«El principio de incertidumbre», Ricardo Gabriel Zanelli
Agregado en 21 septiembre 2010 por admin in 210, Ficciones, tags: CuentoARGENTINA |
«The more precisely the position is determined, the less precisely the momentum is known»
Werner Heisenberg
Lo encontré al fin en un pubde Manhattan de la peor calaña. Su aspecto podría describirse como de desvarío. Vestía ropa fina, pero sin orden ni concierto. Igual desidia presidía su cabello. Como besándola, bebía de una botella de whisky. Gesticulaba, hablaba solo y, de tanto en tanto, sonreía de modo nervioso. Cuando notó que yo lo miraba estúpidamente, se puso serio, como si lo hubiesen sorprendido en falta. Luego, tomó su botella, a medias vacía, y se acercó a mi mesa. Tal actitud me ahorró trabajo, porque me intimidaba abordar al otrora célebre biólogo con el fin de lograr una nota para mi diario, alguna información que echara algo de luz al misterio de su repentina decadencia. Se sentó a mi lado. Hedía de manera insoportable a alcohol y a transpiración. Bebió un largo sorbo, una parte del cual se desperdició a través de la comisura de sus labios. Eructó sonoramente pero con satisfacción, al liberar su estómago de la presión. Seguidamente se pasó la manga roñosa de su abrigo por la boca. Sin siquiera presentarnos o saludarnos, disparó la siguiente historia, como si tuviera necesidad de hablar con alguien:
—Todo es idiota y sin sentido ¿no cree? Si no, oiga lo que voy a contarle. Yo era un genio de la ingeniería genética, ¿sabe? Y hablo en pasado porque he renegado de todo eso. Mandé al cuerno mi magnífico empleo en el Gobierno Federal y tiré mis diplomas y medallas al Hudson.
Bebió un nuevo sorbo de whisky, ofreciéndome otro a mí, que rehusé. Él se encogió de hombros y continuó hablando:
—Tal vez no lo crea, pero mi equipo de colaboradores y yo estábamos a punto de lograr clones. Incluso antes de la oveja Dolly. ¿La conoce? Yo estaba al tanto de sus avances y tal vez por despecho yo la llamaba kilt sheep. Porque es escocesa ¿entiende? Y yo la ofendía como si el pobre animal tuviera la culpa de algo…
Volvió a eructar pero, esta vez, por la mueca de su cara y por la forma en que se encorvó, tuve la impresión de que no había sido placentero.
—Le decía que estábamos por adelantarnos a Dolly. Íbamos ser los Víctor Frankensteins de la modernidad. O postmodernidad, como más le guste. Porque nosotros experimentábamos directamente con seres humanos. No éramos tan remilgados como los borrachines escoceses.
Hizo un gesto de desprecio y escupió al piso.
—Sólo nos faltaban unos pocos detalles. Si lográbamos la hazaña primero nosotros, íbamos a pasar a la Historia en lugar de una tonta oveja de las highland ¿no cree? Pero ocurrió que justo por esa época murió sir Craig Bergson, el gran físico teórico inglés. ¿Lo conoce? Era el que había dejado a la altura de un frijol a Einstein, a Bohr y a Stephen Hawking. Era también pariente lejano de aquel filósofo francés que decía que la inteligencia es la capacidad de salir de situaciones complicadas, ¿cómo se llamaba? —se golpeó repetidas veces la sien con la base de la palma de su mano—. Ah, sí, Henri Bergson. Muy bien, éste del que le hablo también era ilustre. Estaba por lograr su opus magnum, la gran teoría de la física unificada, que estaba destinada, si funcionaba, a conciliar la teoría de la relatividad con la física cuántica.
»Pero ocurrió que la fatalidad, que desde tiempos remotos se empecina en cruzarse en el camino de los hombres, hizo que Bergson falleciera. Según la Policía, en un accidente automovilístico. Su cuerpo quedó destrozado, no así su cerebro, que se mantuvo indemne. Recibí entonces una llamada telefónica del Gobierno Federal. Usted dirá: la puerta hacia la gloria, el ascenso al Olimpo. Yo también lo hubiera dicho. El Gobierno Federal nos encomendaba una misión top secret: terminar cuanto antes nuestro trabajo. Para ello, el Congreso había autorizado una partida extra del Presupuesto. ¿Adivina la intención? Si no, se la digo: en sociedad con el Gobierno de Su Majestad la reina británica, nos encomendaban que lográsemos, lo más rápidamente posible, clonesde Bergson a partir de las células de su cerebro que pudieron preservarse. Esos clonesdebían completar el trabajo de Bergson. Se ve que era muy celoso de su trabajo (o muy egocéntrico) porque sus ayudantes no tenían los medios para continuar sin él.
»A pesar del secreto, la noticia trascendió en la comunidad científica y todos pusieron el grito en el cielo, en nombre de la ética, óigame bien, y en particular los que competían con Bergson en el mismo campo de investigación, que eran de nacionalidad rusa.
»Fuimos amenazados y acusados de traidores a los sacrosantos principios de la investigación científica. To be honest, no les faltaba razón, pero los hombres de ciencia somos más frívolos que lo que se pueda suponer: la partida especial del Congreso no era para despreciar… De modo que resistimos a las presiones y pusimos manos a la obra.
»Pero la fatalidad… ¿Recuerda lo que le dije de ella? ¿Conoce usted el mito de Prometeo?
Asentí a ambas cosas.
—Bien, mejor así —dijo, como si me estuviera amenazando—. En conclusión: el ascenso al Olimpo fue en realidad un descenso al Hades. Culminamos nuestro trabajo. Con indecible esfuerzo, logramos tres clonesde Bergson.
La ansiedad me carcomía, pero él evidentemente no tenía ningún apuro. Vació finalmente la botella de whisky, lanzó una exclamación de satisfacción luego de eructar cálidamente mientras se golpeaba repetidamente el estómago y comenzaba a descerrajar tétricas carcajadas.
—¿Quiere saber el final? ¿Realmente lo quiere conocer? Usted no imagina lo que ocurrió a continuación. No. No puede ni soñarlo. Resulta que los tres émulos de Adán se abocaron a la teoría inconclusa de su «padre». La expectativa era enorme, pero ellos se tomaron su tiempo y, al parecer, no congeniaban mucho entre sí. Tardaron un año en ofrecer los primeros resultados. Hasta hubo que reforzar la partida del Congreso, mientras arreciaba la campaña «de conciencia» de la comunidad científica de todo el mundo. Yo me hice adicto a los calmantes y mi mujer me dejó por un plomero. «No anda, como tú, metido en semejantes herejías y, además, me escucha cuando hablo», me dijo. Al fin, presentaron al Congreso tres informes, cada uno por separado (eran tan ególatras como el «padre»), todos muy distintos entre sí, pero con unacoincidencia fundamental.
Hizo un silencio. Lo conminé a que continuara. Me miró fijamente, como divertido. Miró luego al mozo y pidió una nueva botella de whisky. Cuando la dejaron sobre la mesa, de un saque bebió la mitad. Quiso eructar pero no pudo, mientras su abdomen subía y bajaba violentamente. Al fin, dijo:
—Estoy esperando sus carcajadas.
Le pregunté a santo de qué.
—Pero, hombre de Dios, si esto parece un chiste. ¿No lo ve? Ustedes, los periodistas, ¿no tienen imaginación?
Creo que negué vagamente con la cabeza.
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—¿Es que no se da cuenta? Los tres, Moe, Larry y Curly, como llamábamos a los clonesen la intimidad, habían logrado otras tantas extensas, abstrusas, concienzudas pero asimismo inconclusasteorías de la física unificada. Aparentemente no podían avanzar más allá. Moe, obviamente el clon de peor genio, se excusó diciendo que se les hacía un «gran blanco» en el cerebro, afirmación que fue corroborada por los otros dos. Fue la ruina.
—Me temo que no comprendo del todo bien —confesé con honestidad. Sólo logré que me mirara con compasión. Tomó entonces un gran trago y preguntó:
—¿Ha oído hablar alguna vez del famoso Principio de incertidumbre, o de indeterminación de Werner Heisenberg?
—Creo haber leído algo alguna vez, pero dudo de que haya siquiera vislumbrado su sentido.
—Voy a evitar darle una clase, para no aburrirlo, pero, básicamente, ese principio postula que no puede predecirse con certeza el movimiento de las partículas subatómicas. Interpone un obstáculo insalvable a la posibilidad de un conocimiento último de la realidad. En una palabra: introduce el azar en el universo. ¿Comprende?
—Creo que sí, pero ¿qué relación tienen las partículas subatómicas con las teorías inconclusas de los clones?
—¿Es que no ve la relación? —preguntó, dedicándome nuevamente una mirada compasiva.
Negué con la cabeza tímidamente, casi avergonzado.
—Es muy simple: Todo, absolutamente todolo que existe, incluidos usted, yo, este whisky de mala muerte —hizo un gesto de asco y volvió a escupir— y el universo entero, se componen de partículas subatómicas. ¿Lo ve ahora?
Mi cara de desconcierto debió de haberle parecido patética, porque noté que empezaba a perder la paciencia.
—Pero, ¡animalito del Señor! ¡El maldito principio de incertidumbre rige toda la maldita Creación! Por tanto, las partículas subatómicas de su cerebro, las del mío y las de todos los genios juntos, participan de esa incertidumbre. Por esa razón, el mismísimo Einstein lo odiaba y pasó treinta años hasta el propio día de su muerte buscando argumentos para rebatirlo. Recuerda usted que el viejo decía: «Dios no juega a los dados».
—Sí, lo recuerdo, y creo recordar también que Niels Bohr, su gran amigo y rival, le contestó que Dios no sólo jugaba a los dados, sino que los tiraba bien lejos. Pero, si me disculpa, mi mente todavía está a oscuras. A mi entender, el problema se reduce a que Moe, Larry y Curly eran copias exactas del cerebro de Bergson al momento de su muerte, cuando todavía no había completado la teoría…
—Ésa es la versión oficial. Prefirieron decir que habían malgastado los dineros públicos en un proyecto de clones fracasados, antes que tener que admitir la verdad: que ni Bergson ni nadie va a alcanzar nunca una teoría que explique todo el universo, simplemente porque el cerebro humano, por mucho que evolucione, nunca va a poder superar esa incertidumbre, ese límite último de la realidad
—hizo un gesto como dándome a entender que la última palabra iba entre comillas—. ¿Entiende ahora?
—Pero, ¿se puede estar seguro de ello?
—No, no podemos estarlo, es también parte de la indeterminación.
—¿Entonces? Lo que usted afirma significa que hay esperanzas.
—Verá usted. Cuando ocurrió el escándalo de los clones y de los millones de dólares de los contribuyentes tirados a la basura, se revisaron nuevamente los papeles de Bergson, unos grandes cuadernos anillados. El tipo había llegado realmente mucho más lejos de lo que sus colegas suponían. Lo que se descubrió fue que no había sido la muerte de Bergson la causa de la interrupción de las investigaciones. De hecho, creía estar muy cerca de lograrlo.
—¿Y entonces qué fue lo que pasó?
—Pues que, luego de innumerables páginas con complicadísimas ecuaciones, éstas se interrumpen abruptamente y aparecen varias fojas con una frase enigmática de puño y letra de Bergson: «No puedo avanzar más, se me produce un gran blanco en la mente»…
—Las mismas palabras de los clones.
—Las mismas. Esa frase se repite unas cuantas veces. Luego sigue, simplemente, una gran cantidad de páginas en blanco donde, cada tanto, reaparece la letanía.
—Ha de haber sido una gran frustración para Bergson —comenté.
—Así es —dijo, agregando—: Y lo de su muerte fue la última gran mentira de este asunto.
—¿Qué quiere usted decir?
—Que no hubo tal accidente de tránsito: Bergson se suicidó. No iba a soportar la burla y el escarnio de sus colegas.
La revelación me impactó. No obstante, pregunté:
—En ese caso, no alcanzo a ver cuál es su fracaso. Al fin y al cabo, no es su técnica de clonación lo que falló.
Me miró fijamente, levantó las cejas en señal de fastidio, bebió un largo sorbo, y dijo al fin:
—Ocurrió que, uno tras otro, también Moe, Larry y Curly cometieron suicidio. En eso, los muy idiotas emularon al «padre». Es decir, cumplieron en lo accesorio pero fallaron en lo esencial. Ésafue mi ruina. ¿No le parece un buen chiste, una gran ironía? —exclamó por fin, lanzando otra furiosa carcajada, y comenzando a vaciar, definitivamente, la botella de whisky.
Ricardo Gabriel Zanelli nació en la Argentina en 1962.
Es autor de LA RULETA RUSA DEL TIEMPO (Cuentos), 2004, Editorial Argenta (ISBN 950-887-267-5). Ha publicado varios cuentos y ensayos breves en diarios (La Voz del Interior) y revistas (Revista Cuásar) de Argentina.
Hemos publicado en Axxón: VEINTE AÑOS y EL PORTAL DE LAS MANTÍCORAS
Este cuento se vincula temáticamente con AUTOCLONACIÓN REVERSA, de Guillermo Vidal; MALA COPIA, de Laura Quijano Vincenzi y EL GATO DE SCHRÖDINGER, de Juan Pablo Patiño.
Axxón 210 – septiembre de 2010
Cuento de autor latinoamericano (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Leyes físicas : Clonación : Argentina : Argentino).