Revista Axxón » «Centinela II», Francisco Sánchez Donate - página principal

¡ME GUSTA
AXXÓN!
  
 


ESPAÑA

Verá, buen Pedro… Si hubiese sabido lo que iba a pasar no lo habría hecho, de verdad. Pero es que la otra vez, cuando nos encontramos ese monolito en la Luna, nos acojonamos de verdad. Se decía que era un mensaje de los extraterrestres, hasta dijeron que provenía de ustedes. Yo, que era ateo (aunque fíjese dónde he llegado), pensaba que aquí arriba no tenían una maquinaria tan sofisticada.

Fue genial durante una temporada: Un Monolito en la Luna. ¡Fíjese, un monolito de verdad! Decían que estaba hecho de materiales desconocidos, que en su interior se podía encontrar una impresionante maquinaria que nos haría llegar a las estrellas… El Papa, al que por aquel entonces aún no habían volado por los aires, dijo que era una manifestación divina: «Es un espejo de la corrupción de los hombres». Y yo pensé «Pues vaya espejo más asqueroso».

Fíjese: Hasta que llegué aquí no pensaba mucho en la religión, sólo pensaba en mí y en la humanidad. Pero ésta me trataba muy mal, ya lo creo. Inventé un aparato que mataba a dos de cada cinco personas, con eso quería equilibrar un poco la demografía. Me metieron en la cárcel, condenado a cadena perpetua, por probarlo con demasiada ligereza. Fue en la cárcel donde escuché lo del monolito. Me puse muy nervioso, tenía que verlo por mí mismo. Así que decidí enmendarme y me comporté muy bien durante una temporada. Dejé claro a los tribunales de revisión de condena del cese de mi empeño en utilizar la máquina para limpiar la Tierra de tres o cuatro quintas partes de su población; el psicólogo de la prisión me convenció de que no hacía falta, ya se mataban entre sí y sin ayuda de la máquina. Muy listo ese psicólogo.

En todas partes veía fotos del monolito: Alto, rectangular, negro… muy negro. En fin, qué le voy a contar que usted no sepa, dicen que desde aquí se ve todo… Los científicos hicieron cientos de pruebas sobre materiales, resistencia y demás, no sacaron nada en claro, excepto que no era humano.

Por aquel entonces se decía que había caído otro monolito en la Tierra y un montón de gente apareció vendiendo trozos de monolito. Se forraron los muy hijos de… Yo compré uno. ¡Que desilusión, era carbón!; los estudios llegaron a la conclusión de que el monolito era irrompible; habían intentado practicarle una fisura durante mucho tiempo. Pero la «monolitomanía» había comenzado: hicieron películas sobre el monolito, camisetas con su imagen, llaveros… Hasta los niños jugaron durante una temporada con monolitos en vez de muñecos, aunque daban poco de sí. La gente amontonaba monolitos en sus estanterías, decían que eran igual que los libros pero mucho menos aburridos.

Al final los grandes científicos llegaron a la siguiente conclusión: No tenían ni «puñetera idea» respecto a cuál era la composición de aquello. Como tampoco aparecieron sus dueños (si es que los tenía), poco a poco se fue olvidando el asunto, y en cuanto llegaron las naves para adecentar la Luna y urbanizarla, quitaron el pobre monolito de en medio y lo pusieron en un parque, rodeado de fuentes. Enseguida se llenó de graffitis y de guano de paloma. Pobre.

Pero a mí me seguía obsesionando ese monolito, estaba seguro de que llevaba un secreto, unas claves, en su interior. Compré una casa cerca del parque y todas las tardes daba vueltas y vueltas alrededor del bicho, hasta que me lo aprendí de memoria… conocía todas sus caras; no tenía grietas, pero las hubiese descubierto si las hubiera tenido. Era perfecto y compacto, muy compacto. Me admiraba que tanta sencillez y belleza pudiera caber en tan pocas líneas y en tan sosa simetría.

La gente del barrio me tomó por un loco y comenzaron a mirarme de forma rara: me insultaban, me llamaban deshecho social, paria, degenerado, y otras cosas que me callo.

¿Sabe una cosa? No hago más que mirarle y me digo que es tal como me enseñaron en la catequesis… San Pedro a las puertas del Cielo, con las llaves. Claro que no dijeron nada de que fuese tuerto y que llevase un parche. ¿Nunca ha pensado cuánta verdad se puede decir con una simple tontería? No se preocupe, sé a qué viene lo que he dicho… A mí, en catequesis, me decían tonterías sobre el Cielo y sobre todos los que estaban en él, y, bromas aparte, acertaron casi del todo… Y eso fue lo que pasó cuando el monolito volvió a tener importancia.

Porque apareció un segundo monolito en Venus; cuando llegó la primera nave de exploración casi se dio de bruces con él. Las primeras palabras que dijeron los astronautas nada más bajar de la nave y ver el monolito fueron: «Me cago en… otro jodido monolito».

Eso, y que el monolito de mi parque fuera empujado por una ráfaga de viento y cayera encima de una anciana y su nieto, aplastando a los dos, volvió a poner el asunto de moda.

En la ONU se debatió mucho, largo y tendido. Los más pedantes, destacando los franceses, decían que era un regalo del Cosmos, que el Éter llamaba a los seres humanos a unirse a él. Y que debíamos estar preparados para un contacto en tercera, cuarta y X elevado a «N – 1» fase (siendo N cualquier número comprendido entre uno e infinito).

Habló más tarde el representante sueco, quien debía estar ofendido por algo que había dicho el francés. Chilló que los monolitos no eran regalos ni nada de eso, leche, que no era sino un montón de mierda, y no sólo metafísica, que los extraterrestres nos daban… Lo sacaron de la sala a la fuerza.

Cuando le tocó hablar, el representante alemán estaba borracho pero nadie lo notó; dijo que aquello era un indicador de la evolución cósmica y que nos decía a nosotros, los hombres, que debíamos evolucionar. Propuso el uno de marzo como el Día de la Evolución Mundial. Teníamos veinticuatro horas para evolucionar, y si no lo hacíamos, era nuestro problema.

La cuestión es que lo dijo improvisando, ya que no recordaba dónde había puesto su discurso y habló en plan bromista, pero todo el mundo se lo tomó en serio y dijeron: «Votemos, de acuerdo»… Consenso casi general. «Está bien. Evolucionaremos».

Curiosamente, aparecieron dos monolitos más, uno en Marte y otro en Júpiter. Parecía como si la carrera espacial terráquea fuese seguida de cerca por aquellos extraños seres, como si con sus monolitos nos estuvieran diciendo: «Adelante, seguid, estamos con vosotros».

Nadie tenía ni idea de cómo se evolucionaba, los más listos decidieron hacerlo por su cuenta y el resto se apuntó en academias.


Ilustración: Pedro Belushi

El uno de marzo llegó y, de una u otra manera, casi todos evolucionamos. A unos les creció la cabeza y parecían inmensas bombillas, a otros les crecieron las orejas, hubo un tipo al que le crecieron sus atributos sexuales pero se le marginó porque no se consideraba una evolución seria. A mí sólo me crecieron las uñas y el pelo; pero, en fin, que todo el mundo se volvió mucho más listo. Dejamos de pelearnos entre nosotros y con toda esta evolución creamos un mundo perfecto, repoblamos los espacios verdes, comíamos productos naturales y dejábamos el alcohol y el tabaco para los tontos que no habían evolucionado. En fin: ¡Éramos felices y mucho más listos! Estábamos todos muy orgullosos.

Como éramos tan listos, comenzamos a hacer naves espaciales que llegaban cada vez más lejos y hasta hicimos evolucionar planetas y satélites para adecuarlos a nuestras necesidades.

Como siempre me ha gustado el espacio, me presenté voluntario para una de las primeras misiones que llegaría hasta más allá de nuestro Sistema Solar. Descubrimos miles de cosas que podrían llenar cientos de bibliotecas y no hacíamos más que encontrarnos satélites abandonados, que teníamos que destruir, y monolitos; los contabilizamos… Llevábamos más de tres mil antes de salir de la Vía Láctea. Yo me había hecho un gran pensador y no dejaba de filosofar sobre la misión de los monolitos.

Dos teorías eran las que se disputaban mi favor:

a) Los monolitos eran las «Piedras» que indicaban cuál era el camino a seguir para encontrarnos con ellos… Algo así como mojones interestelares, pero no había ninguna indicación, signo semiótico o posibilidad de lenguaje que señalase nada de esto. Esta teoría era la ampliación de la esgrimida por el representante francés en la ONU.

b) Lo afirmado por el representante alemán: que el monolito era una especie de señal de bienvenida, un «Hola» que pudiéramos decir, a nuestra madurez intelectual, ética, moral y etc.

Pero, según este último concepto, no habíamos alcanzado el suficiente estadio de desarrollo como para que se nos revelaran esos seres superiores que tanto bien nos habían hecho.

La cuestión no eran los monolitos en sí, sino el concepto, la posibilidad, la pura teoría de «Ser-A-Través-De…». ¿No lo entiendes, Pedro? Bien, tampoco es culpa tuya, no estabas allí abajo cuando todos evolucionamos el uno de marzo.

Pero, sin que yo lo supiese, las redes del destino me habían enredado para llegar a saber la finalidad de los monolitos.

Todo ocurrió cuando nos adentramos en un sector desconocido de una galaxia de nombre numérico (y yo era pésimo para los números). Habíamos aterrizado en un planeta sin atmósfera. Era de noche, si es que este término se puede aplicar al espacio, y casi todos dormían. Yo suelo, digo solía, tener insomnio y dedicaba aquellas horas a la contemplación de los espacios, buscando una señal. Y aquella vez la encontré en ese mismo planeta, con la silueta de una nave extraterrestre. ¡Habíamos tomado contacto! No había ninguna seguridad de que fueran «Ellos» pero sí de que eran «Otros». Desperté a la tripulación y visualizamos la nave: redonda, como una esfera, pero con patas en la barriga. Parecía hecha de luz y brillaba como mil soles. Todos estábamos la mar de emocionados.

Me autodesigné el más listo de la nave y me puse un traje espacial para ir al encuentro de aquellos seres.

El corazón me temblaba según daba un nuevo paso. ¿Qué palabras diría cuando les saludase?: «¡Hey, hola!». No, demasiado chulo. «¿Sois los del monolito?». ¿Y si me tomaban por un imbécil? Tal vez un simple: «¿Se os ha perdido un monolito?». No, tampoco. Esperaba no decir ninguna tontería. Me veía a mí mismo como el Neil Armstrong de la Era de Oro de la humanidad.

Entonces, cuando estaba a menos de diez metros, una de las partes de la nave se abrió y algo oscuro salió disparado en mi dirección.

Me hice a un lado (fácil con la escasa gravedad) y vi que era un monolito. ¡Entonces era una tarjeta de bienvenida! La nave seguía quieta… No sé qué me empujó a acercarme al monolito y tocarlo. Y fue cuando descubrí la terrible verdad acerca de él.

De uno de los lados que presioné surgió algo que parecían restos de desechos orgánicos.

Mi mundo se vino abajo.

La teoría del representante sueco había sido la verdadera: Los monolitos eran basura, mierda propiamente dicha. Ni tarjetas de presentación ni nada.

Habíamos evolucionado por culpa de un montón de basura interestelar.

Mi odio contra aquellos seres fue impresionante: había malgastado años de mi vida observando un montón de basura solidificada cuando podría haber perfeccionado mi máquina.

Corrí hacia mi nave. Todos estaban muy emocionados con mi llegada; dejaron de estarlo cuando les conté la verdad, y para demostrar ésta les enseñé lo que había llevado conmigo. Parecía una piel de plátano y una cáscara de huevo, también estaba la etiqueta de algún producto de aquellos seres (para mí que era un champú).

Nos sentimos tan engañados, tan defraudados, que no pensamos en que nosotros también habíamos soltado nuestras basuras al espacio. Aquellos seres eran más higiénicos que nosotros pero no podíamos dejar de estar enfadados con ellos.

Si lo hubiésemos pensado como seres evolucionados de verdad no hubiese habido problema, pero es que no estábamos tan evolucionados como pensábamos.

Despegamos y nos lanzamos en picado contra aquellos tiparracos, fueran como fueran físicamente, que habían ido sembrando de basura monolítica nuestro universo.

Antes de chocar transmitimos la verdad a nuestros superiores, no recibimos contestación: O no nos creyeron o se quedaron mudos de la impresión… La verdad es que no era para menos.

Hubo una gran explosión, una luz muy blanca y luego me encontré aquí.

Y ahora me dice que los extraterrestres están pensando en aniquilar a la raza humana, ya que consideraron como un acto de flagrante violencia mi acto de venganza.

Pero también tiene que comprenderme, tantos años, tanta cochina evolución para nada… ¿No le suena a tomadura de pelo? A mí, sí.

En fin, sólo nos queda ver qué pasa. ¿Tiene alguna silla por ahí? ¿Aquí se come y se cena?

 

 

Francisco Sánchez Donate nació en Madrid en 1969. Estudió Comunicación Audiovisual, y aunque no trabaja en dicho campo, continuó escribiendo cuentos y guiones y hasta se rodaron dos cortos, Torre y El Soñador, con sus historias. Y así seguirá, nos dice, hasta que se le agote la imaginación.

Este es su primer trabajo publicado en Axxón.


Este cuento se vincula temáticamente con los cuentos DESDE ESTAS HERMOSAS PLAYAS TE RECORDAMOS CON CARIÑO Y DESEAMOS QUE ESTUVIESES AQUÍ CON NOSOTROS, de Saurio y EL JARDINERO DEL CIELO, de Sergio Mars, y con el ensayo ARTHUR C. CLARKE Y LA ODISEA DEL HOMBRE, de Antonio Mora Vélez.

Axxón 215 – febrero de 2011

Cuento de autor europeo (Cuento : Fantástico : Ciencia Ficción : Viaje espacial : Contacto con extraterrestres : Humor : España : Español).


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