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LA MEJOR REALIDADRicardo Axel Casal |
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John Mckey abrió los ojos suavemente y reconoció su enorme oficina, con el gigantesco escritorio sobre el que había apoyado sus pies para relajarse. Dio una mirada rápida por los muebles y pinturas que decoraban las paredes y se incorporó. Después de consultar su reloj multifuncional, salió por la puerta y saludó a su bellísima secretaria, que se veía esplendida en el diminuto atuendo que le asignaba su buffete de abogados a las nuevas trabajadoras. John esperó unos minutos el ascensor express, que lo llevaría en pocos segundos al sector-estación del edificio, donde tomaría, junto a otros ricos ejecutivos, el transporte de lujo que lo dejaría en su casa.
Ya en la limosina automática, John parloteaba de menesteres irrelevantes con otros grandes ejecutivos, mientras tras ellos se hacía más pequeño el cartel que decía: "McKey y Asociados - Abogados litigantes". Uno a uno bajaron los pasajeros hasta que John quedó sin más compañía que el chofer automático. De repente, y sin advertencia, vio que unas hermosas y bronceadas isleñas lo abanicaban, mecían la hamaca donde descansaba y le traían exquisitos manjares. John vio las simpáticas sandalias en sus bronceados pies e hizo una mueca sonriendo de mala gana; en ese instante, una isleña por demás bien dotada que el resto, le acercó un vaso ancho con mucho hielo y un líquido cobrizo; una voz sonó en sus oídos y un gran cartel ocupó todo su campo visual:
¡Ron Exelssior, refinado de la mejor caña de las islas vírgenes, solo $24,99!
John se incorporó en el asiento de la limosina, maldiciendo esa estúpida publicidad mental...
Mientras miraba el paisaje que corría por la ventanilla, recordaba lo que le había contado su padre, y antes su abuelo, sobre la evolución de la publicidad en los siglos pasados. Primero fueron los anuncios en la vía pública, que crecieron de tamaño y se hicieron cada vez más luminosos y molestos en el afán de atraer la atención de un desinteresado público; después con el surgimiento y masificación de la "Internet" predecesora de las modernas redes actuales apareció el spam, los banners publicitarios, las cientos de ventanas que deambulaban por las pantallas de esa época en busca de un ojo que las quisiera leer. No contentos con haber invadido el ciber-espacio, los magnates de las mega-corporaciones que dominaban el planeta invadieron el espacio-real, proyectando avisos publicitarios en directo al cortex cerebral de las personas, algo que hacía que fuera imposible escapar de ellas. Había publicidades simples, como una voz que resonaba en la cabeza, alentándonos a comprar tal o cual producto; otras más complejas, que proyectaban anuncios con grandes letras de simil-neón; pero el colmo era la variante moderna de los infomerciales del pasado, en donde se lo ponía a uno como protagonista de una situación hipotética de placer y satisfacción, como la isla donde acababa de estar, para que comprase, entre otras cosas, una mísera botella de ron barato.
En su largo camino a casa también recordó su niñez y adolescencia, el momento cumbre cuando su abuelo, cabeza el bufete en esa época, y su padre, un abogado de los más prestigiosos, habían litigado y ganado contra las grandes mega-corporaciones, prohibiéndoles las proyecciones metales de anuncios y, de paso, haciendo inmensamente rico al bufete, que ahora estaba en sus manos. Pero no todo relucía como el oro, había quedado un vacío legal, que ni su abuelo ni su padre ni él, cada uno en su momento, había logrado tapar: el de los sueños.
Los adinerados publicistas se encargaron de aprovechar a cada distraído durmiente como un potencial consumidor, proyectando avisos en sus sueños.
Había unas pocas reglas que se respetaban, por suerte, como la de no proyectar en los lugares de trabajo ni en las casas particulares, pero la vía pública era una arena más sangrienta que cualquier coliseo antiguo, allí centenares de proyectores mentales unas esferas con forma de ojo se desangraban unos a otros compitiendo por proyectar un aviso en la mente de la desafortunada persona que se quedaba dormida sin la protección que le daba su domicilio o su lugar de trabajo.
La voz del chofer automático interrumpió los pensamientos de John, avisando que estaban pasando las rejas de la Mansión McKey. John suspiró, miró hacia arriba y pensó en su hermosa casa fabricada a medida por el mejor arquitecto de la ciudad, su bella casa, llena de los últimos artilugios electrónicos que simplificaban la vida, y lo más importante, su maravillosa casa, donde podría descansar sin que un horrendo comercial se paseara por su subconsciente.
Pesadamente, McKey se desplomó sobre un mullido sillón de sala principal, activó su pantalla holográfica con un simple comando de voz, y con sólo dar un par de órdenes ya tenía cotizaciones de la bolsa, noticieros de los rincones más alejados del globo y hasta una especie de partido de fútbol en el cual había apostado, y ganado, flotando en el aire delante de él. Luego de unos minutos de entretenimiento, subió a su recámara y se metió en la cama con colchón hecho a medida, anatómicamente mejorado para su columna. Dos horas después seguía mirando los nudos del enchapado de madera de cerezo europeo del techo; ya era el quinto día que sufría de insomnio y tenía que resolverlo pronto, porque si seguía quedándose dormido en sitios no seguros, las interminables publicidades y propagandas lo volverían loco.
A la mañana siguiente John volvió a tomar su limosina, como era costumbre, y partió hacia el centro.
Ahora él era un piloto de una nave caza de combate de las fuerzas unidas de la defensa terráquea. Con una alocada maniobra se ponía a la cola de una nave alienígenam y con un zumbido de sus disruptores frontales la convertía en una nube de fuego y escombros; raudamente aterrizaba en su cuartel, bajaba de un salto de la reluciente cabina y una monumental rubia lo abrazaba al mismo tiempo que John, tocándose la mejilla, veía en el reflejo de la cabina su barba perfectamente afeitada y sobre él una publicidad versaba con voz metálica:
¡ShaveSer, los inventores de la cuchilla láser, brindándole la mejor afeitada desde 2150, pruebe nuestros nuevos modelos con selector de corte y las nuevas cuchillas intercambiables a solo $12,99 c/u!
John se despertó sobresaltado y vio la puerta de la casa de su psicoanalista, donde había dormitado apoyado en la pared, esperando a que saliera el paciente del turno anterior al suyo. De nuevo había sido víctima de los macabros publicistas y sus proyectores mentales. Cansado, canceló su cita y se apresuró a llegar a la seguridad de su oficina. En el largo camino que atravesaba la maldita vía pública, John McKey rescató de las llamas a una hermosa rubia sólo para que ésta oliera la exquisita fragancia de "FIRE, lo último en lociones para hombre". Corrió una maratón disfrutando de las ventajas de su calzado con amortiguadores de golpes de la marca Sporttester. Ganó un torneo de bowling con lo que impresionó a su novia, no por el torneo en sí sino por usar Accesorios APG para bolos. Saludó con un abrazo al candidato demócrata que se postulaba a la alcaldía de la ciudad, y se convirtió en el modelo masculino más buscado sólo por usar ropa interior de una reconocida marca perteneciente, por supuesto, a una de las mega-corporaciones que no lo dejaban en paz ni a él ni a ningún desafortunado transeúnte que se durmiera en la vía pública.
Ya desesperado, con los ojos cansados y casi al punto de la locura, por fin vio agrandarse en el horizonte el inmenso edificio de acero y cristal reluciente del que era dueño. Pero ser dueño no importaba, ser millonario no importaba, ser una persona muy exitosa en todo lo que se proponía en la vida ¡no importaba! Sólo importaba que dentro de su edificio, dentro de su fortaleza de acero y cristal... ¡las malditas publicidades no podrían molestarlo más!
John subió, relajándose en el ascensor express. Saludó a su secretaria, que lucía cada día mejor, pensó por un momento si era hora de insinuársele como había hecho con las anteriores secretarias, ayudantes y becadas, con las cuales había tenido un total éxito. En su oficina vio una pila de pendientes, desvió la mirada y se sacó la idea de trabajar de su cabeza porque ahora había algo más importante, ¡tenía que dormir! El sofá de su oficina se veía especialmente cómodo después de tantos días de dormir mal.
John se recostó, cerró los ojos y se dispuso a soñar, a soñar en serio, sin preocupaciones porque estaba en un lugar seguro, del todo seguro, a salvo de las malditas publicidades.
Habían pasado unos minutos cuando John sintió algo en la cara, sintió algo húmedo, sintió que un líquido frío escurría por su mejilla.
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John se levantó, vio la lluvia que caía sobre él en una noche oscura y apenas iluminada por un farol en la calle, que zumbaba y parpadeaba cada vez que una gota caía en él. Miró hacia abajo y vio los harapos que vestía; miró la húmeda caja de cartón donde solía dormir todos los días en medio de ese callejón sucio y maloliente al que llamaba hogar. John lanzó un suspiro al aire, arrastró su inmunda residencia bajo la arcada de un viejo edificio en ruinas para protegerse de la lluvia y se dispuso a continuar su sueño.
Por lo menos, vivir en la vía pública tenía la ventaja de soñar, soñar con una vida mejor, todo gracias a los publicistas y sus proyectores mentales.
Ricardo Axel Casal nació el 22 de octubre de 1976 en Neuquén, Argentina. Trabaja en informática y tiene estudios universitarios en esa área. En su época de secundaria siempre odió Lengua pero le gustaba mucho Literatura, y ahora puede decir que tiene como hobby tratar de escribir cuentos. Otras de sus pasiones son los viajes y la informática, y desde esta última también trata de aportar su granito de arena para que tantas cosas que gustan a los lectores de Sci-Fi y hoy consideran ficción sean mañana una realidad. Principalmente lee ciencia ficción: Asimov, P. K. Dick (éste es su favorito), Clarke, Fowler, Bisson, Blish, Bradbury, Hamillton, Niven, etc.
Hemos publicado en Axxón: LOS ÚLTIMOS SEGUNDOS (186), EL ÚLTIMO MONSTRUO (187)
Este cuento se vincula temáticamente con ALCIDES, de Carl Stanley (189), PESADILLA, de Isabel Del Río Sanz (186) y EL SABLE FUGAZ, AL FILO DEL VIENTO, de Jesús Ademir Morales Rojas (185)
Axxón 192 - diciembre de 2008
Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia ficción : Realidad alterada : Extraterrestres : Invasión mental : Argentina : Argentino).