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Un robot con una agilidad similar a la humana nos acerca al futuro
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Los robots distan aún mucho de ser los compañeros dicharacheros que vemos en las películas de ciencia ficción
Pero algunos mini-robots se están convirtiendo en algo más que objetos de conversación. Según el grupo NPD, una
empresa de investigación de mercado, las ventas de compañeros de juegos robóticos e interactivos en EE.UU.
ascendieron a 193 millones de euros en los 12 meses posteriores a octubre, frente a los 145 millones de los 12 meses
anteriores. Un recién llegado es el i-Sobot de la japonesa Tomy. De sólo 17 centímetros de alto, el
i-Sobot tiene un precio recomendado de 200 euros, lo cual lo hace menos caro que otros robots avanzados,
que a menudo pasan de 700 euros.
El i-Sobot tiene 17 motores encargados de moverle las extremidades, algo que lo hace sorprendentemente ágil.
James Kuffner, profesor adjunto del Instituto de Robótica de la Universidad Carnegie Mellon de Pittsburg, dice que los
robots con 20 o más motores pueden reproducir la mayoría de los movimientos humanos.
Como otros muchos robots miniatura, el i-Sobot tiene forma humanoide. "La forma humana tiene su atractivo",
dice Kuffner. "Un lavavajillas sólo lava platos, pero los robots humanoides pueden hacer más cosas". Una de ellas es
pelear. Kuffner explica que en Japón y Corea del Sur, centro de la innovación en mini-robots, los propietarios suelen
organizar batallas de robots. En 2026, calcula, los robots para consumo podrán desempeñar muchas funciones que a las
personas les resultan peligrosas o desagradables. Honda, el fabricante de coches y líder en el diseño y la investigación
de robots, calcula que uno del tamaño de un niño medio de 12 años puede hacer la mayor parte de las tareas
domésticas.
Los obstáculos para fabricar un robot de ese tamaño están relacionados con el peso y el coste. A medida que los robots
aumentan de tamaño, necesitan más engranajes para moverse, lo cual los hace más pesados y los encarece. Los robots
también pueden empezar a parecer más humanos, añadiendo rasgos faciales y manos delicadas, pero eso plantea un
problema psicológico conocido como el misterioso síndrome del valle. Esa idea, introducida en 1970 por el experto en
robótica japonés Masahiro Mori, hace referencia al efecto inquietante que tienen sobre las personas los objetos que
parecen demasiado humanos. "Acercarse a algo humano, pero que no lo es, asusta", dice Kuffner.
"Tengo la teoría de que todo se remonta al Frankenstein de Mary Shelley: que no se debe jugar a ser Dios". Pero añade
que no hay nada que temer. Si un robot se desmanda, dice, "basta con quitarle las pilas".
Fuente: Dylan McClain para ElPais.com. Aportado por Graciela Lorenzo Tillard
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