En busca del
Otis perdido
Por Dänik Eraparauntaar
Cuando aterricé en Puerto Rico, nada me obsesionaba
más que encontrar a nuestro desaparecido jefe de redacción.
Es cierto que no me faltaban motivos para evitar asociarme con tal sujeto:
no sólo me había ocultado que era el capo de la mafia
de los sombreros, sino que tampoco me había dicho que era el
vilipendiado chupacabras. Pero es mi irrenunciable apostolado
develar los grandes misterios que medran en este planeta encantado; así
que cuando un chacarero puertorricense me hizo saber las impudicias a
las que Otis
sometía al ganado caprino a la luz de la luna llena, no lo dudé
ni un instante: tomé mi grabador magnetofónico y mi cámara
desenfocada, y me subí al primer avión que me dejara cerca.
Sin embargo, ya que estaba de paso
por esta ciudad llena de historia y enigmas que es San Juan, tuve que
ceder a la tentación de averiguar algo sobre la leyenda de Sarmiento,
el sanjuanino inmortal. Cuál no sería mi sorpresa al advertir
que los pobladores no solamente negaban todo conocimiento de lo
que les preguntaba, sino que llegaban al extremo de huir despavoridos.
¿Qué tendrían que temer de un inofensivo extranjero
que arrastra una pierna y anda encorvado sobre un bastón con forma
de plato volador (con su correspondiente grúa para moais), que
los aborda para interrogarlos acerca de un hombre que no puede morir por
haber comido el fruto de la Higuera de la Vida Eterna? Es evidente que
todas estas personas han sido amenazadas de maneras inimaginables.
También en Puerto Rico hay personas que perderían sus posiciones
de privilegio si se difundieran aquellas cosas de las que hablan tantos
libros, revistas y programas de televisión.
Lo que demuestra el grado en que esta
comunidad está ganada por la ignorancia y el miedo es la incomprensible
obstinación con que se niega la más patente evidencia de
que la isla fue visitada en la antigüedad por seres de avanzada tecnología.
En varios puntos de la costa se ven las ruinas de antiguas estructuras,
en las que llaman de inmediato la atención unos grandes tubos hechos
de un metal alienígena tan parecido al bronce que casi me
engaña. La explicación oficial que se da de estos tubos,
la cual oí de labios del profesor Víctor Vázquez
Vargas de la Universidad de Puerto Rico, movería a risa si no fuera
representativa del oscurantismo en que el establishment pretende mantener
al pueblo. Según este autodenominado historiador (que
mejor haríamos en llamar desinformador), estos tubos habrían
sido utilizados como armas que lanzaban pesadas bolas de hierro con la
ayuda de cierto polvo químico de cualidades inverosímiles.
Esta teoría es tan incoherente que prácticamente
se refuta a sí misma. ¿Acaso no ven estos amantes de la
racionalidad y el sentido común que los
tubos están abiertos por un solo extremo? Aun suponiendo
que la inhalación de este polvo mágico multiplicara
en suficiente medida la potencia pulmonar, ¿por dónde iban
a soplar para impulsar la bola?
¿No sería mucho más
lógico y razonable suponer que eran en realidad enormes tubos
de ensayo o probetas donde representantes de civilizaciones
avanzadas crearon las criaturas fabulosas que aún hoy pueblan la
isla? Ciertamente, el hecho de que este lugar constituyó un asentamiento
de colonos intergalácticos está más allá de
toda duda. El prestigioso erudito e investigador Víctor Vázquez
Vargas, de la Universidad de Puerto Rico, me refirió antiguos mitos
que hablan de hombres blancos que llegaron en barcos
de una tierra que quedaba del otro lado del mar. Si reemplazamos
mar por espacio cósmico, barcos
por astronaves con propulsión nuclear, y hombres
blancos por seres de cuatro metros de alto, con tres brazos
y seis ojos, que hacían al hablar un sonido de tararirará-tururún,
tenemos un relato sin fisuras de una visita extraterrestre que corrobora,
una vez más, todas mis teorías (a la vez que refuta de un
plumazo las de mi competidor Zacarías Provetchin, quien sostiene
el absurdo de que los visitantes emitían un sonido de ula-ula-jejey).
Los mismos mitos señalan que
estos seres cuyo origen se establece claramente en una luna de
Júpiter desconocida en aquel
entonces montaban sobre los lomos de grandes bestias
y tenían armas que escupían fuego. ¿Hemos
de pensar que todo esto es invento de unos hombres tan primitivos
y cortos de ingenio que no distinguían el mar del espacio,
y tenían que venir unos extraterrestres a enseñarles todo?
Por supuesto que no; ésta es indudablemente una referencia más
a los engendros antinaturales y obscenos que había venido a buscar.
Y a buscarlos fui a la granja de la
que me habían mandado llamar. Me había preparado para encontrarme
con un espectáculo repugnante: cabras destripadas, gallinas descabezadas,
cerdos descuartizados, ovejas desfloradas... Pero lo que vi era infinitamente
peor, algo tan espantosamente nauseabundo que no pude soportarlo y
vomité. Sí, vomité, no me da vergüenza
admitirlo (solamente asco).
Había animales por todas partes,
pero no parecía haberles sucedido nada anormal. ¿Cómo
puede ser posible semejante aberración? ¿Qué clase
de monstruo depreda a las criaturas de granja y no deja ninguna señal
de su paso? De pronto, mi aguda intuición me hizo caer en la
cuenta de que la respuesta era obvia. ¿Acaso no estaba buscando
yo a alguien que desapareció sin dejar rastro? Ciertamente
estaba sobre la pista correcta.
Si necesitaba alguna otra confirmación
de que me acercaba a la verdad, me la dio el agente del FBI que encontré
en el lugar. Por un momento temí por mi seguridad. Cuando uno de
estos siniestros personajes aparece, es señal de que alguien está
a punto de morir o ser horriblemente ridiculizado. Pero éste no
contaba con mi astucia. No tenía manera de saber que mi grabador,
el cual sostenía en mi mano con el botón REC presionado,
estaba registrando toda la conversación. Si atentaba contra mi
vida, todos los lectores de Axxón lo sabrían.
Soy Rock Boulder, del Fondo
Bursátil de Inversiones. Me mandaron a averiguar por qué
estas tierras rinden tan poco. ¿Usted es de por acá?
¿Quién, yo?
No, no, cómo cree... Pero dígame, ¿ya descubrió
algo?
Quiero creer. ¿Vio aquel
pozo?
Me reí por dentro. El pobre
infeliz pretendía usar el viejo truco de ¿vio aquel
pozo?, en el que tantos investigadores con menos preparación
y sagacidad habían caído y se habían roto todos los
huesos. Evidentemente no sabía con quién estaba hablando.
Determinado a ampliar esta leve pero provechosa ventaja, hice uso de la
táctica de distracción que tan buenos resultados me ha dado:
¡Mire! ¡Un duende
con tacos altos!
¡¿Dónde?!
¡¿Dónde?!
Volvió quince minutos después,
agitado y sudoroso. Mientras tanto, yo había tenido tiempo de sobra
para improvisar un disfraz para confundirlo. Modestia aparte, debo decir
que mi propia inventiva para concebir soluciones ingeniosas nunca deja
de asombrarme. Me colgué la cámara al cuello y usé
mis contactos con la mafia de los sombreros para conseguir uno que dijera
PRENSA. Sólo me faltaba ensuciarme las manos con tierra y ya estaba
listo para darle un nombre falso y decirle que era un corresponsal de
la revista Casa y Jardín.
Debió ser un globo
meteorológico. De ésos que a ustedes les gustan tanto, ¿vio?
No... No se parecía a
ningún globo meteorológico que yo haya visto.
Humm... Mire, allá
está la dueña de casa. ¿Por qué no le preguntamos
a ella?
Buena idea. Buenas tardes, señora.
¿Tiene idea de lo que puede haber causado aquel pozo que está
en su campo?
¡AZÚÚÚCAR!
¡¿En serio?!
No, chico, les estoy preguntando
si quieren pasar a tomar un café con ¡azuquita!
La señora Celia era una mujer
muy agradable, y hasta bella de cierta forma retorcida. La mezcla de razas
se evidenciaba en sus poderosas mandíbulas y en sus grandes ojos
facetados. El café que nos sirvió era muy bueno. Yo lo tomé
negro, como de costumbre, mientras ella parecía preferirlo sin
agua ni granos, directamente de la bolsa de azúcar. Su compañía
era tan amena que por unos momentos me hizo olvidar de la inoportuna presencia
del conspirador, hasta que éste habló.
Muchas gracias por el café,
señora. Yo soy Rock Boulder, del FBI. Y el señor es Pedro
Estacionador, de Casa y Jardín.
¿Casa y Jar...? ¡AAAHHHH!
¡ALARMA! ¡ALARMA!
¡Eh, señora! ¿Qué
le pasa?
Aah... No, nada. Falsa alarma,
chico. ¡FALSA ALARMA! Ja ja, confundí Casa y Jardín
con Raid Hogar y Plantas. Tengo que parar más las antenas...
Me pareció un momento adecuado
para continuar mi investigación. Pero debía hacerlo de una
manera muy cuidadosa, para mantener mi fachada ante quien era capaz, ante
mi menor descuido, de encubrir todo bien encubierto.
¡Cómo cruje
la casa, señora! ¿Tiene termitas?
Entre otras cosas.
Ajá. ¿Y hormigas,
caracoles...? Digamos, ¿algún bicho que le esté comiendo
los malvones, los geranios, las cabras...?
Claro. chico. ¿Por qué
no? ¿Gustas más café?
Sí, sí, claro.
Está exquisito.
Eres muy amable, chico. Ahora
mismo te traigo...
Bueno... Escúcheme, señor
Estacionador, ahora que la señora no nos escucha voy a decirle algo.
Tengo el don de conocer a las personas cuando las veo, y sé que
puedo confiar en usted. Vea, yo no soy del Fondo Bursátil de Inversiones,
sino del Frente de Buscadores Independientes. Y lo que me mandaron a investigar...
Me puse en guardia cuando sacó
del sobretodo un paquete envuelto en papel de diario. Lo abrió
sobre la mesa, revelando toda clase de objetos inclasificables.
¿Qué son esos
objetos inclasificables?
Nunca lo supe. Pero mire lo
que dice el papel de diario.
¡Hongo de caspa
gigante aterroriza ferretería! ¡Se los advertí,
y no quisieron escucharme!
No, no, esa noticia no. Esa
otra, mire. ¡Mi mujer es un bicho inmundo!
¿Su mujer es un bicho
inmundo?
Mi mujer es una santa, señor.
Ella ya me explicó que tiene una condición genética
inusual que hace que todos nuestros hijos parezcan coreanos.
Sí, los genes son
una cosa muy loca. Pero entonces, ¿para qué me muestra esto?
Bueno, lea la noticia.
A ver... El señor
Nazareno C., un granjero de Puerto Rico, afirma que su esposa Celia fue
devorada y suplantada por un gigantesco insecto pútrido y nauseabundo,
cubierto de pústulas malolientes y cerdas ponzoñosas. El
mismo habría salido arrastrándose de un pozo oscuro y cenagoso,
acompañado de un séquito de alimañas que se revolcaban
en la mugre. Nuestro matrimonio nunca fue tan feliz, declaró.
¿Y? ¿Qué tiene de raro?
¿Usted conoce la teoría
de Zacarías Provetchin de que las noticias de los diarios podrían
estar basadas en cosas que sucedieron realmente?
Tuve que morderme la lengua y pasar
en silencio el trago amargo. Aparentemente, el abuelo Provetchin ya no
tiene bastante con socavar el prestigio de la investigación paranormal
con sus ideas disparatadas. Ahora, además, tiene que robar las
mías.
Sí, la conozco. ¿Y
qué?
Bueno, mis superiores creen
que esa noticia se refiere a que en esta granja se refugia una célula
de cierto grupo de artrópodos subversivos. A lo mejor los conoce,
hace poco sacaron una solicitada en una revista de ciencia ficción.
Pensamos que quieren tomar el poder. Y que la señora Celia y su
esposo Nazareno son los cabecillas.
Conque de eso se trataba. Una vez
más, Estados Unidos estaba metiendo su nariz en los asuntos internos
de un país soberano.
O eso quería hacerme pensar.
He visto demasiado de este mundo como para que sea tan fácil engañarme,
y ya había advertido hacia dónde iba. Quería confundirme.
¿Pensaba que no me iba a dar cuenta? El mismo señor Nazareno
era quien se había puesto en contacto conmigo para decirme que
Otis era el chupacabras. Ya antes de venir a la granja había determinado
que era un testigo confiable: todos sus vecinos concordaban en que era
un pobre imbécil analfabeto y sin nada de imaginación, que
no podría inventar la mentira más elemental aunque su vida
dependiera de ello.
Mi esposo es un capullo, chico.
Sí, señora,
en eso estaba pensando...
No, chico, no, lo digo en serio.
Mira, ese capullo que está pegado al techo es mi esposo. ¡Eh,
Nazareno! ¡Saluda a los señores!
Está un poco pálido,
¿no?
Sí, todos tenemos problemas
de salud. Yo tengo parásitos intestinales con ojos de tanto comer
azúcar.
¡¿En serio?! ¡A
ver a ver a ver a v...!
Pasó un rato. Después
pasó otro rato más. Aparte de eso, no pasó nada.
Sí... eeh... ajummm...
si, esteeee... ¿Le parece que el señor Boulder va a tardar
mucho?
Unas doce horas, chico. ¿Quieres
quedarte a esperarlo?
Ejem... No, me parece que
mejor me voy. Vuelvo a mi país mañana y todavía no
visité el radioobservatorio de Arequito.
¡Pero no te vas a ir de
noche, chico! Quédate a cenar con nosotros, que hice huevos de
sobra. Y luego te prepararé un lugar para que duermas junto a Nazareno.
Esos huevos tienen cosas
adentro que se mueven, señora.
Sí, ¿no son adorables?
Éste se llamará Pedro, y éste Francisco... ¡Espera,
no te vayas ahora! Mira, si ya hasta salió la luna llena.
Y hablando de luna llena...
Fíjese en Nazareno, que me parece que le pasa algo.
¿Qué...? ¡NO,
NAZARENO! ¡ALARMA! ¡ALARMA! ¡ESTA VEZ ES EN SERIO! ¡NOOOOO...!
A esta altura, ya me había
dado sobrada cuenta de que no encontraría a Otis aquí. Por
supuesto que sospeché desde un principio que se trataba de un montaje,
y si vine fue sólo para comprobar hasta dónde eran capaces
de llegar. Abandoné de inmediato el sitio a todo lo que me daban
las piernas, oyendo a mis espaldas los gritos de frustración por
el fracaso del engaño:
¡Guau, guau! ¡Guof!
¡Dispárale! ¡Dispárale!
¡Protéjanme, chico!
¡Protejan a su reina!
¡Qué reina ni reina!
¡Acá todos somos iguales!
¡Grrrr! ¡Guau!
¡Ay, mis dos patitas de
atrás!
Observarán los lectores que
no he censurado en mi crónica ni una sola letra, pues no tengo
ningún temor de las represalias que los organismos de inteligencia
puedan emprender en mi contra. Y es notorio que al momento de escribir
esto no haya recibido absolutamente ninguna amenaza de su parte,
lo cual pone de manifiesto una vez más su actitud rastrera y
cobarde de atacar sin preaviso. En nuestro próximo encuentro,
si aún estoy con vida, continuaré con mi sagrada misión
de guiar al pueblo fuera de las tinieblas en las que durante tanto tiempo
ha estado sumido; y si el destino así lo dispone, encontraré
a Otis de una buena vez. ¡Hasta entonces!
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