por
Otis
Asentádose que hubo el nuevo año
en las firmes altitudes del mes de febrero, no ha ya de inquietarnos el
pensamiento de que refluyan las mareas del tiempo al último octubre;
lo cual, he de revelar en íntima confidencia ahora que el riesgo
no es más que un relicto ecoico que cesa poco a poco de reverberar
en las cavernas de la memoria, la causa ha sido del mayor desasosiego
que mi espíritu ha sacudido en las últimas épocas.
No me queda ya sino cuidarme del cúmulus nimbus cuniculiforme que
ostensiblemente espía mis evoluciones desde la impune seguridad
de su refugio albiceleste.
¡Ah, so bellaco! ¿Osas
mancillar con tu impúdica presencia los diáfanos claustros
de mis afanes? ¡Aguarda solamente a que acabe de escribir estas
airadas alocuciones que mejor haría en lanzarte de viva voz, y
te medirás conmigo!
Esto es todo lo que Otis escribió
para la edición de este mes antes de saltar por la ventana usando
una musculosa como paracaídas y perderse en la espesura. Sí,
lamentablemente nuestro jefe de sección ha tenido una recaída,
como todos nosotros temíamos. Debimos advertir que algo andaba
mal cuando pasó de dormir diez horas a sólo ocho y media,
lo cual puede no parecer una diferencia muy preocupante, pero en su caso
es un total quincenal muy irregular.
En estos momentos está siendo
intensamente buscado con helicópteros, perros y granadas de mano.
Mientras tanto, me puse en contacto con varios conocidos que tengo en
los medios para persuadirlos de no difundir la noticia, ya que eso podría
alarmar a la población y crear pánico. Para mi alivio, todos
me respondieron con un tranquilizador ¿Qué Otis?.
El licenciado Menditegui, que es lo
más parecido que Otis tiene a un amigo, suspendió de inmediato
su exitosa gira europea de conferencias sobre Factores ambientales
en la dicotomía podopectoral aviana: cómo las expectativas
de la sociedad, la familia y el grupo de pares influyen en la preferencia
entre pata y pechuga. Los demás colaboradores de la sección
ayudan a su manera: Rosemary hace oscilar un ejemplar de El Péndulo
sobre un mapa Rivadavia con división política, y el negro
Eraparauntaar embaló la libreta de apuntes y el grabador junto
con el bronceador y la toalla, y salió para Puerto Rico a entrevistar
a alguien que dijo que el chupacabras le habló en español
del siglo XIII.
A todo esto, yo he quedado como responsable
de facto de la sección. Sé que a Otis no le habría
gustado que dejáramos que las AnaCrónicas languidecieran
por su ausencia. Es más, cierta vez nos instruyó que si
algo le pasaba, debíamos convertir en una enorme pira funeraria
la casa solariega usurpada donde funciona la redacción e inmolarnos
en su interior. Pero si nunca le hice caso voluntariamente, no voy a cambiar
mi costumbre justo por esto. De modo que he tomado provisoriamente las
riendas de la dirección. Debo admitir que es un trabajo bastante
más pesado que lo que había imaginado, y muchísimo
más que lo que Otis parece creer.
En el escritorio descubrí el
artículo que el licenciado Menditegui dejó antes de partir
a Europa (y que, a la luz de estos acontecimientos, es posible que adquiera
nuevos significados), y después subí al altillo a ver si
encontraba algún material para completar la entrega. Lo que encontré
fue un chico de unos doce o trece años que estaba encerrado allí
desde hacía unos días (junto con toda su familia, para que
no se preocupara). Me dio una hoja de papel con unos garabatos casi indescifrables,
diciéndome que era un informe que Otis le había encargado,
y después se unió a sus parientes en la masacre de las empanadas
que me había pedido para el almuerzo.
Bueno, acá están las
AnaCrónicas de febrero. No mucho más desprolijas
que de costumbre, modestia aparte. Ojalá les gusten.
Andrés D.
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