaron a Byrd. El tractor estaba inmovilizado en las grietas del Brazo de Amudsen, muy cerca de Little America. No había podido encontrar el camino que había seguido la vez anterior, y una de las orugas había caído en una grieta. Los hombres luchaban en el frío para liberarla.

Fue entonces que Byrd perdió la calma: no podía entender que Poulter estuviera en apuros a sólo 15.000 metros de Little America y que Charlie no enviara otro tractor para ayudarlo. Giró la manivela y envió un amargo e iracundo mensaje ordenándole que lo hiciera, pero por fin sus pies cedieron sobre la manivela y la frase quedó sin terminar. Charlie Murphy anota en su bitácora de ese día: "Las fuerzas de Byrd parecen agotarse después de transmitir unas pocas palabras".

6 de agosto

Poulter se encuentra a 34 kilómetros de Little America. Consiguieron sacar el tractor de la cueva, pero las fallas mecánicas lo están matando. Primero se le rompió el embrague, luego se le cortó la correa del ventilador. Me siento muy mal por mi mensaje de ayer: he cometido una grave injusticia con mis amigos al dudar de su criterio. Me da mucha rabia comprobar que, después de 66 días tratando de ocultar lo que me sucede, me he traicionado en un solo arranque de impaciencia. Me retiraré a dormir ahora: estoy hundiéndome más bajo que el más vil de los pordioseros. Hacen 51 grados bajo cero. Soñaré que, tal vez, mañana me despierte con ellos aquí.

Esta esperanza era irracional: el martes fue un día descorazonador para todos. A 42 kilómetros de Little America (es decir, a menos de la mitad de la distancia cubierta en la primera intentona), el embrague de Poulter se había roto definitivamente y había debido retornar a Little America en segunda velocidad... Para colmo, el transmisor de Byrd volvía a fallar y Murphy no podía entender lo que decía.

Pero Richard no podía permitirse ceder: llevó a la superficie las señales de magnesio y varias docenas de latas de nafta, y colocó en la veranda una cometa de señales de dos metros de largo. Faltaban tres semanas para que volviera a salir el sol.

8 de agosto

Hoy han vuelto a salir Poulter, Demas y Waite. El tiempo es claro, pero hace 50 grados bajo cero. Es la tercera tentativa. Hablé con Charlie, que me dijo: "Mantenga las luces encendidas, Dick. Creo que esta vez lo van a conseguir".

A las 4 de la tarde le contaron que Poulter había avanzado 67 kilómetros y que viajaba en forma normal. Byrd estaba destrozado: tenía que descansar. A pesar de ello, se juramentó a tener la cometa en el aire a las 7 de la mañana, y a encender dos latas cada dos horas durante todo el día. Pensando en esto, se durmió por fin.

Despertó sobresaltado: ¡se había quedado dormido! Eran las 7:30, por lo que se levantó de un salto y salió a la superficie. Era noche cerrada y había densas nubes por el oriente. "Por costumbre, miré hacia el norte, y esta vez juré haber visto una luz. Cerré los ojos para asegurarme, y cuando los volví a abrir, la luz había desaparecido. Las estrellas me habían engañado muchas veces".

Bajó rápidamente, subió el barrilete que descansaba al pie de la escalera y empapó su larga cola con gasolina.

El primer tirón a la piola hizo subir el artefacto a 30 metros, que comenzó a balancearse con una visible luminosidad de su cola en llamas. Cuando la cola se apagó y cayó, Dick volvió a mirar al norte. No hubo respuesta. Encendió dos señales de magnesio, pero no vio nada. Sus luces (especialmente el barrilete) tenían que haber sido visibles desde al menos 30 kilómetros, ya que esa parte de la Barrera era absolutamente llana.

Mirando a la Antártida desde la parte posterior del monumento a Byrd en la costa neocelandesa

Desesperado, regresó a la cabaña y puso en marcha, con gran esfuerzo, la manivela del generador, sólo para descubrir que Little America no estaba al aire. Varias veces creyó oir el ruido de las orugas, pero comprobó que no eran más que los chasquidos naturales de la Barrera.

Una hora más tarde, encontró a Charlie en la frecuencia acostumbrada, para enterarse, jubiloso, de que Poulter estaba a 149 kilómetros al sur de Little America. Al paso que iba, llegaría a Base Avanzada en ocho horas más, tal vez algo después de las 7 de la mañana.

"Aún así, la prudencia me movió a prepararme para el caso de que llegaran adelantados. A las 5 salí a la superficie. El cielo se había despejado, pero la falta de luz mostraba una Barrera negra y vacía. Encendí una lata de gasolina, sin respuesta. Bajé y dormí una hora. A las 6 estaba de nuevo en la escotilla... y esta vez realmente vi algo. Un rayo de luz se elevó verticalmente desde la Barrera, se alzó directamente al norte y luego cayó, tocó una estrella y se apagó. No había dudas: era el reflector del tractor de Poulter, a no más de 16 kilómetros de mí".

Comprensiblemente feliz, Byrd volvió a remontar la cometa, esta vez con una bengala atada a la cola. Tirando con fuerza, logró remontarla a 25 metros de altura. Con el aparato volante en el aire, se sentó en la Barrera para escudriñar el norte. Era el día número 75 de su enfermedad y el 147 desde que había quedado solo en Base Avanzada.

Era hora de acabar con su tormento.

A las 8:30 aún no se veía nada, y Byrd estaba agotado. Bajó a la cabaña y se quedó dormido hasta las 10. Armado con una bengala y un gran trozo de alambre, subió entonces por la escotilla. Ató el cable a la bengala, lo arrojó sobre la antena, y lo elevó hasta el punto más alto. La luz lo deslumbró, pero cuando se extinguió, miró hacia la oscuridad del norte y pudo ver, con lágrimas de agradecimiento en los ojos, el haz de un reflector que se movía lentamente, subiendo y bajando sobre el horizonte. Esforzando la vista, observó otra luz abajo, fija y más débil que la primera: el faro delantero del tractor. "Encendí otra lata de gasolina -con lo que sólo me quedaron dos- y mi penúltima luminaria de magnesio y bajé a la cabaña".


El almirante poco antes de morir

Su alegría lo impulsaba a preparar la comida para la llegada inminente de sus tres amigos. Hizo la sopa, la puso al fuego y volvió a subir a la superficie.

El farol del tractor era ahora muy visible, aunque estaba aún a 8 kilómetros de Base Avanzada. Byrd se sentó en la nieve y al poco rato pudo escuchar el ruido de los eslabones de las orugas y el alegre sonido de la bocina.

Pocos minutos antes de medianoche, el tractor se detuvo a menos de 100 metros de la escotilla de entrada a Base Avanzada. Richard Byrd no recuerda apenas nada del encuentro, aunque Waites ha afirmado que les estrechó las manos y dijo: "Hola, muchachos. Bajemos. Tengo un tazón de sopa esperándolos" y que luego se derrumbó al pie de la escalerilla. "Sin embargo, recuerdo haberme sentado en la litera a mirar cómo mis amigos se tomaban la sopa y se comían las galletas, y recuerdo sus voces, aunque yo no podía interpretar lo que decían. Yo era el extraño entre ellos".

Aunque eso ocurrió poco después de la medianoche del 11 de agosto de 1934, aún pasaron dos meses y cuatro días antes de que el tractor pudiese regresar a Little America.

Tumba de Richard Evelyn Byrd

Poulter decidió que Byrd no estaba en condiciones físicas ni mentales para enfrentar el duro trayecto de vuelta, e hizo completar las observaciones previstas antes de partir.

Tenía razón: el almirante era un miserable fantasma de lo que había sido, hambreado, envenenado, congelado y quemado, y no hubiera sobrevivido. Por otro lado, el clima era malo y no tenía sentido arriesgar a la tripulación de uno de los aviones para que lo fuera a buscar.

Demas y Waite le limpiaron y ordenaron la cabaña y Poulter se hizo cargo de los instrumentos y de las obs meteóricas. Escribe Byrd de este período: "Demoré mucho tiempo en recobrarme, y mientras mis fuerzas volvían poco a poco, también recuperé algo de peso. Sin embargo, por un motivo que ni yo mismo puedo explicarme, oculté a estos hombres lo mejor que pude la verdadera extensión de mi debilidad. Nunca se los dije, y, por tanto, jamás lo admití. Ellos, por su parte, tuvieron la delicadeza de no insistirme jamás para que les relatara lo que me había sucedido. Tienen que haber pensado cosas horribles cuando observaron el desorden de la cabaña y los túneles, pero, creyeran lo que creyeran, jamás me mencionaron nada.

"Durante largo tiempo me autoconvencí de que, viniera el tractor o no, yo hubiera podido haber sobrevivido solo... Y así pudo haber sido, de no haber fallado el maldito generador. Era la manivela del equipo manual la que me hubiera matado. La realidad es que estaba muriéndome, necesitaba ayuda con urgencia, y no puedo menos que expresar hoy mi agradecimiento a Poulter, Demas, Waite y, por supuesto, a Charlie Murphy".

El 14 de octubre llegó el Pilgrim desde Little America, piloteado por Bowlin y Schlössbach. Poulter embarcó en él con el almirante Byrd, que abandonaba de esta forma y en esta fecha el mísero refugio subterráneo que había sido su único universo desde el 28 de marzo. Waite y Demas se quedarían en Base Avanzada para concluir las últimas tareas.

"Salí por la escotilla y no di una sola mirada atrás, pero una parte de mí quedó para siempre en aquellos 80°08´ de latitud sur: lo que me quedaba de juventud, mi vanidad y mi escepticismo. Por otra parte, me llevé algo que no había tenido antes: el arrobamiento ante la maravillosa belleza de estar vivo y una pequeña colección de valores morales. Esto sucedió hace cuatro años: ahora vivo más tranquilo y con una enorme paz.


El Curtis-Wright T-32 Cóndor de Ken Rawson

"Cuando llegué a Little America quise hacerme cargo de inmediato de mis tareas de conducción, pero el médico dijo que si lo hacía moriría, y me prohibió volar. De modo que tuve que entregar al joven Ken Rawson, de 23 años, la delicada tarea de dirigir los vuelos exploratorios del avión Cóndor. Él no había volado más que una o dos veces en su vida, pero cumplió su tarea en forma impecable. Los dos veteranos y endurecidos pilotos de la aviación naval que se sentaron delante de él jamás pusieron en duda sus cálculos ni desobedecieron sus órdenes. Y esta es, precisamente, mi conclusión: un hombre no comienza a alcanzar la sabiduría hasta que reconoce que ya no es indispensable".

Los hombres de esta segunda expedición de Byrd han quedado en la historia de la ciencia y la exploración y también en la mente de los amantes de la aventura del descubrimiento humano. De mil formas se los ha tratado de homenajear: como es lógico, la mejor de ellas es bautizando con sus nombres distintos accidentes geográficos.

Monumento en Nueva Zelanda dedicado a Dick Byrd y Paul Siple

Así, Paul Siple ha dado su nombre a un volcán de la Antártida y a una isla en la costa del Mar de Amudsen; otro volcán apagado se llama Monte Murphy, así como un grupo de rocas semisumergido y una pequeña bahía; el risueño Petersen (aquel que profetizara la muerte de Byrd en su "tumba helada") tiene su banco y su isla; existe también la Isla Dyer. El marino Bob Young ha perpetuado su nombre en los Nunataks Young y el Pico Young, el piloto Bailey tiene su península y su grupo de rocas costeras y su colega Bowlin dio su nombre a un plateau. Hill, el chofer de uno de los tractores, tiene sus Nunataks y su islote. Hay también unos Nunataks Black y unas Rocas Black. Existe un Monte Waite... y así al infinito.

Con respecto a Richard Evelyn Byrd, luego de su epopeya en Base Avanzada comandó todavía dos enormes expediciones antárticas: la Operación Highjump (1946-47) y la Operación Big Freeze. Esta última (1955) estableció tres bases permanentes que aún existen y están habitadas: la Base Bahía de las Ballenas, la Base McMurdo Sound y la Base Amudsen-Scott en el Polo Sur.


Algunas de las medallas otorgadas a Byrd. De izq. a der y de arriba abajo: Gran Cruz Naval, Cruz de Vuelo Distinguido, Medalla de Honor de la Armada (centro), Legión al Mérito Naval y Medalla a los Servicios Distinguidos

Dick Byrd murió el 12 de marzo de 1957 a la edad de 68 años, y recibió durante su vida 22 condecoraciones, menciones y citaciones en despachos navales. Nueve de las condecoraciones fueron al coraje, y dos de ellas por salvar las vidas de otros. También se le dedicaron en vida tres desfiles en su honor. Entre las medallas recibidas por Byrd se encuentran la Medalla de Honor de la Marina, la Cruz de Servicio Distinguido (dos veces), la Medalla del Congreso al Rescate de Vidas, la Cruz de Vuelo Distinguido, la Legión al Mérito (dos veces) y la Gran Cruz Naval de los Estados Unidos.

Frente de la Biblioteca Richard E. Byrd

En vida de Byrd, su ciudad natal bautizó con su nombre al Aeropuerto Internacional de Richmond, Virginia. La biblioteca de Springfield, Virginia lleva el nombre de "Biblioteca Richard E. Byrd". Además de la Tierra de Marie Byrd, que Richard descubrió y bautizó en honor a su esposa, se lo ha homenajeado asimismo llamando Monte Byrd a una montaña de 810 metros en la Tierra de Marie Byrd y a un cráter de 93 km. de diámetro en la Luna.



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