Ficción Breve (sesenta), varios autores
Agregado en 31 diciembre 2010 por Edu in 213, Ficciones, tags: Cuentos, Ficción Breve
Las ficciones breves ¿constituyen un género nuevo? ¿Una forma intermedia entre prosa y poesía? ¿Son relatos genéricos llevados a un estado de máxima condensación? Es difícil decirlo y muchas veces la respuesta depende del marco de referencia de cada lector. Quizás porque se trata de una categoría que se adapta a todos los géneros y en la que podemos colocar desde los textos más respetuosos de la narración clásica a los más vanguardistas y mutables, percibiendo el acierto de este acto a pesar de las evidentes diferencias estructurales.
Según el teórico Gérard Genette, todo texto es potencialmente literario, es decir, susceptible de ser analizado desde un punto de vista estético aunque no haya sido creado con este propósito. Las minificciones están enraizadas en la levedad, la instantaneidad y la fragmentación que caracterizan al siglo XXI. No pueden echar mano a la abundancia de lirismo, a la relajación de la tensión dramática o a las disgresiones que permiten la novela o el cuento largo, pero muchas de ellas son capaces de brindarnos el mismo placer en el breve lapso que le dedicamos a su lectura.
Silvia Angiola
ESPAÑA
Desde niño mostró una especial sensibilidad por los seres delicados y dignos que poblaban los relatos ilustrados de su solitaria infancia. Unicornios, sirenas, dragones y centauros suplieron el bullicio propio de las familias numerosas y fueron una inmejorable compañía para el único hijo de la familia Costa-Formiga.
Más tarde se interesó por los dinosaurios y conoció a los habitantes de las más remotas mitologías. Fue creciendo mientras su biblioteca se expandía como una ameba que extiende sus seudópodos, y él se dejó fagocitar, encantado por las historias sobre otros universos que le envolvían y ocupaban todos los rincones de su alma. Es comprensible, pues, que sus parientes se sorprendieran cuando se enteraron que quería ingresar en la Facultad de Biología. Al principio lo tomaron como otra de sus muchas excentricidades, pero tras recapacitar unos segundos concluyeron que, una vez agotado el tema de los seres fantásticos, no estaba de más que dejase entrar en su cabeza un poco de realidad. Inmediatamente siguieron con sus ocupaciones.
Se especializó en zoología, y se dedicó con pasión a la desagradecida tarea de catalogar y recuperar insólitas especies de ranas, tortugas, tritones, insectos y simios abocados a una inminente extinción.
Compaginó, durante casi cincuenta años, la alta investigación en dinámica de ecosistemas con la divulgación pragmática (y en ocasiones oportunista) de los efectos devastadores de tanta desaparición. Aunque con su empeño logró prolongar unos años la presencia en la tierra de algunos de los animales, la larga lista prendida en la pared de su despacho iba disminuyendo, y muchas de las especies a las que trató de salvar desaparecieron definitivamente a lo largo de su dilatada y prestigiosa carrera. Cada vez que había una baja en la lista, el doctor Costa-Formiga colgaba una fotografía del animal extinguido en una vitrina en la que, a modo de mausoleo, posaban los animales que no pudieron ser.
No había día en el que no se avergonzara de pertenecer a una especie tan depredadora y codiciosa como la suya. Cada fotografía que accedía a la vitrina era una inyección de adrenalina que impulsaba al doctor a investigar más a fondo los factores de estrés en los sistemas naturales, a escribir más artículos, a participar en más foros internacionales y a viajar allá donde su presencia fuera requerida. La rabia actuó como el acicate más potente contra cualquier atisbo de pereza y le convirtió —sin él quererlo— en la mayor eminencia del mundo sobre animales en peligro de extinción. Solamente en su vejez —cuando la vitrina ya tenía demasiadas capas de fotografías y apenas recordaba el aspecto de los primeros animales que colocó— esa rabia dio paso a una creciente melancolía.
La Academia de las Ciencias quiso concederle, cuando ya era un anciano y él mismo podía ser considerado un ser en peligro de desaparición, el máximo galardón en reconocimiento a una vida dedicada a la ciencia y a la conservación de la biodiversidad del planeta.
Lo podemos ver, frágil y hermoso como una pieza de porcelana, acercándose con paso lento al estrado para leer el discurso de agradecimiento. La palidez de su piel casi transparente contrasta con el terciopelo azulado de su frac.
El anciano se detiene ante el micrófono y, sin prisas, observa a la audiencia. No puede evitar una sonrisa al pensar en un gran arrecife repleto de focas monje. Los miembros de la Academia, los científicos y las demás autoridades también sonríen, ayudándole a visualizar la imagen al enseñar levemente los colmillos.
Tras un suave carraspeo comienza a leer el discurso, con mano temblorosa pero voz firme. Un discurso corto pero ancho, tan ancho que caben todos.
Tras dar las gracias por el premio empiezan a desfilar por entre sus palabras una larga procesión de seres que ya no existen. Nombra, como si fuera un segundo Noé tratando de llenar su arca, a los animales que querría llevarse con él. Los llama por su nombre y ellos, sumisos, entran en la sala y la recorren.
En primer lugar un recuerdo emocionado y en clave de vergonzosa disculpa para algunos de los últimos expulsados: el delfín de río chino y el coqui dorado.
A continuación, un réquiem en memoria de los ya casi legendarios bisontes, dodos y tigres de Tasmania. También menciona en voz baja —para evitar que se acerquen y desbaraten la comida de gala— a dinosaurios y mamuts.
Por último —y con la libertad que otorga el no tener ya nada más que perder— un gutural y lacerante reclamo sale de su garganta.
Se oye un extraño rumor de pasos y batir de alas que crece desde el suelo. Una legión de sirenas, faunos, dragones y arpías se deslizan por entre los comensales para acudir gozosos a su llamada y rodearle. Un minotauro y un Yeti clausuran el desfile.
Para cerrar el discurso ninguna mención a la universidad, a los políticos ni a los investigadores que le escuchan con los colmillos ahora escondidos y los ojos muy abiertos. Solamente una caricia en el hocico del unicornio que se ha sentado a su izquierda.
Paz Monserrat Revillo vive en Molins de Rei, Barcelona, España. Nació en Tortosa en 1962. Está casada y tiene cuatro hijos. Es licenciada en biología y profesora de secundaria en un instituto de Sant Joan Despí (Barcelona). Master en Educación Ambiental. Ha ganado varios premios literarios: Primer premio de microrrelatos DDOOSS (Valladolid), Segundo premio en el II Certamen «Cuéntanos tu viaje» (Areas, Barcelona), y ha quedado finalista en varios certámenes más (Acumán, grupo Búho, certamen literario «El laurel», Premio Ciudad de Getafe, Relatos breves Sant Joan Despí). También ganó el primer premio como coordinadora de un trabajo para el certamen de jóvenes investigadores (1996).
ARGENTINA
Chuang Tzu soñó que era un elefante. Su altura era enorme y su peso hacía temblar la tierra. Furioso —en el sueño no podía recordar la causa, pero algo de horror se confundía con su ira— embestía contra las ciudades y los hombres, aplastándolos sobre la tierra amarilla. Desde la llanura reconoció que la aglomeración de casas a la que ahora se acercaba era su ciudad.
Entonces despertó. Qué liviano le parecía todo… La luz de la mañana atravesaba las cortinas entre el susurro de la seda y rebotaba sobre las cosas, de vuelta hacia el aire…
En la esquina de la habitación su amanuense había dejado una jarra con agua y un recipiente de plata para enjuagarse la cara. Chuang Tzu se levantó y cruzó el cuarto. Escribiría su sueño, tan real como la vigilia en la que ahora se movía. Se preguntó si, para el propósito de su argumento, no sería mejor reemplazar la imagen del elefante con la de una mariposa, más sutil y memorable: «Chuang Tzu soñó que era una mariposa, y al despertarse no supo…»
Se sentó. Una tabla de bambú osciló en sus manos. Buscando su pincel, miró hacia atrás. Con cierta alarma observó que las huellas que iban desde la cama hasta su escritorio eran rojas y que las plantas de sus pies estaban manchadas de sangre.
Se miró al espejo. En ese momento un peso enorme cayó sobre él y lo aplastó.
ARGENTINA
…es como un fantasma del viejo pasado…
Gardel – Le Pera
Primero lo vi de lejos, trabajando la tierra, ajeno a la lluvia y los relámpagos; pero ya desde antes, en el camino, el viento traía su voz, aguda y desafinada, cantando «Mentira, mentira, yo quise decirle, las horas que pasan ya no vuelven más…». Después entró en la casa y ya no lo oí, y pasaron otros diez minutos hasta que llegó Gutiérrez. Entre los dos no nos costó nada sujetarlo, cubrirle la cabeza con una bolsa y meterlo en el auto. Casi cuarenta minutos manejamos y el viejo no paraba de gemir. No paró ni siquiera cuando nos subimos al bote y el bote hizo agua; y mientras el Gute remaba, yo achicaba lo que podía con una lata del almuerzo. «A quién se le ocurrió este río podrido…», gruñó el Gute. El lugar acordado era una casa en una islita perdida del Tigre. Al principio nos costó ubicarnos porque antes habíamos venido una sola vez, pero al final llegamos.
Ni bien bajamos —yo estaba amarrando la cuerda a un tronco— el Gute empezó a darle patadas al viejo. «¿Qué hacés, tarado? ¡Pará!», le dije. Yo no tenía nada contra nadie. Yo hacía mi trabajo y nada más. Gutiérrez se acercó hasta casi pisarme y me aplastó en la cara su aliento a sardina. «¿No ves lo que hace? ¡Nos quiere volver locos! ¡A propósito lo hace, el mierda! ¡No para de cantar!». Con el ruido de la lluvia era difícil oír; pero para mí no cantaba, gemía.
En la casa no había luz. El teléfono no andaba. Atamos al viejo a una silla, y Gutiérrez empezó a putear y a patear cosas. «¿Y ahora cómo hacemos? ¿Cómo llamamos?», y cosas así. El viejo seguía gimiendo. El Gute se le fue encima y le pegó un revés que lo tiró al piso. «Si no fuese por vos no estaríamos acá…». Eso era cierto, pero no sé si podíamos reprochárselo.
El Gute le siguió gritando «¿Te vas a callar?», y ahí se le fue la mano; porque empezó a darle con todo y en todas partes, y cuando yo me acerqué para frenarlo me lastimó un ojo, pero al viejo le desfiguró la cara. Cuando se cansó de pegar, fue hasta la ventana y se quedó mirando la lluvia que caía, y cómo caía, y en dónde. Yo me acerqué al viejo, que era todo una pulpa sangrienta, y le tomé el pulso. Nada. Ni quise quitarle la bolsa, de pura impresión. «Sos un animal», dije. «Voy a ver dónde encuentro un teléfono ahora. Ni se te ocurra salir, que estás todo manchado de sangre».
Así que me fui, y lo que maniobré con el bote hasta encontrar un almacén —lejos, muy lejos—, y hablar con el jefe, y volver, y cómo al bote finalmente se le descuajó el fondo, todo eso no importa. Importa que cuando volví ya era de noche y el Gute todavía estaba de espaldas, mirando por la ventana. Parecía más encorvado, como envejecido o culposo. Yo estaba cansado y quería terminar de una vez. «Hay que enterrarlo», dije. Y después de eso ni le hablé, ni lo miré, ni nada.
Traje unas palas del sótano, envolví el cuerpo en una manta y lo cargamos. Yo iba atrás, porque en el Gute no confiaba más. No se veía nada, y la lluvia caía más fuerte que antes, y me pareció que por ahí estaba bien, que un lugar era tan bueno como cualquier otro, porque en una isla no se puede ir muy lejos. Cavamos como una hora, él más lento y yo más rápido, por el enojo, y no hice caso a sus murmuraciones. Si estaba arrepentido, mejor; pero que arreglara sus cuentas con el cristo. Cuando al final tiramos el cuerpo en el pozo y hubo que empezar a tapar, dejó la pala y se fue. Me causó gracia porque no le había dicho que el bote estaba roto, que no teníamos forma de salir.
Lo vi alejarse entre los juncos y las matas altas, caminando despacio, con la ropa arruinada. Después lo perdí de vista. Y cuando ya no lo vi más, no lo vi más pero lo oí; es decir, entre el ruido de la lluvia y los truenos y el sonido del río, oí eso… Y ahí me pudo un poco el miedo y me vine hasta la casa y me quedé quietito donde estoy ahora, anotando esto.
Las gotas pegan contra el techo de chapa, pero de a ratos, a veces lejos, a veces abajo mismo de la ventana, se oye la voz, no la de Gutiérrez, que era ronca, sino otra, más aguda y desafinada. De lo que canta no puedo entender mucho, no puedo entender nada, en realidad, salvo la parte esa que dice: «…las horas que pasan ya no vuelven más…»
Ahora hay silencio. Debería haberle hecho caso a mi vieja. Debería haber terminado la secundaria.
Martín Monreal nació en Buenos Aires en 1976. Estudió literatura en la UBA y fotografía y video digital en el Pratt Institute, en Nueva York, ciudad en la que reside desde hace diez años. Fue asistente en la agencia literaria Carol Mann, una de las primeras en trabajar con autores latinos en Estados Unidos, y ahora trabaja de forma independiente como traductor. Desde el 2007 reseña libros y realiza entrevistas para Tinta Fresca, revista literaria escrita en castellano y publicada en Estados Unidos. Ha escrito artículos para el diario «Hoy» (EEUU), la revista «K» de México, y tiras cómicas para «Universidad de Belgrano» y «Croniquita», del diario Crónica.
Su relato «En el umbral» recibió la primera mención de honor en el concurso organizado por el CACyF (Círculo Argentino de Ciencia Ficción y Fantasía, 1994). Sus poemas fueron premiados en el concurso Letras de Oro, organizado por la revista La Autopista del Sur, y fueron publicados por la editorial Honorarte en el 2004.
ARGENTINA
Sabe que tiene que irse.
—Apure, profesor —llaman desde afuera.
—Ya voy. —Ajusta la lente del telescopio y sigue mirando. Contra el negro de la nada los rayos se descomponen en mil colores.
La luz. Siempre la misma y sin embargo distinta. El hombre la contempla con ojos de enamorado.
Y el calor.
Hasta ayer, con una toalla grande y gesto indiferente, secaba el sudor que corría por su cara, por su cuerpo. Hoy ya ha renunciado al intento de mantenerse seco. Al esfuerzo de tomar notas también.
—No queda mucho tiempo —insiste la misma voz, ya lejana.
Mira en derredor. Instrumentos de laboratorio y algunos efectos personales. Amados objetos que debe abandonar. El saxo de su padre. «Esta es una familia de músicos, el científico es nuestra oveja negra», bromeaba, orgulloso, el viejo. También está la pintura. Lara, preciosa como era. Viva.
Su equipaje ya ha sido cargado.
—Sólo lo imprescindible, profesor, menos, si puede. Usted comprende —él entiende perfectamente.
Las diez de la noche. Sale al horno que es la calle. Cierra con llave. ¿Para qué? Nadie se queda. En pocos días quedará nada.
Aún peor que la temperatura es el silencio. La ciudad ya ha sido evacuada. La ciudad y el mundo.
Quita el cerrojo que acaba de poner, abre la puerta, se sienta en el suelo bajo el marco.
Aguarda un rato.
De pronto, ciento veinte segundos de ruido ensordecedor. Luego, la más absoluta calma. La nave ha despegado en el horario previsto.
Pasan un par de perros, ahora sin dueño, desorientados.
Mira el cielo. En una hora, a los sumo dos, no será necesario el telescopio. Se podrá observar un bello espectáculo a simple vista.
El Sol continúa agigantándose.
No cree estar solo. En algún lugar del planeta habrá otro ser humano que, como él, haya decidido quedarse a esperar el amanecer en casa.
Patricia Nasello ha publicado un libro de microrrelatos: «El manuscrito», en 2001. Ha escrito un segundo libro de microrrelatos que permanece inédito. Coordina talleres de creación literaria desde 2002. Ha participado en distintas ediciones de La Feria del Libro de su ciudad, Córdoba. Tiene trabajos publicados en diversos blogs: BREVES NO TAN BREVES; RÁFAGAS, PARPADEOS.
En julio de 2010 presenta su blog: Esta que ves. Colaboró y colabora con diversos medios gráficos: Otra Mirada (revista que publica el Sindicato Argentino de Docentes Particulares, Córdoba, Argentina), Aquí vivimos (revista de actualidad, Córdoba, Argentina), La revista (revista que publica la Sociedad Argentina de Escritores Secc. Córdoba, Argentina), La pecera (revista/libro literaria, Mar del Plata, Argentina), Signos Vitales (suplemento cultural, Mar del Plata, Argentina).
Participa, prologa y presenta «Cuentos para Nietos», antología de cuentos para niños, en 2009.
Ha ganado diversos premios literarios entre los cuales se encuentran: Primer Premio Concurso Nacional Manuel de Falla, categoría ensayo, 2004, Alta Gracia, Argentina. Tercer Premio Concurso Iberoamericano de Cuento y Poesía Franja de Honor, Sociedad Argentina de Escritores, 2000, Córdoba, Argentina. Finalista Concurso Internacional en honor a Gabriel García Márquez, Madrid, 2004. Distinción Especial Concurso Nacional «Diario La Mañana de Córdoba», cuento breve, 2004, Córdoba, Argentina.
MÉXICO
Las personas vienen a verme con ávidas miradas, buscando en mi condición la expiación de sus culpas. Sus ojos brillan con el placer que da el morbo, como si mi desgracia los liberara de su mediocridad. Cuando narro la maldición que pesa sobre mí, los veo desilusionarse. Las siniestras historias que buscan no están aquí. Los horrores que anhelan escuchar se encuentran en el fondo de sus atribuladas almas. Mi historia sencilla y provinciana no es comprensible para sus grises vidas. Mi alimento no los asquea y ni siquiera mi origen les parece ya fantástico. Pertenezco a una estirpe digna de ser olvidada y no al sucio asfalto que la lluvia y los zapatos de plástico color neón gastan a diario.
Al final los veo levantarse de sus asientos con el olvido dibujado en un bostezo y las manos muertas en los bolsillos.
Se van sin que su pantagruélico morbo haya sido saciado. Con su gris y monstruosa maldición a cuestas entran en la carpa de al lado, donde un esqueleto leproso y albino, les muestras los muñones, restos de sus manos y pies, mientras con gemidos lastimeros les cuenta cómo el diablo lo castigó por avaricioso.
Y yo, horrorizada, los compadezco. A veces, cuando las luces de la carpa se apagan, tras mi cena de ratones y gusanos, lloro de miedo.
Juro, entonces, al cielo ser fiel a mi amo con tal de que nunca me devuelva a la terrible condición humana.
Armando Enríquez Vázquez nació en 1962 en el Distrito Federal. Estudió cine y se ha dedicado a la televisión durante más de veinte años.
Actualmente es Senior Producer del noticiero estelar de Cadenatres. Ha publicado cuatro libros en ediciones de autor y colabora en las revistas on line The Point.com.mx y Blureport.com.mx.
ARGENTINA
El joven rascó la punta de su nariz, arrancando un pedazo de duda endurecida. La miró un rato con aire distraído, sopesándola en el hueco de su palma para luego arrojarla sobre la vereda y alejarse, visiblemente más liviano.
El pequeño fragmento quedó oscilando en el borde del cordón de la vereda, de donde lo recogió una paloma que lo confundió con una miga de pan duro.
Levantó vuelo, llevándolo en su pico hasta una terraza donde casi choca con un gato negro que la obligó a soltarlo. Pudo escapar, rauda y veloz.
El gato jugó un rato con el vestigio de duda, haciéndolo rodar por el asfalto hasta que se enganchó en una de sus uñas. El felino se incorporó y se lanzó escaleras abajo con ojos preocupados.
Un perro lo interceptó en una esquina y comenzó a ladrarle divertido. El gato, con un zarpazo amenazante, perdió el trozo de duda y volvió a su terraza a desperezarse al sol.
El perro olfateó el objeto, extraño a sus ojos perrunos, enredándolo en sus bigotes desprevenidos. Al instante se echó a correr enloquecido durante largas, interminables cuadras. Se escabulló en un patio trasero, bebió desesperado del agua de la piscina y volvió a las calles moviendo la cola.
La porción de duda se diluyó en el agua verdosa y calma sin demasiado espamento.
Horas más tarde, el joven salió al jardín trasero a regar el pasto. Despreocupado y un tanto incauto tropezó con la manguera, precipitándose en las profundidades de la piscina.
Por algún extraño artificio del destino, no pudo mantenerse a flote y halló la muerte en el verdoso fondo, ahogado sin remedio en su propia duda. Mientras, un lento y silencioso grupo de certezas se amontonaba en el borde de la pileta a observarlo con morbosa curiosidad.
Natalia Andrea Cáceres (nacida en Buenos Aires en 1977) escribe desde que tiene memoria. Esta afición se manifestó en su vida casi con tanta intensidad como su amor por la lectura. En 1992 recibió una Mención Honorífica en el Concurso de Ciencia Ficción y Fantasía para alumnos de la Escuela Secundaria del CACYF. En la actualidad ha concluido una novela corta («Sed») que se encuentra a la espera de publicación.
CUBA
Érase una vez (hace mucho tiempo, en este o en otros mundos) que elfos, enanos, gigantes, trasgos, orcos y globinoides (juntos o separados), vivieron aventuras de «verdadero interés humano» (contadas en trilogías, por supuesto).
CUBA
Por enésima vez reniego de la hora en que acepté filmar el famoso poema. Gracias a eso estoy al borde del fracaso, y no me consuela saber que nadie podía imaginar que el incremento de las hostilidades Cuba – Estados Unidos llevaría al gobierno a declarar antipatriótico, hasta nuevo aviso, el uso del idioma inglés.
Miro desesperado a mi asistente de dirección y este vuelve a negar:
—No hay forma —dice, y señala la decena de pájaros negros en las jaulas—. En las circunstancias sociopolíticas actuales, ninguno de nuestros cuervos va a arriesgarse a pronunciar el dichoso Nevermore.
CUBA
En la penumbra de la habitación el artista ríe a carcajadas, periódico en mano.
«El señor Poe ha afirmado que la muerte de una hermosa mujer es el tema más poético del mundo. Estas palabras reflejan la perturbación que sufre este gran creador, a quien nos resistimos a imaginar buscando en la prensa, día tras día, la descripción de los fallecimientos de mujeres jóvenes. No podemos creerlo capaz de acto tan patético.»
«Por supuesto que no», murmura el artista, y deja el periódico en la mesa, se levanta, toma su abrigo y comprueba una vez más el filo del cuchillo antes de salir a procurarse un poco de inspiración.
CUBA
Terminó de leer el cuento y tuvo que tomar tres vasos de ron para alejar de su mente la confesión del protagonista. «En cualquier momento puedo quebrarme», pensó, y se quedó en vela, con los audífonos puestos, tratando de ignorar el latido infatigable que atravesaba el suelo de cemento del cuarto. Al amanecer encontró la solución. Llamó a un amigo para que le permitiese estar unos días en su casa, luego recogió lo imprescindible y lo echó en una mochila. «Allá el infeliz que venga para acá», se dijo y salió rumbo a la radio local a poner el aviso de permuta.
CUBA
Dedicado a mi primo Luis
El día que mi primo me contó de su entrevista en la Oficina de Intereses de Estados Unidos, yo leía sentado en una de las butacas de la sala. Lo vi tan feliz como cuando se fue su novia Elisa.
—Ya le avisé —dijo—. Me respondió que no me preocupara, que me va a enviar el dinero para los trámites.
A las dos semanas llegó con un paquete.
—Mira lo que me mandó —dijo.
Sacó un gran bulto de papel, lo desenrolló y sujetó a una de las paredes de su cuarto.
—¿Un mapa? —pregunté.
—Corrección —respondió—, un mapamundi. Elisa me pidió que señale los lugares a los que iremos cuando yo salga.
—Así que primero los ves de mentiritas y luego de verdad —le dije.
—Asimismo —aseveró, y destapó dos cervezas—. Al principio va a ser duro, tendré que trabajar mucho, pero al año o año y medio podré visitar algunos de esos lugares, ver mundo, porque allá puedes ir a cualquier lado y te sale barato.
Pero de planes…
—Me han pedido cantidad de cosas, dice Elisa que es demasiado dinero y que por ahora no va a poder ser.
No puede más, pensé cuando lo vi día a día, semana tras semana, casi mudo, errando por la casa. Hasta que un día entré a mi cuarto y vi sus ropas sobre mi cama. Me asomé al suyo.
—¿Y esas ropas? —pregunté.
—Te las regalo.
—¿Por qué?
—Regreso a mi casa.
—¿Cienfuegos?
—Sí —dijo. Y vi los cajones vacíos y la maleta y las mochilas sobre su cama.
—¿Cuándo?
—Pasado mañana.
Hoy se cumplen diez días de su partida. Padres, hermana, amigos, ninguno sabe nada. Pero yo soy el más preocupado, porque justo ayer me di cuenta de que se había llevado el mapamundi. ¿Y quién sabe? Si lo utilizó, puede haber ido a parar a cualquier lugar.
Yunieski Betancourt Dipotet. (Yaguajay, Sancti Spíritus, Cuba, 1976). Sociólogo, profesor universitario y narrador. Máster en Sociología por la Universidad de La Habana, especialidad Sociología de la Educación. Ha participado como ponente en eventos nacionales e internacionales de su disciplina. En estos momentos trabaja en su proyecto de doctorado, que versa sobre los procesos de socialización y la transmisión de la enajenación. Imparte las asignaturas Historia y Crítica de las Teorías Sociológicas I, II y III, Sociología y Política Social Urbana, Sociología y Política Social Agraria y Sociología de la Cultura. Cursó el taller de narrativa del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, Ciudad de La Habana, Cuba. Ha publicado en La Isla en Peso, La Jiribilla, Axxón, miNatura, NM, Korad, Papirando. Finalista en la categoría Pensamiento del II Concurso de Microtextos Garzón Céspedes 2009. Premio en el género Fantasía del Segundo Concurso de Cuento Oscar Hurtado 2010. Actualmente reside en Ciudad de La Habana.
ARGENTINA
Héctor y Gladys volvían a su casa tras unas largas vacaciones. Héctor venía cargando las valijas en tanto que Gladys se adelantaba con la llave en la mano.
Al llegar a la puerta, Gladys se detuvo sorprendida. En el umbral, tapando la entrada, había un perro muerto. El pobre animal estaría desde el día en que ellos se fueron, dado su avanzado estado de descomposición.
—¡Héctor,ven a ver esto!
Cuando Héctor vio lo que pasaba, se indignó.
—¡Pero qué vergüenza! ¡Y en la puerta de mi casa! ¡Fuera de aquí, rápido!
El perro se levantó y se fue.
—¿Has visto eso? —preguntó Gladys.
—¡Por supuesto que lo he visto! El muy sinvergüenza se ha dejado la cola. Habrá que barrerla.
Fernando José Cots Liébanes nació en Córdoba, Argentina, el 1 de junio de 1950, y viene publicando desde hace ya tres décadas. Quienes leen ciencia ficción argentina desde hace tiempo seguramente recordarán su Los invasores del sábado (1987), cuento que de haber existido Axxón en aquel momento nos hubiese gustado publicar, pero claro, pasa el tiempo y ya tenemos esa historia en el número 179.
CUBA
A Agustín de Rojas, Gran Maestro de la ciencia ficción cubana.
De un tardío aunque ya incondicional admirador.
Los Nanodinos de Titán son pequeños, muy pequeños; tan pequeños que no necesitan tener patas. ¿Para qué?, aunque caminasen toda su vida jamás alcanzarían el punto más cercano. Sólo un tonto presumiría de haber dicho alguna vez: ¡Caramba!, miren, ha llegado un Nanodino.
¿Que si tienen orejas? ¡Ni pensarlo! Si no hay espacio ni para una insignificante nariz. Son diminutos, ¿recuerdas? En efecto, también carecen de boca. Como imaginarás, no hay nada lo suficientemente minúsculo que pudiera servirles de alimento. Pues algo del tamaño, digamos… de la mitad de un Nanodino es inconcebible, ¿no crees?
Bueno, los Nanodinos aún existen porque su interacción con el entorno es tan imperceptible, que la Naturaleza simplemente ha olvidado sacarlos de circulación. Ellos, que por no tener tampoco tienen un pelo de tontos, bendicen su suerte y se alegran de eso: de ser sin tener. Y está claro que esa es toda la filosofía que se pueden permitir.
¿Por qué te hablo de los Nanodinos si son… casi nada? Ay, mi niño, es que el universo de los humanos es tan complejo que no cabría en un solo cuento.
CUBA
—¿Qué haces aquí? —pregunta Mr. Brown a su interlocutor—. Te advierto que alquilé esta región, desde Grimaldi hasta Copérnico, por dos semanas. «Derechos exclusivos de esparcimiento» dice bien clarito la copia del contrato que traigo en la guantera de mi 6×6.
El desconocido alza sobre su casco un disco dorado que parece (y en efecto es) de gramófono:
—Rech… Rechibimosh vueshtro menshaje-je-je. ¡Hemosh venido-do-do! —proclama.
Aun a través de la radio, el mil veces ensayado parlamento se percibe solemne.
—Y me alegro, créeme, sólo que el tal mensaje no lo envié yo; conque… de vuelta a casita —dice Mr. Brown, y a empujones embute al hombretón de ocho pies en la escotilla por donde ha salido minutos antes—. ¡A fisgonear a otra parte! —concluye.
La regia astronave despega y se esfuma veloz en dirección a Ofiuco.
Mientras, una estela de polvo gris recorre silenciosa el Oceanus Procellarum. Ya en el Hilton «Selene», Mr. Brown aparca su móvil lunar y, en el vestíbulo del hotel, da un escándalo de miedo a la representante del Consorcio de Turismo Espacial: que «¡mentira!, el control de las fronteras no es mejor que en Texas» ; que «con tanto intruso se resienten mis merecidas vacaciones» ; que «la competencia va un paso adelante» …
—No veas, chiquilla, el pedazo de cohete que se han gastado los rusos… ¿La escafandra? ¡Por favor!, con extremidades adicionales y todo. ¡Quiero una igual para mi paseo de mañana! —vocifera Mr. Brown, y se retira malhumorado a su habitación.
Una vez allí, extrae de su mochila el disco dorado, que dejó caer el visitante en su aparatosa huida. «¡Wow!, esta pieza es única» , conviene para sí el magnate. Y el «Sounds of Earth» de una Voyager termina en su Colección de Clásicos del siglo XX.
En la Tierra, los telescopios escrutan el infinito; los científicos, desesperan…
Claudio Guillermo del Castillo Pérez nació el 13 de septiembre de 1976 en la ciudad de Santa Clara, Cuba. Es ingeniero en Telecomunicaciones y Electrónica. Actualmente trabaja en el aeropuerto internacional «Abel Santamaría», como técnico en Sistemas de Radionavegación y Comunicaciones Aeronáuticas. Es miembro del Taller Literario «Espacio Abierto», dedicado a la Ciencia Ficción, la Fantasía y el Terror Fantástico Ganador del I Premio BCN de Relato para Escritores Noveles (España) en 2009. Finalista del Certamen Mensual de Relatos (septiembre/09) de la Editorial Fergutson (España). Mención en la categoría Ciencia Ficción de la I Edición del Concurso de Fantasía y Ciencia Ficción Oscar Hurtado 2009 (Cuba). Tercer Premio del Concurso de Ciencia Ficción 2009 de la revista Juventud Técnica (Cuba). Ha publicado sus relatos en los e-zines Axxón (Argentina), MiNatura (España), Cosmocápsula (Colombia), NGC 3660 (España); así como en las páginas de Breves no tan breves (Argentina), Químicamente impuro (Argentina) y Tauradk (España).
ESPAÑA
Consulta del psiquiatra.~Madrid 03/07/2024.
PACIENTE: Permítame decirle una cosa, doctor. Yo no creo que estas píldoras hagan que mi vida sea mejor, más llevadera. Vine porque mi mejor amigo insiste pesadísimo cada día en que venga a verle, o sea, que lo hice para callarle de una vez por todas.
DOCTOR: Ya verá como esto hace que se levante cada mañana con muy buen humor, créame. En casi todos los casos el buen humor perdura hasta la próxima toma. Vivirá pensando en lo que le espera por la noche, ansioso. Perfecto para no pensar en sus problemas.
Aquí le dejo la maquina mezcladora-encapsuladora, el software y los manuales, apréndaselos de pe a pa y comience a diseñar sus sueños. Ya verá que es muy fácil, el programa admite fotografías, vídeos e incluso referencias de Internet. Una vez elegidas las imágenes, elige o diseña la trama y clica en «Crear Píldora». La máquina mezcladora-encapsuladora fabricará la píldora en unos minutos, se la toma antes de irse a dormir ¡y listo!
PACIENTE: Me dijo mi mejor amigo que en esta versión se incluye sexo explícito, ¿es cierto, doctor?
DOCTOR: Cierto. El programa tiene unas cincuenta modelos y famosas de la actualidad en su base de datos. Imagínese diseñar que viaja a Miami y, en una discoteca, Paris Hilton se fija en usted; hacen el amor en los lavabos y, al terminar, son pillados «in fraganti» por un paparazzi. ¡También podrá programar situaciones más románticas, claro! Le garantizo que en cualquier caso usted se despertará con una sonrisa de oreja a oreja.
PACIENTE: Suena bien. Aún así tengo una incógnita: los sueños no siempre se evocan, a veces no nos acordamos de lo que soñamos.
DOCTOR: Eso es cierto a medias. Verá, la mente descarta aquellos sueños que son intrascendentes emocionalmente. Para que me entienda: si usted programa y luego sueña que se come un pepino, no lo recordará al día siguiente, en cambio el caso de la Hilton sí lo recordará porque la experiencia le marcó emocionalmente aún en el sueño.
PACIENTE: Le veo otro problema a estas píldoras prediseñadas por ordenador.
DOCTOR: Dígame cuál.
PACIENTE: Tendré sueños interesantes, espectaculares, me sentiré feliz mientras sueño, pero cuando despierte volveré a ser el mismo desgraciado de siempre: la misma vida, el mismo trabajo y los mismos problemas.
DOCTOR: Sí, pero un desgraciado al que le fascina una parte de su vida que además puede controlar y modificar a su antojo. Mire, ayer mismo tenía ganas de un sueño tranquilo, relajante, así que diseñé que estaba en la Luna, solo, y diseñé también un mar lunar. Allí me encontraba: el cielo negro con muchas estrellas, el mar en calma, violeta, no había viento ni frío que molestase mi tranquilidad. Al cabo de un rato comencé a tener hambre, en el sueño quiero decir, y mi mente hizo que apareciese allí mi suegra con un bocadillo de calamares en las manos, ofreciéndomelo.
La mente le jugará malas y buenas pasadas e incluso dibujará notas de humor en sus sueños. Llevo todo el día pensando en lo de mi suegra, todavía me río cuando lo recuerdo.
Lo que le quiero decir es que su día será mejor gracias a estos detalles, ¿comprende?
PACIENTE: Pues la verdad, suena bien. Y escúcheme, doctor: ¿puedo diseñar que le pateo el culo a mi jefe?
DOCTOR: En efecto. Puede.
Francisco Latorre Murcia, nacido el 9 de Abril de 1979, vive en Montgat, Barcelona, España. Estudió Informática de Gestión, fue programador, técnico informático y actualmente trabaja en una empresa municipal de servicios. Se siente un adicto a la lectura en general y al género de la ciencia ficción en particular. Se declara admirador de escritores como Orson Scott Card, Aldous Huxley o George Orwell. Desde hace un año dedica parte de su tiempo libre a escribir y publica sus relatos en su blog Ficción Fugaz.
ARGENTINA
Tendría que haberle dicho que no. Es peligroso, me lo avisaron desde el principio. Quieren escalar el cerro por los senderos alternativos a toda costa, yo los conozco bien. Les parece que así van a ver cosas que los otros no ven. ¡Es que sube cada uno! Aunque en cierto modo, los entiendo. Yo también me enteré de Capilla del Monte cuando era chico y por algo me quedé a vivir acá, no nos engañemos. Siempre digo que la vida en Buenos Aires está imposible, que la tranquilidad, que los impuestos en Córdoba son más baratos. Pero no es nada más que eso, claro. Mirá el relieve poroso de esa saliente rosada, en cada ascenso se ve algo nuevo. Antes siempre les dije que no, soy un guía responsable. Si se enteran, en una de esas no me dejan subir más. Pero cuando sacó los billetes y me los puso en la mano, la verdad que no pude decirle que no. ¿Pero qué es eso? Me pareció ver… No, imposible.
«¡Estupendas fotos! ¡Esas tomas de la cresta roja del pájaro carpintero mientras trabajaba el árbol allá abajo, un verdadero hallazgo! He conseguido auténticas postales de valles serranos sin urbanizar con sólo practicar un poco de senderismo. ¡Cuando las vea Amparo se pondrá verde de envidia! Deberíamos venir juntos alguna vez a este lugar y quizá probar incluso con la fotografía nocturna. Calculo que todavía tenemos un buen rato de caminata. Necesito un trago de agua, el sol aprieta cada vez más. El aire ha adquirido un cierto perfume aquí arriba, un ligero aroma a cítrico. Pensé que al ascender la vegetación debería ralear, pero me he equivocado de cabo a rabo. ¡Un poco más de agua! Es que he ganado peso en estas vacaciones, no cabe duda. Me resulta difícil seguirle el paso a buen ritmo. Necesito una alimentación más saludable, ya me lo han dicho. Verduras, pescado y frutas».
Es plata. Acá es plata, por eso lo hice. Además se nota que sabe cómo es esto de los ascensos. Lleva un equipo perfecto, calzado ideal. Frutas secas, manzanas, mandarinas. Una cantimplora mejor que la mía. La cámara es japonesa, cuesta una fortuna. ¡Pero mirá vos con qué vigor creció esa carandilla! Y el sendero se va diluyendo por los pastizales, cada vez me cuesta más trabajo seguirlo. ¿Qué dice? ¿Más despacio? Se lo nota agitado. Mirá en el lío que me metí con este gallego, a ver si tiene alguna descompensación y encima tengo que llamar a los muchachos.
«¡Epa! Esto sí que no me lo esperaba. ¿Comerán su carne en esta zona? Cuando visitamos Canarias, Amparo quiso que la llevase a una excursión por las dunas, pero yo me negué porque debíamos regresar a Madrid. Pero no sabía que aquí también había, bien guardado se lo tienen las guías de viaje. Voy a aprovechar que este tío al fin se ha detenido para tomarle una buena foto y darme un respiro, que bien merecido me lo tengo. Qué pelaje precioso, está a la vista que es un ejemplar de primera calidad».
No, no puede ser. Acá están por filmar alguna película, seguro. Pero yo me tendría que haber enterado. ¿Qué hace ese bicho ahí? A ver, no puede ser. Sí. Es. Y nos está mirando. Y allá, más arriba, hay otro. ¡Voy a tener que llamar a los muchachos, a ver qué pasa! Pero, ¿y si los llamo y se avivan de donde estoy? Ya sé, le voy a decir de volver al gallego. Pero va a protestar, está entusiasmado con subir hasta arriba. Salvo que invoque un malestar. Sí, eso. La verdad es que no me siento bien, está muy caluroso para esta hora de la mañana. ¡Cuatro, cinco, cada vez veo más! ¿Quién los habrá traído? Un dolor de cabeza fuerte, eso es lo que le voy a decir. Pero tengo que ser decidido, porque el gallego se me va a enojar. Y la plata no se la devuelvo, eso sí.
«¡Hombre, menuda sorpresa me tenía reservada este ascenso! Una manada de camellos sueltos en el cerro, qué pintoresco. ¿Se podrán alquilar para escalar hasta la cima? A estas alturas, pagaría una fortuna para trasladarme hasta allá en el lomo de uno de esos animales. ¿Qué es lo que se ha quedado viendo este tío con tamaña atención? Y el móvil suena y suena, ¿será que no piensa atender nunca?»
—¿Cómo que llamás de la granja? ¿Qué granja? ¿Que yo invadí qué? A ver, pasame con Nacho. Con Nacho, sí. Oime, ¿pero vos estás borracho o fumaste algo, pibe? Soy José, José Flores. ¿Cómo que no se puede…? ¡Querido, hace cinco años que trabajo en el cerro subiendo gente! ¿Pero vos de dónde saliste? ¿Que soy intruso? ¡Ah, no, eso sí que no te lo permito!… ¿Arresto? ¿Hola? ¡¿Hola?!
«Bueno, parece que nos han pillado. Me van a poner una multa de padre y muy señor mío por este desliz de habernos apartado del ascenso habilitado. ¡Que yo no me entere de que estos tíos me han montado una estafa porque saldremos todos en los diarios! Pero mira la energía que le ponen esos cuatro que bajan por la ladera, tienen que ser unos expertos en montar dromedarios para descender a semejante velocidad. ¡Qué armas, además! No sabía que había tanto control, de otra forma jamás lo hubiese intentado. A ver, aquí está el pasaporte, todo en regla. Ahora entiendo por qué el guía estaba tan reacio».
—Oye, José, tú no te preocupes por nada que les diré que fui yo quien te obligó a subir por este camino. ¡Eh, tío! Reacciona de una vez, tampoco es para que te pongas así. ¡Mira que te he dado quinientos euros y, a fin de cuentas, que problemas en la vida los tenemos todos!
Rodolfo García Quiroga es abogado, nació en 1967 en General Madariaga (Buenos Aires, Argentina) y actualmente reside en Pinamar. Es autor de varios relatos y desde 2009 participa del taller virtual Máquinas y Monos.
En 2001 tuvo mención de honor en el Concurso Jóvenes Narradores (Haroldo Conti).
Axxón 213 – diciembre de 2010
Cuentos de autores varios (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Fantasía : Temas diversos : Internacional).