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ZAPPING 0150, 14-12-2002

Mundos huidizos

Durante siglos los astrónomos han buscado nuevos cuerpos celestes en nuestro sistema. Si pretenden encontrar planetas, hay que decir que hace tiempo que no tienen éxito. Un planeta es un objeto bastante grande, con una posición bastante predecible, por lo que es un poco difícil que pueda escapar a la detección. Sin embargo, cada tanto se sigue reviviendo el tema de la existencia de un décimo planeta en el Sistema Solar, al que se llama planeta X. ¿Existirá?

Planetas desconocidos


El planeta Neptuno podría haber sido bautizado LeVerrier. (NASA)

El 22 de diciembre de 1859 Urbain LeVerrier, del Observatorio de París, abrió una carta de un hombre llamado Lescarbault. Luego de leerla, se llenó de excitación. Lescarbault era doctor rural y astrónomo aficionado. De acuerdo a la carta, el 26 de marzo de ese año había observado un objeto redondo y negro que se movía por delante de la cara del sol en una trayectoria diagonal ascendente durante una hora y cuarto.

Si lo que este doctor decía era verdad, podría probar una de las predicciones de LeVerrier: la existencia de un planeta desconocido en el Sistema Solar orbitando más cerca del Sol que la órbita de Mercurio, lo que lo convertía en el más interior del sistema.

Esa no era la primera vez que LeVerrier predijera la existencia de un planeta desconocido. El astrónomo germano-británico William Heschel enfocó en 1781 una estrella que parecía moverse de noche a noche. Inmediatamente supuso que se trataba de un nuevo planeta, el primero que se descubría en muchísimo tiempo. El planeta estaba más allá de Saturno y se le dio el nombre de Urano. En 1846 LeVerrier notó las irregularidades en el movimiento de Urano y predijo que deberían ser causadas por otro planeta ubicado más allá de su órbita. Pudo predecir la ubicación del cuerpo, que finalmente fue localizado por los astrónomos alemanes Johann Galle y Heinrich d'Arrest.

LeVerrier había propuesto en su momento que Urano fuese rebautizado por Heschel con su nombre, en honor a su predicción, y ahora esperaba lo mismo. Pero, desafortunadamente para él, un joven matemático llamado John Couch Adams ya había calculado y anunciado la posible ubicación del octavo planeta alrededor de un año antes que LeVerrier. Los dos comparten el crédito de ese descubrimiento. Adams podría haber obtenido el crédito total para su predicción si hubiese podido convencer a los astrónomos británicos de tomarse un tiempo para apuntar al lugar que él señalaba. Finalmente el nuevo planeta, en lugar de ser nombrado LeVerrier fue bautizado como el dios romano Neptuno.

El planeta que perdieron los británicos

John Couch Adams completó sus cálculos de la ubicación de Neptuno en septiembre de 1845, más o menos nueve meses antes de que LeVerrier publicara sus hallazgos. Si hubiese logrado que alguien apuntara su telescopio hacia allí, podría haber reclamado el crédito para él solo.

El primero que ignoró a Adams fue James Challis, director del Observatorio de Cambridge. Challis mandó a Adams a ver a George Airy, el Astrónomo Real del Observatorio de Greenwich, en las afueras de Londres. A pesar de que llevaba una carta de presentación de Challis, Airy se negó a recibir a Adams. Adams, hijo de un granjero y desconocido en los círculos astronómicos, no era de clase para reunirse con él, concluyó Airy.

Airy le envió luego una nota diciéndole que el Observatorio de Greenwich estaba muy ocupado para comprobar su cálculo. Airy le mandó los cálculos de Adams al reverendo William Dawes, un astrónomo amateur, pero éste estaba ocupado construyendo un observatorio y le pasó el dato a William Lassell, un cervecero de Londres que también era astrónomo amateur. Pero Lassell estaba postrado por un problema en su rodilla y no pudo hacerse cargo.

Cuando Airy vio la publicación de LeVerrier sobre Neptuno se dio cuenta de que había cometido un serio error al ignorar a Adams y entonces se escapó de la responsabilidad planeando un largo viaje fuera del país, de modo que estaba lejos cuando los ingleses supieron que él había sido la causa de que perdieran el honor de ser los primeros en encontrar a Neptuno en el cielo.

Vulcano

LeVerrier deseaba tener el crédito exclusivo de descubrir un planeta, por lo cual volvió su mirada hacia el interior del sistema. Notó que Mercurio también mostraba irregularidades en su órbita, lo que lo llevó a predecir que habría un pequeño planeta orbitando más cerca del Sol que Mercurio. La observación del doctor rural, Lescarbault, podría ser una prueba de su predicción.

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El planeta Vulcano, si existiera, podría ser similar a Mercurio (arriba) pero un poco más pequeño. (NASA)

Luego de conseguir un colega que lo acompañara como testigo, LeVerrier se dirigió a la villa de Orgeres, donde vivía Lescarbault. Sin identificarse, se enfrentó al doctor rudamente, demandando que le explicara cómo había llegado a la absurda conclusión de que había observado un planeta más allá de Mercurio. Lescarbault volvió a contar su historia en detalle. Entonces LeVerrier, ya convencido, le reveló quien era y lo felicitó. Cuando retornó a París, LeVerrier se ocupó de que el doctor fuese premiado con la Legión de Honor.

El mundo astronómico se plagó de excitadas discusiones sobre el nuevo planeta de LeVerrier. Él calculó el tamaño, determinando que debería ser la séptima parte de Mercurio. El nuevo planeta que se imaginaba debería transitar frente al sol en abril y en octubre. Para evitar la controversia anterior, sugirió que se le llamara Vulcano.

Los astrónomos de todo el mundo buscaron a Vulcano durante el tiempo que debería ser visible, de acuerdo a los cálculos de LeVerrier. No tuvieron éxito, con la excepción de algunas observaciones erróneas de manchas solares. Vulcano jamás fue visto. Para el fin del siglo 19 muchos astrónomos dejaron de creer en el planeta. A principios del siglo 20 la Teoría General de la relatividad de Einstein explicó que la causa de la irregularidad de la órbita de Mercurio podía ser la curvatura del espacio-tiempo causada por la gran cercanía al Sol. Con esto, el planeta Vulcano de LeVerrier desapareció.

La luna de Mercurio

Dos días antes de la aproximación del Mariner 10 a Mercurio, el 29 de marzo de 1974, un instrumento comenzó a registrar brillantes emisiones en el extremo ultravioleta (UV) que "no debían estar ahí". Al día siguiente, las emisiones habían desaparecido. Reaparecieron tres días más tarde, al parecer emanando de un "objeto" que parecía haberse separado de Mercurio. Lo primero que pensaron los astrónomos es que estaban viendo una estrella. Pero detectaron emisiones en dos direcciones bastante diferentes, y cualquier astrónomo sabe que esas ondas de UV extremo no pueden penetrar largas distancias del medio interestelar. Eso sugería que el objeto debía estar relativamente próximo. ¿Tendría Mercurio una luna?

Después de un agitado sábado, durante el cual se calculó que el "objeto" se movía a cuatro kilómetros por segundo, una velocidad consistente con la de una luna, se convocó a los jefes del Laboratorio de Propulsión a Chorro (Jet Propulsion Laboratory - JPL). Dedicaron todo el tiempo de la moribunda sonda al equipo de UV, mientras sentían preocupación por la conferencia de prensa que estaba programada para más tarde. ¿Debían anunciar la supuesta luna? Pero la prensa ya estaba enterada. Algunos medios —los mayores y más respetables— publicaban la historia correctamente, pero otros inventaban historias excitantes sobre una nueva luna de Mercurio.

¿Y la "luna"? Se apartó de Mercurio y fue eventualmente identificada como una estrella caliente, 31 Crateris. El origen de las emisiones originales, las que se detectaron al aproximarse al planeta, se mantiene en el misterio. Así terminó la historia de la luna de Mercurio. Al mismo tiempo comenzó un nuevo capítulo en la astronomía: se demostró que el UV extremo no es absorbido completamente por el medio interestelar, como se creía hasta el momento. La nebulosa Gum resultó ser una emisora de UV extremo, cubriendo 140° del cielo nocturno a 540 angstroms. Los astrónomos habían descubierto una nueva ventana por la cual podían observar el cielo.

Neith, la luna de Venus

En 1672, Giovanni Domenico Cassini, uno de los astrónomos prominentes de aquella época, reparó en la existencia de una pequeña compañera próxima a Venus. ¿Tendría Venus un satélite? Cassini decidió no anunciar esta observación, pero cuando volvió a verla catorce años después, incluyó la observación en su publicación. Estimó que el objeto tendría cerca de un cuarto del diámetro de Venus y que mostraba la misma fase que Venus.

El objeto fue visto más tarde por otros astrónomos: James Short en 1740, Andreas Mayer en 1759 y Joseph Louis Lagrange en 1761 (Lagrange anunció que el plano orbital del satélite era perpendicular a la elíptica). Durante 1761, el objeto fue visto un total de dieciocho veces por cinco observadores. Las observaciones de Scheuten el 6 de junio de 1761 fueron especialmente interesantes: vio a Venus en tránsito sobre el disco solar, acompañado por un punto oscuro más pequeño a un lado, siguiendo su tránsito. Al mismo tiempo, Samuel Dunn, en Chelsea, Inglaterra, que también observó el tránsito, no vio el punto adicional. En 1764 dos observadores realizaron ocho observaciones. Otros observadores no lograban encontrar el satélite.

A esta altura, el mundo astronómico enfrentaba una controversia. Diversos observadores habían relatado la vista del satélite mientras que otros no lo habían encontrado, a pesar de haberse esforzado. En 1766, un director del observatorio de Viena publicó un tratado en el que declaraba que todas esas observaciones del satélite eran ilusiones ópticas. Él creía que la imagen de Venus era tan brillante que resultaba reflejada en el ojo y volvía al telescopio, creando una imagen secundaria de una escala más pequeña.

Otros publicaron tratados declarando que las observaciones eran reales. El alemán J. H. Lambert publicó elementos orbitales del satélite en el Berliner Astronomischer Jarhbuch, 1777:

  • Distancia media, 66,5 radios de Venus
  • Período orbital, 11 días, 3 horas
  • Inclinación en relación a la elíptica, 64°

Se esperaba que el satélite pudiese ser visto durante el tránsito de Venus frente al Sol el 1 de junio de 1777. En retrospectiva, queda claro que Lambert cometió un error en el cálculo de estos elementos orbitales. A 66,5 radios de Venus, la distancia es aproximadamente la misma que la distancia de la Luna y la Tierra. Esto no corresponde al período orbital de 11 días, que es de cerca de un tercio del período orbital de nuestra luna (la masa de Venus es ligeramente más pequeña que la de la Tierra.)

En 1768, Christian Horrebow hizo una observación más del satélite, en Copenhagen. Hubo tres búsquedas más, incluyendo una realizada por uno de los astrónomos más importantes de todos los tiempos, William Herschel. Todos fallaron en el intento de encontrar el satélite. Mucho más tarde, el alemán F. Schorr intentó renovar el caso en relación al satélite en un libro publicado en 1875.

En 1884, M. Hozeau, antiguo director del Observatorio Real de Bruselas, sugirió una hipótesis diferente. Analizando las observaciones disponibles, Hozeau concluyó que la luna aparecía cerca de Venus aproximadamente cada 2,96 años. Hozeau sugirió que era otro planeta, con una órbita de 283 días alrededor del Sol, lo que lo colocaba en conjunción con Venus cada 1.080 días. Hozeau bautizó al planeta con el nombre de Neith, la misteriosa diosa de Sais, cuyo velo ningún mortal podía levantar.

En 1887, tres años después de que Hozeau hubiese reavivado el interés en este asunto, la Academia Belga de Ciencias publicó un largo artículo en el que se investigaban en detalle todas las observaciones registradas. Diversas observaciones del satélite eran en realidad de estrellas vistas en la vecindad de Venus. Las observaciones de Roedkier fueron muy bien "verificadas"; él fue engañado, sucesivamente, por las estrellas Chi Orionis, M Tauri, 71 Orionis y Nu Geminorum. James Short había visto, en realidad, una estrella de un poco menos de 8 grados de magnitud. Todas las observaciones de Le Verrier y Montaigne podían ser explicadas de un modo semejante. Los cálculos orbitales de Lambert fueron demolidos. La última observación, de Horrebow em 1768, podía ser atribuida a Theta Librae.

Después de que se publicó este trabajo, sólo se registró una observación más, por un hombre que había buscado anteriormente el satélite de Venus, aunque sin resultado. El 13 de agosto de 1892, Edward Emerson Barnard registró un objeto de magnitud 7 cerca de Venus. No existe una estrella en la posición registrada por Barnard y la vista de Barnard era notoriamente excelente. Todavía no se sabe qué es lo que vio. ¿Habrá sido un asteroide todavía no catalogado? ¿O sería una nova de corta duración que nadie más observó?

Las 9a y 10a lunas de Saturno

En Abril de 1861, Hermann Goldschmidt anunció el descubrimiento de una nueva luna de Saturno, que orbitaba el planeta entre Titán e Hiperión. Le dio el nombre de Chiron. Sin embargo, el descubrimiento nunca fue confirmado: nadie más volvió a ver este satélite. Pickering descubrió la que ahora se considera la novena luna de Saturno, Phoebe, en 1898. Esta fue la primera vez que se descubría un satélite de otro planeta gracias a observaciones fotográficas. Phoebe es la luna más exterior de Saturno.

En 1905, Pickering pensó que había descubierto una décima luna, a la que le dio el nombre de Themis. De acuerdo a Pickering, orbitaba Saturno entre Titán e Hiperión en una órbita muy inclinada:

  • Distancia media de Saturno, 1.460.000 kilómetros
  • Período orbital, 20,85 días
  • Excentricidad, 0,23
  • Inclinación, 39°

Nunca más se volvió a ver a Themis, aunque apareció en almanaques y libros de astronomía en las décadas de 1950 y 1960.

En 1966, A. Dollfus descubrió otra luna de Saturno. Fue nombrada Jano y orbita Saturno al borde de los anillos. Era tan pequeña y próxima a los anillos que la única posibilidad de verla era observando a Saturno de lado, algo que ocurrió en 1966. Jano es ahora la décima luna de Saturno.

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Magnífica vista de Tethys, una de las lunas interiores de Saturno

En 1980, cuando los anillos de Saturno fueron vistos de lado una vez más, se descubrieron muchos satélites nuevos, próximos a los anillos. Cerca de Jano se descubrió otro satélite de Saturno, llamado Epimeteo. Sus órbitas son muy próximas, y el aspecto más interesante de este par de satélites es que intercambian regularmente sus órbitas. Se cree que el "Jano" descubierto en 1966 representaba, en realidad, observaciones de ambos satélites, de modo que la 'décima luna de Saturno' descubierta en 1966 en realidad se transformó en dos lunas diferentes. Las naves espaciales Voyager 1 y Voyager 2, que pasaron cerca de Saturno poco tiempo después, confirmaron estas informaciones.

Las seis lunas de Urano

En 1787, William Herschel anunció el descubrimiento de seis satélites de Urano. Herschel cometió un error; sólo dos de sus seis satélites eran reales: Titania y Oberón, los dos satélites mayores y más distantes de Urano. Los otros cuatro eran estrellas que estaban cerca del planeta.

La segunda luna de la Tierra

En 1846, Frederic Petit, director del observatorio de Toulouse, anunció que se había descubierto una segunda luna de la Tierra. La habían visto dos observadores, Lebon y Dassier en Toulouse, y un tercero, Lariviere, en Artenac, durante el inicio de la mañana del 21 de marzo de 1846. Petit descubrió que la órbita era elíptica, con:

  • Un período de 2 horas, 44 minutos, 59 segundos
  • Un apogeo de 3.570 kilómetros
  • Un perigeo de apenas 11,4 kilómetros

Le Verrier, que estaba en la audiencia cuando Petit hizo el anuncio, murmuró que se debería tomar en cuenta la resistencia del aire, algo que en ese momento nadie podía hacer. Petit se obcecó con la idea de una segunda luna y quince años más tarde anunció que había hecho cálculos sobre una pequeña luna de la Tierra que causaba algunas peculiaridades que hasta ese momento nadie había explicado en el movimiento de la Luna. En general los astrónomos ignoraron esta afirmación, y la idea se hubiese olvidado si un joven escritor francés, Julio Verne, no hubiese leído un resumen sobre el tema. En la novela de Verne De la Tierra a la Luna, Verne hace que un pequeño objeto pase cerca de la cápsula espacial en la que viajan los protagonistas, causando que ésta orbite la Luna en lugar de estrellarse contra ella:

—Es —dijo Barbicane— un simple meteorito, pero muy grande, que ha sido retenido y convertido en satélite por la atracción de la Tierra.

—¿Es eso posible? —exclamó Michel Ardan—, ¿que la Tierra tenga dos lunas?

—Sí, mi amigo, tiene dos lunas, a pesar que se cree normalmente que sólo tiene una. Pero esta segunda luna es tan pequeña y su velocidad es tan grande que los habitantes de la Tierra no llegan a verla. Gracias a unos disturbios que logró observar, un astrónomo francés, el señor Petit, pudo determinar la existencia de esta segunda luna y calcular su órbita. De acuerdo con él, una vuelta completa alrededor de la Tierra demora tres horas y veinte minutos...

—¿Todos los astrónomos admiten la existencia de este satélite? —preguntó Nicholl.

—No —respondió Barbicane—, pero si ellos, como nosotros, se hubiesen encontrado con ella, no continuarían dudando... Esto nos da una manera de calcular nuestra posición en el espacio... Su distancia es conocida, así que nosotros estábamos a 7.480 kilómetros encima de la superficie del globo cuando la encontramos.

Julio Verne fue leído por millones de personas, pero nadie, hasta 1942, notó las discrepancias en el texto de Verne:

  1. Un satélite a 7.480 kilómetros por encima de la superficie de la Tierra debería tener un período de 4 horas y 48 minutos en lugar de 3 horas y 20 minutos.
  2. El haberla visto por una escotilla en la cual la Luna no era visible cuando ambas se aproximaban, significa que la segunda luna estaba moviéndose de manera retrógrada, algo que hubiese valido la pena indicar. Verne no lo menciona.
  3. En todo caso, la Luna estaría en un eclipse y por eso no estaba visible. El proyectil recién sale de la sombra de la Tierra bastante más tarde.

El doctor R.S. Richardson, del Observatorio del Monte Wilson, intentó, en 1952, hacer coincidir los números asumiendo una órbita excéntrica para esa luna: un perigeo de 5.010 kilómetros, um apogeo de 7.480 kilómetros y una excentricidad de 0,1784.

Entretanto, Julio Verne hizo conocer en todo el mundo la segunda luna de Petit. Los astrónomos amateurs llegaron rápidamente a la conclusión de que esta era una oportunidad para conseguir fama: quien descubriese esta segunda luna vería su nombre inscripto en los anales de la ciencia. Ningún gran observatorio se ocupó de verificar la cuestión de la segunda luna de la Tierra, o si lo hicieron lo mantuvieron en silencio. Los amateurs alemanes persiguieron lo que llamaban Kleinchen ("bocadito"). Por supuesto, nunca lo descubrieron.

William Henry Pickering dedicó su atención a la teoría sobre este asunto. Si el satélite orbitase a 320 kilómetros por encima de la superficie y si su diámetro fuese de 0,3 metros, con el mismo poder reflectivo de la Luna debería ser visible con un telescopio de 7,6 centímetros. Un satélite de 3 metros sería visible al ojo desnudo, pues tendría una magnitud de 5. Por eso Pickering no buscó el objeto de Petit, sino que dirigió su búsqueda a una luna secundaria, un satélite de nuestra Luna. El resultado fue negativo y Pickering llegó a la conclusión de que, si existe un satélite de la Luna, debe tener menos de 3 metros.

En 1922 apareció en Astronomía Popular un artículo de Pickering sobre la posibilidad de una segunda pequeña luna de la Tierra, "Un satélite meteorítico". Provocó una nueva agitación entre los astrónomos amateurs, porque contenía un virtual pedido: "Un telescopio de 3-5 pulgadas con un ocular de poca potencia sería el mejor medio de encontrarla. Es una oportunidad para un amateur." Pero, una vez más, todas las búsquedas resultaron inútiles.

La idea original era que el campo gravitacional del segundo satélite debería ser la explicación de los pequeñas irregularidades en el movimiento de nuestra Luna. Esto implicaba un objeto con varios kilómetros de diámetro, pero si existiese una segunda luna de ese tamaño habría sido vista por los babilonios. Aún siendo muy pequeño como para verla como un disco, su proximidad relativa haría que se moviese deprisa y por esa razón se la notara, como lo saben los observadores actuales de satélites artificiales y hasta de aviones. Por otro lado, nadie estaba demasiado interesado en lunillas demasiado pequeñas.

Hubo otras propuestas de otros satélites naturales de la Tierra. En 1898, el Dr. Georg Waltemath de Hamburgo dijo que había descubierto no sólo una segunda luna, sino un sistema completo de pequeñas lunas. Waltemath dio los elementos orbitales de una de esas lunas:

  • Distancia de la Tierra, 1,03 millones de kilómetros
  • Diámetro, 700 kilómetros
  • Período orbital, 119 días
  • Período sinódico, 177 días

"Algunas veces,", dijo Waltemath, "brilla de noche como el Sol". En realidad él pensó que esta luna había sido vista en Groenlandia el 24 de octubre de 1881 por el Teniente Greely, diez días después de que el Sol se había puesto al comienzo del invierno.

El interés público aumentó cuando Waltemath predijo que esta segunda luna iba a pasar enfrente del Sol entre el 2 y 4 de febrero de 1898. El 4 de febrero, doce personas, en el puesto de Correo de Greifswald (Herr Postdirektor Ziegel, miembros de su familia y empleados) observaron el Sol directamente a ojo desnudo, sin ninguna protección. Es fácil imaginar una escena absurda: un civil prusiano imponente apuntando hacia el cielo a través de la ventana de su escritorio, mientras lee la predicción de Waltemath en voz alta a un grupo de subordinados respetuosos. Al ser entrevistados, estos testigos hablaron de un objeto oscuro de un quinto del diámetro aparente del Sol, al cual le llevó desde las 1:10 hasta las 2:10, hora de Berlín, atravesar el disco solar. Pronto se demostró que era un error, porque a esa misma hora estaban estudiando el Sol dos astrónomos experimentados, W. Winkler en Jena y Baron Ivo von Benko en Pola, Austria. Ambos informaron que en el disco solar sólo se vieron unas pequeñas manchas vulgares.

La falla de esta y otras predicciones no le quitaron coraje a Waltemath, que continuó haciendo predicciones y pidiendo las respectivas verificaciones. Los astrónomos contemporáneos se irritaron mucho por tener que responder muchas veces a las preguntas del público, tales como "Oh, a propósito, ¿qué se sabe de todas estas nuevas lunas?". En 1918, el astrólogo Sepharial le dio a esta luna el nombre de Lilith. Él consideró que era suficientemente negra para ser invisible la mayor parte del tiempo, siendo visible sólo cerca de las oposiciones o cuando estaba en tránsito por el disco solar. Sepharial construyó un modelo de Lilith, basado en diversas observaciones de Waltemath. Consideró que Lilith tendría aproximadamente la misma masa de la Luna, aparentemente desconociendo que un satélite de esas características, aunque fuese invisible, denunciaría su presencia al perturbar el movimiento de la Tierra. En la actualidad "la luna oscura", Lilith, es utilizada por algunos astrólogos en sus horóscopos.

De tiempo en tiempo los observadores reportan otras "lunas adicionales". La revista astronómica alemana "Die Sterne" informó que un astrónomo amateur alemán llamado W. Spill había observado una segunda luna al atravesar el disco de la Luna el 24 de mayo de 1926.

Alrededor de 1950, cuando se empezó a hablar de los satélites artificiales, toda la gente pensaba que éstos serían simplemente la parte superior de cohetes de varias etapas, sin transmisores, y que deberían ser rastreados por radares de Tierra. En este caso, un grupo de satélites naturales pequeños y próximos sería más molesto, porque reflejarían las señales de radar destinadas a los satélites artificiales. El método de búsqueda de estos satélites naturales fue desarrollado por Clyde Tombaugh: se calcula el movimiento de un satélite a una altitud de 5.000 kilómetros y se construye una plataforma con una cámara que apunta al cielo precisamente en esa zona. Las estrellas, planetas y otros objetos celestes deberían aparecer como líneas en las fotografías obtenidas por esa cámara, mientras que un satélite a la altitud correcta aparecería como un punto. Si el satélite estuviera a una altitud diferente, produciría una línea corta.

Las observaciones comenzaron en 1953 en el Observatorio Lowell, invadiendo un terreno totalmente virgen: con la excepción de la búsqueda de los alemanes de su "Kleinchen", nadie había prestado atención al espacio entre la Luna y la Tierra. En otoño de 1954, importantes semanarios y diarios afirmaron que la búsqueda había dado los primeros resultados: habían hallado un pequeño satélite natural a 700 kilómetros de altitud y otro a 1.000 kilómetros. Alguien preguntó: "¿Están seguros de que son naturales?". Nadie sabe de dónde surgieron estas informaciones, ya que la búsqueda fue completamente negativa. Cuando se lanzaron los primeros satélites artificiales en 1957 y 1958, las cámaras registraron a estos satélites.

Pero, extrañamente, esto no significa que la Tierra tenga un solo satélite natural. La Tierra podría tener cada tanto un satélite muy próximo y por un período corto. Algunos meteoroides podrían, al pasar por la Tierra, tocar la atmósfera superior y perder suficiente velocidad para quedar en órbita alrededor de la Tierra. Pero al moverse por la atmósfera superior en cada perigeo, no duran mucho tiempo. El número de revoluciones puede estar entre 1 y 100, con un máximo de 150 horas. Hay indicaciones de que se han visto "satélites efímeros" y hasta es posible que los observadores de Petit hayan visto uno.

Además de los satélites efímeros, hay otras dos posibilidades. Una es que la Luna tenga un satélite propio, aunque se han realizado búsquedas y nunca se ha encontrado. Se sabe ahora que el campo gravitatorio de la Luna es desigual, suficientemente "deforme" como para que la órbita de un satélite lunar sea inestable. Un satélite de la Luna caería sobre ella después de poco tiempo: unos años, como mucho una década. La otra posibilidad es que haya satélites troyanos, es decir, satélites secundarios en la órbita lunar, viajando 60° delante o detrás de la posición de la Luna.

Estos "satélites troyanos" fueron teorizados por primera vez por el astrónomo polaco Kordylewski del observatorio de Krakow. Él inició una búsqueda visual en 1951 utilizando un buen telescopio. Esperaba encontrar cuerpos razonablemente grandes en la órbita lunar, apartados 60° de la Luna. La búsqueda fue negativa. Entretanto, en 1956 su compatriota y colega, Wilkowski, sugirió que podrían existir muchos cuerpos demasiado pequeños para ser vistos individualmente, pero suficientemente numerosos para aparecer como una nube de partículas de polvo. De ser así, serían más visibles sin un telescopio, a ojo desnudo, ya que la utilización del telescopio ampliaría demasiado la nube. El Dr. Kordylewski quería intentarlo. Hacía falta una noche oscura con el cielo limpio y la Luna debajo del horizonte.

En octubre de 1956, Kordylewski vio, por primera vez, una mancha poco brillante en una de las posiciones. No era pequeña, ya que se extendía por un ángulo de 2° (o sea, cerca de cuatro veces mayor que la propia Luna). También era muy tenue, con apenas la mitad del brillo de Gegenschein (una mancha brillante en la luz zodiacal, directamente opuesta al Sol). En marzo y abril de 1961, Kordylewski consiguió fotografiar dos nubes próximas a las posiciones esperadas. Parecían variar de extensión, pero esto podría ser debido a alteraciones en la iluminación. J. Roach detectó estas nubes satélites en 1975 con la nave espacial OSO 6 (Orbiting Solar Observatory - Observatorio Solar Orbital). En 1990 se las volvió a fotografiar, esta vez por el astrónomo polaco Winiarski, que descubrió que tenían pocos grados de diámetro aparente, que se habían "desviado" hasta 10° del punto "troyano" y que eran un poco más rojas que la luz zodiacal.

De este modo, la búsqueda de un siglo de una segunda Luna de la Tierra parece haber tenido éxito, a pesar de todo, aunque estas 'segundas lunas' son completamente diferentes de lo que se había imaginado. Son objetos muy difíciles de detectar y de distinguir de la luz zodiacal, en particular de Gegenschein.

Pero sigue habiendo gente que propone otros satélites naturales de la Tierra. El científico norteamericano John Bargby dice haber observado entre 1966 y 1969 por lo menos diez pequeños satélites naturales de la Tierra, visibles apenas con un telescopio. Bargby descubrió que todos esos objetos tienen órbitas elípticas: excentricidad de 0,498 y eje semimayor de 14.065 kilómetros, lo que da un perigeo de apenas 680 km y un apogeo de 14.700 kilómetros. Bargby consideró que se trata de fragmentos de un cuerpo mayor que se dividió en diciembre de 1955. Bargby basó muchas de sus propuestas de satélites en supuestas perturbaciones en los satélites artificiales. Usó los datos sobre los satélites artificiales que aparecen en el Reporte Goddard de Situación de Satélites, sin tener en cuenta que los valores de esta publicación son aproximados y algunas veces traen grandes errores, por lo cual no se pueden usar para ningún análisis científico preciso. Además, de las observaciones de Bargby se puede deducir que sus satélites deberían ser visibles en primera magnitud cuando están en su perigeo, de modo que deberían ser fácilmente detectables a ojo desnudo. Sin embargo, jamás nadie los ha visto.

En la actualidad siguen apareciendo objetos que comparten la órbita terrestre, e incluso en órbita alrededor de nuestro planeta.

J002E3
El pequeño y débil objeto señalado por una flecha es J002E3. P. Clay Sherrod capturó esta imagen la mañana del 11 de Septiembre de 2002, a primera hora, en Arkansas, EEUU.

El 3 de septiembre de 2002, en Benson, Arizona, EEUU, Bill Yeung descubrió un objeto de 16ª magnitud en las imágenes de CCD tomadas por un telescopio de 0,45 metros. Se movía rápidamente en dirección nordeste a través de Piscis. Envió las posiciones por correo electrónico al Centro de Planetas Menores (MPC, en inglés) en Cambridge, Massachusetts, donde rápidamente fijaron el objeto en su página de Confirmación de Objetos Cercanos a la Tierra bajo la designación temporal de J002E3.

Pero algunos días después del informe, el MPC quitó el objeto de su página de confirmación, porque los cálculos preliminares de la órbita sugirieron que viajaba en una gran órbita de cincuenta días alrededor de la Tierra, no del Sol. Tenía el aspecto de ser una cubierta de cohete u otro pedazo de "chatarra espacial" en vez de un asteroide verdadero.

¿Pero qué es exactamente? Han fallado los esfuerzos de Tony Beresford en Australia y otros expertos de satélites por relacionar este objeto con un satélite artificial conocido. Las mediciones fotométricas de Peter Kusnirak en la República Checa no pudieron encontrar mucha variación en su brillo, como se esperaría de un objeto metálico pequeño, especialmente si es cilíndrico. Pero la gran pregunta es ¿si realmente está en órbita de la Tierra, por qué no se había detectado antes? En las palabras de Yeung, debió ser sumamente fácil encontrar un objeto de 16ª magnitud con los telescopios de búsqueda o los instrumentos equipados con CCD de los aficionados y debería haberse localizado hace mucho tiempo.

Sin embargo, Brian G. Marsden (Centro Harvard-Smithsoniano para la Astrofísica, Centro de Planetas Menores) sigue sin creer que el objeto misterioso sea un asteroide de tipo rocoso. "Hay una posibilidad muy remota de que sea natural", opina. "Que no se haya identificado no significa que no sea artificial." "Me soprendería mucho que fuera un objeto natural capturado por la Tierra", agrega.

Según Marsden, la órbita geocéntrica del objeto fue su primer indicación de que el cuerpo es, muy probablemente, un trozo de chatarra espacial. Pero para estar seguro sugiere que las estaciones astrométricas continúen monitoreando sus movimientos y que los radiotelescopios observen el misterioso cuerpo. Hay una efeméride detallada disponible en el sistema Horizons del Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL).

"El radar podrá decirnos bastante rápido si estamos viendo una superficie metálica pulida o una superficie natural", dice Marsden. "Un radar lo resolverá de una vez por todas."

Mientras tanto, usando las observaciones disponibles hasta ahora, Paul Chodas de JPL concluye que es posible que J002E3 sea una etapa de Saturno-IVB que quedó luego de una de las misiones Apolo de finales de los años 60. Su informe incluye una animación que muestra cómo podría haber sido recuperado el objeto por la Tierra en Abril de 2002, después de estar en una órbita heliocéntrica por varias décadas. La recuperación explicaría por qué ha eludido la detección hasta ahora.

Ver también:

Asteroide 3753 Cruithne: extraño compañero de la Tierra
Asteroide 2002 AA29: otro objeto que comparte la órbita terrestre

El planeta X


Percival Lowell pensó que estaba viendo señales de vida inteligente en Marte.

Poco después del hallazgo de Neptuno, los astrónomos comenzaron a conjeturar que debería haber otro planeta más allá. Neptuno por sí solo no explicaba los disturbios en la órbita de Urano. Además, el propio Neptuno parecía tener una órbita irregular. Una cantidad de matemáticos y astrónomos intentaron predecir la ubicación de este planeta, para facilitar su hallazgo, sin éxito. El más persistente de los investigadores fue un hombre llamado Percival Lowell.

Percival Lowell nació en 1855 en el seno de una acaudalada familia de Boston. Hizo su propia fortuna y luego, al leer el libro de Camille Flammarion, La Plančte Mars, en 1893, se interesó en la astronomía. Marte estuvo en oposición (su mayor aproximación) con la Tierra en 1894, y Lowell decidió financiar una expedición a Arizona con el propósito de observar Marte desde los cielos claros del oeste norteamericano. Pagó la construcción de un observatorio privado que se construyó cerca de Flagstaff, en Arizona.


Parte del mapa de los "canales marcianos", tal como fue dibujado por Lowell.

Lowell era un hombre brillante, pero dejaba volar demasiado su imaginación. En 1877 el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli había visto lo que parecían una serie de surcos sobre la superficie de Marte. El nombre que él les puso, canali, fue trasladado al inglés como canales, aunque ésta no era la traducción más correcta, pues en inglés la palabra implicaba que esas marcas eran de construcción artificial. Lowell creó sobre esta observación la teoría de los "canales" y dijo que había observado cambios en la superficie de Marte que parecían indicar que había estaciones en las que crecía vegetación y quizás algún tipo de granjas. En su propias palabras:

Las especulaciones sobre qué pueden significar estas marcas en nuestro más cercano vecino en el espacio han sido singularmente fructíferas. Cada astrónomo abraza una diferente teoría y considera "caca" ("pooh-poohs") las de los otros. Sin embargo, la explicación que más se sostiene es la que proviene de las marcas en sí, que es, probablemente, la única verdad; es decir, que en ellas estamos viendo los resultados del trabajo de algún tipo de seres inteligentes...

Observaciones posteriores de otras personas mostraron que las marcas no eran canales y que no son señales de vida inteligente en ese planeta. No ha quedado claro qué es lo que observaron exactamente Lowell, Schiaparelli y otros, pero pueden haber sido engañados por ilusiones ópticas producidas por sus telescopios.

Además de tener ese interés en Marte, Lowell también estaba decidido a descubrir el hipotético planeta ubicado más allá de Neptuno, y creó la denominación "Planeta X" para describir su búsqueda. Condujo dos esfuerzos de búsqueda del planeta, una que finalizó en 1909 y otra en 1915, sin éxito. Es irónico que en ese mismo año, 1915, el observatorio de Lowell haya registrado en fotografías dos tenues imágenes de Plutón (¡dieciséis años antes de ser descubierto!), sin que nadie lo detectara. En cerca de 1000 placas registradas en esos períodos quedaron retratados, además de las imágenes de Plutón, 515 asteroides y 700 estrellas variables. Lowell murió en 1916 y su fracaso en hallar el Planeta X fue la decepción más grande de su vida. En 1929 un astrónomo amateur, Clyde Tombaugh, de Kansas, EEUU, fue contratado por el observatorio Lowell para continuar la búsqueda.

Más o menos un año después de haber comenzado su trabajo, Tombaugh examinó algunas fotos que había tomado, con unos días de diferencia, en enero de 1931. Cuando las comparó, porque eran de la misma zona del cielo, notó que una de las estrellas se había movido. Como las estrellas no se mueven en relación con el cielo, el objeto debía ser, en realidad, un asteroide, cometa, o un nuevo planeta. Las observaciones posteriores conformaron que el objeto era un planeta ubicado más allá de Neptuno. Se lo bautizó Plutón. Habían hallado el Planeta X de Lowell.


El planeta Plutón con su luna Caronte. (NASA)

¿O no? Las predicciones dicen que para explicar el tipo de disturbios que sufren las órbitas de Neptuno y Urano, el Planeta X debería tener seis veces la masa de la Tierra. Las observations muestran que Plutón, junto su pequeña luna Caronte, tienen sólo unas cuatro centésimas de la masa de la Tierra. Algunos científicos argumentan que Plutón no debería haber obtenido nunca el status de planeta, sino que debería ser considerado el objeto más grande dentro de miles de millones de cometas que se mueven en lo que se ha llamado el Cinturón de Kuiper, que rodea la órbita de Neptuno.

Tombaugh continuó sin éxito su búsqueda de otro Planeta X durante trece años, hasta que decidió que no había un décimo planeta. "Observé el setenta por ciento del cielo y, si existiera, lo debería haber encontrado", dijo.

Algunos científicos creen que las irregularidades que se percibieron en las órbitas de Urano y Neptuno son resultado de errores de observación de los primeros astrónomos, que no tenían cámaras fotográficas y debían registrar la posición de los planetas a mano. Otros no están tan seguros. Muchos astrónomos tienden a creer que sigue habiendo una posibilidad de que haya varios planetas del tamaño de Plutón moviéndose en órbitas más allá de Neptuno. Unos pocos creen que podría haber en el cielo un planeta del tamaño de la Tierra, o mayor, sin detectar aún, que se movería en una órbita muy elíptica más allá de Plutón, o que está ubicado en los cielos del sur en una porción de la Vía Láctea tan plagada de estrellas que se dificultaría la detección.

Némesis

¿Existe la posibilidad de que exista un planeta como Júpiter o algo todavía más grande en órbita alrededor de nuestro sol a una distancia varias veces la de Plutón?

Los científicos han notado hace tiempo que cada aproximadamente 26 millones de años se produce una extinción masiva de vida en la Tierra. En 1984, Daniel P. Whitmire y John J. Matese de la Universidad de Southern Louisiana lanzaron una teoría que propone que estas extinciones se producen a causa de una estrella compañera del sol, llamada Némesis (dios griego de la venganza), de poca masa. De acuerdo a esta teoría, Némesis seguiría una órbita elíptica y cada 26 millones de años pasaría a través de miles de millones de cometas que están ubicados en lo que se llama la Nube de Oort, desplazando algunos de su posición, lo que lanzaría algunos hacia el interior del Sistema. Alguno de ellos impactaría en la Tierra, causando las extinciones (ver Zapping 61: Némesis, monstruo estelar).

No sería nada raro que el sol fuera parte de un sistema binario, la mayoría de las estrellas están en esta configuración. Podría ser que la otra estrella no emitiera luz visible o emitiera muy poca, por ser una enana roja o marrón. De acuerdo a la teoría, se encontraría muy lejos, quizás a unos tres años luz.

Otra posibilidad sugerida por Whitmire es que Némesis no sea una estrella en realidad, sino un planeta. Otro Planeta X, digamos. Y podría tener un tamaño entre dos y cinco Tierras y orbitar el sol a, quizás, tres veces la distancia orbital de Plutón. En este caso sería el planeta el que enviaría los asteroides o cometas contra el interior del Sistema Solar, desviándolos desde el cinturón de Kuiper.

Nibiru

Debido a la proximidad de una fecha, se habla mucho ahora de Nibiru, un planeta errante que tendría un tamaño cuatro veces mayor al de nuestro planeta y una densidad mucho mayor, ya que se trataría de una estrella fallida: una enana marrón. Este cuerpo tan pesado orbitaría dos estrellas, una de ellas el Sol, la otra una desconocida compañera ubicada muy lejos. Nibiru se movería muy lentamente en su órbita, pero se aceleraría al acercarse a cada una de las estrellas que circunda, como ahora, que se acerca a nuestro Sol. Lo más dramático de esta teoría es que profetiza que Nibiru se acercaría a la Tierra en junio del 2003 y produciría catástrofes que matarían el 90 % de la vida sobre nuestro mundo. La NASA ya ha dicho que no hay evidencia de que exista semejante cuerpo en el Sistema. Sin embargo un tal John Murray, doctor en la Open University del Reino Unido, dijo que detectó un décimo planeta a 30.000 veces la distancia entre la Tierra y el Sol. Analizando la órbita de los cometas, que viajan muy lejos en sus salidas del Sistema Solar, afirma que tiene evidencia "concluyente" de que el planeta errante existe. Según él, en este momento viaja con lentitud y está a una gran distancia. Otra cosa que afirma es que las chances de que ése no sea el décimo planeta son de 1 en 17.000.

Desafortunadamente para los que teorizan la llegada de Nibiru, Murray calculó una órbita que se completa en unos seis millones de años. Para que Nibiru cumpla con las predicciones de destruir la Tierra en el 2003 debería tener una órbita con un ciclo de 3.600 años.

Como hemos visto antes, la manera más común de descubrir nuevos cuerpos planetarios es observando en detalle las órbitas de los ya conocidos. Como son cuerpos grandes y su gravedad afecta a los otros, cualquier irregularidad en la órbita de los planetas conocidos es indicación de que algún cuerpo desconocido se mueve por allí. Durante mucho tiempo se ha hablado de las irregularidades en las órbitas de Urano, Neptuno y Plutón. Hace veinte años el jefe científico del proyecto IRAS (Infrared Astronomical Satellite), Gerry Neugebauer, dijo: "El telescopio orbital ha detectado en la dirección de la constelación de Orión un cuerpo tan grande como Júpiter y posiblemente tan cercano a la Tierra como para considerarlo parte del Sistema Solar. Todo lo que puedo agregar es que no sabemos qué es". Luego de eso, la NASA ha negado una y otra vez la existencia de ese cuerpo y afirma que las órbitas de los planetas exteriores no tienen irregularidades.

La teoría de Nibiru surgió de una fuente que no parece muy científica: los antiguos sumerios. Ellos lo bautizaron Nibiru (el planeta del cruce) y dijeron que tiene un ciclo de 3.600 años. Se presta atención a las observaciones astronómicas de los sumerios, aunque sea una civilización que vivió hace siglos, porque ellos habían calculado las órbitas de la mayoría de los planetas con gran exactitud.

En la imagen se ve cómo contabilizaban los sumerios los cuerpos más importantes del Sistema Solar: Nibiru era referido como "el décimosegundo planeta". Esto se debe a que ellos incluían en la cuenta a la Luna y al Sol. De todos modos, si ya es sorprendente que incluyeran a Urano y Neptuno, parece imposible que conocieran a Plutón, un planeta muy pequeño y lejano que es mucho menos visible que las lunas de los planetas exteriores. Es posible que hayan contabilizado algún cometa en lugar de él.

Los sitios que anuncian la llegada de Nibiru están plagados de predicciones catastróficas. La mayoría son altamente acientíficas, pues se anuncia que los efectos destructivos sobre la Tierra serán "magnéticos" en lugar de gravitatorios, se predice la detención brusca de la rotación del planeta (estimando que morirá el 90 % de la población, cuando en realidad ésa sería una catástrofe que no dejaría prácticamente una sola piedra en pie) y una velocidad de circulación absolutamente fuera de toda lógica. Para dar una idea, reproduzco aquí la tabla de velocidad y distancia que se profetiza de aquí al momento de la catástrofe:

Fecha
Distancia
(millones de millas)
Velocidad
(millas por hora)
07/nov/2002
07/feb/2003
02/mar/2003
02/abr/2003
16/abr/2003
23/abr/2003
30/abr/2003
07/may/2003
19.464
11.710
9.166,5
5.041,2
3.086,5
2.060
1.216
-92,9
1.166.209
2.831.580
1.892.485
3.664.979
3.878.373
3.055.060
2.511.905
7.791.071

No me explico la irregular variación de la velocidad y mucho menos el aumento final, que supera varias veces la velocidad de escape del Sol (con una velocidad así un cuerpo jamás regresaría al Sistema Solar).

Varuna, Quaoar y...

El objeto 2002 LM60, bautizado Quaoar. (Pique para ampliar)
La imagen del Hubble de Quaoar

Ciertamente, hay más mundos que encontrar en el espacio. El 28 de noviembre del 2000 los astrónomos descubrieron Varuna, un nuevo miembro del Sistema Solar ubicado en el cinturón de Kuiper. Aunque Varuna es más pequeño que Plutón (tiene sólo 880 km de diámetro contra 2.250 km de Plutón) y no se lo considera un planeta, su hallazgo demuestra que puede haber muchos objetos más o menos grandes sin descubrir sobre el borde de nuestro Sistema Solar.

En octubre de 2002 el telescopio espacial Hubble permitió encontrar Quaoar, un cuerpo del cinturón de Kuiper aún más grande que Varuna. Orbita el Sol a 1.600 millones de kilómetros de Plutón y posee 1.285 kilómetros de diámetro, diez veces menos que el diámetro de la Tierra y más o menos la mitad del tamaño de Plutón. Es el mayor cuerpo hallado en el Sistema Solar desde que se descubrió Plutón, el noveno planeta (pero más probablemente un miembro del cinturón de Kuiper no demasiado diferente de sus recién descubiertos compañeros), hace ya setenta y dos años. Quaoar orbita el Sol a una distancia de 6.400 millones de kilómetros, completando una vuelta cada 288 años.

Los científicos han encontrado más de cien planetas alrededor de otras estrellas de nuestra galaxia. Si esto es posible, gracias al uso de equipamiento cada vez más poderoso, es de esperar que el Sistema Solar termine de develar todos sus secretos en las próximas décadas.


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No a Nibiru y su "visita" de mayo de 2003
Large world found beyond Pluto
Varuna
Titania (Urano)
Ariel (Urano)
Tritón (Neptuno)
Nuevas lunas (Saturno)
Caronte (Plutón)
Planetas extrasolares
Minor Planet Center

(Traducido, adaptado y ampliado por Eduardo J. Carletti de diversos sitios de Internet)


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