«El conservacionista», Gonzalo Santos
Agregado en 21 enero 2010 por admin in 204, Ficciones, tags: CuentoARGENTINA |
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En lugar de la duda, en lugar de la duda, en lugar de la duda esto, en lugar de la duda lo otro. Todo lo que está en esta, tu mente, Juan Carlos, está en lugar de algún tipo de duda primigenia. Se me acaba de ocurrir ahora. Teneme paciencia. En una de esas estoy a punto de desentrañar el misterio mismo de la filosofÃa y la psicologÃa, todo junto.
Sobre la ventana aparece y desaparece la sombra de una planta. Afuera, el viento le arranca sonidos agonizantes a los techos de mi casa. José Gabriel, ahora, se ha cruzado de brazos, ha hecho, mejor dicho, toda una serie de movimientos con el cuerpo, como si estuviera tratando de descubrir una disposición de extremidades que le permitiese pensar mejor. Yo no he dicho una palabra desde que ha llegado, pero él ni siquiera se ha dado cuenta. José Gabriel prepara su tesis. Busca el impacto de cada una de sus palabras en mis gestos, como si no supiera que yo pongo la misma cara para todo.
…Sólo hay una cosa que está fuera de duda: la muerte. En efecto, la muerte, continúa José Gabriel, no puede tener algún tipo de duda que la preceda. La muerte es la posibilidad que atraviesa todas las otras posibilidades. Y es, por cierto, algo que va mucho más allá del lenguaje. La duda, lo mismo. La duda, de hecho, y también esto se me acaba de ocurrir ahora (perdón, pero hoy estoy inspirado), la duda, digo, repite José Gabriel, es quizás la condición de posibilidad de que haya un lenguaje.
Los atardeceres acá en Marte constituyen un espectáculo que impone silencio. José Gabriel, sin embargo, sigue hablando. Desde que lo dejó su esposa se ha hecho locuaz de una manera patológica: no puede, por más que quiera, parar de hablar. Literalmente, no puede. Habla en la calle, solo, con gente; incluso, habla mientras duerme. Nadie se explica cómo ha de ser posible, pero ya nada sorprende al Hombre, que ha llegado a Marte y que ha destruido un planeta entero.
En la televisión están pasando el pronóstico del tiempo. José Gabriel lo mira mientras habla. Son casi las doce. He mirado el reloj varias veces, para que él me vea mirar el reloj y se dé cuenta de que quiero descansar un poco, pero no pasa nada. Y si no hago algo, me doy cuenta de que pienso, no va a pasar nada. Sé que no voy a detener la filosofÃa de José Gabriel, pero sÃ, al menos, dejarla sin efecto en el lugar donde se despliega, donde se abre, mejor dicho, como una alfombra roja que es necesario transitar de modo elegante, con estilo, con buen gusto, como hace él:
…La muerte y la duda nos acompañan de alguna forma, te decÃa, hasta el final, como si fueran una gran alfombra roja por donde sólo pasa la gente importante. Porque los simples no pasan por la muerte y por la duda. Vos lo sabés: los simples simplemente mueren. Los simples simplemente dudan. Dudan de lo simple. Nada más.
Quizás de las cien mil palabras, o qué sé yo cuántas, que dice por dÃa, alguna tenga valor. Tal vez haya algo de cierto en algo de lo que dice. Pero en cualquier caso, yo no habré de reconocerlo como tal. Yo estoy todo expectorado para afuera. Yo he matado a un hombre. Yo he matado a un hombre y desde entonces no he vuelto hacia mÃ. He tratado de evitar todos aquellos recuerdos que me constituyen. Pero, en cambio, me hecho baquiano de casi tres provincias. Mi conocimiento sobre el territorio es tan profundo que podrÃa repetir, incluso, las más de mil especies de hongos que parasitan cada uno de los árboles de aquÃ. Y he llegado a esto a través de la muerte. La muerte ha sido la primera cosa que conocÃ.
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José Gabriel finalmente se ha ido. En la televisión están pasando las últimas novedades sobre Rexi, el planeta artificial que están construyendo entre Venus y lo que un dÃa fue la Tierra. En otro canal, un locutor anuncia que Pepito ha comido más patitas de pollo que Pedrito y ha, por lo tanto, ganado cien mil kilogramos de oro puro.
Sobre la ventana, aparece y desaparece la sombra de una planta. Afuera, anuncia el locutor ahora, hay veinte grados bajo cero. Hace frÃo, sentencia. De cualquier modo, la temperatura de mi casa es agradable y no tengo pensado salir. Como mucho, quizás me asome en la ventana y vea todo desde ahÃ. Pero realmente no hay muchas cosas para ver. Todas las cosas han sido diseñadas de manera que sean «para» otra cosa. No para ver. Para ver está la tele. El paisaje, detrás de la ventana, consiste sólo en un cúmulo de basura que no tiene sentido describir. Además todo lo que hay ha sido diseñado por alguien. Incluso las plantas que, según hemos estudiado, debieran crecer naturalmente, han sido creadas teniendo en cuenta el gusto estético de cada cual. Acá no crece nada. Todo remite al hombre. Un viajero no humano que pisara esta tierra por primera vez, podrÃa hacerse una idea exacta de cómo es el hombre, sin necesidad de tener contacto con él. Creo que, después de todo, lo que dice José Gabriel, último lector de la filosofÃa de la Tierra, puede tener algún sentido. De alguna manera, Marte ha sido desvirgado con una morbosidad de la que sólo nosotros somos capaces.
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La lluvia, afuera, le saca a la tierra un olor que intenta remitirme a mi barrio, en la Tierra. Mi madre se ha muerto allà y el planeta ahora ha desaparecido. En los últimos tiempos, todo habÃa cambiado con un vértigo que sólo se compara a los años posteriores a lo que se llamó revolución industrial. Las casas eran demolidas; el asfalto, despegado; los últimos cerros, dinamitados. Se comenzó a construir no sólo hacia arriba, sino también hacia abajo. En China, con el correr de los años, se llegaron a formar ciudades subterráneas, que luego se independizarÃan constituyéndose en repúblicas. Debajo de China habÃa otros paÃses. Naturalmente, en Argentina no se llegó a tanto: sólo los beneficiados del plan vivienda del gobierno vivieron bajo tierra. La televisión decÃa que ellos eran tan afortunados que no necesitaban trabajar para mantenerse. En efecto, una vez por semana, el gobierno mandaba un camión que les arrojaba provisiones mediante un tubo. Bueno, yo era el conductor de uno de ellos.
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Nos habÃan entrenado para que no tuviéramos contacto con los otros. Si se trabaja, se trabaja, nos decÃan. Además, circulaba por la tele, por el canal que sólo se podÃa sintonizar desde arriba, el rumor de que en las casas subterráneas habitaba algún tipo de peste. Y como la peste no sólo es la peste, lo que se dice la peste, sino también una palabra que activa toda una serie de conductas paranoicas, los supervisores nos mandaron a hacer trajes especiales para prevenir cualquier tipo de tragedia. Asimismo, cada uno de nosotros, por su cuenta, empezó a llevar consigo un arma.
José Gabriel está a punto de golpear la puerta. Pensé que nunca lo dirÃa pero en verdad me alegro de que haya venido. Le abro la puerta con una especie de sonrisa. Le digo «hola» casi alegremente. Él me mira de arriba abajo, interrumpe su monólogo filosófico para preguntarme qué me pasa, y comienza a hablar de cosas triviales que le permiten concentrarse no sólo en lo que él dice, sino además en lo que dicen los otros. Yo lo hago pasar con un gesto. Le señalo la silla. Voy a la cocina, preparo dos vasos de agua. A José Gabriel lo conocà en la Tierra, en el último dÃa de la Tierra, cuando ya nos embarcábamos para venir acá, aunque él dice, decÃa, que me conoce desde antes pero que no quiere hablar de eso. Yo nunca le insistà demasiado para que lo hiciera. Las cosas están bien como están.
José Gabriel ahora se ha acomodado en la silla, ha levantado el pie derecho, con esfuerzo, y lo ha colocado debajo de su cola. Su cara ya se empieza a contorsionar. Ha prendido un cigarrillo. Todo indica que va a empezar a hablar de filosofÃa otra vez. Como yo siempre lo escucho y pocas veces digo algo, quizás fantasee con que es un maestro zen al que le encomendaron la sagrada tarea de salvaguardar los preceptos de la milenaria forma de vida budista.
…La muerte no es otra cosa que la vida, está diciendo José Gabriel ahora. A cada instante está la posibilidad de morirse. No se puede separar al instante de la posibilidad de la muerte. No se puede decir: «SÃ, morimos, pero por ahora no». La muerte no es algo que vendrá algún dÃa. La muerte es una posibilidad. Nosotros somos posibilidades. La muerte es la posibilidad que atraviesa todas las otras posibilidades. Y creo que este es el momento propicio, Juan Carlos, para decirte algo que me vengo guardando desde hace mucho.
Naturalmente, no es necesario que le pregunte qué. Lo dirá de cualquier modo. Pero a mà realmente no me gustarÃa saberlo. En realidad, no me gustarÃa saber nunca nada que venga introducido por una proposición del tipo «Debo decirte algo que me vengo guardando…» Pero asà son las cosas. Ya no puedo sino escuchar.
José Gabriel ahora estira su mano, toma el cigarrillo minuciosamente desde el filtro y lo aplasta contra la base del cenicero, le va dando golpecitos hasta que ya no queda ceniza alguna. Entonces la mano derecha vuelve a su posición, junto al muslo.
¿Sabés lo que pasa?, me pregunta, y rápidamente agrega: Lo que pasa es que estoy empezando a pensar que te abruma algo que no pasó. Mirá, vos sabés que yo no voy con vueltas. ¿Te acordás cuando trabajabas con el camión? Bueno, en uno de los viajes que hiciste olvidaste algo que hubiera podido cambiar el resto de tu vida. No, no estoy hablando de cosas materiales. Lo que vos te olvidaste ahÃ, en el pozo, mientras sostenÃas con una mano el tubo y con la otra la pistola, es un recuerdo. Te fuiste antes de que la realidad terminara de moldear la forma exacta en que deberÃa haber quedado tu recuerdo. Yo estaba ahà y lo presencié todo. Vos ahora recordás que mataste a alguien, pero sólo porque te fuiste antes de tiempo. El hombre al que le disparaste, en realidad, no murió. La bala apenas le dislocó el hombro. ¿Entendés? Lo que ocurrió es que te fuiste antes de tiempo, con una imagen a la que le faltaban algunos retoques para llegar a su punto real. Yo te digo esto ¿sabés por qué? Porque tengo la sospecha, la duda, de si a vos realmente te abruma esto o no. Tengo la sospecha de que te has construido toda una personalidad, una ideologÃa, un silencio, una forma de pensar, alrededor de una base irremediablemente falsa. Si fuera asÃ, ya no tenés más fundamentos para ser como sos. Yo te libero, ¿me explico? Vos quedate tranquilo, nunca es tarde para volver a empezar.
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José Gabriel ahora bebe el agua, que hace burbujas ya que no puede dejar nunca de hablar. Sus músculos se han distendido, como si hubiese sido yo quien lo hubiera liberado. Me mira fijamente, esperando algún tipo de respuesta. Sobre la ventana, aparece y desaparece la sombra de una planta. Desde la cocina llega el ruido de algo que gotea. La televisión repite el pronóstico del tiempo. Todos los objetos parecen prepararse para algún tipo de desenlace. Pero esperan mucho de mÃ. Yo no voy a cambiar. Yo he matado un hombre. No puedo…
…De manera que toda una vida, casi, sigue José Gabriel, actuando como si fueras un personaje… Pero ahora sà vas a experimentar con tus propias entrañas lo que yo antes te decÃa de la duda, aunque sea en un sentido diferente. Ahora sà vas a…
De pronto hay algo, una imperiosa necesidad de hablar que se apodera de mÃ. Mi boca comienza torpemente a articular sonidos, que se chocan unos a otros y dejan en el aire un eco imperceptible, como si volvieran de un abismo microscópico.
No, le digo. Y las palabras se arrastran hacia él como si tuvieran vida propia:
Yo no soy un personaje. Yo…
Entonces José Gabriel abre los ojos, que se llenan de espanto. Su mirada sigue el recorrido de mi mano, que se dirige hacia abajo del sillón y sale de allà con un arma.
Yo no soy un personaje, le repito. No necesito volver a empezar. Yo realmente he matado un hombre, José Gabriel.
Gonzalo Santos nació el 28 de noviembre de 1984 en Lanús, provincia de Buenos Aires, Argentina. Sus influencias literarias son muchas y variadas: Alejandra Pizarnik, Arthur Clarke, Sartre, Saer, Borges, Kafka, Proust, Ray Bradbury, el teatro del absurdo y Góngora. Pero según señala, él cree que, en verdad es muy difícil saber qué autores le dejaron marca, y que ha nombrado éstos porque son los que más le han gustado. Disfruta escribir, y lo que más escribe es poesía. Se graduó como profesor de Lengua y Literatura en el año 2008.
Hemos publicado en Axxón: PERSONALIDADES (175), PERSONALIDADES II: AUTÓMATA DE BUENOS AIRES(185)
Este cuento se vincula temáticamente con EL EFECTO TORTUGA, de Ricardo Giorno, DESPIERTA ENTRE LAS ESTRELLAS, de Tatjana JambriÅ¡ak, MARTE HUMANO, de Sergio Alejandro Amira
Axxón 204 – enero de 2010
Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia-ficción : Colonización espacial : DistopÃa : Argentina : Argentino).