¿Quién
es Otis?
Por el Lic. Carlitos Menditegui
Los investigadores y fisgones de vidas privadas
no se ponen de acuerdo sobre la fecha y lugar de nacimiento de Otis; pero
sólo los más dogmáticos entre ellos apoyan la hipótesis
de que emergió de una fumarola sulfurosa del Vesubio en el año
666 d.C. Los demás, más cautos, coinciden en señalar
que, si bien existe alguna evidencia circunstancial en contra, lo más
probable es que pertenezca al género Homo.
Tal vez la mejor fuente de información
sobre la vida temprana de Otis sea su prontuario. A finales de los 60
y comienzos de los 70 tuvo varias entradas en la comisaría
por experimentar con sustancias prohibidas, especialmente gas mostaza,
trinitrotolueno y uranio-235. Efectivamente, se sabe que en aquellos tiempos
hacía gala de una ideología marcadamente levógira,
la cual lo llevó a inscribirse en un curso sobre mecánica
del automotor.
Abandonó tempranamente esa vocación técnica en medio
de la mayor desilusión de su vida, al comprobar que las miles de
revoluciones por minuto que desarrollaba esa máquina, que tenía
por maravillosa, no eran de la clase que a él le interesaba. Más
tarde proclamaría ante sus camaradas que el motor a explosión
era una vil falacia, una contradicción doctrinaria (aún
hoy le cuesta pronunciar esto) y una clara celada del demonio industrial
y mercantilista, que hierve a los hombres en la caldera de una máquina
de vapor, asfixia sus pulmones con la ponzoña petroquímica
de millones de chimeneas y caños de escape, y flagela sus carnes
con correas de ventilador. (De aquellas épocas arrastra su
execrable oratoria.) A partir de entonces comenzó una etapa que
quienes lo conocieron no dudan en calificar de auto-destructiva.
Promediando la década, su vida
dio un giro estimado en unos ciento setenta y tres grados y medio: después
de ver las patillas de Isaac Asimov en el fondo de una lata de Toddy mientras
leía Forastero en tierra extraña de Robert Heinlein
traducido al piamontés, abandonó la lucha revolucionaria
y se afilió a una secta sincrética que combinaba el culto
a los platos voladores con una versión libre del método
actoral de Konstantin Stanislavsky y las profecías apocalípticas
cifradas en las recetas de cocina de Para Ti.
En los años que siguieron recorrió
el país de punta a punta, de un lado a otro y de arriba abajo junto
a sus condiscípulos, predicando allí donde llegaban el mensaje
de paz y salvación trasmitido a la humanidad por su profeta, el
desaparecido contactado Adam Giorgiutti (1).
Desde el púlpito instalado sobre el techo de su Fiat Lux, instaban
a los pecadores a que dejaran de pecar; a los apóstatas, a que
dejaran de apostatar al caballo perdedor; a los perjuros, heresiarcas
y relapsos, a que dejaran de hacer eso que estaban haciendo; y a las hijas
de los hombres de dieciocho a veinticinco años, a que dejaran una
foto de cara y otra de cuerpo entero, para que eventualmente pudieran
ser llamadas a integrarse a la augusta misión de darles sobrinos
a los hermanos del cosmos.
Fue en febrero del 87, en un
pueblito de las sierras de Córdoba, que la caravana fue a coincidir
con una iglesia rival que vendía bolitas japonesas con la inscripción
Made in the Atlantida y promocionaba tres salvaciones al precio
de dos. Los testigos recuerdan cómo Otis, totalmente trastornado
y fuera de sí (2), se abrió
paso entre la multitud hasta alcanzar al orador y, mientras éste
leía un pasaje del libro Yo era de Acuario, le arrebató
la túnica ceremonial para a continuación echarse a correr
en dirección a sus compañeros, quienes comenzaron a agitar
a modo de bandera la prenda capturada mientras entonaban al unísono
el salmo Acá está, acá está, que la vengan
a buscar.
Ahorraremos al lector (atentos a su
naturaleza sensible y/o a algún que otro cuadro de morbo patológico
del que hemos tenido noticia, y que podría derivar en conductas
socialmente inadmisibles) la relación de los sórdidos y
poco piadosos acontecimientos que resultaron de esta contraposición
de dogmas de fe. Nos limitaremos a reseñar, pues es lo que nos
interesa, que la última vez que se lo vio a Otis, éste huía
raudamente de un adversario que, munido de una botella de agua energizada
por el máximo gurú de su congregación, pretendía
someterlo a una conversión forzosa (3).
A partir de este momento se abre en la biografía de Otis un oscuro
paréntesis, en el cual se dice que recibió algunos puntos
y hasta que estuvo en coma; pero la verdad es que todo el asunto está
repleto de signos de interrogación.
Sea como fuere, no se volvió
a saber nada de él hasta cinco años después, cuando
un buque mercante de bandera noruega que llegaba al puerto de Rosario
lo encontró flotando en el río. Estaba desnudo y muerto
de frío, y se aferraba a tres paquetes de yerba declaró
el capitán Lars Knudsen al informativo local De 12 a 14.
Dice que no se acuerda de nada, y por piedad le creemos.
Los médicos que lo examinaron
pudieron determinar que, además de la amnesia y los tres misteriosos
paquetes (de los que hablaremos más tarde), Otis tenía ahora
una fobia incapacitante a ascensores y escaleras mecánicas, y la
extraordinaria (diríase que casi inhumana) habilidad de poder decir
con toda precisión cuánto adelantaba o atrasaba un reloj
cualquiera con sólo mirarlo (4).
Los más prestigiosos psicólogos,
psiquiatras, hipnoterapeutas y obstetras asistieron a Otis, tratando de
hacerle recuperar la memoria. Efectivamente,
se acordó de muchas cosas: se acordó de dónde había
dejado aquella bufanda anaranjada; se acordó de la letra de Mano
a mano (de Celedonio Flores, con música de Carlos Gardel
y José Razzano); se acordó de que tenía que pasar
a buscar la ropa por la lavandería; se acordó de los cumpleaños
de todos sus primos... Se acordó de todo, menos de los acontecimientos
de ese agujero negro de su vida; razón por la cual siempre se acuerda
de las madres de todos los especialistas que vio.
Frustrado y deprimido, creyó
encontrarle sentido a su existencia usando su rara virtud relojera en
beneficio de la comunidad, y durante un tiempo se dedicó a ayudar
a la policía a encerrar a toda suerte de delincuentes y malandrines.
Pero pronto quedó claro que su talento, si bien desusado, era perfectamente
inútil para toda pesquisa, y para desquitarse lo encerraron a él.
Como tenía antecedentes, pasó un buen rato antes de que
volviera a pisar la calle.
Fueron días muy difíciles:
los agentes y oficiales se burlaban de él, le gritaban dale,
decinos cuánto tiempo nos hiciste perder, y le tiraban bolitas
de miga de pan por entre las rejas. Cuando al fin salió, se había
acordado de que detestaba a la especie humana.
Actualmente sigue sin acordarse de
gran cosa; pero gracias a una rigurosa terapia de piretroides y aspirinetas
ha logrado controlar sus peligrosas pulsiones, sublimándolas en
formas más o menos útiles y creativas; por lo que lleva
una vida que, siendo generosos, podríamos llamar normal.
(1)
Adam Giorgiutti (más conocido por sus acólitos como el
Príncipe Adam) afirmaba canalizar mensajes telepáticos
de extraterrestres del sistema Rana (ranitas). En
realidad no son nativos de allí declaró en un talk
show televisivo ante un grupo de astrónomos y obispos iracundos;
lo que pasa es que desde Rana el pulso telepático es más
barato. Fue la última vez que se lo vio.
(2)
Lo que para algunos implicaría por definición una experiencia
extracorporal, aunque esto aún hoy es materia de debate.
(3)
Quienes estuvieron presentes recuerdan que el perseguidor parecía
tener más confianza para sus fines proselitistas en la contundencia
del recipiente que en las propiedades intangibles de su contenido.
(4)
Habilidad que resulta tanto más sorprendente por cuanto Otis nunca
aprendió a leer la hora, ni siquiera en relojes digitales.
Carlitos
Menditegui es de Tostado, provincia de Santa Fe. Se licenció
en Letras y Músicas por la Universidad de Cuyo (de cuyo nombre
no se quiere ni acordar) y es autor de las autobiografías no
autorizadas de varias celebridades. Desde hace unos años es el
biógrafo oficial de Otis.
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