por
Otis
Es a vosotros, repelentes prosimios, a quienes
dirijo en esta ocasión mis airados venablos discursivos; a vosotros
que, a fuer de malgastar vuestra atención y despilfarrar vuestros
empeños en magras y fútiles empresas marcadas todas con
el mucilaginoso signo de la indignidad, no habéis prestado oídos
a la espléndida nueva de que el pasado equinoccio vernal un nuevo
aniversario verificóse del nacimiento de este auténtico
prodigio de genio y tenacidad llamado Axxón, el cual con
infinita justicia ocupa los superiores peldaños en el podio de
cuantas octavas maravillas del mundo existen. No seréis vosotros,
vulgares anfisbénidos, quienes degustaréis las mieles de
esta ya tradicional sección que los hombres han llamado AnaCrónicas,
pues tales están consagradas a quienes, sin esperar nada en contraprestación,
y por ello mismo obteniéndolo todo, bríndanme ya por quinta
consecutiva vez su incondicional fidelidad.
Cierto estoy de que comprenderéis,
mis adictos partidarios, pues a vosotros dirijo ahora mis palabras en
arrebatada mudanza de interlocutor, el que no me haya manifestado de cuerpo
presente en el emplazamiento del ágape que con excelsos y antedichos
motivos celebróse; pues señal es de la elevada capacidad
craneal y finísima sensibilidad de espíritu que os impelen
mes a mes a dispensarme una devota atención, el advertir que tal
actitud, si bien la más acorde sería a mis deseos y vuestros
merecimientos, desencadenante habría sido de un caos como pocas
veces se ha visto, al ser desbordado el recinto por una masa humana que,
enterada de mi paradero, marchado habría en procesión sólo
para tocar mi chistera o hacerse siquiera de un nanoscópico fragmento
de mi corbatín. Fue en previsión de tal desnaturalizante
acracia, y habida cuenta de la astucia que tantos admirados suspiros entre
vosotros despierta, que he comisionado a uno de los más fieles
integrantes de mi círculo, a quien conocéis como Andrés
D., para que oficiase como mis ojos y oídos en el convite; reservándose
para sí mismo el pleno usufructo y goce a su propia discreción
del resto de sus órganos sensorios.
Constituye para mí un motivo
de auténtico orgullo el que mi leal correveidile, según
él mismo me lo refiere y la crónica oficial lo corrobora,
haya sido un digno emisario y no haya dejado pregunta sin su correspondiente
respuesta, tanto en el plebeyo entretenimiento de la trivia (en el que
al parecer tuvo un destacado desempeño en tópicos abstrusos
tales como los manuales de tejido de punto de Clive Barker o los episodios
perdidos de Los Barbapapá), como ante las desaforadas requisitorias
de los demás concurrentes. De descomedida rareza es, no obstante,
la especie que de estas últimas desprenderse parece acerca de que
ésta, justamente ésta entre todas las que alguna vez han
conocido la gloria de hollar las inmateriales páginas de Axxón,
es una sección humorística. ¡Voto a Méndez!
Huyen aun de mi singularmente esclarecido intelecto cualesquiera razones
que dar cuenta puedan de la génesis de tal absurdo. No seré
yo, John Doe lo sabe, quien dilapide mis preciosos esfuerzos en deshacer
tal entuerto en el que ninguna responsabilidad me cabe, ni en iluminar
a quienes ser iluminados no pueden; mas, puesto que a tales terrenos hemos
sido por azarosas ventiscas arrastrados, Necedad sería mi nombre
si acaso desperdiciara la ocasión de ilustraros en la difícil
arte de propiciar ajenas hilaridades. Es a tal fin que he cursado una
invitación al de todos vosotros conocido omniespecialista y fabulador
Nicolás Del Bucco, cuya insigne pluma únesenos hoy en apoteósica
circunstancia.
Y a continuación, antes de
dar paso al asombro inenarrable y el sidéreo portento con el episodio
de rigor de esa epopeya sin par que es El Gaucho de los Anillos,
os admiraréis más allá de los gozosos confines de
vuestro sistema límbico con un nuevo relato de mis herculpuarotescos
talentos investigativos, en la que constituye la tan por vosotros ansiada
segunda entrega de Allende lo razonable; ocasión ésta
en que nos sumergiremos, cual capitán Nemo ávido de respuestas
a bordo de un Nautilus de férrea determinación, en el piélago
inabarcable de las nuevas formas que la humana espiritualidad adquiere
en estos tiempos de crisis en tierras infinitas. ¡Oh no, no os postréis
ante mí ni beséis mis empeines! El momento llegará
en que todas las deudas, grandes y pequeñas, quedarán definitivamente
saldadas; mantened luego en toda ocasión, sólo a esto os
reconvengo, dispuesta vuestra voluntad y pronto vuestro espíritu,
pues no se sabe el día ni la hora.
El
secreto del bueno humor
Por Nicolás del
Bucco
Allende
lo razonable: El Maestro Ignoramus
Artículo
El
Gaucho de los Anillos
La comunidá del
anillo (capítulo 12)
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