«Pecho frÃo», MatÃas Buonfrate
Agregado en 7 diciembre 2010 por Edu in 213, Ficciones, tags: Cuento
ARGENTINA |
Era una noche de cuarta para arrancar la semana. HacÃa un frÃo de cagarse. En el vestuario me cambié rápido y me dejé puesta una camiseta de más, abajo del uniforme.
—¿Y esa camisetita? —me dijo el gordo.
—¿Qué camisetita?
—La que tenés puesta, ahà se te ve. ¿No te estarás volviendo un pecho frÃo, no?
—Andá gordo, pecho frÃo. Mirá quién habla, ¿dónde jugabas vos?
—En el Molinos Unidos, ¿qué pasa?
—Nada, este frÃo para tu equipo debÃa ser como estar en Hawai.
—¡Andá! ¿No querés un tecito antes de salir?
Terminamos de elongar y subimos al patrullero, el gordo hizo un pique y me cagó el volante. Mejor, tenÃa ganas de mirar por la ventanilla y nada más. El franco fue muy corto, no llegué a reponerme de la semana pasada.
Empezamos dando vueltas por los lugares comunes. No fallaba, siempre habÃa algún boludo nuevo que se creÃa original. Fuimos hasta La Boca, al shopping. TodavÃa estaban barriendo el estacionamiento, era temprano. Nos quedamos con las luces apagadas adentro del coche. El gordo sacó un chupetÃn.
—¿Largaste el pucho?
—Estoy en eso. Quiero bajar un toque.
—¿En cuánto estabas?
—Y… estaba pisando los tres por dÃa.
—Hacés bien. A ver si corrés más rápido ahora.
—Uh, viejo, siempre con lo mismo. Recién empiezo, bancá un poco. Además, no es lo mÃo, me conocés bien.
—No cambiás más. Che, bajá un toque la calefacción que con los vidrios empañados no se ve un carajo.
—Si la prendiste vos, no me rompas, pecho frÃo.
Los de maestranza se fueron, y pasó el de seguridad dando la vuelta. Uno solo para tremendo edificio. Se metió para adentro, el gordo sacó otro chupetÃn. No apareció ni uno.
—¿Se habrán avivado, che? —le pregunté.
—Qué se yo, no creo. Si no es hoy, será mañana.
—SÃ. La demolieron y le construyeron un shopping encima, pero tira.
—¿Qué te parece? La de cosas que pasaron ahÃ, dejan una marca. Era como un foco espiritual…
—Gordo, ¿seguro que dejaste de fumar o solamente estás fumando otra cosa?
—Dice mi señora, está haciendo un curso de psicologÃa ahora.
—¿Dejó de hacer la isla flotante? No es un asado si después no está el postre de Estela.
—Quedate tranca vos. La isla flotante sà que no se mancha. Pero está con el curso éste y dice que todas las canchas concentraban mucha energÃa…
—Gordo…
—…y que eso deja una marca invisible en el plano material. Por eso los pendejos vuelven.
—Che…
—Vos pensá, sesenta mil personas gritando, llorando, riendo, cantando, todas las semanas.
—Eu, gordo.
—¿Qué?
—Decile a Estela que vuelva al curso de reposterÃa. Asà por lo menos dejás de hablar boludeces.
—Andá a cagar.
—Vamos para Parque Patricios.
—Bancá un cacho, ¿por qué el apuro?
—Hoy tenemos que agarrar a alguno.
—Pará, desesperado, no te van a subir el sueldo. ¿Qué te pasa?
—Nada, me quedaron un par de cosas picando de la semana pasada, eso. Quiero laburar para sacármelo de encima.
—Bueno, si te vas a poner asÃ, vamos. En una de esas, hasta se te va el frÃo del pechito.
Gente cantando en la cancha, saqué una cuenta rápida y sentà un escalofrÃo. Casi diez años sin ver algo asÃ. Algo que le iba a contar a mis nietos. «Yo vi una cancha con gente de verdad alentando». Un lujo europeo nomás, allá que son civilizados. El gordo habla como si no hubiera pasado nada. Ninguna marca invisible, energÃa ni una mierda. Esos lugares estaban manchados de sangre y eso sólo trae más sangre.
En Hurricane Inc. nos pasó lo mismo. Dimos una vuelta alrededor, con el coche apenas zumbando, pero no apareció nadie. Nos paramos, el gordo sacó otro chupetÃn.
—¿Cuántos tenés?
—Me compré como cincuenta esta mañana. Me quedan cinco más.
—¿Eso es mejor que el pucho? Te va a terminar matando.
—Dice el médico…
—Che, voy a dar una vuelta. No puede ser, esto. ¿Será por el frÃo?
—Dale, tené cuidado. Cualquier cosa, chiflá y caigo en seguida.
—Mejor corro. Si te espero a vos, estoy listo. ¿Me das un chupetÃn?
—Tomá. Te cabe el de limón, que no me gusta. Capaz que te saca la congestión que tenés en el pecho.
No habÃa un alma. Me hizo acordar a una de las últimas veces que pisé una cancha. VolvÃa el fútbol después del corte por el bardo. Estaban instaladas las primeras pantallas en las plateas, todo alrededor del campo de juego. Eran defectuosas, la transmisión se perdÃa. Los diseños de hinchadas no eran lo que son ahora, nadie los premiaba. Una aberración, una cagada hecha por improvisados. Por ahà se te escapaba un pase porque se reseteaban o enganchabas una volea con el tobillo porque la pista de audio se perdÃa y se transformaba en chirrido insoportable. Cuando hacÃas un gol, no te daban ni ganas de festejarlo. O peor, por dos segundos te distraÃas y se lo terminabas dedicando a esa pantalla de mierda como si fueran personas reales. Cuando te dabas cuenta de lo que habÃas hecho, sentÃas que la aberración eras vos.
TodavÃa no puedo creer que el gordo me hable de gente cantando. Molinos Unidos ni siquiera existÃa antes de que existieran las pantallas. Yo venÃa de otro club, por lo menos. Un pelotazo rebotó a lo lejos. Si era cierto que el gordo alguna vez habÃa… ¿pelotazo?
El sonido era inconfundible. No era muy lejano, menos de una cuadra. El galpón de enfrente. Miré sin cruzar, estaba todo quieto. No se escuchaban corridas ni gritos. Capaz me lo habÃa imaginado, de tanto hacer frontón con el pasado me estaba inventando cosas, serÃa la ansiedad por agarrar a alguno, la necesidad de saber éso que me estaba amagando la cabeza. Pero los vidrios estaban empañados. Crucé despacio y me metà por un callejón lateral. HabÃan pintado en aerosol fosforescente una cruz, un par de metros más adelante habÃa una puerta. Estaba cerrada, pero tenÃa la suela de un botÃn estampada de una patada al lado del picaporte. Sin perder de vista la posible salida, lo llamé al gordo con el radio. SabÃa el procedimiento. Se acercó con el coche despacito, lo subió a la vereda y se quedó esperando mi señal. Entré.
Me mantuve pegado a la pared de rodillas. HacÃa calor adentro, el ambiente estaba cargado. Fui siguiendo el ruido de unas pisadas, hasta que me acomodé detrás de unas cajas y me asomé. Estaban jugando al fútbol.
HabÃa uno de ascendencia coreana o china, la movÃa. DebÃa ser el que se le escapó a Ortigoza hacÃa dos semanas. Huo, probablemente. Salió a achicarlo uno grandote, la levantó dos veces, corto y rápido, le clavó dos pelotazos entre la nariz y el labio. Eso explica la trompa hinchada de Ortigoza el otro dÃa. El grandote ahora era un muñeco. Huo la pisó un poco para atrás, amagó para un lado y lo hizo separar las piernas: no fue un caño, el grandote se comió todo un acueducto. Pasó y ahà nomás metió un centro con cara externa a uno que entraba por el segundo palo. El arquero, un gordo con un conjunto rojo con capucha, salió mal a despejar. El flaco saltó solo, el cuerpo a ciento ochenta grados del suelo y cortó el arco con un tijeretazo. Gol. Festejan sin gritar nada, con el puño apretado y nada más, saben que no pueden hacer ruido. La pilcha del arquero, era el teletubi del que hablaba Torrens. TenÃa que ser el Oso. Al del gol no lo reconocÃ, corrió a abrazarse con otro, muy delgado. Otro, otra, una minita. ¿Ala?
Huo, el Oso, Ala. Era la Primera A clandestina, una cumbre o algo asÃ. Ninguna vez en el bar me los mencionaron a los tres juntos, ni una. Encima estaba ése, el del gol, era nuevo. Lo que hizo era inédito, no se veÃa ni por televisión algo asÃ, una vez sola creo que enganché algo parecido. Lo que estaba viendo era… lujo puro. Estos pendejos estaban haciendo magia en un galpón y yo era el único espectador.
Una maravilla que me pagaran para éso y una pena que los tuviera que meter en cana. Nadie juega al fútbol si no es en la Federación de Fútbol Oficial Argentino. Mantenemos limpias las calles, mantenemos las hinchadas vacÃas y quizás asà podamos evitar que suceda otra catástrofe. No se puede creer que algo tan hermoso haya sido capaz de acarrear tanta violencia.
TenÃa que llamar al gordo, aunque podrÃa ver sólo un poco más, dos minutos, en el bar no me lo iban a…
Sonó la sirena a todo volumen. Los pibes empezaron a correr, se iban por el fondo, por todos lados. El gordo no me esperó, ¿qué le pasó? TenÃa que agarrar a uno por lo menos, antes de que desaparecieran.
Miré en el centro de lo que habÃa sido la cancha improvisada. Estaba el pibe nuevo, haciendo jueguitos. La mayorÃa desaparecÃan en un segundo, pero siempre quedaba alguno que querÃa humillarte. Es un hecho, por cosas como ésta contrataban agentes con un pasado futbolista y les pagaban el doble del sueldo, para que la fuerza no sea menos. Es un hecho, por ésto varios ex futbolistas nos hacÃamos agentes, para demostrar que no éramos menos.
Intenté acercarme por la espalda en un pique a fondo, mi especialidad. Pero este pibe ni me miró y giró en semicÃrculo mientras dejaba la pelota colgada en el aire. Pasé de largo y le cayó en los pies. Siguió haciendo jueguitos. Cuántos años harÃa que no metÃa un pique, habÃa sacado la cuenta hacÃa unos minutos. Fui de nuevo, esta vez de frente. Me esperó pisando la pelota, la llevó hacia atrás, despacio. Lo hice retroceder, no querÃa que tuviera lugar. Amagó pero estaba atento, no hizo nada, siguió retrocediendo, ya lo tenÃa acorralado. Ahà sÃ, le pegó a la pelota, la hizo rebotar contra la pared a la derecha, me pasó por la izquierda. Me hizo una pared con la pared. ¿Quién es este pibe? Giré rápido, se me escapaba en velocidad. Lo tenÃa a punto, frenó. Pasé de largo, giré, giró, la levantó para atrás, giró, yo no. Lo dejé irse.
—Chau, nene. La próxima no me vas a agarrar tan desprevenido.
—Hasta la próxima, Heredia.
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Se fue por el fondo. Me bailó y encima sabÃa mi nombre. ¿Dónde quedaron los improvisados de antes? ¿Los que salÃan con una bocha desinflada a patear por patear y tenÃas que ir y explicarles la ley? Te puteaban un rato y desaparecÃan. SabÃan mi nombre porque me conocÃan de jugar, hasta me admiraban, yo los podÃa bailar a ellos. Capaz volvÃan a jugar al dÃa siguiente, en el mismo lugar, a la misma hora. DetenÃas a uno. Listo.
Me acomodé el uniforme, abrà el chupetÃn para calmar la ansiedad y salÃ. Afuera estaba el gordo, tenÃa a uno esposado en el suelo.
—Mirá lo que me encontré.
—Buena, gordo.
—Estás agitado, ¿pasó algo?
—No, nada. Está fresco acá.
—Te lo dije, pecho frÃo. Ayudame a meterlo en el auto.
Cuando lo levantamos por las axilas, el chabón me clavó los ojos.
—Heredia, ¿lo vas a ayudar a éste?
—Uy, habla el guacho éste. ¿Qué te pasa, gil?
—Heredia me escuchó.
—Callate, infeliz, y entrá —le dijo el gordo.
—¿Lo vas a ayudar? ¿A pesar de lo que te contamos la semana pasada?
—¿Qué pasa? ¿Tenés secretos con ellos? ¿En qué andás?
—¿Yo? En nada.
—Después de la guerra de las barras, varios barrabravas de cuarta que hicieron de fuerza de choque se fueron consiguiendo laburitos gracias a sus amigos en el poder. A algunos, si les preguntás en qué club jugaban, dicen que en Molinos Unidos. Pero nunca pisaron una cancha, los metieron de relleno para abrir los nuevos clubes, los peores…
El gordo lo calló de una trompada.
—Pendejo de mierda, yo no te voy a permitir…
—Gordo, ¿pero qué carajo está diciendo?
—Tincho, no le vas a creer al sorete éste.
—Es que… el que agarramos la semana pasada me dijo lo mismo.
—¿Y?
—Si los mismos que la cagaron toda usan uniforme, esto no tiene sentido.
—Lo que me faltaba, ¿me vas a entregar por un rumor?
—Pienso que alguien tiene que investigar lo que dice este pibe. No sé si sos vos, puede ser otro.
—¡No y no! ¡Yo no soy nada! ¿Entendés? ¡Y lo que diga este hijo de puta me lo paso por el orto!
Le estampó un revés que lo acostó en el suelo. Estaba rojo.
—Gordo, relajate, prendete un pucho, estás muy tenso.
—¿Tenso? ¡Tenso las pelotas!
Se le tiró encima, lo empezó a cagar a trompadas al flaco. VeÃa pedacitos blancos volando por el aire, tardé un segundo en darme cuenta de que eran dientes.
—¡Gordo, calmate!
Lo tomé por el hombro y me sacó por el aire con el brazo. Me le colgué de la espalda y lo tomé del cuello.
—¡Gordo, te vas a meter en un quilombo!
Lo soltó, dimos un par de vueltas. Me tiró al suelo y me empezó a ahorcar. Mi mayor miedo en ese momento era tragarme el chupetÃn que tenÃa en la boca, un boludo. Traté de apartarlo, pero tenÃa el brazo derecho abajo de una rodilla suya. Con el izquierdo le empujé la mejilla, pero no conseguà nada más que hacerle una mueca chistosa. DebÃa pesar el doble que yo. Los ojos me iban a saltar de las órbitas, los sentÃa gigantes, no me pasaba el aire y sentÃa que me estallaban las venas de la sien. Me saqué el chupetÃn de la boca, le metà el palito por la nariz y empujé con el pulgar. No sé por dónde fue, hice un poco de fuerza, se rompió algo. Cayó una gotita de sangre, los ojos se le pusieron blancos y se desplomó encima de mÃ.
Pasos. El pibe que me bailó me sacó al gordo de encima. Otros dos levantaban al que estaba esposado.
—¿Te buscamos los dientes?
—Daconshadtumdre —les dijo, mientras se lo llevaban a rastras.
—Descansá, Heredia. Fue un accidente. Podés declarar que fuimos nosotros, no pasa nada. Hasta podés creer que fuimos nosotros. Lo que no podés hacer es seguir laburando ahÃ, estás rodeado de gente asÃ, más de la que pensás. No sos como ellos.
Me ayudaron a incorporarme y me quedé tirado contra la rueda del patrullero, las piernas recogidas y la cabeza entre las rodillas. Me hervÃa el pecho.
MatÃas Buonfrate nació en Argentina en 1986. Estudia Comunicación Social y trabaja en una agencia de publicidad digital. En su tiempo libre estudia japonés, escribe y juega al fútbol con impericia. Pueden encontrarlo en Twitter como @ringoka.
Aunque ha colaborado mucho con la sección Noticias, esta es su primera aparición en Axxón como cuentista.
Este cuento se vincula temáticamente con EL JUGADOR, de Magnus Dagon; EL NUEVE DE ELLOS, de Miguel Fliguer; FAHRENHEIT 1976, de Rogelio Ramos Signes y LA CARRERA DE SUPERVIVENCIA, de Alberto Mesa Comendeiro.
Axxón 213 – diciembre de 2010
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : Ciencia Ficción : DistopÃa : Deportes : Argentina : Argentino).
¡Muchas gracias! Navidad adelantada para mÃ.
Me gusto. Me mantuvo expectante hasta el final.
¡EXCELENTE! mas q’ hacer q’ pierda 10′ en el laburo hiciste q’ me entretenga muchisimo, gracias :)
¡¡Cuanta verdad hay en tu cuentito!!
Impecable!
Me gusto mucho,
felicitaciones a Matias por su primer aparición como cuentista!
buen comienzo!!
Realmente muy buen cuento y bien argento como dicen los pibes de hoy. Un gustazo para los amantes de la CF. Gracias.
Felicitaciones! Muy bueno el cuento, es especial me gustó el final.
Muy bueno MatÃas!! Segui asi
Me encanto. Mi objetividad se desdibuja.
Me enorgullece este logro conseguido.
Ciertamente un orgullo para todos los que te queremos.
ME MARAVILLA TU PODER DE NARRACION
Y ME ALEGRA TU DECISION DE PUBLICARLO
ESPERO QUE TU INSPIRACION SIGA CRECIENDO
ABU OSVALDO
muy bueno el cuento… pero no se si es CF… si está pasando…
Que se quede en ficción y nunca sea profecÃa. Me gustó mucho.
Ojalá que no sea algo presagioso, porque no me extrañarÃa que el fóbal derive en eso si sigue este camino (me refiero, más que nada, al público digital).
Qué grande, Mati. Te felicito por el cuento, y espero que lo sucedan muchos más.
Un abrazo de gol.
Me gustó mucho. Felicitaciones por el debut!
ME GUSTO FELICITACIONES