La canción de Maguerra, Alejandro Alonso (Novela, parte 8)
Agregado en 21 septiembre 2009 por admin in 200, Ficciones, tags: Novela
7. Interludio anular
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Partió de Buenos Aires. Qué dolor, qué dolor, qué pena.
Partió de Buenos Aires, que ya no existe más…
Los delegados entraron en el nido. Algunos ya esperaban en la zona más profunda, lejos de los sondeos indiscretos. Los pulvicultores alejandrinos habÃan inducido a los linoides a despejar una suerte de olla, con volumen suficiente como para albergar la asamblea. Los despejadores londinenses exploraban los alrededores del nido en busca de intrusos, incluso del propio clan. Los habÃlegos catalanes habÃan cimentado un repelente cielo férrico para evitar la irradiación marginal de información.
La Canción era tan sólo un llamado amortiguado que se perdÃa mucho antes de alcanzar las profundidades del nido. Para un johnson, era lo más parecido a la oscuridad total.
Los emisarios estaban sumergidos en una suerte de éxtasis revelador, similar al que Triste habÃa experimentado al ponerse en contacto con el marcapasos ritmosonante. Ahora, cada uno tenÃa su marcapasos. Pronto los abandonarÃan para hipar sincronizadamente al ritmo del tolkienring.
Landrú Johnson y un TEGido llamado William Johnson hablaban con BenjamÃn, el domador que tenÃa a su cargo el armado del tolkienring. Mientras BenjamÃn revisaba el marcapasos mayor que le habÃa entregado el mago ritmosonante, un doctor del tempo construÃa la tabla de enrutamiento. Esa tabla, interpretada por quien oficiara de coordinador, permitÃa encaminar las comunicaciones dentro del tolkienring.
Entre otras cosas, la tabla indicaba el rol y la la filiación del emisario, y su ubicación dentro del tolkienring.
Función / Pabellón | Ubicación en el tolkienring |
Coordinador / Domador de legos de Antioquia | Argentina |
Defensor 1 / Pulvicultor alejandrino | Egipto |
Defensor 2 / Pulvicultor alejandrino | Uruguay |
Delegado / Despejador londinense | Gran Bretaña |
Delegado / Doctor del espacio | Australia |
Delegado / Doctor del tempo | Brasil |
Delegado / Domador de legos de AntioquÃa | TurquÃa |
Delegado / Evereadista | Chile |
Delegado / HabÃlego catalán | España |
Delegado / Mago ritmosonante 1 | China |
Delegado / Mago ritmosonante 2 | India |
Delegado / Pulvialquimista florentino | Italia |
Delegado / TEGido | Katchatka |
Terminada la tabla, BenjamÃn Johnson se ubicó en el centro de la olla y unió sus atetés a través de los legos frontales y traseros, formando un anillo. Los pabellones se ubicaron radialmente respecto de esa rotonda, usando los profusos legos ventrales de BenjamÃn. El domador aseguraba que los legos ventrales habÃan sido especialmente sintonizados para la ocasión.
El último en enlazar los legos fue el representante TEGido. BenjamÃn le solicitó permiso para comenzar.
Argentina ataca a Katchatka: Si estamos listos, publicaré la tabla. FinTurno.
De Katchatka a Argentina: Adelante. FinTurno.
El coordinador se dirigió a la asamblea.
Argentina dice: Usaremos el protocolo TEGido para comunicaciones punto a punto, y el protocolo simplificado para cuando el destinatario sea la asamblea. Como coordinador, mi ubicación está en la Argentina. Los domadores de AntioquÃa asumen la ubicación de TurquÃa. Como Triste y yo somos del pabellón convocante, se ha establecido que ambos podremos hablar por los domadores. Los pulvicultores alejandrinos están en Egipto y Uruguay. Son los defensores. Los TEGidos están en Katchatka. Los despejadores londinenses, en Gran Bretaña. Sigue.
El tolkien comenzó un nuevo giro, pero no alcanzó a dar la vuelta. El despejador tomo la palabra.
Gran Bretaña ataca a Argentina: Aburrido. ¿Podemos avanzar? FinTurno.
El coordinador lo ignoró.
Argentina dice: Los habÃlegos catalanes están en España. Los doctores del espacio, en Australia. Los doctores del tempo están en Brasil. Los pulvialquimistas florentinos están en Italia. Los evereadistas, en Chile. Y los magos ritmosonantes están en China e India. Dijo.
El tolkien llegó hasta el segmento convocante. Triste tomó la palabra.
TurquÃa dice: Todos conocen los hechos relativos a la escisión de Charles Johnson, la trampa Jensen y el troncal que vi en este nido. El otro vástago está allá afuera. Huyó. Tiene un ateté Jensen que lenta pero inexorablemente tomará el control. Los hemos visto operar en otros clanes. Somos vulnerables. Los domadores creemos que es necesario encontrar el vástago, extraerle la información útil y luego silenciarlo. Dijo.
El TEGido esperó a que Triste terminara y luego le envió un mensaje privado.
Katchatka ataca a TurquÃa: Creemos que capturar el vástago puede significar una ventaja estratégica con vistas a la asimilación de los Jensen. Es lo que dirán los pulvicultores en Egipto y Uruguay. Pero si huyera a territorio Jensen, no quedará más remedio que atacar ese nido. ¿Conoces la posición de los magos? FinTurno.
De TurquÃa a Katchatka: No creemos que la captura sea posible. Estamos de acuerdo con un posible ataque al nido Jensen. Por ahora, los magos están divididos. FinTurno.
De Katchatka a TurquÃa: No los subestimes. Los magos votarán por la captura, al igual que los pulvicultores. Hay tradición en eso, y la propia experiencia de Landrú influye más de lo que piensas. Dijo.
De TurquÃa a Katchatka: Entiendo, Landrú también estuvo con el enemigo y luego fue recuperado. Gracias por esa información. FinTurno.
Triste recordó las estrofas de la saga que relataban cómo habÃa regresado Landrú al clan. Perdido en su alienación, Landrú se habÃa topado con un TEGido gravemente dañado por el ataque de un cardumen de cumpas. Ese TEGido se llamaba Lucio Johnson. Landrú habÃa arrastrado a Lucio por el Mar de Scholl hasta los lÃmites del territorio del clan Johnson. Varias temporadas después, el mago admitirÃa no recordar el porqué de aquella acción. Sólo supo que eso era lo que tenÃa que hacer.
Fue sabio a pesar de lo que los Janki le habÃan hecho, pensó Triste.
Como Lucio estaba muy deteriorado, y casi sin energÃa, Landrú le habÃa insuflado su propia energÃa y le habÃa transferido su propia versión de la canción de Maguerra. Al llegar a los lÃmites del clan, el mago lo habÃa abandonado a orillas de un telégrafo fluvial y habÃa huido. Ese acto habÃa salvado a Lucio del Gran Silencio.
Varias temporadas después, Lucio se propuso recuperar al mago. Y lo logró. Entre ambos convencieron a TEGidos y magos de mudarse al Lejano Oriente, para desarrollar una vida al margen de la Canción.
Cuando le preguntaron a Lucio por qué querÃa irse con los magos, lo explicó oblicuamente, pero todos comprendieron y lo aceptaron.
Es esta canción, que no me da paz habÃa admitido Lucio. La canción de Landrú. La percibo profunda, palpitante, idéntica a sà misma en cada resurrección. Es importante.
El marcapasos del tolkienring despejaba el camino de antiguas memorias tribales. El recuerdo estremeció a Triste, aunque no fue capaz de entender el porqué. Era como si hubiera descubierto algo importante, pero no para él, sino para otro johnson o tal vez para alguien más.
Landrú salvó a Lucio, dijo.
En el tolkienring se produjo un silencio.
TurquÃa dice: Este mensaje no era para ustedes. Dijo.
Los defensores tomaron la palabra.
Egipto dice: No estamos de acuerdo en silenciar a nuestro familiar. Aún es Johnson. Además, tiene en su poder información vital para nuestra supervivencia y seguramente accederá a proporcionarla. Eventualmente se comunicará con nosotros y pedirá garantÃas para regresar. Proponemos dárselas. Dijo.
Gran Bretaña dice: Los despejadores creemos que es necesario acordar un plan para capturarlo, después decidiremos qué hacer con él. Dijo.
Los demás esperaron. Era prerrogativa de los defensores establecer la oposición.
Uruguay dice: Si no hay garantÃas, no cuenten con nosotros. Dijo.
Egipto dice: Si le damos la espalda al vástago de Charles, los Jensen entenderán que pueden dividirnos de esa forma. Será como animarlos a repetir la hazaña. Dijo.
Gran Bretaña dice: De todos modos pueden dividirnos. El veneno Jensen se difunde en nuestros canales de backup y en nuestros atetés. Es irreversible. Dijo.
Pedro Johnson, uno de los pulvicultores alejandrinos que esgrimÃan la oposición, apremió a Landrú por el canal privado.
Uruguay ataca a China: ¿No piensas argumentar? ¿No te pondrás de parte de los pulvicultores? ¿Acaso no te apoyamos en el pasado, cuándo caÃste en legos de los Janki? FinTurno.
Landrú sopesó la provocación y esperó a que el tolkien llegara a su posición.
China dice: Los magos estamos de acuerdo en que el vástago de Charles debe ser capturado. No creemos que deba ser silenciado, aunque probablemente tengamos que someterlo a alguna acción disociativa para ahogar el veneno Jensen. Mientras antes lo encontremos, mejor para él. Sigue.
El tolkien dio una vuelta completa y regresó al mago.
China dice: El problema es ubicarlo. El Mar de Scholl es extenso y profundo. Dijo.
Egipto y Uruguay insistieron con el pedido de garantÃas. Los pulvicultores se encontraban unidos a través de los legos traseros para acelerar las consultas reservadas del pabellón. Los magos también quemaban sus legos traseros en intercambios rÃtmicos y urgentes. HabÃa matices en los que no lograban concordar.
India ataca a China por el Atlántico: ¿Qué pretendes, Landrú? El veneno Jensen no es sólo una disociación. La huida lo demuestra fehacientemente. El vástago abandonó su pabellón y el clan antes de la madurez. El sentido de ese acto es claro. FinTurno.
De China a India: Todo eso está muy nÃtido en mi sondeo, pero los pulvicultores tienen razón: está en juego la unión de los pabellones. FinTurno.
De India a China: ¿Crees que los pulvicultores abandonarán el clan? FinTurno.
De China a India: Estoy seguro. FinTurno.
De India a China: ¿Qué propones? FinTurno.
De China a India: Apoyar a los pulvicultores en esta cuestión intrascendente. Cuando llegue el momento, tendremos que tratar cuestiones más importantes y buscaremos el apoyo de ellos. FinTurno.
De India a China: ¿Intrascendente? FinTurno.
De China a India: ¿Qué importancia tiene que capturemos o no al vástago? Maguerra está decayendo, y nosotros vamos hacia la misma decadencia. Si los Janki podÃan vivir sin la Canción, ¿qué nos hace pensar que los Jensen no puedan? ¿A cuántos Janki asimilaron antes de inseminar a Charles? FinTurno.
De India a China: No es un problema inmediato. Estas flipando. FinTurno.
De China a India: Los campos vectoriales de los Jensen tampoco eran problema, hasta que los fueron. Abandonemos el ritmo. Si no lo hacemos, moriremos. FinTurno.
De India a China: ¿Morir? FinTurno.
De China a India: Es un concepto que usan los antisincrónicos, mejor que te vayas habituando. FinTurno.
Katchatka dice: Los TEGidos creemos que el vástago huyó a los macizos. Hubo una brecha por la cual pudo haber pasado sin que lo advirtiéramos. Dijo.
Gran Bretaña dice: Los despejadores tenemos una pregunta. ¿Qué estaba haciendo Charles Johnson, progenitor del vástago, en el campo minado? Hemos explorado y cartografiado esa zona muchas veces y no hay nada que un pulvicultor pudiera hacer en ese territorio. Dijo.
Egipto dice: Nos habÃan informado de un yacimiento espongiario. Enviamos a Charles para que hiciera una prospección. No sabÃamos que fuera territorio peligroso. Con ese cultivo hay buenas perspectivas de trasvasamiento. Dijo.
El habÃlego catalán se apoderó del tolkien.
España dice: ¿Quién informó a los pulvicultores? Dijo.
Egipto dice: El Consejo TEGido, claro. Dijo.
En el hotel nada es lo que parece, pensó Triste.
Era un pensamiento extraño. Buscó en su memoria y no pudo resolver el significado del concepto hotel. Estaba más allá de sus recuerdos. Pero el significado de la advertencia era nÃtido.
TurquÃa dice: Hay verdades detrás de los silencios. Dijo.
BenjamÃn Johnson acusó la revelación de su compañero de pabellón y, durante un maguerra-uh, perdió el control de la asamblea.
La desconfianza levantaba efervescencia. Se manifestaba como un silencio disruptivo, que por momentos ahogaba la canción menor del marcapasos. No estaba en el ruido de fondo, sino en las omisiones, en los traspiés del tolkienring.
BenjamÃn envió un segundo tolkien para reactivar el diálogo.
Argentina dice: Me gustarÃa escuchar a los TEGidos.
8. AgonÃa
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Está delirando otra vez dijo Becé. Dice que hay una asamblea más allá de las estrellas. Dice que nosotros somos un tolkienring. Está mezclando todo.
¿Cuánto hace que está asÃ? preguntó BenjamÃn Cisco.
Menos de un mes, más de una semana. TodavÃa no le dije…
No tiene sentido decirle nada. El negro apretó los labios y tomo aire. Sus fosas nasales se ensancharon. No le quitaba a Lucio los ojos de encima. No te va a entender. HabrÃa que consultar a Tiresias. Es el oráculo.
Favaloro entró en la enfermerÃa. HabÃa oÃdo el último comentario. Se deslizó rápidamente entre ambas hileras de camas, hasta llegar a la penúltima de la derecha, donde agonizaba Lucio.
Abrió el maletÃn. Extrajo el escáner y la chaqueta médica.
Pobre Tiresias, no quiero quemarle aún más el cerebro dijo mientras se calzaba la chaqueta y los pantalones. Además, cada vez que lo consultan dice menos. Al menos sabemos que fueron los contis. Scania los vio.
¿Cómo fue? preguntó BenjamÃn.
Favaloro metió dos dedos en el bolsillo de la chaqueta y sacó un papel doblado en cuatro. Los otros se sobresaltaron: no les permitÃan escribir, ni siquiera recetas.
El papel estaba en blanco.
Lo escribió Tiresias, para los porteros.
Los otros entendieron. Becé tomó la hoja y la inclinó hasta encontrar la posición en que la luz permitiera descifrar el bajorrelieve de las letras.
¿No se dieron cuenta? preguntó.
Siempre algo se les escapa. Dejaron el anotador por un segundo y Tiresias arrancó la hoja. Igual, dice que no recordaba demasiado. Sólo los nombres de Jorge y Donald, y poco más.
SÃ, acá están dijo Becé, mientras escrutaba las cicatrices del papel. Y hay otros.
BenjamÃn le pidió la hoja y él también leyó el vacÃo. Sonrió. Todo lo que hacÃan los porteros era asÃ: les habÃan borrado la memoria, pero quedaban las cicatrices para empezar de nuevo. Siempre se les escapaba algo.
Estaba Fleming susurró Favaloro. Es un hijo de puta. Les da la droga. Los porteros ya lo saben y no hacen nada.
Fleming va camino a la canonización, creo dijo Becé.
Sà dijo Favaloro. Se habÃa sentado en la cama y le estaba abriendo la camisa a Lucio. Está maduro. Y con el favor que les hizo a los contis, seguro que lo reciclan. Como hicieron con Da Vinci, el cocinero.
Da Vinci murió dijo BenjamÃn de mala gana, devolviéndole la hoja a Becé. No insistas con eso de que lo transformaron en portero. Nos habrÃamos dado cuenta.
¿Y Garraham? desafió Favaloro.
También murió. Fue culpa de Tiresias respondió BenjamÃn.
Tiresias no tiene control sobre lo que dice cuando le preguntan.
A ver si lo entienden, muchachos intervino Becé, Fleming es colaboracionista… ¡Si hasta habla fluidamente el idioma de ellos!
¿De quiénes? preguntó Favaloro. Los porteros hablan como nosotros. Algunos tienen acento, pero es nuestro idioma.
Hablo de los Janki explicó Becé. Los porteros son traidores, son cipayos de los Janki. Como Fleming.
¿De qué hablás? rezongó el médico, mientras pasaba su escáner sobre el pecho de Lucio, todavÃa inconsciente.
El negro se arrodilló al borde de la cama de Lucio. Habló en voz baja.
Yo no maté a nadie. Becé no estafó a nadie. Y lo tuyo, Favaloro, no fue mala praxis ni nada que se le parezca. Los Janki nos capturaron y nos disociaron la memoria. Es como con los johnsons, ¿entendés?
No, no entiendo dijo secamente Favaloro. Ese cuento de ciencia-ficción los está trastornando. Va a ser mejor que suspendamos el Club por un tiempo.
BenjamÃn se levantó, conteniendo un exabrupto. No podÃa gritar, no podÃa gesticular sin llamar la atención. Caminó hasta la entrada de la enfermerÃa, oteó aquel horizonte de caja de zapatos, al fondo del pabellón tres, y regresó.
Ni se te ocurra dijo.
Borges desapareció, Lucio está enfermo e inconsciente, Tiresias está exhausto, vos y Becé están mezclando la ficción de Maguerra con la vida real. ¿No tengo motivos?
Becé apoyó la mano derecha sobre el pecho de Lucio para evitar que Favaloro usara el escáner.
Maguerra es real, hermano. Los johnsons están allá afuera, con sus tolkienrings y sus evereadys y sus spicas, y nos quieren decir algo. Algo importante.
Está decidido, muchachos. Me abro. Esto es insano. Y es peligroso.
Becé 548 miró con pena a BenjamÃn Cisco.
Quedamos Triste Miliki, Kepler, vos y yo. Habrá que ver con los tres nuevos…
Hubo un largo silencio.
¿Le dijeron a Lucio? preguntó Favaloro en tono perentorio.
No tiene idea respondió Becé. Las pocas veces que despertó fue para tomar algo y hablar del gato y de los tolkienrings. Dice que el hoteles un tolkienring.
¡Mierda! Otro que mezcla todo…
Becé ignoró el comentario.
No sabe nada de los contis, ni de Borges, ni de Bosco, ni de Fleming…
No sabe nada confirmó el negro.
Pero Lucio sabÃa más de lo que ellos imaginaban.
Lucio soñaba con 563, pero cuando sintió el pinchazo decidió que no era un sueño y abrió los ojos. El loco acababa de inyectarlo.
La alarma se abrió paso en su cerebro, como quien corre a través de un salón concurrido: a gritos y codazos. Sintió un calor que subÃa desde las nalgas hasta el pecho. Se despabiló al instante, mágicamente. Se quitó la mascarilla de oxÃgeno.
Al ver que se incorporaba, el loco sonrió.
Los demás pacientes de la enfermerÃa dormÃan plácidamente. TodavÃa era de noche en el martillo del pabellón tres, pero las ventanas estaban cerradas y cubiertas con un denso cortinado. La única luz tenue venÃa del pabellón, que también estaba en silencio.
Uno de los recuerdos más inolvidables que conservo de Héctor se refiere a la Nochebuena del 77 dijo el loco. Lucio sabÃa que estaba recitando. Los guardianes nos dieron permiso para sacarnos las capuchas y para fumar un cigarrillo. También nos permitieron hablar entre nosotros cinco minutos. Entonces Héctor dijo que por ser el más viejo de todos los presos, querÃa saludar uno por uno a todos los presos que estábamos allÃ. Nunca olvidaré aquel último apretón de manos.
¿Qué pasa? ¿Qué me inyectaste? preguntó Lucio en voz baja.
Su estado era terrible recalcó el loco. Permanecimos juntos mucho tiempo.
Evidentemente, le habÃa inyectado algún corticoide fuerte. ¿Decadrón?
El loco le ayudó a levantarse y le tiró una muda de ropa.
¿De dónde sacaste todo esto? preguntó Lucio, calzándose las botas. No me digas que amasijaste a un portero…
Ignoro cuál pudo haber sido su suerte recitó mientras ayudaba a Lucio a ponerse una chaqueta de portero. Yo fui liberado en enero de 1978. Él permanecÃa en aquel lugar. Nunca más supe de él.
¿Quién? ¿Quién estaba en ese lugar?
Su estado fÃsico era muy, muy penoso.
¿Quién es Héctor?
Héctor dijo que por ser el más viejo de todos los presos…
¿Borges? ¿Cervantes?
563 lo ayudó a ponerse de pie. Los demás roncaban.
Lucio sintió que la habitación se desplazaba hacia la derecha, pero Landrú lo sostuvo con firmeza mientras duraba el mareo.
Su estado fÃsico era muy, muy penoso repitió.
Lucio ensayó el primer paso. Las piernas flipaban a Oblivion.
No puedo dijo. Dejáme en paz, Landrú. Estoy enfermo.
El loco se sobresaltó.
Landrú cayó en Maguerra recitó sin cantar, qué dolor, qué dolor, qué pena.
Vossos Landrú dijo Lucio. Ahora te llamás Landrú.
Todos tenemos que encontrar nuestro gato dijo Landrú.
Al oÃr aquellas palabras, Lucio se dejó llevar.
A los pocos metros estuvieron a punto de tropezar. A Lucio le resultaba difÃcil coordinar el avance.
El loco cantó.
Maguerra-uh. Maguerra-uh…
El cuerpo de Lucio recordó y caminó al ritmo del mantra. Con cada paso, su rostro acusaba la ausencia del viento helado, los pies alucinaban un piso de hierba y pedregullo, la nariz extrañaba los aromas del bosque de lengas y ñires… Aquella canción menor servÃa como santoyseña a memorias arcanas. La cadencia de 563 tenÃa antecedentes que Lucio no podÃa identificar, pero su cuerpo sÃ.
Llegaron a la puerta de la enfermerÃa, pero no la que daba al pabellón, sino una trasera: la salida codificada de seguridad.
Sin dejar de cantar, Landrú sacó del bolsillo de su chaqueta un objeto largo y fino. Al principio Lucio creyó que era una zanahoria pequeña, pero luego comprendió que era un dedo. Un dedo momificado por el frÃo seco del exterior. El loco extrajo una llave de otro bolsillo y abrió un panel escondido detrás de los azulejos de la pared, a medio metro de la puerta. Se metió el dedo en la boca durante un instante, y luego lo apoyó en el panel, todavÃa chorreando saliva. La puerta se abrió con un blip.
Abandonaron la sala cuidando de no golpear la puerta y se internaron en la bruma nocturna. El frÃo del exterior le cortó la respiración. Se subió la solapa.
Maguerra-uh. Maguerra-uh cantó el loco.
¿Dónde vamos?
Maguerra-uh. Maguerra-uh…
Al principio, Lucio creyó que irÃan al invernadero, pero luego divisó el agujero e intentó regresar. Landrú lo retuvo.
Su estado fÃsico era muy, muy penoso dijo.
Lucio cerró los ojos tratando de entender, o tal vez buscando una razón para seguir adelante. Antes de que se diera cuenta, estaba caminando nuevamente al ritmo del mantra.
El loco no dudaba, sabÃa exactamente adónde ir.
Llegaron a la puerta del agujero. Pitágoras los estaba esperando.
Bienvenido, doctor. Los portales le sean propicios saludó Pitágoras.
Calláte, viejo. No hagás ruido.
Maguerra-uh. Maguerra-uh…
Lucio buscó las palabras, le costaba pensar.
¿Dónde vamos?
Pitágoras se ubicó en el flanco opuesto al del loco.
¿Dónde cree? Al agujero, claro. Por fin asistirá al tolkienring.
No entiendo.
Los portales, doctor insistió Pitágoras. ¿Ya lo olvidó? Cada pabellón está situado en un portal diferente. Algunos apuntan a AlejandrÃa, otros a AntioquÃa. Algunos dan al Lejano Oriente… El agujero conduce al nido. Ellos están reunidos ahora. Discutiendo, jugando a la estrategia bélica. Los TEGidos acaban de ser expulsados de la asamblea.
¿Atacarán a los Jensen?
Parece lo más lógico, dadas las circunstancias.
Pero Segundo Jotajota está muerto dijo Lucio. ¿Cómo puede ser una amenaza?
Ellos no lo saben replicó Pitágoras. No pueden defenderse de algo que no pueden percibir. Son más vulnerables que cuando estaba vivo.
Demasiado «humano» para mi gusto reprochó Lucio. Si tienen tanta memoria, tendrÃan que actuar más sabiamente.
El loco lo condujo a lo largo de un pasillo desbastado en la roca. HabÃa puertas a cada costado. Lucio reconoció la celda donde habÃa estado en compañÃa de Pitágoras y Milstein.
Dejaron las puertas atrás y se internaron en otro pasillo más estrecho que terminaba en una escalera. En las paredes, a poco más de dos metros del piso, habÃan instalado tubos fluorescentes que acompañaban el descenso. Lucio estiró la mano y tocó el cable, adosado prolijamente a la pared mediante unas pequeñas grampas plásticas.
Becé estuvo aquÃ, pensó.
Baje con cuidado, doctor advirtió Pitágoras. Estos peldaños son muy antiguos. Por más que la roca resista estoicamente, el tiempo siempre termina erosionándola.
La escalera desembocaba en una suerte de bodega oscura, húmeda, y saturada de tufos ácidos. Se internaron en el laberinto de barricas y estantes.
Pitágoras ató una tanza en un extremo del estante y le dio el carretel a Lucio.
No me permiten entrar a la asamblea, por lo tanto deberá seguir sin mÃ. Landrú lo guiará.
Lucio saludó al viejo y se dejó llevar.
Maguerra-uh. Maguerra-uh…
El laberinto estaba iluminado por tramos. Algunos tubos habÃan dejado de funcionar y no los habÃan reemplazado. HabÃa telarañas por todas partes.
A medida que avanzaba entre los estantes y las barricas, Lucio reparó en el piso de piedra pulida, el olor a vinagre, la humedad sofocante.
Comenzó a toser.
Un maullido lo devolvió a la realidad: el gato de Landrú guiaba una vez más.
Maguerra-uh. Maguerra-uh…
Torcieron por un codo y llegaron a un callejón sin salida.
El loco se agachó y levantó una compuerta enrejada. El gato se asomó al pozo y saltó: no eran más de dos metros de caÃda. Lucio y el loco bajaron por una escalera de metal.
Ahora la oscuridad era casi absoluta. El loco sacó un par de anteojos. Aparentemente los anteojos, las llaves e incluso el dedo formaban parte de la dotación habitual de los porteros, y el loco los habÃa obtenido junto con el uniforme.
Lucio buscó en los bolsillos y encontró otro par de anteojos. Se los puso.
El teleprompter comenzó a titilar.
VoiceLog ID:
Lucio le cantó a su solapa, como habÃa visto que hacÃan los porteros.
Partió de Buenos Aires, qué dolor qué dolor qué pena.
La pantalla titiló.
VoiceLog ID recognition failed. Try again.
VoiceLog ID:
El loco levantó la solapa y habló en inglés, usando algunas palabras que Lucio le habÃa oÃdo decir a Fleming.
Lucio las repitió lo mejor que pudo.
VoiceLog ID recognition failed. Try again.
VoiceLog ID:
No funciona.
El loco se sacó la chaqueta y se la ofreció. Lucio entendió que querÃa intercambiarla.
La chaqueta del loco olÃa a mil demonios. Hicieron lo mismo con los anteojos, y entonces Lucio vio.
Landrú avanzó por un corredor. Se movÃa en la oscuridad sin necesidad de ver qué tenÃa enfrente. Cada tres o cuatro pasos se detenÃa y entonaba el mantra en una octava diferente. Le daba voz al abismo, y el abismo le decÃa por dónde ir.
Pasaron delante de varias cavidades, hasta llegar a una suerte de gran caño de cemento que olÃa peor que la chaqueta de 563. Entraron chapoteando en un barro resbaladizo y maloliente. Las cucarachas trapaban por las paredes.
Lucio podÃa ver en la oscuridad. De no ser por aquella expansión de sus sentidos, habrÃa rehusado navegar por un territorio tan inaccesible.
Hicieron seis u ocho metros y atravesaron otra abertura en la pared de la izquierda.
De pronto, Lucio se dio cuenta de que habÃa perdido el carretel. Quiso regresar para recogerlo, pero el loco lo detuvo.
Perdà el carretel de Pitágoras explicó Lucio, intentando zafarse.
El loco se llevó el Ãndice a los labios.
No hay ningún carretel dijo. Lucio se quedó de una pieza.
563 arrastró a Lucio a través de los túneles, pasando por alto unos y doblando en otros. Poco a poco, el ambiente se fue templando. Lucio comenzó a transpirar.
Ahora iban en franco ascenso y ya no chapoteaban.
No doy más.
Ahà insitó el loco, pero al parecer todavÃa faltaba un centenar de metros para llegar.
Entraron en una estancia diminuta, no más grande que un armario. El loco alzó los brazos y, con notable agilidad, trepó al techo de la estancia a través de un agujero. A pesar de que Lucio casi tocaba el techo con la cabeza, necesitó la ayuda de 563 para subir.
Landrú lo situó frente a una abertura rectangular en la pared. Era estrecha y estaba clausurada con un tejido de alambre. A través de esa abertura se podÃa ver una habitación iluminada. Aparentemente, el loco habÃa desmontado un caño de la calefacción, dejando esa ventana libre. La posición relativa del hueco permitÃa dominar toda la habitación.
Por la apariencia de las paredes, Lucio supo que estaban dentro del hotel.
Oyó la voz de Fleming.
A ver si esta vez funciona. Carraspeó. Oremos: Señor, te rogamos que, por intermedio de este siervo tuyo, nos reveles la verdad.
No sonaba natural. Por la cadencia de la voz y sobre todo por los silencios, Lucio se dio cuenta de que estaba leyendo.
La asamblea respondió Amén.
Otro dijo:
Que en el azar del bolillero encontremos la clave de nuestro pasado.
Amén.
Un tercero recitó:
Que el oráculo nos sea propicio esta noche para que nosotros, tus humildes servidores, encontremos lo que tanto hemos buscado.
Amén.
En la habitación habÃa una mesa metálica que oficiaba de altar. Fleming leÃa un papel detrás de esa mesa, rodeado por dos que Lucio no conocÃa.
Tiresias estaba atado al altar.
El cocinero estaba amordazado y se movÃa espasmódicamente, intentando romper los cepos de cuero y metal. Lucio se adelantó para ayudarlo, pero la abertura era muy pequeña. No podÃa pasar.
Meditó un instante sobre la posibilidad de correr hacia aquella habitación, pero no sabÃa en qué parte del hotelestaba. Tampoco sabÃa si lo dejarÃan llegar.
Además, se sentÃa muy cansado.
A un costado del altar, se veÃan varios percheros con sachets plásticos. De una de esas bolsas partÃa una sonda que se insertaba en el brazo amoratado de Tiresias.
Además de Fleming, Tiresias y los dos huéspedes, habÃa una docena de contis en distintos puntos de la habitación. Entre ellos, Charles Atlas: un conti fornido, de abundante bigote y barba oscura muy bien cuidados.
Landrú tocó el hombro de Lucio.
Él permanecÃa en aquel lugar recitó en voz baja. Nunca más supe de él.
¿Cuánto hace que están as� dijo Lucio señalando la habitación.
El loco se sacó las botas y flexionó los dedos de los pies y las manos: varias horas.
Tiresias gritó por debajo de la mordaza. Las venas del cuello y las sienes parecÃan a punto de reventar.
Mecánicamente, Fleming tomó una jeringa y extrajo lÃquido de una botellita con etiqueta verde. Lucio reconoció el tiopental sódico. Morfeo Espéculo, el anestesista, lo usaba durante las cirugÃas mayores. Lucio conocÃa los efectos de la droga, y ahora empezaba a sospechar en qué consistÃa aquel oráculo.
El tiopental sódico estaba en un armario, bajo llave. Fleming era el único que tenÃa esa llave. El tiopental era un factor de poder para Fleming.
En otra mesa, Charles Atlas hacÃa girar un bolillero.
La bolilla cayó.
Cincuenta y cinco dijo el conti.
Muy bien asintió Fleming. Oráculo, el número es cincuenta y cinco.
Todos corearon:Cincuenta y cinco. Cincuenta y cinco. Cincuenta y cinco…
Los músculos de Tiresias se fueron aflojando y ya no se resistió. Fleming le retiró la mordaza y levantó las manos para que hicieran silencio.
Tiresias comenzó a balbucear.
Por Don Bosco, Monseñor Bufano, doctor Illia, Pichincha, general Villegas, general Ocampo…
Atlas y otro conti desataron a Tiresias y le dieron un par de bofetadas para que no se durmiera. El oráculo repitió los nombres y agregó otros.
Hipólito Yrigoyen, Almafuerte, Brigadier Juan Manuel de Rosas, cruce general Paz, Juan Bautista Alberdi, José León…
Cincuenta y cinco repitió Atlas, mientras sostenÃa la cabeza del cocinero. Escucháme bien, bombón, cincuenta y cinco.
José Enrique Rodó, Murguiondo, Directorio, José MartÃ, Rivadavia, Del Barco Centenera, Guayaquil, José MarÃa Moreno, Acoyte, DÃaz Vélez, Leopoldo Marechal, Patricias Argentinas, Bravard, Warnes, Murillo, Serrano, Jorge Luis Borges, Calzada Circular, Santa Fe, Luis MarÃa Campos, Virrey del Pino, Virrey Vértiz, EcheverrÃa.
Se hizo un silencio. Fleming ayudó a acomodar a Tiresias en el altar y le retiró las sondas. No parecÃa el Fleming que Lucio conocÃa, se lo veÃa más vulnerable, inseguro.
¿Qué tenemos? preguntó Charles Atlas a los dos que estaban con Fleming.
Los huéspedes intercambiaron algunas palabras y dieron su veredicto.
Donald Bosco y Borges, el bibliotecario. Parece que la idea fue de Bosco. Creemos que con «Calzada Circular» se refiere a la rotonda. Tal vez escondieron la cápsula en algún lugar de la rotonda.
Sea dijo Fleming, ya hice mi parte.
Gracias, tordo dijo Atlas. Recogió un libro que habÃa junto al bolillero. Estaba encuadernado en cuero y era bastante grueso. Acá están todas las respuestas. Te lo ganaste.
El doctor se abrió paso entre los contis, mitad sumiso, mitad furioso. No levantó la mirada hasta que tuvo el libro en sus manos. Respiró con alivio y besó la estilizada cruz que habÃa en la cubierta del volumen. Estaba formada por cuatro cÃrculos dorados. Debajo podÃa verse lo que parecÃa un cáliz.
Un libro sagrado.
De pronto, Lucio lo supo: Fleming era sacerdote. SabÃa de medicina, tal vez habÃa trabajado en alguna sala de primeros auxilios parroquial, o como misionero. O se habÃa hecho sacerdote después de ejercer como médico.
A una señal de Atlas, un conti se dirigió a la puerta y la abrió. Tres porteros ingresaron en la habitación y tomaron a Fleming por los brazos.
Lástima que te dure tan poco, viejo dijo Atlas.
El libro cayó al piso y Lucio pudo leer «Vademécum» en la cubierta.
¿Qué me hacen? gritó Fleming.
Andá conociendo a tus nuevos compañeros de trabajo explicó Atlas, recogiendo el vademécum y pasándoselo a otro conti. Feliz canonización.
Los porteros retiraron a Fleming, que se debatÃa inútilmente.
Atlas se dirigió a los que habÃan dado el veredicto.
Lleven a Tiresias a su habitación. Tápenlo bien que hace frÃo.
Luego les habló a los otros.
Busquen al viejo y a Donald Bosco y tráiganlos. Vivos, en lo posible.
De este lado de la reja, Lucio se volvió hacia Landrú.
Vamos.
El loco lo guió de regreso por las cloacas vacÃas y el laberinto de toneles y estanterÃas.
La tos de Lucio habÃa regresado. A cada paso, el agotamiento amenazaba con derribarlo.
Landrú le mostró una segunda hipodérmica, pero Lucio la rechazó.
Lleváme a la cama.
Salieron del agujero sin novedad. TodavÃa era de noche, pero el viento habÃa levantado la bruma. HacÃa más frÃo que antes.
Maguerra-uh. Maguerra-uh…
Estaban a unos cincuenta metros de la entrada de seguridad cuando oyeron voces frente a ellos. El loco lo arrastró al agujero y esperó.
Dejó de cantar.
Lucio se desplomó. Su cerebro flipó a Oblivion.
Cuando despertó, estaba otra vez en la cama. El loco le habÃa sacado el uniforme y lo habÃa tapado. Oyó voces. Buscó la bata, que estaba caÃda al costado de la cama, y la escondió bajo las sábanas: no tenÃa fuerzas para ponérsela. Se calzó la máscara de oxÃgeno.
Las voces se acercaban. Una de ellas era Becé.
Por un instante perdió la conciencia y, cuando la recuperó, advirtió que Becé hablaba con BenjamÃn Cisco.
Está delirando otra vez dijo el tequi.
Es la droga que me inyectó Fleming, pensó Lucio. Estoy hablando dormido. Pero no puede ser: el tiopental se lo dieron a Tiresias.
Dice que hay una asamblea más allá de las estrellas. Dice que nosotros somos un tolkienring. Está mezclando todo.
Hubo una asamblea, claro. Yo estuve ahÃ. Tiresias estuvo…
¿Cuánto hace que está asÃ? preguntó BenjamÃn Cisco.
Varios pedÃgitus.
Menos de un mes, más de una semana.
¿Tanto?
TodavÃa no le dije…
No hace falta, pensó Lucio. Y volvió a flipar.