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EL ARGURORuth Ferriz |
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Lo hallé o más bien, él fue el que me encontró una tarde cerca del rancho, a las afueras del pueblo que colinda con el desierto de Sonora. Me cautivó su aire de desamparo y su mirada triste. Se sentaba en sus cuartos traseros moviendo su cola como si golpeara un pequeño tambor. El caso es que me sentí obligado a darle algo, lo que fuera: agua, leche, sombra, abrigo, lo importante era no dejarlo ahí en medio del calor que en oleadas ascendía del terreno.
No sé exactamente lo que es, pero he oído hablar de él: el arguro. Un animal mítico, que en la zona es nombrado como de mala suerte si uno lo llega a ver alguna vez. Nadie sabe de sus características, de sus costumbres, de cómo se reproduce, en fin, nada de nada al respecto, bueno, ni siquiera hay fotos. Por lo que al verlo ahí, tan mansito y tan cerca de mí, sin intenciones agresivas, no pude resistir. Lo subí a la camioneta y me lo llevé al rancho.
Al entrar al patio de la casa grande, lo primero que hizo fue irse derechito al aljibe para tomar agua, metió su trompita y bebió, bebió y bebió. ¿Han visto ustedes la cantidad de agua que toman los elefantes? Pues acorde a su tamaño casi fue lo mismo. Ya calmada su sed, se dirigió a mí moviendo la cola.
Al verlo con más calma, puedo describirlo como una rara mezcla de diversos animales: tiene las dimensiones de un pony, cabeza de armadillo, cuerpo de tigre pero con sólo dos patas, un trasero de pelo corto y cola larga, ésta última terminada en un mechoncito. Debo medirlo para tener un registro más exacto de sus dimensiones y sacarle fotos.
Al principio mis intenciones han sido llevarlo a la ciudad para conseguir buen dinero por él. La noticia de su existencia saldrá en todos los medios: me harán entrevistas en la televisión y en el radio, saldré en el periódico, lo que me convertirá en una persona importante por haberlo encontrado.
Sin embargo, he decidido quedarme con él un tiempo para conocer sus costumbres y para que se tranquilice y no quiera escapar. Pensé dejarlo un poco de tiempo en el patio sin dejar que entrara a las habitaciones, pero al cabo de unos días el arguro vaga a su antojo por todas partes. Pese a su andar pesado y lento sobre sus dos patas enormes y acolchadas, no ha roto ningún objeto, pues su cola le sirve como un timón que vuelve precisos todos sus movimientos.
Durante el día se dedica a cazar insectos. Casi ha acabado con las hormigas que desde hacía años eran el azote de la casa. Mete su lengua delgada y desmesuradamente larga en la boca del hormiguero y como papel matamoscas lo retira lleno de hormigas que se agitan furiosamente tratando de liberarse. Ahora anda en busca de los demás bichos que se encuentran en la cocina y en el patio. Ningún insecto puede resistir esa lengüita rosada y pegajosa. Lo único que lo enloquece es la falta de agua, por lo que debo cuidar que el aljibe del patio siempre esté lleno.
Así ha comenzado una relación extraña: en las noches le cae encima la tristeza, echado a mis pies me mira pensativo y sus ojitos se le llenan de lágrimas. Entonces le rasco las orejas, le hablo como si me entendiera y creo que eso lo llena de felicidad, pues saca su lengua y me la enrosca suavemente en los dedos como si me acariciara, aunque luego me los deja todos pegajosos. A veces su mirada parece casi humana, atrapada en ese extraño corpachón. Paso la mano sobre la piel acorazada y escamosa que le protege el cuello, por su lomo suave y peludo, hasta llegar a la parte de pelo corto donde empieza su cola, que como un perro fiel mueve rítmicamente para demostrarme que se siente contento de estar ahí, conmigo.
Hace dos semanas que duermo poco, casi el mismo tiempo que tiene el arguro viviendo aquí. ¿Me pondrá nervioso su presencia y por eso no concilio el sueño? Sin embargo, el animalito no da ninguna molestia. Tal vez sea porque voy poco al pueblo para no dejar que el arguro se sienta solo y quiera escapar. He buscado en todos los libros que he encontrado, incluso los de la biblioteca, y no encuentro referencias. Todo lo que sé es lo que me ha contado la gente vieja del pueblo: que es un animal casi desconocido pero inofensivo. Sin embargo, todos los que lo han visto se han ido y no han regresado al pueblo. Por eso es que piensan que da mala suerte.
Estoy preocupado, el arguro ha amanecido enfermo, casi no se levanta, se acerca al agua con trabajo y no quiere comer. Sólo me mira angustiado como si quisiera decirme algo. ¿Que tendrá? Ni siquiera puedo llevarlo al veterinario pues no creo que sepa como tratar un animal como éste. Le he llevado algunas arañas, escarabajos, cochinillas y lombrices, hasta algunas hormigas que son su comida favorita, buscando algo que se le antoje, pero no quiere comer nada. Espero que en unos días se alivie, pues me parte el alma verlo en ese estado.
¡No es posible! El arguro ha muerto. Se arrastró al patio con las pocas fuerzas que le quedaban, me miró con ojos suaves e implorantes y ahí murió. Ni siquiera puedo llevar su cuerpo a que lo examinen, pues se está pudriendo rápidamente y la peste es espantosa. ¿Cómo no lo llevé antes a que lo vieran? Debo confesar que me había encariñado con el animalito y fui dejando para más tarde llevarlo a la ciudad. He tenido una fortuna en mis manos y se me está escurriendo de entre los dedos pues literalmente es lo que pasa cuando trato de levantarlo, la piel al igual que los músculos se deshacen en un líquido verdoso y maloliente. Lo único que he podido hacer es echarle tierra encima.
Han pasado tres días desde que murió el arguro y no me siento bien. ¿Me habrá contagiado de alguna enfermedad? Siento mareos constantes, si sigo así voy a tener que ir a ver al doctor. No tengo hambre, sólo mucha sed y bebo agua en cantidades industriales. Tengo terriblemente hinchadas las piernas. Poco a poco mi cara se ha adelgazado y mi lengua se ha vuelto rosada y pegajosa.
Lo que no comprendo es cómo no había descubierto antes el exquisito sabor que tienen las hormigas.
Ruth Ferriz (Ciudad de México). Estudió arquitectura. Obtuvo mención honorífica en un concurso organizado por Fatal Espejo. Fue una de las participantes de la Primera Serie de Axxón 100x100 y en Axxón 170 publicamos “Cita en la niebla”
Este cuento se vincula temáticamente con “Lobos errantes” de Jenny Kangasvuo (171), “Ángela”, de Antonio Bellomi (166) y “La herencia de Brettini”, de Patricio Alfonso (162).
Axxón 173 - mayo de 2007
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos: Fantástico: Ciencia Ficción: Transformaciones: México: Mexicana)