«Recuerdos en azul», Antonieta Castro Madero
Agregado en 22 mayo 2011 por dany in 218, Ficciones, tags: CuentoARGENTINA |
Yo contaba con apenas quince años cuando mi padre murió. Su cuerpo, cansado de tolerar tratamientos, ahogos, esperanzas, descansó por fin entre las almohadas perfumadas de la cama. Aún conservo el calor de la última caricia. Aún recuerdo cómo mis trenzas se enredaron en sus dedos.
Ese dÃa, sentadas a la mesa, mi madre y yo lloramos por horas. Sólo nosotras sabÃamos lo que aquel cajón guardaba: las risas por la mañana, los abrazos antes de acostarnos, los guiños confidentes de algún secreto guardado y los sonoros besos con aroma a café.
Durante los dÃas transcurridos entre velorio, entierro y duelo nos vimos arrastradas por un febril movimiento. Parientes, amigos o simplemente conocidos se presentaban en casa a toda hora a expresarnos su pésame. Bajo el brazo traÃan las galletitas preferidas de mi madre, bombones o un ramo de flores. De sus bocas se descolgaban infinidad de consejos: son jóvenes; no pierdan la fe; tiempo al tiempo… ¡Cuántas veces me habré tapado los oÃdos! ¡Cuántos pedidos al cielo para que se marcharan!
La tristeza, de la mano del silencio, fue infestando poco a poco los rincones de la casa. Mi madre se pasaba el tiempo escondida entre las sábanas. La vista fija en el techo, los labios cerrados, los ojos llorosos. Margarita, nuestra empleada, retiraba de su cuarto las intactas bandejas de comida; yo, los frascos vacÃos de pastillas para dormir.
Me angustiaba ver a mi madre en aquel estado. DebÃa actuar. Recordé uno de los «consejos»: no se puede vivir de recuerdos. No sé quién lo dijo, pero aquellas palabras me guiaron. AsÃ, en cajas embalé las pertenencias de mi padre; la intención: regalarlas. No fueron tantas, era un hombre que se contentaba con poco.
Mi madre miraba indiferente cómo yo empaquetaba. Ni los insultos que proferà por haber perdido la cinta adhesiva más de una vez ni el sonido de mi nariz conteniendo las lágrimas, sirvieron para sacarla de su aislamiento. Debà aguardar a que unos hombres vinieran a llevarse la silla de ruedas que perteneció a papá para verla despegarse de sus cobijas y, con gran Ãmpetu, romper las barreras del mundo que la asfixiaba. Violentamente me arrancó la silla de las manos, me gritó que fue sentado sobre aquel asiento desde donde mi padre le entregó los últimos cinco años de amor.
¡No tienes derecho a robarme lo que con tanta pasión he cuidado!
Aún hoy recuerdo cómo sus chillidos hicieron estallar mi cabeza.
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La silla era de metal, con su cuero, en el respaldo y asiento, teñido de azul: mi padre preferÃa aquel color a cualquier otro. Un agregado de pana, también azul, cubrÃa los apoyabrazos: mi madre decÃa que no podÃa permitir que brazos y manos tan suaves y endebles se apoyaran en tan frÃa aleación.
En su arrebato, acomodó la silla en una esquina de la sala. CompartÃa el espacio junto a un sillón de tres cuerpos estilo Luis XV tapizado en jackard de colores claros, una mesa de centro, dos butacones al tono y una vitrina que atesoraba las fotos de papá en distintas poses y edades.
Una noche en que, tarde ya, me encontraba terminando una monografÃa para la escuela, descubrà a mi madre en la intención de redecorar. El escuálido cuerpo luchaba con la mesa de centro en su afán por moverla. Se la notaba nerviosa, transpirada. Los esfuerzos se transformaban en sollozos profundos. Me acerqué en silencio. Tomé la mesa por el lado contrario al de ella, y juntas la movimos. «¿Y ahora qué?», pensé. Dejándose llevar por un impulso fantástico empujó y acomodó la silla de ruedas en el centro de la sala. Sin darme explicaciones, buscó un trapo y frenéticamente hizo brillar su metal. Creyendo que era mejor dejarla sola fui a acostarme.
Por la mañana, los gritos de Margarita me despertaron. Corrà a su encuentro, nunca me habÃa parecido tan largo el pasillo. La encontré apoyada sobre el marco de la puerta señalando al interior de la sala con expresión de incredulidad. Al asomarme observé que la mesa, el sillón, los butacones y la vitrina habÃan desaparecido. La silla de mi padre ocupaba el lugar central. Mi madre dormÃa sentada sobre su cuero.
Los dÃas pasaban, y mamá se negaba a levantarse de la silla; se fue deteriorando. Con fiereza se rehusaba a comer o limpiarse. Yo le pasaba la esponja por la espalda y le masajeaba la cabeza suavemente. Reaccionó tan bien a mis caricias que me dejó lavarle el pelo. En pocas semanas hice grandes avances. De a poco me fui acostumbrando a peinarla, lavarla y darle de comer en ese sitio.
Mi alegrÃa por su cambio de actitud se convirtió pronto en desconcierto: exigió que toda la ropa que le pertenecÃa, de varios colores y texturas, fuera cambiada por prendas de cuero color azul; que se le tiñera el cabello de ese tono y que el esmalte de las uñas abandonara el tradicional matiz ocre. No conforme aún, mi madre se negó a comer alimentos que no fueran azules: la guiaba el deseo de que su piel adquiriera dicha tonalidad. Margarita, tan eficaz, armó de la cocina una increÃble fábrica de teñidos al pasar las verduras, frutas y carnes por menjunjes que otorgaban aquella coloración. Un grito de júbilo sacudió a mi madre cuando su vejiga despidió un lÃquido azulino.
La desesperación poco a poco se fue apoderando de mÃ. Yo notaba, al lavarla, cómo su cuerpo cada dÃa se volvÃa tan frÃo como el metal sobre el que descansaba. Yo observaba de qué manera los lÃmites se confundÃan.
Cierta tarde perdà el control. Sujeté a mi madre de los brazos y la atraje violentamente hacia mÃ. Partes de su piel se agrietaron, y un intenso y frÃo lÃquido azul me manchó las manos y ropa y se desparramó por el piso. Comprendà que mamá ya era parte de la silla.
Buscando alguna explicación me agaché, apoyé las manos en lo que quedaba de sus rodillas. Con lágrimas en los ojos le pregunté:
¿Por qué? ¿Qué te has hecho?
Ella me miró con sus grandes ojos ahora azules, y con un último aliento susurró:
Es la pena.
Han pasado veinte años desde aquellos sucesos, y hoy quince dÃas desde que Pedro nos dejó a dos hijos y a mÃ. Luego del velorio, entierro y antes de terminar mi duelo, coloqué sus cosas en cajas para regalarlas. Su silla de ruedas fue lo primero que di.
Antonieta Castro Madero es profesora de historia. Desde el año 2006 asiste al taller «Corte y Corrección» dirigido por Marcelo Di Marco. En el año 2010 integró el taller de Jaime Collyers. Próximamente publicará en Ediciones Andrómeda, junto a Alejandra Vaca y Jorgelina Etze, el libro «Noches de insomnio», una recopilación de cuentos. Su cuento «La llamada» obtuvo el segundo premio en el concurso literario Leopoldo Lugones en el año 2008. Y «La reunión», sexta mención en el concurso literario Honorarte. Recientemente su cuento «ArmonÃa familiar» fue publicado en el blog Breves no tan Breves coordinado por Sergio Gaut Vel Hartman.
Esta es su primera participación en Axxón.
Este cuento se vincula temáticamente con MEMORIAS de Eduardo J. Carletti, MUJER DE PIE de Yasutaka Tsutsui y LOS AMANTES DE PIEDRA de Rubén Serrano.
Axxón 218 – mayo de 2011
Cuento de autor latinoamericano (Cuentos : Fantástico : FantasÃa : Metamorfosis : Argentina : Argentina).
Extraordinario!
El cuento me parecio interesantisimo de una imaginacion asombrosa. La autora ha puesto en el una situacion , que tal vez vivio de otra forma, el cuidado de su madre , y la aceptacion de la locura de la misma, manifiestan el gran amor que siempre debe haber tenido por la familia. Ha descripto el desastre que significa la perdida de un padre, y en forma figurada ha querdo i representar ese dolor intensisimo , con ese sillon azul, en que su madre se sienta y ya no quiere levantarse. Realmente muy duro, pero bien escrito para mi, una de las situaciones mas tristes de la vida, perder el padre y el dolor de darse cuenta sin querer aceptarlo (puesto qu e la cuida) la demencia de su madre.
Concuerdo. Alcanza con ver los cuentos vinculados (eso no tiene por qué decir demasiado, pero curiosamente esta vez son cuento de excelente nivel). Estoy muy contento (y orgulloso como buen Axxonita) con el material que se está publicando.
¡Impresionante! No hay dudas de que la autora tiene muchÃsimo talento.
Muy bien escrito!
Puf, catarata de aplausos!!!!!
Què buena manera de describir/graficar la pena en ciencia ficciòn!
Gracias Axxòn por el regalo.
Me encanto el cuento!!! Muy bueno!!
Es envolvente, las formas de expresión del dolor de los personajes son .. dirÃa que perfectas.
Como los otros que leà de esta misma autora. Pero es durÃsimo …
La descripción de la situación es tan perfecta, que logra que el lector viva la historia, me parece excelente y terriblemente trágica.
Habiendo pasado por la misma situación, como hija y después como esposa, admiro la forma de expresar sus emociones.
Me atrevo a pedirle que siga sorprenndiéndonos ya que su imaginación es brillante, como siento que brillante es su futuro como escritora.
Gracias por animarse.
Impactante la sensación que transmite las descripición del dolor y la mimitificación del personaje con el único recuerdo que la ata al pasado y le permite el tiempo. Muy bueno!!!
Sentimientos profundos -amor,dolor-aparecen como tan reales en esta ficcion,que nos conmovieron muchisimo,,la autora,con su genial imaginacion,tiene sin duda un futuro promisorio como escritora -Felicitaciones Antonieta y adelanmte !!!!
Querida Tonita, Te felicito por Antonieta, como para no estar orgullosa!!!
Antonieta Querida, sabia que escribÃas, tu madre me lo conto asi, a la pasada, pero nunca me imagine el talento y la profundidad
de la expresión.
TodavÃa te recuerdo como una niña alta, en tu delantal colegial, pululando por los pasillos de Jesus Maria, curioso, no?…Ahora te has convertido en una eximia escritora.
Que gusto tendre en volverte a leerte.
Sigue tu Arte, te Felicito.
Excelente historia para leer y releer. Envuelve y atrapan sus ambientaciones reales y el fluir de emociones y sentimientos Ãntimos, que con una breve y precisa pluma conmueven hasta lo mas profundo. Muchas gracias por entregarnos la posibilidad de conocer estos nuevos autores y buscare mas sobre Antonieta . Gracias a ustedes y a la autora.
Antonieta: ¡felicitaciones!. Impresionante que puedas expresar de esa manera tan elocuente, esos momentos tan tristes. ¡como me hiciste revivir esa desgracia que fue para todos nosotros!.
Seguà escribiendo que estoy segura que llegarás muy alto. Mis felicitaciones también para tu madre, que fue un ejemplo de perseverancia, lucha y amor. Raquel.