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El secreto del
buen humor
Por Nicolás del Bucco

Estos eran dos hombres, dos amigos, que querían hacer humor. Más que ninguna otra cosa, querían ser humoristas. Y claro, se pusieron a hacer todo lo que hace cualquiera en esa situación: se plantaban en la plaza principal y allí se ponían a imitar al rey, o a acusar solapadamente a los guardias de palacio de exigirle tartas de manzana al panadero, o si no a sugerir que este conde metía la mano en la vasija o que aquel marqués había puesto a su cuñado como recaudador de impuestos...
      Pero por algún motivo no funcionaba. Los aldeanos simplemente los veían y seguían de largo. Esto, imagínese, era muy frustante para dos amigos que más que ninguna otra cosa querían ser humoristas. Trataron entonces algo más radical: se disfrazaron de trobadores y, acompañados de un laúd, entonaban cantares de gesta que repetían los comentarios que circulaban en el mercado sobre la codicia de los funcionarios del reino. Pero nada, seguía sin funcionar. Era un fracaso.
      Hasta que una noche, mientras ahogaban las penas en la taberna del pueblo, oyeron a un anciano hablar del Gran Maestro Electricista, que siempre estaba con todas las luces y tenía mucha chispa, y que además vivía en una ermita en la montaña. Entonces los dos amigos, que más que ninguna otra cosa querían ser humoristas, con los magros doblones que les quedaban le compraron dos mulas al mulero del pueblo y empezaron la larga y penosa ascensión para buscar el consejo del Gran Maestro Electricista.
      Cuando terminó la larga y penosa ascensión y se hallaron frente al Gran Maestro Electricista, que siempre estaba con todas las luces y tenía mucha chispa, le preguntaron:
      —Maestro, ¿cuál es el secreto del buen humor?
      —¡Ah!, así que los señoritos quieren saber cuál es el secreto del buen humor —respondió el maestro, de buen humor—. Bueno, yo se los voy a revelar. ¡Ja! Sí que se los voy a revelar. Vos vas a ir y me vas a traer treinta lamparitas conectadas en serie; y vos me vas a traer treinta lamparitas conectadas en paralelo.
      —Pero maestro —se quejaron los amigos que más que ninguna otra cosa querían ser humoristas—, vinimos hasta acá a verlo después de una ascensión larga y penosa y usted nos manda a que le traigamos treinta lamparitas conectadas en serie y otras treinta en paralelo. ¿Qué tiene que ver eso con el secreto del buen humor?
      —Traiganmelás y se los digo, gurrumines. Y dejen de hablar a dúo, que me confunden.
      Y se fueron nomás los dos amigos a buscar las lamparitas, y por el trayecto iban muy enojados, claro. —¡Qué barbaridad! —iban diciendo— ¡Las cosas que hay que aguantar cuando uno, o mejor dicho dos, más que ninguna otra cosa quieren ser humoristas!— Y claro, imagínese que usted enfrenta una ascensión larga y penosa para ir a preguntarle al Gran Maestro Electricista sobre el secreto del buen humor y él, muy suelto de cuerpo, lo manda a buscar lamparitas, treinta conectadas en serie y treinta en paralelo, nada menos. ¿Cómo se sentiría? Bueno, así se sentían estos amigos que más que ninguna otra cosa querían ser humoristas; y por partida doble, porque ellos eran dos. Cualquier otro habría abandonado allí mismo; pero estos amigos, que recordemos que más que ninguna otra cosa querían ser humoristas, con mucho ESFUERZO consiguieron las lamparitas y volvieron a iniciar la ascensión larga y penosa, para que el Gran Maestro Electricista les dijera cuál era el secreto del buen humor.
      —Bueno —dijo el Gran Maestro cuando los dos amigos llegaron a su ermita en la montaña—, ¿trajeron lo que les pedí, pebetes?
      —Sí, maestro, acá estás las treinta lamparitas conectadas en paralelo y las treinta conectadas en serie.
      —Joya. Ahora enchufenlás.
      Los dos amigos que querían ser humoristas enchufaron las lamparitas, y entonces el maestro dijo:
      —A ver vos, el amigo de las lamparitas en serie, desenroscá una lamparita.
      —No, maestro, yo traje las lamparitas en paralelo.
      —Dale, no te hagás el estrecho que no hay manera de distinguir a uno del otro, y desenroscá una lamparita.
      Así fue que el amigo, que igual que el otro más que ninguna otra cosa quería ser humorista, desenroscó una de las lamparitas conectadas en serie.
      —¿Qué pachó? —dijo el maestro.
      —Que todas las lamparitas se apagaron, maestro —respondió el amigo, y dijo eso porque, como habrá adivinado, todas las lamparitas se habían apagado.
      —Muy bien. Ahora vos, el otro amigo, desenroscá una de las lamparitas conectadas en paralelo y decime que pasa.
      —Que las demás lamparitas siguen encendidas, maestro.
      —Muuuuy bien. Ése, y no otro, es el secreto del buen humor.
      —¿Cuál? —dijeron a dúo los amigos que, de repente, habían encontrado algo que querían más que ser humoristas—. ¿Que nos haya hecho hacer dos veces una ascensión larga y penosa para enseñarnos algo que ya sabíamos y que no nos sirve para nada?
      —No, esperá —reflexionó uno de los amigos—. Lo que el Gran Maestro Electricista, que siempre está con todas las luces y tiene mucha chispa, trata de decirnos en esta ermita de la montaña en la que vive, es que el secreto del éxito cuando se hace humor está en la manera en que se conectan los chistes. Fijate: las lamparitas representan a los chistes y el cable representa nuestro número humorístico. La corriente representa al sentido del humor y el cobre representa lo que vamos a cobrar si tenemos éxito. Los tomacorrientes representan a los ojitos del público que nos juzga continuamente, así que el acto de enchufar las lamparitas sería como el piquete de ojos de los tres chiflados, que era algo bastante cómico. La cosa es más o menos así: si los chistes están conectados en serie, como estas lamparitas están conectadas en serie, basta con que uno no se entienda para arruinar el espectáculo, porque entonces no se entiende nada. Pero si están conectados en paralelo, como estas otras lamparitas conectadas en paralelo, no importa si uno no se entiende, porque el espectáculo se mantiene igual con los demás.
      —¿O sea que nos hizo hacer dos veces una ascensión larga y penosa para enseñarnos algo que ya sabíamos y que no nos sirve para nada?
      —No exactamente —respondió el Gran Maestro Electricista—. Eso lo hice porque entre mis largas barbas blancas, que junto a mi forma de vida apartada y solitaria me representan arquetípicamente como un sabio cuyo conocimiento proviene de la vida y no de los libros, hay una cámara oculta y todo esto es una jodita para la televisión. ¡Muchas gracias por el buen humooooooooooooo...!

A veces nos pasa que, más que ninguna otra cosa, queremos ser humoristas. ¿Nunca le pasó? Seguro que sí. Y entonces se hace imperativo conocer el secreto, el gran secreto del buen humor, como le pasó a los dos amigos de mi cuentito. Y por supuesto, como era obvio desde el principio, el secreto del buen humor, además de poner mucho ESFUERZO en lo que uno quiere, es que los chistes se entiendan. Si el chiste no se entiende, la lamparita no se enciende. No es casualidad que estas dos palabras sean tan parecidas.
      Pero entonces, ¿cuál es el chiste aquí? ¿Que el Gran Maestro Electricista tuviera una cámara oculta entre sus largas barbas blancas? ¿Que los amigos, al principio, no entendieran la moraleja? ¿Que con quince o veinte cuentitos como éste yo lleno un libro y después la junto con pala? Puede ser. ¿Quién puede decir cuál es la respuesta correcta? Pero el chiste, el gran chiste, el verdadero chiste, puede ser éste: si usted, querido amigo o amiga, ha tomado en serio una sola palabra de este cuentito, si lo ha leído creyendo que en él encontraría el secreto para hacer buen humor, entonces tengo que recomendarle que se dedique a otra cosa porque el humor no es para usted.

El doctor Nicolás del Bucco es hijo del célebre catedrático italiano Andrea del Bucco, aunque su fama ha superado por mucho a la de su padre desde se doctoró con honores en la Universidad Piero Gruggio de Milán. El presente fragmento ha sido extraído de su exitoso libro El paso del elefantito.

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