Página Axxón Axxón 136

En busca del
Otis perdido

Por Dänik Eraparauntaar

Cuando aterricé en Puerto Rico, nada me obsesionaba más que encontrar a nuestro desaparecido jefe de redacción. Es cierto que no me faltaban motivos para evitar asociarme con tal sujeto: no sólo me había ocultado que era el capo de la mafia de los sombreros, sino que tampoco me había dicho que era el vilipendiado chupacabras. Pero es mi irrenunciable apostolado develar los grandes misterios que medran en este planeta encantado; así que cuando un chacarero puertorricense me hizo saber las impudicias a las que Otis sometía al ganado caprino a la luz de la luna llena, no lo dudé ni un instante: tomé mi grabador magnetofónico y mi cámara desenfocada, y me subí al primer avión que me dejara cerca.
      Sin embargo, ya que estaba de paso por esta ciudad llena de historia y enigmas que es San Juan, tuve que ceder a la tentación de averiguar algo sobre la leyenda de Sarmiento, el sanjuanino inmortal. Cuál no sería mi sorpresa al advertir que los pobladores no solamente negaban todo conocimiento de lo que les preguntaba, sino que llegaban al extremo de huir despavoridos. ¿Qué tendrían que temer de un inofensivo extranjero que arrastra una pierna y anda encorvado sobre un bastón con forma de plato volador (con su correspondiente grúa para moais), que los aborda para interrogarlos acerca de un hombre que no puede morir por haber comido el fruto de la Higuera de la Vida Eterna? Es evidente que todas estas personas han sido amenazadas de maneras inimaginables. También en Puerto Rico hay personas que perderían sus posiciones de privilegio si se difundieran aquellas cosas de las que hablan tantos libros, revistas y programas de televisión.
      Lo que demuestra el grado en que esta comunidad está ganada por la ignorancia y el miedo es la incomprensible obstinación con que se niega la más patente evidencia de que la isla fue visitada en la antigüedad por seres de avanzada tecnología. En varios puntos de la costa se ven las ruinas de antiguas estructuras, en las que llaman de inmediato la atención unos grandes tubos hechos de un metal alienígena tan parecido al bronce que casi me engaña. La explicación oficial que se da de estos tubos, la cual oí de labios del profesor Víctor Vázquez Vargas de la Universidad de Puerto Rico, movería a risa si no fuera representativa del oscurantismo en que el establishment pretende mantener al pueblo. Según este autodenominado “historiador” (que mejor haríamos en llamar desinformador), estos tubos habrían sido utilizados como armas que lanzaban pesadas bolas de hierro con la ayuda de cierto polvo químico de cualidades inverosímiles. Esta “teoría” es tan incoherente que prácticamente se refuta a sí misma. ¿Acaso no ven estos amantes de la “racionalidad” y el “sentido común” que los tubos están abiertos por un solo extremo? Aun suponiendo que la inhalación de este “polvo mágico” multiplicara en suficiente medida la potencia pulmonar, ¿por dónde iban a soplar para impulsar la bola?
      ¿No sería mucho más lógico y razonable suponer que eran en realidad enormes tubos de ensayo —o probetas— donde representantes de civilizaciones avanzadas crearon las criaturas fabulosas que aún hoy pueblan la isla? Ciertamente, el hecho de que este lugar constituyó un asentamiento de colonos intergalácticos está más allá de toda duda. El prestigioso erudito e investigador Víctor Vázquez Vargas, de la Universidad de Puerto Rico, me refirió antiguos mitos que hablan de “hombres blancos” que llegaron en “barcos” de una tierra que quedaba “del otro lado del mar”. Si reemplazamos “mar” por “espacio cósmico”, “barcos” por “astronaves con propulsión nuclear”, y “hombres blancos” por “seres de cuatro metros de alto, con tres brazos y seis ojos, que hacían al hablar un sonido de tararirará-tururún”, tenemos un relato sin fisuras de una visita extraterrestre que corrobora, una vez más, todas mis teorías (a la vez que refuta de un plumazo las de mi competidor Zacarías Provetchin, quien sostiene el absurdo de que los visitantes emitían un sonido de ula-ula-jejey).
      Los mismos mitos señalan que estos seres —cuyo origen se establece claramente en una luna de Júpiter desconocida en aquel entonces— montaban sobre los lomos de grandes bestias y tenían armas que escupían fuego. ¿Hemos de pensar que todo esto es invento de unos hombres tan primitivos y cortos de ingenio que no distinguían el mar del espacio, y tenían que venir unos extraterrestres a enseñarles todo? Por supuesto que no; ésta es indudablemente una referencia más a los engendros antinaturales y obscenos que había venido a buscar.
      Y a buscarlos fui a la granja de la que me habían mandado llamar. Me había preparado para encontrarme con un espectáculo repugnante: cabras destripadas, gallinas descabezadas, cerdos descuartizados, ovejas desfloradas... Pero lo que vi era infinitamente peor, algo tan espantosamente nauseabundo que no pude soportarlo y vomité. Sí, vomité, no me da vergüenza admitirlo (solamente asco).
      Había animales por todas partes, pero no parecía haberles sucedido nada anormal. ¿Cómo puede ser posible semejante aberración? ¿Qué clase de monstruo depreda a las criaturas de granja y no deja ninguna señal de su paso? De pronto, mi aguda intuición me hizo caer en la cuenta de que la respuesta era obvia. ¿Acaso no estaba buscando yo a alguien que desapareció sin dejar rastro? Ciertamente estaba sobre la pista correcta.
      Si necesitaba alguna otra confirmación de que me acercaba a la verdad, me la dio el agente del FBI que encontré en el lugar. Por un momento temí por mi seguridad. Cuando uno de estos siniestros personajes aparece, es señal de que alguien está a punto de morir o ser horriblemente ridiculizado. Pero éste no contaba con mi astucia. No tenía manera de saber que mi grabador, el cual sostenía en mi mano con el botón REC presionado, estaba registrando toda la conversación. Si atentaba contra mi vida, todos los lectores de Axxón lo sabrían.
      —Soy Rock Boulder, del Fondo Bursátil de Inversiones. Me mandaron a averiguar por qué estas tierras rinden tan poco. ¿Usted es de por acá?
      —¿Quién, yo? No, no, cómo cree... Pero dígame, ¿ya descubrió algo?
      —Quiero creer. ¿Vio aquel pozo?
      Me reí por dentro. El pobre infeliz pretendía usar el viejo truco de “¿vio aquel pozo?”, en el que tantos investigadores con menos preparación y sagacidad habían caído y se habían roto todos los huesos. Evidentemente no sabía con quién estaba hablando. Determinado a ampliar esta leve pero provechosa ventaja, hice uso de la táctica de distracción que tan buenos resultados me ha dado:
      —¡Mire! ¡Un duende con tacos altos!
      —¡¿Dónde?! ¡¿Dónde?!
      Volvió quince minutos después, agitado y sudoroso. Mientras tanto, yo había tenido tiempo de sobra para improvisar un disfraz para confundirlo. Modestia aparte, debo decir que mi propia inventiva para concebir soluciones ingeniosas nunca deja de asombrarme. Me colgué la cámara al cuello y usé mis contactos con la mafia de los sombreros para conseguir uno que dijera PRENSA. Sólo me faltaba ensuciarme las manos con tierra y ya estaba listo para darle un nombre falso y decirle que era un corresponsal de la revista Casa y Jardín.
      —Debió ser un globo meteorológico. De ésos que a ustedes les gustan tanto, ¿vio?
      —No... No se parecía a ningún globo meteorológico que yo haya visto.
      —Humm... Mire, allá está la dueña de casa. ¿Por qué no le preguntamos a ella?
      —Buena idea. Buenas tardes, señora. ¿Tiene idea de lo que puede haber causado aquel pozo que está en su campo?
      —¡AZÚÚÚCAR!
      —¡¿En serio?!
      —No, chico, les estoy preguntando si quieren pasar a tomar un café con ¡azuquita!
      La señora Celia era una mujer muy agradable, y hasta bella de cierta forma retorcida. La mezcla de razas se evidenciaba en sus poderosas mandíbulas y en sus grandes ojos facetados. El café que nos sirvió era muy bueno. Yo lo tomé negro, como de costumbre, mientras ella parecía preferirlo sin agua ni granos, directamente de la bolsa de azúcar. Su compañía era tan amena que por unos momentos me hizo olvidar de la inoportuna presencia del conspirador, hasta que éste habló.
      —Muchas gracias por el café, señora. Yo soy Rock Boulder, del FBI. Y el señor es Pedro Estacionador, de Casa y Jardín.
      —¿Casa y Jar...? ¡AAAHHHH! ¡ALARMA! ¡ALARMA!
      —¡Eh, señora! ¿Qué le pasa?
      —Aah... No, nada. Falsa alarma, chico. ¡FALSA ALARMA! Ja ja, confundí Casa y Jardín con Raid Hogar y Plantas. Tengo que parar más las antenas...
      Me pareció un momento adecuado para continuar mi investigación. Pero debía hacerlo de una manera muy cuidadosa, para mantener mi fachada ante quien era capaz, ante mi menor descuido, de encubrir todo bien encubierto.
      —¡Cómo cruje la casa, señora! ¿Tiene termitas?
      —Entre otras cosas.
      —Ajá. ¿Y hormigas, caracoles...? Digamos, ¿algún bicho que le esté comiendo los malvones, los geranios, las cabras...?
      —Claro. chico. ¿Por qué no? ¿Gustas más café?
      —Sí, sí, claro. Está exquisito.
      —Eres muy amable, chico. Ahora mismo te traigo...
      —Bueno... Escúcheme, señor Estacionador, ahora que la señora no nos escucha voy a decirle algo. Tengo el don de conocer a las personas cuando las veo, y sé que puedo confiar en usted. Vea, yo no soy del Fondo Bursátil de Inversiones, sino del Frente de Buscadores Independientes. Y lo que me mandaron a investigar...
      Me puse en guardia cuando sacó del sobretodo un paquete envuelto en papel de diario. Lo abrió sobre la mesa, revelando toda clase de objetos inclasificables.
      —¿Qué son esos objetos inclasificables?
      —Nunca lo supe. Pero mire lo que dice el papel de diario.
      —“¡Hongo de caspa gigante aterroriza ferretería!” ¡Se los advertí, y no quisieron escucharme!
      —No, no, esa noticia no. Esa otra, mire. “¡Mi mujer es un bicho inmundo!”
      —¿Su mujer es un bicho inmundo?
      —Mi mujer es una santa, señor. Ella ya me explicó que tiene una condición genética inusual que hace que todos nuestros hijos parezcan coreanos.
      —Sí, los genes son una cosa muy loca. Pero entonces, ¿para qué me muestra esto?
      —Bueno, lea la noticia.
      —A ver... “El señor Nazareno C., un granjero de Puerto Rico, afirma que su esposa Celia fue devorada y suplantada por un gigantesco insecto pútrido y nauseabundo, cubierto de pústulas malolientes y cerdas ponzoñosas. El mismo habría salido arrastrándose de un pozo oscuro y cenagoso, acompañado de un séquito de alimañas que se revolcaban en la mugre. ‘Nuestro matrimonio nunca fue tan feliz’, declaró.” ¿Y? ¿Qué tiene de raro?
      —¿Usted conoce la teoría de Zacarías Provetchin de que las noticias de los diarios podrían estar basadas en cosas que sucedieron realmente?
      Tuve que morderme la lengua y pasar en silencio el trago amargo. Aparentemente, el abuelo Provetchin ya no tiene bastante con socavar el prestigio de la investigación paranormal con sus ideas disparatadas. Ahora, además, tiene que robar las mías.
      —Sí, la conozco. ¿Y qué?
      —Bueno, mis superiores creen que esa noticia se refiere a que en esta granja se refugia una célula de cierto grupo de artrópodos subversivos. A lo mejor los conoce, hace poco sacaron una solicitada en una revista de ciencia ficción. Pensamos que quieren tomar el poder. Y que la señora Celia y su esposo Nazareno son los cabecillas.
      Conque de eso se trataba. Una vez más, Estados Unidos estaba metiendo su nariz en los asuntos internos de un país soberano.
      O eso quería hacerme pensar. He visto demasiado de este mundo como para que sea tan fácil engañarme, y ya había advertido hacia dónde iba. Quería confundirme. ¿Pensaba que no me iba a dar cuenta? El mismo señor Nazareno era quien se había puesto en contacto conmigo para decirme que Otis era el chupacabras. Ya antes de venir a la granja había determinado que era un testigo confiable: todos sus vecinos concordaban en que era un pobre imbécil analfabeto y sin nada de imaginación, que no podría inventar la mentira más elemental aunque su vida dependiera de ello.
      —Mi esposo es un capullo, chico.
      —Sí, señora, en eso estaba pensando...
      —No, chico, no, lo digo en serio. Mira, ese capullo que está pegado al techo es mi esposo. ¡Eh, Nazareno! ¡Saluda a los señores!
      —Está un poco pálido, ¿no?
      —Sí, todos tenemos problemas de salud. Yo tengo parásitos intestinales con ojos de tanto comer azúcar.
      —¡¿En serio?! ¡A ver a ver a ver a v...!
      Pasó un rato. Después pasó otro rato más. Aparte de eso, no pasó nada.
      —Sí... eeh... ajummm... si, esteeee... ¿Le parece que el señor Boulder va a tardar mucho?
      —Unas doce horas, chico. ¿Quieres quedarte a esperarlo?
      —Ejem... No, me parece que mejor me voy. Vuelvo a mi país mañana y todavía no visité el radioobservatorio de Arequito.
      —¡Pero no te vas a ir de noche, chico! Quédate a cenar con nosotros, que hice huevos de sobra. Y luego te prepararé un lugar para que duermas junto a Nazareno.
      —Esos huevos tienen cosas adentro que se mueven, señora.
      —Sí, ¿no son adorables? Éste se llamará Pedro, y éste Francisco... ¡Espera, no te vayas ahora! Mira, si ya hasta salió la luna llena.
      —Y hablando de luna llena... Fíjese en Nazareno, que me parece que le pasa algo.
      —¿Qué...? ¡NO, NAZARENO! ¡ALARMA! ¡ALARMA! ¡ESTA VEZ ES EN SERIO! ¡NOOOOO...!
      A esta altura, ya me había dado sobrada cuenta de que no encontraría a Otis aquí. Por supuesto que sospeché desde un principio que se trataba de un montaje, y si vine fue sólo para comprobar hasta dónde eran capaces de llegar. Abandoné de inmediato el sitio a todo lo que me daban las piernas, oyendo a mis espaldas los gritos de frustración por el fracaso del engaño:
      —¡Guau, guau! ¡Guof!
      —¡Dispárale! ¡Dispárale!
      —¡Protéjanme, chico! ¡Protejan a su reina!
      —¡Qué reina ni reina! ¡Acá todos somos iguales!
      —¡Grrrr! ¡Guau!
      —¡Ay, mis dos patitas de atrás!
      Observarán los lectores que no he censurado en mi crónica ni una sola letra, pues no tengo ningún temor de las represalias que los organismos de inteligencia puedan emprender en mi contra. Y es notorio que al momento de escribir esto no haya recibido absolutamente ninguna amenaza de su parte, lo cual pone de manifiesto una vez más su actitud rastrera y cobarde de atacar sin preaviso. En nuestro próximo encuentro, si aún estoy con vida, continuaré con mi sagrada misión de guiar al pueblo fuera de las tinieblas en las que durante tanto tiempo ha estado sumido; y si el destino así lo dispone, encontraré a Otis de una buena vez. ¡Hasta entonces!

Página Axxón Axxón 136