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ZAPPING 0058, 31-03-2002 Robots y narices ¿Cómo saben miles de hormigas por dónde va el camino hacia el hormiguero? Lo hemos aprendido en la escuela primaria: las primeras exploradoras marcan el recorrido entre el hormiguero y la comida hallada con un reguero de ácido fórmico, complementado con marcadores químicos diversos, llamados feromonas. Es decir que en lugar de carteles en la ruta, estos insectos tan laboriosos tienen todo indicado con olores. Soluciones similares se repiten en el mundo animal, a distintos niveles. Se usan olores para encontrar las crías de una pareja entre miles de individuos, para hallar compañeros sexuales, para informar que un territorio ya está ocupado, para marcar las flores que ya se han visitado y no perder tiempo buscando un néctar que ya no está. Los ingenieros de dos centros de desarrollo en Australia, en la Universidad Griffith en Brisbane y en la Universidad Monash de Clayton, han decidido copiar —una vez más— a la naturaleza. Los robots antes se guiaban con marcas magnéticas permanentes, puestas a propósito en el piso de las salas de pruebas por los investigadores, o con líneas de colores trazadas en el suelo. En consecuencia, si un robot entraba a un nuevo ambiente sin marcas, se "sentía" perdido. La nueva generación de robots va dejando un rastro de alcanfor, que luego pueden "oler". La ventaja es que el robot deambula primero zigzagueando y probando caminos alrededor de los obstáculos para llegar al lugar que debe alcanzar, y luego puede regresar como una flecha, siguiendo el rastro que ha dejado marcado. Si se trata, por ejemplo, de llevar cajas, o cualquier otro tipo de tarea de carga, se logra reducir los tiempos dramáticamente. Y si hay más de un robot, alcanzará con el esfuerzo exploratorio del primero para que todos sepan por dónde pueden ir. La ventaja de usar alcanfor es que éste es un material inocuo, tiene olor agradable para los humanos y se evapora en poco tiempo, aunque no demasiado rápidamente. Origen: Wired 2.02. |
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