LA FLOR DE SIMBELMÍN

Alejandro Murgia

Argentina

A Soledad


Era una apacible mañana de verano, y Bilbo acababa de desayunar, cuando vio por la ventana del comedor la figura inconfundible de Aldo Pedregal, que subía al trote el camino de Bolsón Cerrado con sus enormes pies regordetes y su andar desgarbado. Aldo era el cartero de Hobbiton desde hacía cinco años y cumplía los deberes postales con celeridad y buen humor; por eso a Bilbo no le inquietó la premura del muchacho, y cuando sonó la campanilla de entrada lo recibió con una sonrisa.

—Hola, Aldo.

—Buenos días, señor Bolsón —vociferó Aldo, resoplando—. Le envían una carta urgente de Los Gamos.

—¿De Los Gamos? ¡Vaya! Pasa, pasa, justamente estaba por comenzar un segundo desayuno, y me preguntaba si acaso aparecería algún hobbit por el camino para acompañarme.

—En realidad llevo prisa, señor Bolsón. Pero aceptaré un poco de tarta de manzana de la señora Manoverde, si es que tiene. Para recuperar energías —aclaró el muchacho, entrando tímidamente en el fresco vestíbulo.

—Por supuesto. Tienes suerte, ayer mismo me trajo una —dijo Bilbo, mientras cogía su cortapapeles y rasgaba el sobre, camino de la cocina.

Aldo resopló, fatigado, y por un momento vaciló entre sentarse o no; finalmente decidió quedarse de pie, y se limitó a observar comedidamente un vistoso mapa que se extendía en la mesa. Había bosques, y ríos, y numerosos nombres, y sendas trazadas con distintos colores. Le costó ubicarse en él, hasta que descubrió Delagua y Hobbiton, dos bonitos puntos negros junto a un río. En eso volvió Bilbo, con una bandeja repleta de víveres en una mano y la carta abierta en la otra.

—¡Vaya! ¡Si es de mi primo Rorimac!

—¿Buenas noticias, señor Bolsón? —preguntó Aldo mirando con cariño la tarta de manzana que se acercaba.

—Excelentes. Acaba de ser padre y me invita formalmente a la celebración que habrá en Casa Brandi. Ya puedo imaginar lo que será eso; no todos los días nace un futuro Señor de Los Gamos. Pero habrá que darse prisa: los festejos comienzan ¡esta noche!

—¿Irá usted?

—Bueno, esto trastoca todos mis planes, pero creo que sería de muy mala educación faltar. Hay que tener en cuenta que represento a los Bolsón, y en cierto modo a todo Hobbiton. Además, me gustaría visitar a la adorable tía Mirabella: no la veo desde que murió mamá.

Bilbo suspiró, y por un momento cruzó su rostro una sombra de pena. Enseguida alzó la mirada y sonrió a su huésped.

—¿Entonces, Aldo? ¿Cómo está esa tarta?

—Exquisita, señor Bolsón.

—Me alegro. La señora Manoverde no pierde la mano —dijo Bilbo recordando con cariño a la mujer de su jardinero—. La pobre se siente en la obligación de proveerme siempre de su renombrado manjar.

(Lo cierto es que Bilbo había comprado para los Manoverde el agujero-hobbit de Bolsón de Tirada 3, justo debajo de Bolsón Cerrado; quería tenerlos cerca y les obsequió el terreno; desde ese día la gratitud del matrimonio no conocía límites).

—¿Y tus cosas, Aldo?

—Muy bien, señor Bolsón. No sé si sabe que Lila Cardo y yo vamos a casarnos.

—¡No, por el Puente de Piedra, no sabía nada!

—Bueno, en realidad aún ni ella lo sabe. Pero tengo planeado pedir su mano la semana próxima. Confiaba en que usted me ayudaría a redactar una carta bonita, tal vez incluyendo alguno de esos poemas magníficos que me ha leído...

—Cómo no —dijo Bilbo, sonriendo al comprobar una vez más la rapidez y el secreto con que nacía y se concretaba el amor entre sus congéneres—. Apenas vuelva de este viaje, veré de ayudarte. Esperaré hasta entonces para felicitarte. Ahora bien, volviendo al asunto Rorimac, deberé revisar inmediatamente mi Libreta de Compromisos. Veamos, aquí dice: Drogo a cazar liebres jueves de mañana. —Bilbo había quedado de acuerdo con su pariente de Sobremonte en explorar el bosque del Fardo y planeaba llevar su mapa para incorporar los senderos que descubrieran. En realidad no era estrictamente cazar lo que hacían, porque los hobbits sentían simpatía por los animales del bosque, y no les agradaba matarlos a no ser que fuese absolutamente necesario; Bilbo y Drogo se dedicaban simplemente a avistar liebres, acercarse a ellas sin que lo notaran y tratar de atraparlas para luego dejarlas ir. Como actividad complementaria practicaban puntería disparando flechas o arrojando piedras (su deporte preferido) en blancos que ellos mismos fabricaban—. Pero ese remolón de mi primo aún no llega. ¿A qué hora pensaba salir de caza?

—¡Te escuché, Bilbo! —exclamó una voz detrás de ellos. Era Drogo Bolsón, que apareció riéndose y de un salto ganó el vestíbulo—. ¡Comiendo! ¡Así os quería pescar!

—¡Drogo! ¡Pedazo de cachazudo! ¿Quieres matarme de un susto?

Drogo, un alegre y rollizo hobbit nieto del tío abuelo de Bilbo, se había vestido de verde, llevaba arremangados los calzones y gastaba una vistosa pluma en el sombrero de ala ancha. Al hombro colgaba un viejo carcaj de cuero repleto de flechas, con su arco. El conjunto lucía curioso, incluso extravagante.

—¿Se supone que saldré contigo así, señor Ridículo? Las liebres se morirán de risa al verte.

—La envidia te hace hablar de ese modo, primo —dijo Drogo, sirviéndose una porción de tarta—. Ya sé que te gustaría tener mi vistosa elegancia, pero lo lograrás el día que el Rey regrese..

—¡Perdón, yo ya me voy! —se apresuró a terciar Aldo—. Tengo aún algunas cartas por entregar.

—¡Medio minuto, Aldo! —dijo Bilbo—. Es posible que necesite aún de tus servicios. Acabo de recibir, Drogo, una carta urgente de los Brandigamo; ha nacido el primogénito de Rorimac y esta noche comienzan los festejos. Si quiero llegar a tiempo, he de partir de inmediato y conseguir un vehículo rápido. Lo lamento, pero nuestra excursión deberá esperar.

—¡Ahh! —suspiró Drogo—. Te envidio. Por lo que sé de los Brandigamo, esa fiesta será espléndida.

—Me alegra oírte decir eso, porque pensaba invitarte a venir conmigo.

A esto Drogo respondió abrazando a su primo y dando hurras mientras saltaba descalabrando las pobres articulaciones de su anfitrión. Porque aunque Drogo tenía ya treinta y dos años, y sólo le faltaba uno para la mayoría de edad, no hubiese contado con los medios para viajar sólo a Los Gamos, y probablemente sus padres se hubiesen opuesto a ello si no estaba expresamente invitado a la fiesta. Pero que el titular del clan Bolsón lo llevara consigo era una cosa muy distinta.

Sin perder más tiempo, Bilbo le dictó a su primo una carta para sus progenitores, que firmó y dio al cartero.

—Y antes de irte, Aldo. ¿Tiene aún tu padre el carro de paseo que solía alquilar? Porque necesitaremos un vehículo ligero y presentable. No podemos aparecer en una carreta de verdulero por Casa Brandi.

—¡Tiene suerte, señor Bolsón! El marjalés está recién pintado, hermoso como nunca, y puede contar también con Cabriolín, el poni más rápido y mejor predispuesto de las cuatro cuadernas.

—Entonces, no hay más que decir. Voy por mi pañuelo, y en un tris partimos.


———————


En honor a la verdad, fue más que un tris, porque Bilbo no acostumbraba salir de su agujero sin revisar meticulosamente su Lista de Artículos para los Viajes, y sus Procedimientos Antes de Dejar la Casa por más de un Día, que incluían entrar el felpudo, cerrar las ventanas, regar las plantas, darle una llave a Cavada Manoverde y dejar una nota en la puerta. Pero aún así, en poco más de lo que se tarda en decir tarta de manzana Bilbo y Drogo se encontraron en el camino de Delagua instalados plácidamente en el marjalés de los Pedregal y disfrutando de la radiante mañana y del acompasado andar del poni Cabriolín.

Bilbo se sentía feliz. Lo descubrió en un momento de silencio, mientras se hamacaba en el pescante y el marjalés pasaba junto a un árbol lleno de pájaros. Había estado retraído en su casa, eludiendo la mayoría de los compromisos sociales, durante demasiado tiempo, pensó. Una salida como ésta cada tanto levantaba el ánimo.

—¿Crees tú, Bilbo, que llegaremos esta noche a Los Gamos? —preguntó Drogo.

—Si los caminos están en buen estado y nuestro palafrén se porta tal cual parece que lo hará, deberíamos llegar a tiempo para el anuncio del nombre del ribadyan. Eso sí, las paradas han de ser breves.

—Qué lastima que llevemos prisa. Tengo entendido que en estos días se celebra la Feria Anual de la Cerveza de Cepeda —se lamentó Drogo.

—Así es, pero ni sueñes en que nos detendremos.

Pronto dejaron atrás Delagua, saludando con suspiros de pesar a La Mata de Hiedra y El Dragón Verde, desde cuyas puertas abiertas se esparcía un aroma a malta fermentada, y más atrás quedó la laguna, con el sol reverberando en el agua y los patos sobrevolando las orillas.

Atravesaron las granjas y los trigales; los campesinos se afanaban en plena cosecha y las parvas de heno se apilaban como grandes bestias dormidas. Por fin llegaron al Camino del Este y a la Piedra de las Tres Cuadernas. Allí azuzaron al poni y aceleraron el paso, tomando el gran camino.

El sol picaba y los hobbits alzaron la capota de vaqueta. Iban tan alegres que enseguida se pusieron a cantar tontas canciones de paseo:


Con su vaca Rosafrida

iba el viejo MalaSeta

¡Cricha! ¡Bumba! ¡Craque! ¡Clida!

¡Así hacía la carreta!


Por las sendas pedregosas

cómo salta la carreta

¡Cricha! ¡Bumba! ¡Craque! ¡Trosa!

del lechero MalaSeta


Y al llegar a CuatrOdobos

¡Cricha! ¡Bumba! ¡Rosafrida,

para sorpresa de todos,

les daba leche batida!


—Hablando de leche batida, estoy comenzando a sentir hambre y sed —confesó Drogo.

—Para tu conocimiento, de aquí a Los Ranales no encontraremos más que praderas y colinas, así que deberemos apretarnos los cinturones por cuatro horas.

—Todo sea por la fiesta. Allí nos desquitaremos. A propósito, primo, ¿cómo es que somos parientes de los Brandigamo?

—No somos parientes —corrigió Bilbo—. Yo soy pariente. Mi madre era hermana de Mirabella, la esposa del Señor de los Gamos. El Señor de Los Gamos es CinturaAncha Gorbadoc, supongo que eso lo sabrás. Tiene siete hijos, y el primogénito, Rorimac; es decir, mi primo hermano, es quien acaba de ser padre de un chiquillo que algún día será Señor de Los Gamos.

—Quién sabe lo que veremos estos días. Por lo que he visto y oído, todos estos gamunos son gente de costumbres insólitas.

—Lo mismo piensan ellos de nosotros. Gorbadoc y los suyos son famosos por su prodigalidad y porque aman las proezas físicas rayanas en lo temerario. Verás que es gente muy jovial y amiga de las chanzas. No creo que tengamos un minuto de aburrimiento.

Pronto el calor se hizo más intenso y el pobre poni estaba bañado de sudor, pero siguió al trote largo sin protestar. Drogo y Bilbo se turnaron en las riendas y conforme el sol los fue agobiando la charla languideció.

Dos largas horas habían pasado del mediodía cuando divisaron la aldea de Los Ranales. "¡Hurra! ¡Hurra!", gritaron ambos, porque estaban realmente cansados y hambrientos. El leño flotante los recibió con las puertas abiertas y los hobbits constataron su fama de posada fresca y confortable, una bendición para el viajero estival. Comieron ranas asadas mientras en el establo atendían al poni, y descansaron en la sala un momento, el estrictamente necesario para fumar una pipa y partir luego.

—Siempre que he estado aquí ha sido de paso rumbo a otro lugar. Debemos volver algún día con más tiempo a conocerlo mejor —opinó Bilbo mientras le echaba un último vistazo a los muchos sauces que proyectaban su benéfica sombra sobre la aldea y junto al río. El posadero les había contado acerca de los lagos y pantanos que formaba allí El Agua, y cómo era una delicia sentarse bajo un árbol por las noches a escuchar el croar de las miles de ranas que alegraban la zona.

Pero el camino seguía, una cinta tendida hacia el este en la tarde sofocante, y pasó otro par de horas antes de que encontraran nuevos poblados. Atravesaron Surcos Blancos sin detenerse, a pesar de que no faltaba mucho para la hora del té, y cuando el ardor del sol comenzaba a declinar llegaron al punto de donde partía el Camino de Cepeda.

—Aquí tenemos dos posibilidades —declaró Bilbo tras refrescar los conocimientos consultando su mapa—. Podemos seguir por donde veníamos y cruzar el Puente del Brandivino, que ya tenemos a la vista, para tomar luego el Camino de Los Gamos; o en cambio, tomar el Camino de Cepeda y cruzar el río en Balsadera.

Bilbo prefería cruzar el puente; no le entusiasmaba demasiado la idea de atravesar un río en bote. Pero al fin prevaleció la opinión de Drogo, que se moría por echarle un vistazo al pueblo de Cepeda y probar su afamada cerveza, aunque fuese en el estribo.

La luz menguaba rápidamente y una franja rojiza coloreó el cielo en el oeste. La temperatura se estaba volviendo sumamente agradable y los hobbits de nuevo se sintieron felices. En ese estado de ánimo llegaron al pueblo de Cepeda, que se encontraba en plena agitación. La calle principal estaba adornada con banderolas y cintas de colores, y había un cartel a la entrada de La Perca Dorada que decía en grandes letras rojas Feria Anual de la Cerveza. Les fue difícil acercarse para pedir dos picheles porque la gente se amontonaba a las puertas de la posada.

—¿Qué sucede allí adentro? ¿Qué son esos aplausos y vítores? —le preguntó Bilbo a un aldeano.

—Es la final del concurso, señor. Hurgo Tragamiel y el señor Pi llevan tres horas bebiendo sin parar; quien resista más será el ganador. ¡Y vaya si resisten estos dos!

Bilbo se dijo para sus adentros que Pi era sin duda un nombre demasiado corto para un hobbit decente, y que la gente de Cepeda parecía en general un tanto extravagante para su gusto, pero por lo menos consiguieron un trago de cerveza, ya que en la calle misma se había instalado un inmenso barril. Y tras probar esa obra maestra de la cebada malteada tanto Bilbo como Drogo le perdonaron a los cepedinos todas sus eventuales faltas pasadas y futuras y gritaron tres hurras en su honor.

No se entretuvieron más; montaron rápidamente el marjalés y se hicieron de nuevo al camino, que corría ahora sobre un terraplén. La noche caía rápidamente y el fin del trayecto estaba cercano. Media hora después llegaron al camino de Balsadera y divisaron el río Brandivino, y más allá, la colina de Los Gamos cubierta de luces. El entusiasmo ganó a los hobbits, porque veían que la animación de la fiesta superaba sus expectativas.

En el muelle los recibió un lanchero vestido de gala.

—¿Vienen a la fiesta? Permítanme que los cruce. Llegan justo a tiempo.

Con alguna inquietud por parte de Bilbo cruzaron el río en una fuerte balsa, con poni y carro incluidos, y del otro lado unos fornidos hobbits se ocuparon de subirlos. Más allá del camino, se escuchaban risas y músicas, y voces que coreaban "Ribadyan, ribadyan". Era el tradicional llamado al recién nacido, y Bilbo se alegró de poder presenciar la anunciación.

—Bueno, amigo Drogo, aquí estamos, al fin del trayecto, cansados pero felices, como se suele decir. Te presento Casa Brandi —dijo Bilbo, señalando con un ademán teatral la colina que se alzaba frente a ellos.

La noche era azul y diáfana, y como las estrellas en el cielo, así brillaban cientos de ventanitas, con luces rojas y amarillas, a lo largo y a lo alto de la oscura colina. Junto al gran portón se apretujaba una muchedumbre de hobbits, y había tiendas, y lámparas, y antorchas bordeando el camino, y músicos con arpas y flautas, y criados cuidando de los carruajes. Bilbo y Drogo dejaron el marjalés y se acercaron cuanto pudieron a la puerta de entrada.

—¡Bilbo, muchacho! —lo saludó un hobbit que se apretujaba a su lado. Era el viejo Orgulas, que se empeñaba en dar la bienvenida y un apretón de mano a cada invitado, en nombre del Señor de Los Gamos, (su hermano mayor) que en esos momentos se encontraba del otro lado del portón principal, listo para iniciar la ceremonia. El viejo Orgulas era maniático de la genealogía, y conocía a cada hobbit que tuviera aunque más no fuera un remoto grado de parentesco con él. Sentía especial simpatía por Bilbo ya que su sobrino-segundo se deleitaba también con las investigaciones familiares, y aunque no habían tenido nunca demasiadas ocasiones de estar juntos, se entendían a la perfección.

—Traje mi cuaderno, tío Orgulas, y tengo varios datos nuevos para cotejar con los tuyos.

—Excelente, excelente, muchacho, tú alegras mi corazón. Ah, pero silencio ahora, comienza la ceremonia.

La puerta se abrió en esos momentos y ante el silencio expectante de todos apareció el Señor de Los Gamos, vestido de blanco y dorado. A su derecha se encontraba Rorimac, su heredero, y a la izquierda del patriarca, Menegilda, la esposa de Rorimac y flamante madre, llevaba en brazos al recién nacido, un pequeño y arrugado bebé hobbit con los ojos muy abiertos.

—Señor de Los Gamos —comenzó Rorimac—. Éste que ves aquí es el hijo de tu hijo. Quiero anunciar su nombre ante ti y ante nuestra familia aquí reunida.

—¿Y cuál será ese nombre? —recitó el anciano Gorbadoc, recibiendo al niño de brazos de a madre—. ¿Cómo lo llamarán por intemperie y túnel, allende y aquende, de cuna a bastón, y todas esas cosas? —Al viejo patriarca le gustaban las ceremonias pero las fórmulas largas lograban impacientarlo.

—Se llamará Saradoc Brandigamo —exclamó Rorimac con voz estentórea.

El Señor de Los Gamos alzó al niño para que todos pudiesen verlo y gritó:

—¡Bienvenido, Saradoc! ¡Serás fuerte como tu abuelo y no tendrás rival al puja-y-derriba! ¡Y ahora, amigos, que llueva bebida y nieve comida!

Un grito masivo de júbilo acompañó las palabras poco protocolares de Gorbadoc, y volaron sombreros y sonaron cornetines, y la gente gritó "¡Saradoc, Saradoc!" y "Hurra, hurra", y la fiesta se dio por iniciada.

Mientras Drogo observaba fascinado los movimientos de mesas que se tendían y viandas que se servían y bebidas que desfilaban entre los invitados, Bilbo se acercó a saludar a Mirabella, que en esos momentos cargaba al chiquitín y lucía feliz.

—¡Tía Mirabella! ¡Estás espléndida!

—¡Bilbo querido! ¡Qué alegría tenerte aquí! ¡Ven junto a tu tía y no te separes de ella en toda la noche! ¿Has visto algo más precioso que mi nietito?

Bilbo contempló emocionado las dulces facciones de su vieja tía, que le recordaban tanto a su madre, y de pronto se le oprimió el corazón. Ella lo notó, y pasándole el bebé a Menegilda, tomó de la mano a su sobrino y lo condujo a la mesa.

—Me contarás ahora todo lo que has hecho este tiempo. ¿Es posible que vivas solo en ese agujero y salgas tan poco? Estás gordo —La tía se acordaba a menudo de Bilbo, y saberlo apartado del mundo en esa casona le causaba cierto desasosiego. Mirabella había vivido siempre en smiales multitudinarios; para ser exactos, en los dos smiales más gigantescos que construyeran alguna vez los hobbits, el de Alforzada donde habitara desde niña, y el de Casa Brandi, al que se mudó con motivo de su casamiento. No podía entender cómo un hobbit podía prescindir de la compañía de su familia, y de la familia de su familia, durante un día entero. Bilbo llevaba viviendo solo más de seis años.

—Verás, tía, uno se acostumbra a la tranquilidad de la...

—¿Y tienes alguna chica en vista? —espetó la tía sin esperar a que Bilbo terminara la frase. La pregunta tomó desprevenido al pobre sobrino. No era común entre los hobbits indagar demasiado sobre los asuntos del corazón de los demás, pero las tías viejas eran una peligrosa excepción a esa regla, y el rostro de Bilbo se puso de pronto más colorado de lo que su dueño hubiese deseado.

Lo salvó el tío Orgulas, que llegó gritando "¡a sentarse, a sentarse!" y los empujó hasta la mesa principal. Allí estaba Gorbadoc, Rorimac y los miembros más importantes de la familia. Bilbo se sentó entre la tía Mirabella y el tío Orgulas. El Señor de Los Gamos ocupó la cabecera y cuando estuvieron todos en sus sitios, y los manjares humeando en los platos, dijo:

—Un momento. Sé que se os hace agua la boca, pero la etiqueta ante todo. ¡Cubiertos arriba! —El Viejo Gorbadoc sujetó tenedor y cuchillo ante su pecho, y todos lo imitaron curiosos.

—Cuando yo diga tres, atacamos. Uno, dos... dos y medio, y...

Gorbadoc hizo el gesto de lanzar una estocada, cuando de improviso las mesas se estremecieron y, como si tuviesen vida propia, comenzaron a correr alejándose de los atónitos convidados. Muchos tenedores se quedaron arañando el aire, y el Viejo CinturaAncha, en una acceso de risa convulsiva, gritó "¡Atrapad a las mesas!, ¡atrapad a las mesas! Se llevan nuestra comida".

No terminó de decirlo cuando decenas de jóvenes Brandigamo salieron a la carrera entre carcajadas y gritos, detrás de las mesas que se dirigían al río. Todo el mundo reía sin parar: unos hobbits daban caza a otros escondidos debajo de los manteles, revolcándose por el prado, y los demás observaban en un clima de algarabía que iluminaba la noche.

Drogo se acercó corriendo a Bilbo y lleno de asombro le dijo "¿Has visto eso?"

—Son las típicas bromas de mi tío — le respondió—. Me temo que deberás acostumbrarte a ellas.

—¡Estupendo! Me estoy divirtiendo de maravillas. Sólo espero que los víveres vuelvan —exclamó Drogo, fascinado, regresando a su puesto en el grupo de los jóvenes.

Por fortuna todo regresó a su lugar tan rápidamente como se había ido y la cena al fin comenzó para alivio de los hambrientos hobbits. Gorbadoc no paraba de reírse y de apostrofar a los distintos comensales que habían sido chasqueados en mitad de la cuchillada: "¡Eh, Marmedic!¡Sujeta bien tu presa, se te escapa otra vez!" , y cosas por el estilo.

—Papá es incorregible, ¿no es cierto, Bilbo? —le dijo sonriendo Prímula, que estaba sentada frente a él. Bilbo la recordaba como una niñita, pero ahora comprobó que se había transformado en una hermosa muchacha de largos cabellos.

—Así es. Con él siempre se aprenden ocurrencias nuevas. Debo decir que en Hobbiton una cosa así no causaría mucha gracia. Si yo lo hiciera no me dirigirían la palabra durante un año.

—Porque son unos pelosos —sentenció la tía Mirabella, que se había divertido con la broma de su marido—. Aburridos, eso es lo que yo digo. Deberías mudarte.

—No veo la hora de que empiecen los bailes y las competencias —confesó Prímula, exaltada. Le brillaban los ojos y estaba encantada con la fiesta—. ¿Te anotarás en la brandiboga de mañana, Bilbo?

—¿Eh...? Supongo que sí, supongo que sí —respondió el hobbit, un tanto confundido. No tenía la menor idea de lo que era un brandiboga, pero tampoco quería pasar por desinformado. Sospechaba que sería una de esas fatigosas carreras de embolsados, y en ese caso lamentaba haber sugerido que participaría.

—Ah, pero no olvides que tenemos pendiente un encuentro de estudios genealógicos —intervino tío Orgulas—. Tengo un proyecto del que quiero hablarte. Pienso pintar un árbol familiar completo en la pared del recibidor de Casa Brandi.

—Deberás primero convencer a tu hermano —señaló la tía Mirabella—. No será fácil.

—Verdaderamente contaba con tu ayuda, Mirabella. No olvides que la rama Tuk tendrá un lugar de privilegio en el monumental diseño que preveo.

—¡Comienzan los bailes! —exclamó Prímula, poniéndose de pie. Acababan de sonar la corneta de Los Gamos, y una orquesta se había instalado en medio del camino. En un abrir y cerrar de ojos decenas de jóvenes formaron un círculo y las primeras parejas se ubicaron dentro.

—¿Vienes a bailar el aleteo, Bilbo? —preguntó ansiosa Prímula.

—Me temo que estoy un poco extenuado —se disculpó él—. Bonita danza, aunque algo vigorosa —aclaró, dirigiéndose a su tío Orgulas.

—Si me permite, señorita —dijo Drogo apareciendo detrás de su primo—. Sería un placer acompañarla.

Y así se fueron los dos jóvenes trotando rumbo a la improvisada pista de baile; Bilbo se quedó conversando apaciblemente con sus dos tíos sobre el clima y los parientes y el cultivo de hortalizas, mientras se servían varias tandas de postres y golosinas. Era la placentera hora en que se repletan todos los rincones, como decían los hobbits, y la noche estaba hermosa. Baile tras baile la orquesta fue derramando ritmos y melodías que trepaban la colina, danzaban en la copa de los árboles y marchaban río abajo con la corriente cantarina del Brandivino. Hasta que poco a poco el sueño fue venciendo a todos y cuando Gorbadoc y Mirabella se retiraron, Bilbo se marchó a la habitación de huéspedes que le habían asignado en el Smial, guiado por un criado. Casa Brandi era un verdadero laberinto y Bilbo estaba rendido de cansancio. Cuando Drogo se le unió, media hora después, el fatigado hobbit dormía a pierna suelta.


———————


Una vez, cuando Bilbo era poco más que un niño, y toda la familia se encontraba pasando unos días en Casa Brandi con motivo del cumpleaños de la tía Mirabella, él y su padre protagonizaron una de las pocas discusiones que mantuvieron en su vida, a raíz de un sombrero y un libro con caracteres élficos. El primo Flambard Tuk le había estado contando maravillosas historias acerca de elfos y navíos blancos que surcaban los mares, y le aseguraba que había un mago que frecuentaba a su abuelo y que era capaz de hacer cosas prodigiosas con su vara de avellano. Durante aquellos días Bilbo no se despegó del primo Flambard: estaba fascinado con sus relatos. El muchacho le había mostrado un libro que -según aseguraba- había pertenecido al misterioso tío Hildefons Tuk. Estaba lleno de hermosas letras élficas y contenía canciones y relatos, con sus traducciones al lenguaje común. Los dos hobbits pasaban horas y horas leyendo el libro, trepados a las ramas de un añoso roble frente a Casa Brandi y repitiendo en voz alta los sonidos de aquel lenguaje maravilloso.

Incluso el primo Flambard le había prestado a Bilbo otro objeto que perteneciera a Hildefons: un extraño sombrero de ala ancha, de una hechura desconocida entre los hobbits. Lo había encontrado en una abandonada habitación de los Grandes Smiales durante una exploración reciente. Flambard aseguraba que era igual al sombrero de Gandalf, el mago de la larga barba amigo del abuelo. Los niños se preguntaban si sería un sombrero mágico y Bilbo comenzó a usarlo día y noche, es decir... hasta que su padre lo descubrió.

Bungo puso el grito en el cielo. ¿Su hijo leyendo libros élficos y usando sombreros de mago? ¿Acaso no sabía lo que le había sucedido al dichoso tío Hildefons? (En realidad nadie lo sabía, porque un día desapareció y no se lo volvió a ver, pero se decía que un mago lo había transformado en sapo o en algo peor, o que se había embarcado en un navío fantasma, o que lo habían raptado unos monstruos de piedra y se lo habían comido). Pero sea lo que fuese que le hubiera sucedido, no era nada bueno. Y todo por andar curioseando en asuntos impropios de un hobbit. Ya bastante tenía Bungo con que su mujer hubiese participado en su juventud de las alocadas aventuras de su familia. Si Bilbo seguía usando ese sombrero, a su padre se le partiría el corazón. Y efectivamente, Bungo lució aquellos días taciturno e inapetente, y no le hablaba a Bilbo. Se limitaba a contemplarlo con ojos tristes y lanzar largos suspiros.

Finalmente Bilbo cedió. Antes de eso, tuvo una conversación con su madre que no olvidaría por muchos años. "Así es tu padre. No te obligará a cambiar de costumbres, pero tampoco te ocultará lo mucho que lo afligen. ¿Y qué es lo que tú prefieres?". Entonces, examinándose a sí mismo, Bilbo entendió que como buen Bolsón, prefería ver felices a sus seres queridos antes que llevar adelante un deseo personal, por más profundo que fuese. Y entendió también, con el asombro mudo de las revelaciones, las razones que había tenido su madre para acallar al contraer matrimonio su fogoso carácter aventurero.

Todos estos recuerdos vinieron a la memoria de Bilbo cuando despertó la mañana siguiente y divisó en una repisa del cuarto de huéspedes, olvidado y lleno de polvo sobre una pila de cajas, aquel sombrero de su infancia. Comprendió que le habían dado la misma habitación que su familia usara tantos años atrás y que allí lo había estado esperando el sombrero todo ese tiempo. Drogo roncaba en la cama vecina y Bilbo tuvo que hacer un esfuerzo de voluntad para levantarse e ir a tomar el desayuno, pues a medida que los recuerdos se agolpaban lo iban sumergiendo en una profunda melancolía.

Pero no pudo liberarse fácilmente del pasado; la añoranza de su padre lo recorrió como un escalofrío. Lo echaba mucho de menos, también a él, y la tarde de su muerte regresó incontenible desde el arcón de su memoria.

Aquella tarde Bilbo había sacado la mecedora a la puerta, porque Bungo quería estar un momento afuera y respirar el aire perfumado del jardín de Bolsón Cerrado. Era la hora del ocaso. El viejo hobbit estaba muy cansado, hablaba cada vez menos, y se estaba empequeñeciendo como una fruta seca, pero su trato seguía siendo afectuoso e incluso se había dulcificado .

—Ah, qué bien se está aquí fuera, Bilbo —Había dicho, hamacándose débilmente en la mecedora.

—¿Te traigo una pipa, papá?

—¿Eh? Sí, una pipa.

—¿No tienes frío?

—No, no. Apacible, esa es la palabra. La tarde es apacible. Todo está en calma.

—Es verdad.

—Piensa, Bilbo...¿cuántas veces habré contemplado esta imagen? —dijo Bungo señalando el horizonte hacia el Oeste, para luego callar un momento—. Y es curioso... pero nunca me lo he preguntado antes...

—¿Qué cosa, papá?

Bungo tardó en contestar, ensimismado.

—Me pregunto qué es lo que habrá más allá de las colinas.

El silencio se había adueñado de ambos. Quién sabe lo que pensaba el viejo hobbit; sólo se oían cigarras y gorriones.

Finalmente Bilbo dijo:

—Voy por tu pipa.

—Sí. No es necesario que te des prisa. Voy a dormir entretanto una siestita.

Y así lo encontró Bilbo al regresar, como dormido en su mecedora, con una expresión distendida y casi feliz. Una expresión...¿cuál era la palabra? Apacible.


———————


En el comedor principal de Casa Brandi decenas de hobbits engullían alegremente tartas, bollos y pasteles, y se pasaban unos a otros jarras de café, y teteras llenas a rebosar, y platos con huevos fritos y panceta ahumada, y todo tipo de panecillos y mermeladas, acompañando sus movimientos con una profusión de sorbidos y tragos y ruido de mandíbulas; en conjunto producían la música más agradable que oídos hobbits pudieran concebir.

Bilbo se sirvió a placer y comprobó que no hay como un suculento desayuno para devolverle el buen humor a un hobbit. Varios jóvenes Brandigamo, y Boffin, y Madriguera comentaban las actividades proyectadas para la jornada y la jornada siguiente, ya que el Señor de Los Gamos había decretado que la fiesta duraría tres días más. Aludían una y otra vez a la brandiboga que se llevaría a cabo esa misma tarde, pero Bilbo no pudo comprender qué era. A juzgar por el entusiasmo con que se referían a ella, se trataba del principal acontecimiento deportivo del año.

—¡Bilbo Bolsón! —le dijo el tío Orgulas al tiempo que se cruzaban en el pasillo, cuando Bilbo abandonaba la sala—. Recuerda que tenemos un asunto pendiente.

—No lo olvido, tío —respondió Bilbo dirigiéndose a la salida. Afuera lo recibió otra mañana luminosa y la algarabía de decenas de niñas hobbits que practicaban una complicada danza grupal. Bajo el añoso roble que Bilbo conocía muy bien, un bardo concitaba la atención de un numeroso grupo acompañándose de su bandolín y entonando antiguas canciones. Bilbo se sentó a la sombra del sauce junto a la barranca del río y se dedicó a disfrutar del espectáculo de aquella mañana.

Y entre el murmullo del agua allá abajo, el jolgorio de los pájaros, la risa de las niñas y las melodías del bardo, el hobbit se dejó transportar por una somnolencia que entretejía vigilia con recuerdos, hasta que quedó profundamente dormido. Lo despertaron para el almuerzo, y comió un poco aturdido. Todos se apresuraban, porque comenzaba la brandiboga y una ansiedad creciente se apoderaba de Casa Brandi. No había logrado aún darle un mordisco al plato principal cuando ya estaban sirviendo los postres. Bilbo se dijo que el ritmo de la vida en Los Gamos podía llegar a tornarse de golpe demasiado vertiginoso para un Bolsón de Hobbiton. Se encontró deseándole "Buen provecho" a su compañero de mesa en el mismo momento en que todos se levantaban y con gritos de júbilo corrían hacia el río.

—¡Los equipos! ¡Los equipos!— vociferaba Rorimac subido a una tarima. Un hobbit a su lado agitaba banderolas de colores y las repartía, mientras otros aparecían, para espanto de Bilbo, arrastrando angostos botes hacia la orilla.

"¿De modo que todos estos lunáticos van a echarse al agua en esas barquichuelas? No puedo creerlo." Se dijo, mientras procuraba apartarse del lugar. Pero la marea de entusiastas hobbits lo empujaba hacia el embarcadero. De pronto alguien lo sujetó de los hombros, empeñándose en arrastrarlo hasta un bote. Era nada menos que Drogo, que exclamaba "vamos, Bilbo, formemos un equipo."

—¡Espera, muchacho trastornado! Suéltame en el acto. ¿Cómo puedes imaginar tan siquiera por un instante que yo vaya a participar de esta competencia suicida? ¿Acaso has perdido la razón?

—Como quieras —dijo Drogo, encogiéndose de hombros y dejándolo luego, sin tiempo para pararse a reflexionar sobre las excentricidades de su primo.

Bilbo iba a reconvenirlo, recordándole que estaba a su cargo, pero el muchacho se perdió de vista antes de que abriera la boca. Decenas de barcas se hacían al agua salpicando a diestra y siniestra, y los más enajenados hobbits que Bilbo viese en su vida saltaban del muelle a los botes como si estuviesen jugando en un arenero.

Se escabulló antes de que un empujón inadvertido lo zambullera en el agua, y procurando eludir otras invitaciones, ya que por lo visto todo el mundo participaba del torneo.

—De buena me he salvado —se dijo Bilbo suspirando, mientras buscaba una estratégica ubicación apartada sobre la colina, a la sombra de un tupido matorral—. Aquí mi ausencia pasará desapercibida.

Un estruendoso petardo acababa de dar la señal de partida allá abajo y el río era una confusión de remos que subían y bajaban entre olas y espuma, cuando Bilbo escuchó nítidamente un sollozo junto a él. Se levantó y descubrió del otro lado del matorral a Prímula, acurrucada en un rincón y con los ojos húmedos.

—¡Hola! —saludó—. Parece que somos los únicos inmunes a esta locura náutica. ¿Qué te sucede? ¿Estás triste?

—Hola. Bilbo —respondió Prímula con una vocecita—. Es injusto. ¿Por qué sólo los varones? Es una regla absurda. Yo conozco el río mucho mejor que el zoquete de Dinodas.`r —Oh —exclamó Bilbo, confundido, y se sentó junto a ella, sin saber qué decir.

—¿Y tú, Bilbo, por qué no has ido?

—¿Yo? Eh... llegué tarde. Ya estaban todos los botes ocupados. Pero no importa. ¡Ánimo! Desde aquí tenemos una vista estupenda y podemos disfrutar la brandiboga mejor que los mismos remeros. Además, se está más seco —agregó Bilbo con una risa que se apagó antes de nacer.

Pero afortunadamente el humor de Prímula cambió de improviso.

—¡Mira que dejarte sin bote! Han sido muy desconsiderados—le dijo sonriendo con ternura, para luego ponerse de pie y tomarse del brazo de Bilbo—. ¡Vamos! Podemos atravesar juntos Los Gamos hasta El Puesto y seguir paso a paso la regata.

En ese momento una explosión de risas abajo en el muelle los interrumpió. Tres botes se hundían rápidamente en el agua y sus ocupantes eran rescatados con redes y palos que parecían haber estado allí a propósito antes de que el incidente se produjera. El Viejo Gorbadoc se retorcía de la risa en la orilla mientras en el aire se columpiaban un puñado de hobbits hechos sopa.

—Otra de las bromas de papá. Han perforado tres de los botes.

—¿Y tú querías involucrarte en esa siniestra carrera? —se admiró Bilbo. Sentía el brazo de la simpática hobbit apoyándose en el suyo y estaba muy contento—. Mejor hazme de guía, siempre he querido conocer esta zona. ¿No es un largo trecho hasta Fin de Cerca?

—Depende. Si uno está en buena compañía, entretenido en conversaciones agradables, suele hacerse corto —le sonrió Prímula—. Ven, bajemos por este sendero oculto entre las zarzas.

Y así fueron los dos, camino abajo a través de las ondulaciones del terreno, refrescados por la brisa que traía alternadamente aromas del bosque y del río, y mientras paseaban sin prisa se descubrieron contándose sus gustos, sus recuerdos y sus esperanzas.

—Ahora que veo estos girasoles —decía Prímula—. ¿Sabes lo que soñé anoche? Yo estaba en lo alto de una colina y plantaba un girasol, y le daba agua y lo cuidaba. La colina estaba llena de flores, muchas de ellas grandes y hermosas, y mi girasol era pequeñito, apenas se lo distinguía. De pronto la colina comenzó a temblar y yo a deslizarme hacia abajo; no podía evitarlo, y lloraba porque no quería abandonar mi flor. Toda la colina se hundía en un pantano y yo con ella, pero desde las profundidades pude alcanzar a ver que mi girasol de pronto crecía y se transformaba en una inmensa torre, y que la punta de la torre tocaba el cielo aferrándose a una nube; y la colina dejaba de hundirse, y las flores se salvaban.

—¡Vaya sueño!

—¿Has visto alguna vez las torres en las colinas de la Torre, Bilbo? Dicen que en noches muy claras, en la cuaderna del oeste se llega a divisar la luz de las cúpulas.

—Dicen también que los elfos las construyeron y que suelen visitarla. Pero supongo que están muy, muy lejos; yo nunca las vi.

—¿Por qué las habrán construido, Bilbo?

—No lo sé. Pero cuando yo era chico mi primo Flambard me aseguraba que desde esas torres se veía el mar —dijo Bilbo, con voz trémula. El interés de la muchacha había despertado una vez más viejos anhelos en su corazón—. Yo también tuve un extraño sueño anoche —Sonrió.

—¡Cuéntamelo! —dijo Prímula, y los ojos le brillaban.

—Bien. Resulta que en mi sueño caminaba hacia el oeste durante muchos días, por montes y prados, hasta que llegaba a orillas de una inmensa extensión de agua: ¡era el Mar! Estaba muy cansado y había un gran silencio, pero —es curioso— el mar no me asustó, sólo me puso triste. Me interné unos pasos en el agua y trepé a una gran roca plana que se asomaba entre las olas. Era blanca y lisa, y me senté en ella a contemplar el horizonte. De pronto, la roca se movió y me di cuenta que no era una roca, sino el lomo de un fastitocalon.

—¡Un fastitocalon!

—Así es. Blanco y enorme. Su cabeza emergió del agua y me miró amistosamente. Luego, sin decir una palabra, comenzó a llevarme mar adentro; sin prisa, con un andar suave y acompasado; eso, y el arrullo de las olas hicieron que me quedara dormido.

—¿Te quedaste dormido en el sueño?

—Así es. ¿Te lo imaginas? ¡Doblemente dormido!

Ambos rieron.

—¿Y qué más sucedió?

—Nada más. Cuando desperté estaba en Casa Brandi, y el sueño había acabado.

—¡Tú también tienes sueños raros, Bilbo!. ¿Y cómo supiste que era un fastitocalon?

—Simplemente lo supe. Ya sabes como son los sueños.

Andando y andando, la tarde comenzó a caer y el sol se transformó en un medallón rojo que se acostaba sobre las quebradas, entre algodonosas nubes encendidas. Bilbo y Prímula llegaron finalmente a la aldea de El Puesto, pero la regata había terminado hacía rato y el lugar estaba desierto. Sólo se escuchaban las cigarras y el agua que golpeaba en los márgenes o murmuraba entre las ramas colgantes de los sauces. Los dos hobbits se sentaron a orillas del Brandivino, y Bilbo pudo admirar en silencio los bucles que caían sobre la frente de Prímula. La tenue luz del crepúsculo dibujaba las facciones de la muchacha de un modo especial, y mientras ella hablaba Bilbo observaba maravillado cómo en sus ojos se reflejaba la tarde, serena y encantadora.

—El Bosque Viejo está muy cerca, aquí —dijo él.

—Sí, yendo al sur las tierras se angostan. Un poco más allá, el Brandivino se encuentra con el Tornasauce, el río que atraviesa el bosque. Es un río muy extraño. ¿Sabes la canción de la Doncella y el Tornasauce? —preguntó Prímula tomándole la mano .

—No.

—Es una vieja leyenda. Mi preferida —dijo radiante—. ¿Quieres que te la cuente?

—No deseo otra cosa en el mundo.

—Pues la canción cuenta que hace muchos, muchos años, en una edad pasada, una familia del pueblo de la bella gente se demoró en estas regiones y construyó su hogar del otro lado del bosque, que en ese entones era mucho más extenso. La familia estaba constituida por un matrimonio y una niña, y vivían solos y apartados, pues venían huyendo de una sombra. Pero la niña no era hija de ellos; la habían adoptado cuando sus padres cayeron presa del poder oscuro que los perseguía. Eran gente callada y una pena profunda los acompañaba siempre, pero amaban el bosque, la brisa y las estrellas. La niña, sin embargo, amaba más que nada en el mundo el río que corría no lejos de su casa. Y a sus orillas iba todos los días, para cantarle durante horas, sumida en sus pensamientos.


»Río,

mi río,

mi dulce río,

verde torrente, tu clara voz

dicha y olvido canta a mi oído

si estamos solos

nosotros dos.

Mi río río,

río querido,

lirio, nenúfar, junco y helecho,

¿de cuál secreto

tu oscuro lecho

me quiere hablar?


»Y la canción cuenta que tanto hizo la niña que el río se enamoró de ella. Porque era una hermosa joven de rubios cabellos y podía haber sido una princesa élfica si su suerte hubiese sido otra; y cuando se sentaba a orillas del Tornasauce se asomaba y sus cabellos acariciaban las ondas, y su rostro se reflejaba en el agua iluminándola. Y un día el río le cantó:


»¡Ven! dijo el río,

¡no tengas miedo,

ven, mi muchacha,

mi amiga,

ven!


Deja tu tierra,

tu pena deja,

y a mi morada profunda ven.

Verano e Invierno pasa conmigo

bajo las aguas,

mi reina,

ven.


—¡El río le cantó! —exclamó Bilbo, deleitado con la voz de Prímula.

—Así es.

—¿Y qué hizo ella?

—Al principio se asustó. Pero era tan grande el amor que los unía, que tras pensarlo unos días se decidió. Nada la ataba ya a la tierra. Besó afectuosamente a sus padres adoptivos, pero no les dijo adónde iba. Y esa noche se sumergió en la laguna de los lirios de agua y nunca nadie volvió a verla. Dicen que a partir de ese día las cascadas del Tornasauce ríen con más dicha y que las flores lucen más espléndidas y tardan más en marchitarse.

—Es una historia hermosa —suspiró Bilbo, contemplando los ojos de Prímula, que estaban húmedos.

—Sí. Nunca supe si es alegre o triste —dijo ella con una vocecita—. Pero me conmueve mucho, no sé por qué.

Las sombras se alargaban. Bilbo miró una vez más el horizonte y admiró el sol enardecido en el ocaso.

—Es una tarde élfica —dijo al fin él, señalando al oeste—. Ideal para una canción élfica. Y tú pareces una doncella élfica.

Prímula se rió.

—¿Yo?

—Sí. Eres muy bonita.

Prímula lo miró con ojos soñadores.

—Y tú eres muy dulce.

Bilbo hubiese querido que ese momento no terminase nunca, e incluso sintió el extraño deseo de besar a Prímula en la boca, pero de pronto su lado Bolsón lo asaltó.

—Me parece que es muy tarde. Tenemos que volver, pronto será de noche y nos echarán de menos en tu casa.

Y ambos salieron trotando, entre divertidos y preocupados, camino arriba. Muy pronto la oscuridad los sorprendió, y cuando al fin divisaron Casa Brandi, dos horas más tarde, era noche cerrada.

Con sorpresa notaron que junto al camino los esperaba una nutrida comitiva de hobbits munidos de antorchas. Decenas de inquietantes ojos titilaban asombrados en la negrura.

—¡Vaya! ¡Sois vosotros! —se escuchó la voz de Gorbadoc—. ¿Dónde os habíais metido?

—Se nos hizo tarde, salimos a pasear —alcanzó a balbucear Bilbo.

Cintura Ancha se limitó a mirarlos con extrañeza, y luego el grupo entero emprendió el regreso al smial, guardando un incómodo silencio.


———————


Pero la turbación de Bilbo duró muy poco, y tuvo que capitular ante la alegría más profunda que sentía.

—¡Drogo, flojón, ya estás durmiendo! —exclamó mientras se arrojaba a la cama de su primo y le hacía cosquillas.

—¡Eh, cuidado! ¡ten piedad para un pobre remero exhausto! ¡Tenías que verme, Bilbo! ¿Te has enterado de que ganamos el segundo premio?

—No. ¿Tú y quién más?

—Odo Ganapié y un corpulento granjero de Marjala.

—¿El bueno para nada de Odo Ganapié está aquí?

—Sí. Y estuvimos a punto de arrebatarles el trofeo a los Brandigamo. ¿Te imaginas, tres extranjeros venciendo en la brandiboga? El bote de Rorimac, Saradas y Górbulas nos sacó apenas dos remos de ventaja. Pero he quedado rendido de cansancio. Casi no siento los brazos.

—¡Bien, muchacho, me alegro que hayas dejado bien en alto el prestigio de los Bolsón! Ha sido un día estupendo, ¿no es verdad?

—¡Sí, para mí por lo menos, lo ha sido! Nunca lo había pasado tan bien como estos días.

—Yo tampoco, Drogo, amigo. Yo tampoco —aseguró Bilbo, apagando la llama de la lámpara y metiéndose en su cama.

Soñó toda la noche un interminable paseo campestre con Prímula y despertó con el corazón henchido de gozo. Se levantó de un salto, sacudió a Drogo, y fueron juntos a desayunar al salón principal. Allí, para alegría de ambos, encontraron a Prímula que les hacía señas desde un rincón.

—¿Te has enterado, Prímula? ¿Te has enterado? —exclamó Drogo mientras se sentaban a su lado—. ¡Casi vencemos ayer!

—Así me han dicho —respondió ella, divertida—. Para unos pelosos inexpertos no está nada mal.

—Debías habernos visto. Y si Bilbo hubiese participado, habríamos sido tres de Hobbiton, ¿te imaginas? Aunque debo decir que una gran parte del mérito fue de ese muchacho de Marjala, vaya corpachón. ¿Me alcanzas la mermelada, Bilbo? ¿Pero cómo pudiste perderte ese final? El bote de tus hermanos era rápido, vaya si lo era, pero no podía sacarnos ventaja. Si no hubiese sido por la indecisión en la largada...

—¿Cómo estás, Prímula?

—... estoy seguro de que habríamos ganado. Si hubieses visto la cara de terror de Odo cuando lo empujé al bote; el pobre estaba tan asustado que no podía parar de remar...

—Muy bien, Bilbo. ¿Y tú?

—...Espera que cuente la historia en La Mata de Hiedra, tendrán para reírse durante meses...

—¿Quieres salir a pasear conmigo?

—... hubo que sacarlo entre cuatro, se aferraba a mis pantalones como un niño, habráse visto tamaño miedo al agua...

—¡Sí! ¡Vamos! —exclamó Prímula jubilosa.

—...pero por otro lado, ...¡eh! ¡Esperad un momento, aún no os he contado todo! ¿Adónde vais? ¿Puedo comerme tu porción de pastel, Bilbo?


———————


Unos nubarrones oscuros se habían adueñado del cielo, pero a Bilbo le pareció que todo era idéntico a su sueño.

—¡Tu primo Drogo es muy gracioso! —dijo Prímula.

—Sí —reconoció él—. Drogo es un gran muchacho.

—¿Y qué tal es vivir en Hobbiton, Bilbo?

—¿En Hobbiton? Es un lugar tranquilo, incluso anodino... ¿por qué lo preguntas? ¿Piensas venir a vivir con nosotros?

Ambos rieron y se ruborizaron un poco.

—¡Mira! —exclamó de Prímula de pronto—. ¡Han montado los columpios! ¡Vamos! —Y un instante después se hamacaban por el aire como dos niños.

—En realidad, me gustaría vivir en un país escondido en las montañas, entre bosques y arroyos, y tener una hermosa casa élfica —aseguró Prímula alzando la voz—. ¿Y tú?

—No estaría nada mal. Planta baja para mí, por favor.

Así continuaron un rato, entre vaivenes y risas, y luego dejaron los columpios, y Bilbo quiso visitar Gamoburgo del otro lado de la colina, así que treparon la ladera norte y se perdieron de vista.

Mientras tanto, junto a la puerta principal de Casa Brandi se aprestaban los blancos para la competencia de arco y flecha, actividad deportiva que cerraría las celebraciones, y Amaranta Brandigamo reunía a las niñas pertenecientes al coro de Casa Brandi, que debía despedir esa tarde a los invitados con canciones tradicionales. Un alegre bullicio se extendía a lo largo de la ribera este del Brandivino.

—¡La inscripción para el torneo! ¡La inscripción para el torneo!

—¡Niñas, dejad de jugar y reuníos aquí!

—¡Dos inscripciones! ¡Drogo y Bilbo Bolsón, de Hobbiton!

—¿Habéis estudiado la letra?

—¿En qué lugar se puede practicar?

—¿Dónde está Prímula? ¿La habéis visto?

En esos momentos un violento chaparrón de verano se descargó sobre Los Gamos y todos corrieron a refugiarse entre gritos y risas.

Cuando Bilbo y Prímula aparecieron bajando la colina a la carrera, estaban empapados hasta la médula, pero de excelente humor. La lluvia había terminado y nuevamente brillaba el sol.

—Nos vemos en el almuerzo, Bilbo. ¡Voy a cambiarme! —se despidió ella, al tiempo que entraban al smial.

—¡Ah, Bilbo, aquí estás! —lo atajó el tío Orgulas—. Recuerda que tenemos un encuentro pendiente. ¡Muchacho, estás hecho una sopa!

—Sí tío. Voy a cambiarme ahora.

—¡Te anoté en el torneo de arco y flecha! —le anunció Drogo en la habitación—. A ti y a mí.

—¿Arco y flecha? Tienes un coraje a toda prueba.

—¡Pero si eres un campeón de la puntería, primo!

—En lo único que me he destacado —dijo Bilbo mientras se ponía una chaqueta limpia—, ha sido en arrojarle guijarros a Odo Ganapié desde Bolsón Cerrado cuando éramos niños.

—Es una lástima que la competencia no sea de guijarros. Pero con participar no se pierde nada y podemos llevarnos otro trofeo.

—Espero que todos tus premios quepan en el marjalés —saludó Bilbo, y volvió a salir.

El día estaba radiante y quería pasar un momento solo, disfrutando de las sensaciones que estaba experimentando. Encaminó sus pasos río arriba, y se demoró observando la alborozada actividad de libélulas y mariposas tras la lluvia. El mundo entero parecía participar de la dicha que Bilbo sentía.

Bastante más al norte dio Bilbo con un bosquecillo íntimo y acogedor como un smial. Caminó moroso entre los árboles aspirando el penetrante perfume de sus hojas, y divisó en el corazón de la espesura un claro. Era una loma cubierta de hierba, y Bilbo deseó haber estado en tan agradable lugar con Prímula. Se acercó, y estaba por sentarse cuando le llamó la atención una flor solitaria en la cima.

—¡No puedo creerlo! —exclamó cuando estuvo junto a ella—. ¡Es una flor de simbelmín!

La sorpresa del hallazgo fue tan grande que sintió húmedos los ojos y por un momento vio todo borroso. Pasó delicadamente sus dedos por los pétalos blancos y dorados y admiró en silencio la belleza de sus formas, mientras se decía que todo parecía tener un profundo significado, como si Alguien estuviese escribiendo la historia de sus días.

Embargado por la emoción cortó con cuidado el tallo y atesoró la flor en el hueco de sus manos; un momento después Bilbo corría hacia Casa Brandi.

Llegado al cuarto, rebuscó entre sus cosas y halló un pequeño cuenco de plata del tamaño adecuado: lo roció con unas gotas de agua y acomodó la flor de simbelmín dentro. Finalmente, con una actitud reverente guardó el cuenco en su alforja, lejos del alcance de ojos indiscretos, y salió ansioso al encuentro de los demás, que ya estaban sentados esperando el almuerzo.

Descubrió a Prímula en la mesa de las chicas del coro. Se acercó y haciendo caso omiso de las risitas de sus compañeras le dijo:

—Hola. Tengo algo que quiero darte luego, Prímula.

—Muy bien, Bilbo. Tras el almuerzo tendremos ensayo con el coro. Podemos vernos después.

—Magnífico —y fue a sentarse a la mesa principal.

Le habían reservado un puesto junto a la tía Mirabella, que lo saludó un tanto fríamente:

—Ah, Bilbo. Te hemos visto poco estos días. ¿Por dónde has estado?

—Aquí y allá. Paseando —respondió él.

—Paseando —repitió la tía en un tono sin matices, para luego callar y dedicarse a comer.

Bilbo comenzaba a sentirse incómodo cuando el viejo Cintura Ancha Gorbadoc se puso de pie en la cabecera y exclamó:

—Atención. Tengo una noticia que daros. Una noticia dolorosa.

Todos lo miraron sorprendidos, y el silencio se extendió por la mesa.

—Ha habido un accidente, y hemos perdido un objeto muy caro a nuestra familia hace unos momentos.

El viejo hizo otra pausa y observó los rostros de los comensales, que expresaban consternación y angustia.

—Nuestro retoño, el pequeñín Saradoc -que se encuentra en perfecto estado-, se hallaba retozando dentro de su canastilla en la biblioteca, cuando con el bracito volteó la lámpara y derramó el aceite sobre un libro, que se encendió y carbonizó en instantes.

—¡Ohhh! —exclamaron todos.

Con un ademán teatral, Gorbadoc sacó de debajo de la mesa los restos chamuscados de un volumen irreconocible.

—Hemos perdido el fruto de incontables años de duro trabajo. Me refiero al libro de estudios genealógicos de mi hermano Orgulas.

—¡No! ¡No es posible! ¡Horror! ¡Horror! —se escuchó el alarido desesperado de tío Orgulas. Se había puesto de pie, lívido y presa de unas breves convulsiones, cayó redondo al piso provocando un estrépito de sillas y cubiertos.

—¡Se desmayó! ¡Traed agua!

—¡Ja, ja, ja! —Las desaforadas risas del viejo Gorbadoc sobresalían en medio del estruendo en torno al desvanecido hobbit—. ¡Ha caído! ¡Ha caído como un chorlito! ¡En el sentido más literal de la expresión! ¡Rorimac! ¡Tráeme el cubo!

Rorimac apareció con un enorme balde repleto de agua y en un abrir y cerrar de ojos el contenido se descargó sobre el pobre tío Orgulas.

—¡Era una broma, hermano! ¡Tu libro está sano y salvo!

Orgulas estaba tan abatido que no atinó a contestar. Nada podía hacerse ante las chanzas de Gorbadoc y hacía tiempo que estaba resignado a ellas, pero desgraciadamente tampoco era capaz de presentirlas.

—¡Una hurra para Orgulas Brandigamo, el estudioso más grande de la Comarca! —exclamó Gorbadoc.

—¡Hurra! ¡Hurra! —gritaron todos los jóvenes, para corear a continuación el tradicional:


Orgulas, amigo

¡ánimo, te digo!

La broma que hoy tú sufres

la gastarás conmigo.


La comida terminó en un desorden general, y todos se desconcentraron lentamente. Drogo fue al encuentro de Bilbo y lo empujó hacia la salida, junto con los competidores del torneo de arco y flecha.

—¡Vamos, Bilbo! ¡Estamos en la primera ronda!

Por un momento Bilbo pensó que podía llegar a ser divertido participar y ganar tal vez un premio. Las dianas multicolores se alineaban hacia el oeste y la escena de los arqueros en fila resultaba cuando menos vistosa; un hobbit gordo hizo sonar una corneta y las flechas comenzaron a zumbar desgarrando el aire. Pero lamentablemente ninguna de las tres saetas de Bilbo dio en el blanco, y allí terminó su ilusión. Se entretuvo un rato observando las siguientes rondas de arqueros, y luego prefirió retirarse a su cuarto.

Ordenó sus pertenencias, se echó un momento en la cama a descansar y luego, cuando supuso que el ensayo de las chicas estaría por finalizar, sacó cuidadosamente el cuenco de plata con la flor de simbelmín, lo acomodó en el bolsillo de su chaqueta y salió.

Mientras atravesaba los laberínticos pasillos de Casa Brandi tuvo un pensamiento para el pobre Orgulas, que había pasado un mal momento ese día; recordó que le debía todavía una charla y decidió pasar a saludarlo.

"Probablemente se encuentra en la salita del té" se dijo. Los mayores del clan Brandigamo solían reunirse allí y departir amigablemente tras el almuerzo. Estaba llegando a la sala y ya escuchaba el parloteo que se desarrollaba en su interior, cuando algo que oyó lo hizo detenerse en seco. Le parecía que habían mencionado su nombre.

Bilbo se pegó contra la pared y procuró aguzar el oído.

—... Te repito que me sorprende e indigna... —estaba diciendo tía Mirabella—. No sé cómo puede atreverse.

—Pero es evidente. Han estado juntos todo el tiempo —subrayó Amaranta—. Hoy Prímula faltó al ensayo matinal. Y con sólo verles los ojos te das cuenta...

—¿Acaso pretende el Bolsón Alcornoque ése cortejar a su propia prima? —bramó Gorbadoc, cuya voz sonaba sumamente irritada—. ¿No tienen en Hobbiton aunque sea una idea elemental de la decencia?

—Por fortuna se marchan hoy. Espero que todo este enojoso episodio termine aquí.


Ilustración: Pedro Belushi

—La hija de la hermana de su madre. Horrible.

—Inadmisible. Oprobioso.

—Qué lástima —el que musitaba parecía ser tío Orgulas—. Ese Bilbo es un buen chico. Los jóvenes a veces no se fijan en las cosas...

No era posible lo que estaba escuchando. No era posible.

De pronto Bilbo creyó que iba a desmayarse. El aire le faltaba y unas manchas amarillas danzaban ante sus ojos. Retrocedió temblando, tratando de no ser oído. Sentía como si le hubiesen clavado una daga en medio del pecho, y tuvo que doblarse en dos para poder respirar.

Llegó a los tumbos hasta su cuarto y se sentó en la cama. Sacó del bolsillo el cuenco de plata y con los mismos gestos delicados lo volvió a guardar en su alforja. Vio que la mano aún le temblaba. Luego se quedó quieto, mirando el techo, como si alguien le hubiera sustraído la vida.


———————


Afuera, un griterío de niñas hobbits acompañaba el fin del ensayo del coro. Desde el campo de tiro Drogo vio a Prímula corriendo a su encuentro.

—¡Hola, Drogo! ¿Has visto a Bilbo?

—No. Parece que se ha escabullido. ¿Te mostré mi trofeo? Fui el quinto mejor arquero de la jornada.

—¡Guaug! ¡Una flecha con punta de oro! Eres un campeón, Drogo.

—Psst..., no es para tanto —dijo el hobbit orgulloso.

—Ayúdame a encontrar a Bilbo, campeón. ¿Quieres?

—De mil amores. Sospecho que ha de estar en nuestro cuarto preparando el equipaje.

Casa Brandi era un hormigueante ir y venir de mujeres-hobbits que llevaban pañuelos con dulces y tortas y bizcochos, y huéspedes que abandonaban las habitaciones con sus fardos y sus sacos. Era tradición obsequiar a los visitantes que dejaban el smial viandas y golosinas para el viaje, y la casa se volvía entonces el escenario de un bullicioso intercambio de reverencias y sombreros que se agitaban, y "no os hubierais molestado", y "ojalá lo hayáis pasado bien".

Drogo y Prímula encontraron a Bilbo sentado en su cama y con la vista perdida en un punto indefinido entre la pared y el techo.

—¡Bilbo!

—¡Ah, chicos! ¿cómo estáis? —sonrió débilmente.

—Bien, ¿y tú? —preguntó Prímula extrañada.

—¿Eh?... perfectamente. Las cosas están listas, Drogo.

—Muy bien, Bilbo. Déjalas por mi cuenta, yo las llevaré.

—Te noto un tanto abatido —insistió Prímula.

—¿A mí? Bueno, es un poco triste dejar Casa Brandi —se defendió Bilbo, mientras ambos salían.

—No tienes que irte si no lo deseas. Sabes que puedes quedarte el tiempo que quieras...

—Oh, pero no es posible —dijo llevándose una mano a la sien—. Tengo muchos compromisos y tareas pendientes en Bolsón Cerrado. No podría, no, aunque quisiera.

Caminaron en silencio hasta la puerta principal, y Prímula lo tomo allí del brazo para musitarle al oído:

—Dijiste que tenías algo para darme.

Bilbo tuvo un sobresalto.

—¿Yo? ¿Algo para darte? No sé que sería —balbuceó ruborizándose. Luego vio la desazón que se dibujó en el rostro de Prímula y agregó, con una voz que se le ahogaba en la garganta—: (seguido) Ah... quería darte las gracias, porque he pasado a tu lado momentos muy... momentos maravillosos...

Prímula sonrió, pero el labio le temblaba, y ambos tenían los ojos llenos de lágrimas.

—¡La campana! Están llamando al coro. Vamos, ve, que tu primo Bilbo quiere oír esa canción de despedida.

—Adiós, Bilbo —dijo ella con una vocecita que apenas se sostenía.

—¡Corre, corre!


———————


La escena frente a las puertas de Casa Brandi era conmovedora. El coro estaba formado a la izquierda y todas las chicas llevaban un chal verde oscuro sobre los hombros. Junto a ellos, el Señor de los Gamos y su familia se habían vestido con las prendas ceremoniales, y el pequeño Saradoc, en brazos de su abuelo, miraba en derredor sin comprender. A la derecha se aglomeraba el resto de los invitados, muchos ya con sus bártulos listos.

—Ha sido un honor tenerlos en casa Brandi —dijo Gorbadoc—, y los días han pasado muy rápido. ¡Gracias! Sólo no resta despedirlos con una canción.

A una orden de Amaranta Brandigamo, las niñas comenzaron a cantar Y te vas, amigo, la tradicional melodía brandigamo de despedida a tres voces; la interpretación fue cuidada y el efecto, encantador; todo el mundo se había emocionado.


...Y te vas, amigo,

ya has cerrado y anudado tu zurrón

y diriges al sendero que se pierde la mirada.

¿Quién pudiera atesorar los momentos compartidos

o saber cuánto el otoño que comienza durará?

Tal vez pronto y de improviso como lluvia de verano

te veamos regresar

a la puerta sin cerrojos

al fogón hospitalario,

al humilde corazón que te espera aquí en Los Gamos

¡Hasta siempre, amigo! ¡Adiós!


Bilbo no paraba de sonarse la nariz, y no era el único. Cuando terminó la canción todos sacaron sus pañuelos y comenzaron a agitarlos. "Adiós, adiós", decía Gorbadoc moviendo el brazo de su nietito. Y de nuevo hubo abrazos y más viandas para el viaje, y el desorden ganó la partida.

—Bueno, Drogo. De nuevo a casa —palmeó Bilbo a su primo.

—¿Vamos a saludar antes de partir?

—No hace falta, están todos muy ocupados y en esta confusión nos demoraríamos inútilmente. ¿Está el marjalés listo?

—Aquí detrás de nosotros.

—Entonces partamos.

Subieron al carro, y se estaban abriendo paso con dificultad entre la muchedumbre cuando Prímula llegó corriendo hasta ellos.

—Os traje golosinas para el viaje. Las preparamos Asphodel y yo —dijo, presa de una trémula agitación.

—¡Muchas gracias, Prímula! —exclamó Drogo emocionado, mientras recibía el atado.

—¿Volveréis pronto? ¿Me escribirás, Bilbo? —Prímula seguía con mirada anhelante el andar del marjalés y Bilbo no detenía el poni..

—Veré qué puedo hacer —dijo Bilbo—. No puedo asegurarte nada.

—¿Qué dices? —lo interrumpió Drogo, asombrado—. Bilbo está bromeando; por supuesto que te escribiremos y vendremos muchas veces.

—Adiós —dijo Prímula con un hilo de voz, mientras quedaba atrás arrastrada por el gentío.

—¡Adiós, y gracias por todo! —gritó Drogo.

Ya el poni Cabriolín tomaba el camino principal de Los Gamos y se alejaba al trote hacia el puente del Brandivino. Drogo abrió el paquete y sacó de su interior dos coloridos bastoncitos de caramelo; mordisqueó uno y le pasó el otro a Bilbo.

—¡Mhhh! Está delicioso —opinó Drogo, pero Bilbo guardó con cuidado el suyo en el bolsillo y no le respondió.

Luego ambos se quedaron en silencio, ocupados en sus propios pensamientos, y sólo mucho más tarde, tras cruzar el puente y tomar el Camino del Este, Drogo exclamó:

—¡Sabes, Bilbo! Me he quedado pensando en tu prima Prímula ¡No sé si te has dado cuenta, pero es una chica fantástica!

—Tú también le has caído simpático —dijo Bilbo.

—¿En serio?

—Sí, me lo ha dicho. Ojalá que os sigáis viendo, porque sois unos excelentes chicos de temperamento muy afín; ambos estáis llenos de vida.

—Pronto seré mayor de edad, y podré visitar Los Gamos cuando me plazca. He hecho excelentes amigos allí. Te agradezco mucho, Bilbo, por haberme traído. Ha sido un viaje inolvidable.

—Me temo que sí —respondió enigmático Bilbo, y luego se sumergió definitivamente en el silencio.


———————


Drogo durmió toda la noche reclinado en el marjalés mientras Bilbo guiaba, y el amanecer los encontró a las puertas de Delagua.

—¡Fin del trayecto!

—Así es, muchacho. Has dormido de un tirón, toda la noche.

—Y tú no has pegado un ojo, Bilbo, ¿verdad?.

—No tengo sueño. Ahora, a dejar al bueno de Cabriolín. Se ha portado de maravillas y merece una suculenta pitanza.

En casa de los Pedregal los recibió el madrugador Aldo, que partía con su morral del correo.

—¡Señor Bolsón! ¡Está usted de vuelta!

—Hola, Aldo. Te devuelvo carro y poni. Excelentes ambos.

—Sigamos hasta Bolsón Cerrado —dijo Aldo subiendo al marjalés—. Yo traeré a Cabriolín de vuelta al establo. ¿Cómo les ha ido en la fiesta?

—Magnífico —exclamó Drogo—. Magnífica fiesta, magnífica gente, magnífica comida.

Los pájaros cantaban en las copas de los árboles a lo largo del camino y junto al molino, y el sol comenzaba a iluminar la suave pendiente de la colina. Al fin y al cabo, se dijo Bilbo, era bueno volver a casa.

A la puerta de Bolsón Cerrado, Drogo se apeó y se despidió con un abrazo.

—De nuevo muchas gracias, Bilbo.

—Ha sido un placer, muchacho. No olvides tus premios, y saludos a todos por Sobremonte.

—¿Le ayudo a subir los bultos, señor Bolsón? —se ofreció Aldo.

Bilbo de pronto parecía muy cansado.

—Espera un minuto, Aldo. Tengo algo para ti. ¿Aún está en pie el asunto de Lila Cardo?

—Por supuesto. Usted ya sabe, debo aún pedir su mano, y quisiera...

—Por aquí debe estar —murmuró Bilbo rebuscando en su talego, y sacando al fin el pequeño cuenco de plata—. Es para ti.

—¿Qué...? ¡Una flor de simbelmín! —exclamó Aldo—. ¡No puedo creerlo! Rara como flor de simbelmín, dicen. He visto muy pocas en mi vida, pero ésta es la más hermosa de todas.

—Creo que puede serte útil.

—¿Útil? ¡Es el regalo exacto! La flor que el enamorado entrega como testimonio de su compromiso,


»la inmarcesible flor del simbelmín

que susurra en el prado " nomeolvides",

así mi amor por ti perdurará...


»¿No decía eso el poema que usted me leía?

—Así es, Aldo. Es tradición que la flor no se marchita, y que encontrar una es señal de verdadero amor, así que puedes considerarte afortunado.

—¡No sé cómo agradecerle, señor Bolsón!

—No es nada, muchacho. Ve y prepárale la sorpresa a Lila.

Bilbo se quedó un momento contemplando el carro que bajaba la cuesta, y luego abrió la puerta.

Adentro todo estaba quieto, silencioso y oscuro. Sobre la mesa aún descansaban el mapa y su libreta de compromisos, junto a unos potes con plantas. Bilbo se sentó, acarició las hojas con un gesto lánguido, y dijo:

—Bueno. Estamos de vuelta.


———————



Notas y documentación de La flor de simbelmín


El propósito de estas notas es señalar las fuentes tolkianas de motivos y episodios de este cuento.

El personaje de Aldo Pedregal fue inventado sobre el molde de nombres hobbits típicos. Hurgo Tragamiel y el Señor Pi, nombrados con motivo del paso de Bilbo por Cepeda, son un homenaje privado del autor a la lista Tolkien de correo electrónico. El resto de los personajes están documentados en los árboles genealógicos diseñados por Tolkien, y sus parentescos y edades respetados al pie de la letra. Los topónimos y nombres de posadas son asimismo todos documentados. La acción se desarrolla en el año 1340, un año antes de que Gandalf visite a Bilbo y se inicie la aventura narrada en El Hobbit.

La afirmación de que Cavada Manoverde vive en Bolsón de Tirada 3 y que Bilbo compró esa propiedad para obsequiársela no proviene de fuentes tolkianas pero puede suponerse razonablemente de ellas; en épocas posteriores Hamfast Gamyi, su ayudante y pariente, habría heredado el agujero, pues Cavada Manoverde no tuvo descendencia. Esto explicaría el hecho de que una humilde familia de pocos recursos estuviese en posesión de una propiedad muy bien ubicada.

La Feria Anual de la Cerveza de Cepeda no está documentada en fuentes tolkianas, pero en La Comunidad del Anillo se dice que la cerveza de Cepeda era la más afamada de la Cuaderna del Este. Todo lo referente a las costumbres con respecto al nacimiento de niños hobbits, y la palabra ribadyan, están documentadas en la carta 214 de Cartas, de Tolkien.

La danza del aleteo figura en un manuscrito desechado del cumpleaños de Bilbo, publicado en Historia de la Tierra Media por Christopher Tolkien. Precisamente esa obra ha sido la inspiradora del núcleo principal de La flor de Simbelmín. En los manuscritos de las versiones desechadas de los primeros capítulos de El señor de los anillos, descubrimos que durante un tiempo Tolkien se proponía casar a Bilbo con Prímula Brandigamo, y el protagonista de la historia era Bingo, el hijo de este matrimonio. Muchos de los episodios que escribió con esta configuración familiar subsistieron hasta la versión final, modificándose sólo el nombre de Bingo por Frodo. De la constatación de este notable hecho puede deducirse que la historia que se sugiere en La flor de simbelmín no entra en conflicto con las ideas y sentimientos de Tolkien con respecto a Bilbo. El cuento pues, pretende explicar por qué Bilbo no se casó con Prímula, como Tolkien había planeado en un momento. Más aún, "La flor de simbelmín" pretende justificar más sólidamente el por qué del especial cariño que Bilbo siente por Frodo, e incluso dotar a Bilbo de más volumen humano como personaje. El lector puede deducir que Bilbo veía en Frodo la figura de la madre de éste, trágicamente desaparecida en un paseo en bote junto con su esposo, Drogo Bolsón, según se cuenta en el primer capítulo de El señor de los anillos. Y es muy razonable suponer que Bilbo sintiese que Frodo podía haber sido su hijo, de no mediar la oposición tradicional al casamiento entre primos. Esta oposición al incesto entre hobbits no está documentada pero creo que se desprende naturalmente de la cosmovisión de Tolkien.

Lo referente a Hildebrand y Flambard Tuk se basa en sugerencias que se hacen en El Hobbit y en el árbol genealógico de los Tuk. La historia de la Doncella y el Tornasauce está imaginada pensando en los progenitores de Baya de Oro, de la cual se sugiere que es Hija de la Esposa del Río.

Por último, el motivo de "La flor de simbelmín" ha sido moldeado basándose libremente en datos del universo tolkiano. En Rohan existía una flor llamada simbelmynë, palabra que significaba nomeolvides, y esta flor simbolizaba el recuerdo siempre vivo de los reyes difuntos. Puede suponerse que la flor de la que hablan los hobbits aquí es una variedad de aquella, y que era mucho más rara en La Comarca. Tanto el nombre como el significado simbólico se habrían igualmente alterado con los siglos de separación de las culturas.



Alejandro Murgia es un escritor nacido en Buenos Aires en 1963. Tres cuentos suyos han sido premiados en diferentes ediciones de los premios Gandalf de la Sociedad Tolkien Española. El invierno de 1311 obtuvo el primer premio de ese certamen en 1998. Mantiene el blog Hurgapalabras sobre traducción y etimologías. Hemos publicado en Axxón: EL INVIERNO DE 1311 (104), PETICIÓN DE AUXILIO (122, dentro de Andernow)


Este cuento se vincula temáticamente con "EL HOMBRE QUE LEÍA LA PÁGINA SIGUIENTE", de Víctor Martínez Martí (153) y "EL INVIERNO DE 1311", de Alejandro Murgia (104)


Axxón 185 - mayo de 2008
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos: Fantástico: Fantasía: Mundo Tolkien: Argentina: Argentino).